lunes, 12 de marzo de 2012

In memoriam de mi suegro Fernando Fierro quien estuviera cumpliendo el mismo tiempo dedicado a la construcción en Valencia

In memoriam de mi suegro
Fernando Fierro y de mi cuñado
Ing.Civil Nicolás Fierro


Doménico Sirica

Estoy aquí, sentado frente a mi computadora y pienso: en el 2012

llegué a los sesenta años en la industria de la construcción y cincuenta

y seis años en esta hermosa patria, a la que tanto amo y agradezco

por todo lo que me ha dado en el plano personal, espiritual y profesional.

¡Dios mío, como ha pasado el tiempo! Los recuerdos me llevan al pueblo

de Sarno, Italia, donde vine al mundo, en un humilde hogar, bañado

de muchísimo amor. Desde los siete años empecé a trabajar.

Mis padres, Antonio y María Giovanna, tenían dos vacas.

Mamá o Papá me levantaba a las cinco de la madrugada, después de

asearme y cepillarme, ella me entregaba dos garrafas llenas de leche que luego

yo entregaba casa por casa en cuarticos o medio litro. Esa labor la hacía

hasta las ocho de la mañana. Regresaba rápidamente a la casa, agarraba los

libros y me iba a la escuela, desde las nueve de la mañana hasta las dos de

la tarde. Después de almorzar, generalmente iba a las tareas dirigidas.

Confieso que nunca fui un estudiante sobresaliente, pero siempre aprobaba

todas las asignaturas.

Una llamada por mi celular interrumpe mi pensamiento. La atiendo y al concluir

la conversación con mi interlocutor, vuelvo a sumergirme en los recuerdos.

Durante las vacaciones escolares y cuando tenía algún tiempo libre, me la

pasaba en el campo ayudando a mis padres en las tierras que tenían

alquiladas para sembrar y cosechar hortalizas. Aprendí a arar la tierra, a

regar por gravedad, y otros aspectos relacionados con la agricultura, donde

laboré hasta los 13 años y medio. Al cumplir los catorce años y hasta

los dieciocho años, edad en que me vine a Venezuela, aprendí y me esforcé

por ser un frisador de primera. Así se hacen los hombres y mujeres, con trabajo

y más trabajo. No hay mayor satisfacción que el dormir con la conciencia tranquila

por los logros obtenidos con el sudor de la frente.

En este balance de mi vida, agradezco a Dios el haberme permitido trabajar

por sesenta y siete años, sesenta en la construcción, de manera ininterrumpida,

y el haber logrado casi todos mis sueños en el aspecto familiar, espiritual, y

empresarial, con sus altos y bajos, pues no todo ha sido color de rosa y he tenido

que luchar muy duro para salir adelante. Eso sí, sin perder el optimismo y la confianza

en este país que me cobijó como un hijo más, lo que me ha dado la fortaleza para

enfrentar con gallardía los vientos de cambios, buenos y malos, que han estremecido

a la sociedad venezolana. En tal sentido, puedo decir que algo que va contra

mis principios es el incumplimiento de la palabra empeñada. Por ejemplo, años

atrás, un pelo de un bigote de un hombre era un documento escrito hasta la

década de los setenta. Actualmente, esa premisa ha perdido valor. Mucha

gente adquiere deudas y después las incumplen, cambian las reglas de juego para

favorecerse sin pensar en los daños que ocasiona al otro e incluso no faltan los

que incurren en la violencia física o verbal para evadir los compromisos adquiridos,

poniéndose así a la defensiva. No faltan los que se convierten en tus enemigos

por cobrarles lo que adeudan. Cabe plantearse la inquietud sobre los antivalores

que le estamos inculcando a las nuevas generaciones. Se recoge lo que se siembra.

Mientras escribo estas reflexiones, la nostalgia intenta hacerme su presa,

pero no la dejo. Me siento orgulloso por todo lo que he hecho, con sus fortalezas

y debilidades. Aunque todavía no me he despedido de la actividad empresarial,

pienso que cuando lo haga y con Dios siempre por delante, seguiré activo,

asesorando a mis hijos, dedicándole más tiempo a la familia y a mis nueve nietos,

y por supuesto continuar entrenando todos los días y participando en maratones.

Uno de los proyectos que tengo para esa nueva etapa es la de dar especialización

en friso a albañiles (oficiales de la construcción) que no tienen esa capacitación.

Lo he hablado con varios empresarios de la construcción y les ha parecido una

excelente idea. Para comenzar ayudaría de 15 a 20 albañiles y aprendices del mismo

oficio a formar una cooperativa para que ellos puedan ofrecer sus servicios a

empresas constructoras pequeñas grandes o medianas, yo, además de supervisar

a la cuadrilla sin fines de lucro, le enseñaría el arte del friso, y por lo menos una vez

a la semana, yo frisaría con ellos. El 95 por cierto del friso es práctica y el 5 por

ciento teorías. El tener especialistas en friso, significa menos gasto de energía

en el trabajo, disminución de la cantidad de mezcla a utilizar, etc., lo que beneficiaría

al constructor al reducirse los costos, lo que al final favorecería al consumidor final

que pagaría menos por la vivienda. El albañil también será favorecido, pues al

estar mejor preparado en friso, será más solicitado y ganará más y con mucha

mejor calidad. De esta manera, estaría contribuyendo a formar pequeños

contratistas del friso para hacer grandes empresarios del mañana. Yo comencé así,

y junto a mis socios Mario y Giovanni De Libero llegamos a ser grandes empresarios

de la construcción, construimos desarrollos habitacionales y empleamos a muchísimos

padres de familia.

Sería muy feliz el poder concretar este proyecto -si Dios así lo quiere- No pueden

imaginar el orgullo que sentí cuando hace unos meses fui invitado por el

Politécnico Universitario "Santiago Mariño" para dictar un par de cátedras sobre friso.

La receptividad fue increíble. Hasta el próximo lunes. ¡Qué Dios los bendiga a todos y todas!

sorrento@cantv.net

todoloslunes@gmail.com


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