Derrota
El Nacional 7 DE NOVIEMBRE 2013 -
Mi amigo G suele llamarme los domingos. Lo hace semanalmente, al menos desde 1985. G es uno de esos venezolanos que emigró mucho tiempo atrás y que no ha vuelto a pisar el país, salvo cuando lo invitan a seminarios o a dar conferencias, se entiende que cada vez menos. En Francia ha hecho vida académica, especializándose en Estudios Hispánicos. Es un hombre inteligente, agudo, sensible, capaz de recurrir a todas las fuentes para siempre estar al día con su país de origen, acaso una herida que en su cuerpo no sana. De su único matrimonio con una francesa, tiene una hija preciosa que se ha dedicado a estudiar Ciencias Políticas, con especialización en América Latina: el Peronismo y el PRI han sido sus objetos de estudio, respectivamente, en la maestría y en el doctorado. La hija de G salta del francés al español como quien cierra y abre los ojos, al unísono: la última vez que conversé con ella me asombraban sus modismos venezolanos y también sus palabras pronunciadas en plural, en las que omitimos las eses y preferimos las jotas. “Nos fuimoj a la campiña”, me decía.
El pasado domingo 3 de noviembre G cumplió con su ritual, y la llamada entró a casa a las 3:00 de la tarde. Pero a diferencia de otros días no sabía qué decirle. Yo más bien lo escuchaba, mientras él preguntaba y de inmediato se respondía: “¿Es verdad que el país está quebrado? ¿No existe un déficit de 55.000 millones de dólares? ¿Puede sostenerse el gobierno? ¿Cómo ves la presión social?”. Mientras lo escuchaba, me dio por ver hacia la ventana de mi estudio, donde por las tardes a veces llegan arrendajos. Uno estaba saltando de una rama a otra, con sumo cuidado, y advirtiendo si algo se movía en los alrededores. Yo escuchaba a G sin aliento, como balbuceando, dándole pie para que continuara. Pero en verdad me refugiaba en el arrendajo, en sus saltos discretos, para no confrontar un estado de ánimo que me sabía a derrota, a desazón. Tenemos tres lustros explicándole a los otros, o explicándonos a nosotros mismos, las razones de lo que no tiene nombre, y comprobaba que ya los argumentos no existen, que ya la misma narrativa es impotente para comunicar nada. La realidad ha derrotado al intelecto, el absurdo diario ha hecho que las explicaciones también sean absurdas. Toda tentativa de verbalizar es finalmente nula.
G quedó más confundido que nunca, porque no supo hallar en mí calma para sus inquietudes. Colgó dubitativo, abrazándome desde la distancia, mientras yo seguía saltando con mi arrendajo. Me quedé con esa sensación de derrota, y recordé el poema que con el mismo nombre escribió el maestro Rafael Cadenas, allá en los tempranos sesenta: “Yo que tengo vergüenza por actos que no he cometido”. Y de pronto, junto a un nuevo salto del arrendajo, encontraba en tan breve frase lo que no alcancé a decirle a G: que tengo vergüenza por actos que no he cometido, o que quizás sí deba tenerla porque los actos han sido hechos por mis semejantes, por mis connacionales.
Tiempos llegarán en que la derrota será experimentada por los otros, por los que hoy detentan el poder como si fueran dioses eternos, además de crueles. Porque en la derrota, que ha sido nuestro horizonte de tres lustros, también se crece, también se madura, hasta volvernos diferentes, incluso superiores. Tiempos de derrota les hacen falta a los déspotas para recuperar algo de humanidad, de racionalidad, de sentido, si es que en esas almas atrofiadas queda algún resquicio de lo que según Platón perseveraba cuando las carnes mueren.
El arrendajo salta desde la última rama y desaparece.
6 de julio del 2001 |
Derrota Rafael Cadenas, 1963 (*)
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil que perdí los mejores títulos para la vida que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución) que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos que me arrimo a las paredes para no caer del todo que soy objeto de risa para mí mismo que creí que mi padre era eterno que he sido humillado por profesores de literatura que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo que tengo vergüenza por actos que no he cometido que poco me ha faltado para echar a correr por la calle que he perdido un centro que nunca tuve que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo que no encontraré nunca quién me soporte que fui preterido en aras de personas más miserables que yo que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte») que nunca podré viajar a la India que he recibido favores sin dar nada en cambio que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma que me dejo llevar por los otros que no tengo personalidad ni quiero tenerla que todo el día tapo mi rebelión que no me he ido a las guerrillas que no he hecho nada por mi pueblo que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable que no puedo salir de mi prisión que he sido dado de baja en todas partes por inútil que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno que me niego a reconocer los hechos que siempre babeo sobre mi historia que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo que no lloro cuando siento deseos de hacerlo que llego tarde a todo que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable que no soy lo que soy ni lo que no soy que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras que he vivido quince años en el mismo círculo que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado que nunca usaré corbata que no encuentro mi cuerpo que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final. (*) Rafael Cadenas. Venezuela, 1930. Uno de los más lúcidos poetas y ensayistas venezolanos de nuestro siglo, incluido sin falta en las selecciones de poesía del continente. Su obra incluye Los Cuadernos del Destierro, Falsas Maniobras, Memorial, Literatura y Sociedad , Realidad y Literatura, Anotaciones y En torno al lenguaje. Premio Nacional de Literatura en su país en 1985. |
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