Francisco Isnardi –o Isnardy– fue uno de los protagonistas de los dramáticos acontecimientos que marcaron la turbulenta historia de la primera República de Venezuela. En aquella fracasada empresa separatista no empuñó las armas, sino que combatió ardorosamente en las filas revolucionarias con su palabra y su pluma. Sus dotes intelectuales y sus méritos cívicos le valieron el nombramiento de secretario del Congreso Nacional y con tal calidad estampó su firma al final del texto de la Constitución promulgada en Caracas en diciembre de 1811, un texto del que él había sido el principal artífice.
A la biografía de este importante personaje y a aclarar la multiplicidad de personas distintas que en su tiempo llevaron el mismo nombre, dedica la prestigiosa historiadora venezolana Marisa Vannini de Gerulewicz las páginas del presente libro. Inicia su estudio seleccionando diecisiete referencias bibliográficas, incluyendo una propia, en las que se afirma el supuesto origen piamontés de Isnardi, señalando la ciudad de Turín como su lugar de nacimiento. Cita, como excepción, la aseveración del historiador realista Urquinaona que lo calificaba de “español”. Esta pretendida naturaleza piamontesa de secretario del Congreso justifica que hayan sido bautizadas con su nombre diversas asociaciones promovidas por venezolanos oriundos de la península Apenina.
Tras ese preámbulo la autora presenta, aportando notables novedades, fruto de sus investigaciones minuciosas en archivos nacionales y extranjeros, las tres facetas sucesivas que hasta el presente se ofrecían de la vida de Isnardi, atribuyéndose a una sola persona cuando no se sabía que tres llevaban el mismo apellido.
En la primera, situada en el verano de 1801, aparece como un propietario que posee tierras y esclavos en el pueblo de Güiria, del término jurisdiccional de Cumaná, dueño también de una biblioteca compuesta de 171 volúmenes. Un corto número de ellos correspondía a libros de ficción literaria. Los demás mostraban variada temática: científica, económica, filosófica, religiosa, etc. Asimismo se contaban diccionarios y gramáticas de varios idiomas, incluyendo el latín. No faltaban en el catálogo algunos títulos que podían calificarse de subversivos.
Por orden del gobernador y capitán general de Venezuela, don Manuel de Guevara Vasconcelos, el hacendado fue detenido bajo la acusación de ser un espía al servicio de Gran Bretaña proclive a tramas independentistas. Su Excelencia había tomado posesión de su cargo, cuando el Siglo de las Luces estaba próximo a terminar, en virtud de un Real Decreto de 14 de noviembre de 1798. Era Caballero de la Orden de Santiago y pertenecía a una ilustre familia de Ceuta.
Sometido a un juicio el reo manifestó que tenía 36 años de edad y era natural de Turín. Negó su implicación en los delitos que le atribuían. El veredicto del Tribunal, dictado el 18 de junio de 1803, fue absolutorio pero con la imposición de que el encausado debía abandonar para siempre la tierra americana.
Entre los libros editados en 1960 bajo los auspicios de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, al conmemorarse el Sesquicentenario de la Independencia, figura uno que recoge las actas del proceso político a que fue sometido este Isnardi. Lleva un interesante y bien documentado estudio preliminar del profesor Joaquín Gabaldón Márquez, quien sin embargo no advierte que se trata de un personaje distinto al redactor del Acta de Independencia venezolana.
Hasta 1807 se pedía la traza de aquel Isnardi y en este año reaparecía en Porlamar, en la isla de Margarita. Allí lo encontró un exiliado francés que viajaba por aguas del Caribe. Vestía de forma un tanto informal y daba clases de latín a unos seminaristas criollos. Años después de 1811 ese desterrado galo comentaba que Isnardi, al que primero consideraba provenzal y ahora convertía en piamontés, desempeñaba el importante cargo de secretario del Congreso de Venezuela.
Marisa Vannini con importantes datos inéditos hace una amplia relación de las actividades políticas del Isnardi que mayor peso tuvo en la historia política venezolana, particularmente en el campo periodístico, durante la ilusionada y efímera época de la Primera República hasta que la rebelión independentista es desbaratada, tras la victoriosa campaña acaudillada por Domingo de Monteverde que forzó a sus adversarios a firmar la Capitulación de San Mateo el 25 de julio de 1812.
El jefe realista incumplió las benévolas condiciones estipuladas en esa capitulación, desatando una dura represalia que contó a Isnardi entre una de sus víctimas. Junto con siete compañeros de infortunio fue enviado a la Península en calidad de presidario.
Mediando el mes de noviembre del año 1812, cuando buena parte de España estaba convertida en un campo de batalla en que los patriotas se batían con los soldados de Napoleón, arribó a Cádiz una fragata procedente de América. Iban a bordo en calidad de presos “ocho de los principales caudillos de la sedición de Caracas”, según explicaba a sus lectores El Conciso, uno de los periódicos locales. Entre ellos venía Francisco Isnardi.
En virtud de una Real Orden dictada el 19 de enero de 1813 por la Regencia que desde el reducto gaditano sitiado por las tropas francesas, gobernaba el reino en nombre del exiliado Fernando VII, esos ocho insurgentes, con la debida escolta, fueron enviados a Ceuta.
En aquel tiempo Ceuta era un baluarte militar en casi constante estado de alerta y tenía también la condición de presidio, albergando varios centenares de delincuentes enviados allí para cumplir largas sentencias impuestas por la Justicia del Reino. Solamente los más peligrosos o condenados por delitos de suma gravedad estaban encadenados y encerrados en lóbregos calabozos. Los restantes gozaban de relativa libertad de movimientos, teniendo por cárcel virtual todo el recinto amurallado de la plaza.
Entre estos últimos, en corto número, se contaban los encausados por motivos políticos y con tal calificación fueron considerados los ocho paladines de la rebelión independentista de Venezuela que recibieron un trato benévolo por parte de las autoridades locales y no faltaron particulares que les ofrecieron ayuda, protección e incluso, amistad.
La doctora Vannini da cuenta de que en 1818 Isnardi ingresó en el Hospital Real para ser atendido de una dolencia. Podemos añadir que su enfermedad parecía ser de naturaleza anímica más que fisiológica. Superado el mal, durante la convalecencia se dedicó a la lectura y provocó mucho escándalo en ciertos ambientes timoratos de la ciudad saber que entre sus libros de cabecera había uno cuyo autor era el librepensador francés Voltaire. En el curso del año 1819 Isnardi colaboró en el ornato e inscripciones del monumento erigido en la Catedral para las honras fúnebres tributadas a María Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII, y de María Luisa de Parma, madre del soberano. Con tal motivo la historiadora recuerda que en 1811 también intervino en la organización de los funerales celebrados en Caracas por las víctimas de la rebelión de Quito.
Isnardi había encontrado cobijo en el hogar de Antonio Salas, un comerciante de ideas liberales que años después, durante el Trienio Liberal, fue elegido alcalde de la ciudad.
A principios de marzo de 1819, Salas y un pariente político suyo de origen catalán, Pedro Huguet y Boltas, presentaron sendas solicitudes para el ingreso de una prestigiosa cofradía fundada en los tiempos en que Ceuta pertenecía a la Corona de Portugal: la Santa y Real Hermandad de la Casa de la Misericordia.
Entre los documentos que acompañaban a ambas demandas figuraban partidas de bautismo y de matrimonio de los antepasados de los pretendientes. Algunas estaban en catalán y fácil su comprensión. Otras venían en latín. Como sabemos, Isnardi conocía el idioma de Roma antigua y fue el encargado de su traducción. Según constaba en el expediente conservado en el archivo de la Hermandad, el intérprete de tales escritos “era perito inteligente, profesor de Medicina y Cirugía, residente en esta plaza”. Esta última referencia era evidentemente un eufemismo para disimular su condición de presidiario.
Diversos personajes relevantes que en las Cortes de Cádiz habían mostrado su talante liberal fueron desterrados a los presidios norteafricanos cuando Fernando VII retornó de Francia e impuso un régimen político absolutista. Uno de ellos fue Agustín Arguelles, calificado por sus partidarios como “el Divino” por sus elocuentes dotes oratorias. Fue confinado en Ceuta y mantuvo buena amistad con Isnardi. Años más tarde, convertido en uno de los políticos más relevantes del Trienio Constitucional, tomó la palabra en la sesión de Cortes celebrada el 4 de mayo de 1822 y dijo “cuando fui conducido y estuve en el presidio de Ceuta conocí a don Francisco Isnardi, le traté, fui su amigo y lo soy, tenía a su favor la presunción de gozar buena opinión”.
El triunfo del pronunciamiento iniciado el 1 de enero de 1820 bajo el caudillaje del comandante Riego supuso el restablecimiento de un sistema político constitucional. Una de las primeras medidas adoptada por los nuevos gobernantes fue una amnistía que devolvió a Isnardi la libertad y el disfrute de sus derechos cívicos. Tenía permiso para retornar a América pero prefirió quedarse en Ceuta. No tardaría en ser nombrado secretario del flamante Ayuntamiento Constitucional.
Contrastando con los capítulos precedentes, en los que la autora narra la biografía de Isnardi con suma minuciosidad, en el que concluye su libro se limita deliberadamente a dar somerísimas referencias sobre los avatares de la vida del ilustre prócer independentista, porque ya no están engranados en la historia de Venezuela ni en el importante período de las luchas por la independencia americana, sino que corresponden plenamente a la de España. Por eso no se extiende en detalles sobre el duro enfrentamiento que mantuvo Isnardi con fray Rafael de Vélez, obispo de la sede septense y acérrimo defensor de la ideología absolutista. Como punto final sitúa la muerte del protagonista de su estudio en una fecha imprecisa, antes del año 1826 que a pesar de rigurosas búsquedas le ha sido imposible determinar.
Como colofón a su brillante trabajo, Marisa Vannini se ocupa de los siete compañeros que compartieron con Isnardi el exilio en tierra africana. De uno de ellos, Antonio Barona, señala que “de este patriota tenemos muy pocas noticias”. Podemos ofrecer una novedad que da cuenta de un episodio sentimental que mantuvo con una joven ceutí, de la que no se conoce la Identidad. Fruto de esa relación fue el nacimiento de un niño al que se bautizó con el nombre de Ezequiel y que Barona llevó consigo cuando en 1820 retornó a Venezuela.
La biografía de Isnardi, tal como se ofrecía hasta el momento presente, ha sufrido un cambio espectacular gracias a las fructíferas búsquedas de Marisa Vannini. Ya no es válido el esquema que lo presentaba como un solo personaje sucesivamente hacendado en Güiria, profesor de latín en Margarita y secretario del Congreso de Caracas. La historiadora ha demostrado de forma irrefutable que, en realidad, cada uno de los capítulos de esa trilogía tenía como interpretes a personas distintas, llamadas, por orden cronológico, Francisco, Enrique y Francisco José Vidal. El primero de ellos, Francisco Isnardi, era natural de Piamonte y posiblemente también el siguiente Enrique Isnardi, si no era provenzal. En cuanto al tercero, Francisco José Vidal Isnardi, la historiadora presenta pruebas irrefutables de su nacimiento en Cádiz y de sus estudios hasta graduarse en aquel Real Colegio de Medicina y Cirugía.
La furiosa y sangrienta tormenta bélica desencadenada por las luchas independentistas de los países americanos de habla hispana se ha convertido en un recuerdo histórico y son hoy cordiales las relaciones entre ambas comunidades de una y otra orilla del Atlántico unificadas sentimentalmente para formar una Hispanidad sin fronteras. Por esta razón constituye una gran satisfacción para el Instituto de Estudios Ceutíes patrocinar la publicación de este libro dedicado a la memoria de uno de los próceres de la independencia de Venezuela, de origen española, felicitando a Marisa Vannini por el éxito con que ha culminado sus abnegadas tareas de investigación.
EL MISTERIO DE FRANCISCO ISNARDI
Marisa Vannini de Gerulewicz
Fundavag Ediciones
Caracas, 2014