Antonio Sánchez García | 28/11/2017 | Web del
Frente Patriotico
¿Hay otro tema
principal sobre el que discutir que no sea el de negociar las condiciones para
el desalojo de la tiranía narcoterrorista dominante y dar inicio a la
transición? Ledezma acaba de dar la respuesta: es el único tema sobre el que
valdría la pena negociar. De eso y sólo de eso se trata: de negociar el
desalojo. Todo lo demás es tiempo perdido.
Antonio Sánchez
García @sangarccs
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“Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada”. Fue el slogan
terminante, intransferible e irrenunciable de Fidel Castro ante la primera gran
disidencia internacional de su revolución, provocada por la primera crisis que
sufriera el proceso cubano cuando el caso del poeta Heberto Padilla, desde
entonces desaparecido del mapa mundial y tragado por las fauces del monstruo,
conduciendo a la grave desafección de las principales fuerzas culturales que lo
apoyaran hasta entonces, encabezadas por grandes intelectuales, artistas,
cineastas y escritores – Octavio Paz, Hans Magnus Enzensberger, Jean Paul
Sartre, Heinrich Böll, Simone de Beauvoir, Jorge Edwards, entre muchas otras
grandes figuras del arte y la cultura –, quienes comprendieran tras 10 años de
revolución, que la cubana había dejado de ser, si alguna vez lo fuera, un
proceso verdaderamente emancipador para convertirse en una cruenta y aterradora
tiranía estalinista, con la que no cabía el menor entendimiento, diálogo o
negociación posible. Ya lo había advertido su cuñado, Rafael Díaz Balart, quien
en 1956 advirtiera del espanto totalitario que tenía entre ceja y ceja el
esposo de su hermana Mirta y padre de Fidelito, el hijo de ambos. La respuesta
dada por Castro fue taxativa: la esencia de la totalitaria dictadura castrista
cubana jamás estaría en discusión. Había llegado para eternizarse, como lo
decidiera años después en una decisión macondiana su cámara de diputados, entre
quienes se contaba el trovador cubano Silvio Rodríguez: “la revolución cubana
será eterna”. Reformas que no la cuestionaran eran perfectamente discutibles.
No servían de nada, más que de tenue maquillaje del régimen. Libertades que la
pusieran en duda, bajo ningún motivo: “dentro de la revolución todo, fuera de
la revolución nada”. Resistieron el embate de la crítica los más irreductibles
respaldos intelectuales de Castro, como los de Julio Cortázar y Gabriel García
Márquez. Morirían rendidos a los pies del tirano. Ni modo.
No es del caso discutir si la cubana fue alguna vez revolucionaria, más allá de
asaltar el poder con el auxilio del pueblo insurrecto que aspiraba a la
libertad, el estado mayor de las fuerzas armadas cubanas que se entregaron
prácticamente sin enfrentar a las guerrillas de la Sierra Maestra y contando
con el subrepticio o abierto respaldo del Departamento de Estado
norteamericano, desalojar la vieja dictadura batistiana y crear un revolcón
social de vastas consecuencias al sistema de dominación tropical imperante en
la isla. Sin tocar el racismo de su clase dominante blanca y gallega,
como los Castro, concentrando el poder en una burguesía militar bajo el férreo
control del comandante Fidel Castro y su hermano Raúl, manteniendo al pueblo
hambreado y dominado por una crisis humanitaria jamás resuelta. Como la
venezolana, esa crisis humanitarioa servía a la dominación totalitaria;
hambrear para consolidar la apropiación del poder por las pandillas
castristas, la entronización de sus fuerzas armadas aliadas a un bolchevismo
tropical de nuevo cuño y la puesta en servicio de un agente de la Unión
Soviética en África, Europa y América Latina. Marx estuvo tan ausente como
Lenin. Y de Stalin, todo: su metabolismo de dominación y un Gulag tropical.
¿Revolución proletaria o desarrollo de las fuerzas productivas? Ni en pintura.
De manera que el slogan del Caballo bien expresado hubiera debido decir: bajo
mis piernas y lamiendo mis botas, todo. Fuera de mis botas, nada. La única
salida que dejó abierta al hambre, la sumisión y la desesperación fue la huida
lanzándose al mar con lo que flotara, para terminar siendo carne de tiburones.
El Caribe está alfombrado de las osamentas mondadas por los escualos y una
diáspora instalada en La Florida que dejó de ser cubana para convertirse en
mayamera hace décadas. A pesar de Jorge Edwards y Pablo Neruda, que lo
aborrecieron desde su nacimiento, los partidos comunistas, en especial el
chileno, pasaron por el aro y a pesar de 17 años de castigo dictatorial y la
evidente prosperidad que alejaran a Chile cada día más de la devastación
haitiana de la sociedad cubana, aún hoy siguen defendiendo la cruenta
fantasmagoría tropical. Hoy más que caricaturizada por el chavismo venezolano.
La revolución castrista más corrupta, ladrona, terrorista y narcotraficante de
la historia. Marx y Lenin se estarán revolcando en sus tumbas.
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Si bien tampoco la soviética fue una revolución en el sentido marxista. Como no
lo fuera ninguna de las revoluciones socialistas del Siglo XX. Y no podía serlo
porque como bien lo advirtiera su mayor conciencia histórica, la de Trotski, no
habiéndose desarrollado las fuerzas productivas rusas al nivel necesario para
transitar orgánica, dialéctica, hegelianamente a la etapa superior del
capitalismo industrial – el comunismo: “de todos según sus capacidades, a todos
según sus necesidades” – tuvo que tomar el aparataje filosófico doctrinal del
marxismo y ponerlo patas arriba; en lugar de construir el socialismo ayudándolo
a ver la luz desde el vientre de su infraestructura, la punta de lanza del
desarrollo capitalista industrial – entonces Inglaterra, Francia y Alemania – ,
se vio compelido a construirlo en su periferia desde la cabeza hipertrofiada de
la superestructura zarista: asaltar el Poder mediante una vanguardia decidida y
voluntariosa, establecer una feroz dictadura a la rusa, como la de Iván el
Terrible, e imponer el socialismo a golpes de campos de concentración,
hambrunas, destierros y devastaciones. El leninismo fue el procedimiento para
hacer madurar el socialismo estructural a punto de carburo totalitario. Hasta
verse superado por las circunstancias e implosionar para caer en brazos del
capitalismo de Estado, como el chino, a los pies de las mafias burguesas
nacidas al calor del burocratismo bolchevique.
La cubana fue la primera caricatura revolucionaria marxista: pura
superestructura, totalitarismo militarista y caudillismo familiar gallego,
tiranía y esclavización ilustrada, construidas sin un mínimo y elemental aporte
de industrialización ni desarrollo económico. Un marxismo fantasmagórico.
Devastado el campo y saqueada la industria azucarera, sin otra forma de
mantenimiento y reproducción que mediante la economía de servicios: poniendo en
marcha unos ejércitos de color al servicio de la expansión imperial soviética
en África, América Latina y el Tercer Mundo, primero; abriéndose al turismo
español y europeo, soportado por el jineterismo ancestral, después; alquilando
mano de obra hospitalaria, finalmente, para terminar devorándose a Venezuela
gracias a su know how policiaco y dictatorial.
El socialismo venezolano, última fase del aberrante marxismo leninismo
tercermundista, probó una última suerte: aprovecharse de un estado capitalista
petrolero y subdesarrollado en crisis, cooptar mediante la corrupción
desaforada y en moneda dura a sus fuerzas armadas, dislocar un sistema
sociopolítico hegemónico hasta convertirlo en mera fuente de sostenimiento del
penúltimo factor, Cuba, y de los eventuales poderes emergentes: los movimientos
“revolucionarios” integrados al llamado Foro de Sao Paulo. Cumpliéndose así un
ciclo descrito por Trotski en su magna obra LA REVOLUCIÓN
TRAICIONADA. De darse una revolución pretendidamente socialista en un
país carente de unas fuerzas productivas suficientemente desarrolladas como
para sostener el esfuerzo de la transformación revolucionaria estructural,
orgánicamente, afirmó Trotski en la obra mencionada, no se hará más que
repotenciar las viejas y ancestrales determinaciones de la barbarie político
social preexistente. Será una revolución bárbara, devastadora, caudillesca,
esclavizadora y ruin. No conozco mejor definición de la tragedia soviética, de
la tragedia cubana y de la tragedia venezolana. Ni mejor definición de la
secreta aspiración de sus funcionarios: barbarizar la sociedad, incluso al
nivel del canibalismo de sus ciudadanos, para permitir la hegemonía de
las pandillas de la barbarie.
¿Hay otro tema principal sobre el que discutir que no sea negociar las
condiciones para el desalojo de la tiranía narcoterrorista dominante? Ledezma
acaba de dar la respuesta: es el único tema sobre el que valdría la pena
negociar. De eso y sólo de eso se trata: de negociar el desalojo. Todo lo demás
es tiempo perdido.
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