Cuaderno de Apuntes
El Sol de Colombia
El 17 de diciembre de 1830, en la Quinta «San Pedro Alejandrino», cerca de
Santa Marta (Colombia), dejó de existir el Genio de la Libertad, el más Grande
Hombre de América. A la 1 en punto de la tarde, «murió el sol de Colombia»,
Simón Bolívar
Santa Marta (Colombia), dejó de existir el Genio de la Libertad, el más Grande
Hombre de América. A la 1 en punto de la tarde, «murió el sol de Colombia»,
Simón Bolívar
Angel Jimenez Guevara (Notitarde/ 17-12-2014)
El año de 1830 fue de desolación para América: el viernes 4 de junio cae asesinado el Mariscal Sucre en un cobarde atentado por el camino de montaña de Berruecos. El 22 de septiembre Páez firma la Constitución que crea la Cuarta República que entierra el ideal bolivariano. El 17 de Diciembre exhala su último suspiro Simón Bolívar, el sol de Colombia.
Bolívar muere en la misma fecha de un también 17 de diciembre pero de 1819, cuando nació la Gran Colombia en aquel Congreso de Angostura presidido por Bolívar. Un sueño hecho realidad que nació y murió con él luego de innúmeros combates por la vida y afrontando su última batalla contra la muerte. Ese día se había interrumpido el tiempo de la independencia americana. Ya nada podía cambiar el curso de los acontecimientos adversos para América. Una Venezuela separada de la Gran Colombia caía en manos de una corrupción más demoledora que el poder español.El espíritu guerrero de Bolívar era admirable. Lo único que necesitaba, en aquellas fechas, era la oportunidad de dirigirse nuevamente a su pueblo, convencido de que sus palabras avivarían ese sentimiento patriótico que estaba inerme con el gorjeo de los discursos políticos y como siempre, Sucre jugaba un papel trascendental en lograr penetrar el bastión militar que le había impuesto el gobierno venezolano. Pero la Diosa Fortuna lo había abandonado. La aciaga noticia del asesinato del Abel de Colombia derrumbó todos sus planes en Venezuela y la unión bolivariana.
Los adversarios de Bolívar conocían de su poder de convocatoria, su persistencia y tesón. Asesinarlo era improbable; por ello, y por el temor de que sus planes se materializaran, se fraguó el asesinato de Sucre. Para los gobernantes de Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia y Ecuador, esa muerte fue más que provechosa, ya que sacaban del camino el último estorbo para tratar con la dominación extranjera.
A partir de la noticia funesta, el silencio se apoderó de Bolívar. Ya no se percibía la voz de mando que alentaba a su oficialidad, ni animaba a sus soldados a invadir a Venezuela. Sólo el transcurrir de las horas del día parecían ser eternas en la existencia del Paladín. Es entonces cuando Bolívar, sacrificando su cuerpo hasta ese entonces inmortal, concibe la ofensiva más trascendente de su vida: imponerse a la muerte para eternizar su obra.
Así, a la una de la tarde del 17 de diciembre de 1830, desesperado por sacudir las mentes de las futuras generaciones, se sacrifica en el Altar la Patria. Y, en ese relámpago del tiempo, el General Montilla con su espada detuvo el péndulo del reloj que señalaba la hora exacta en que nos abandonó el Libertador expresando: Ha muerto el sol de Colombia . Ese fue un gesto de justicia y abnegación para quién lo dio todo por la patria, y como una señal de que se había detenido el tiempo de la libertad Americana
Director C.U.A.M. Sede Puerto Cabello.
Había recibido de manos del Cura de la aldea de Mamatoco los Santos
Sacramentos. Después de haber dado libertad a tantos millones de
suramericanos, Bolívar se halla en su último instante muy solo. Apenas
le rodean Mariano Montilla, Fernando Bolívar, José Laurencio Silva,
Portocarrero, el edecán Wilson, Ibarra, Cruz Paredes, José María Carreño...
El médico de cabecera Alejandro Próspero Reverend, viendo que llegaba
el momento supremo los llamó y les dijo: «Señores, si queréis presenciar
los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es
tiempo». Pero, indudablemente, Bolívar continúa vivo en el corazón de los
pueblos, en la ideas que parecen escritas para nuestros días, en las
acciones que son permanente ejemplo para todos aquellos que sienten
de verdad lo que es una patria redimida. El Sol de Colombia sigue brillando.
Bolívar lo vivió. Destituido de todos sus cargos por la oligarquía
grancolombiana —asesinado, antes, su noble amigo el mariscal Sucre que
ganara en los Andes, en 1824, la última batalla de la Independencia y es
necesario decir que nunca se supo quién le preparó la emboscada de
la muerte—, fue abandonado, Bolívar, a su suerte. Camino de su destierro
a Venezuela, sublevada ya ante su posible llegada porque iba precedido
de la apelación de dictador, Bolívar no tuvo a su lado nada más que un
grupo de amigos: contados con los dedos.
Enfermo, le curaba el médico francés Alejandro Prospero Reverend.
Arribado a la ciudad costeña de Santa Marta, el Libertador no encontró
techo de recepción nada más que en la casa de un español: Joaquín de
Mier. Ya próximo a la muerte se refugió en la Quinta de San Pedro
Alejandrino. Esta mansión pertenecía, también, al mismo español.
En San Pedro Alejandrino pronunció aquella invocación a la ironía:
"Jesucristo, Don Quijote y yo hemos sido los más insignes majaderos de este mundo".
AÑOS FINALES
Bolívar están llenos de amargura
y frustración. Hizo un balance
de su obra, comprobando que lo
más importante quedó sin hacer
mientras lo hecho se
desmoronaba. La independencia
integral de América, el plan
para llevar las tropas libertarias a
Cuba, Puerto Rico y Argentina,
que se aprestaba a una guerra
contra el imperio brasileño,
o a la España monárquica, si fuera necesario, quedaban como lejanas
utopías imposibles de realizarse. La confederación grancolombiana,
o la andina, o la anfictionía americana, todo eso que estuvo a punto de
cumplirse, debía posponerse ante otro tipo de problemas inmediatos:
fuerzas del Perú invadieron el Ecuador, y su expulsión le llevó casi todo
1829. El general José María Córdova, uno de sus más cercanos amigos,
dirigió una revuelta y fue asesinado. El general Páez, desobediente y
desleal, se le insubordinó también y declaró la separación de Venezuela.
(De ese acto nacería, al fin, la Venezuela nación libre y soberana)
Se vio obligado a expulsar de Colombia a Santander, antes uno de sus
mejores aliados. A comienzos de 1830, Bolívar regresó a Bogotá para
instalar otra vez un Congreso Constituyente; ante esa soberanía, renunció irrevocablemente. Ahora sólo deseaba irse lejos de Colombia, a Jamaica
o a Europa, aunque vaciló y pensó que bien valía la pena comenzar de nuevo,
reuniendo a sus leales en la costa colombiana. Varios sectores del ejército
se levantaron, esta vez en su favor, pero ya era tarde. Cada vez más enfermo,
logró llegar a Cartagena a esperar el buque que lo alejaría de tanta
ingratitud. Para su mayor desgracia, recibió en Cartagena la noticia de que
Sucre, el más capaz de sus generales y tal vez el único que podía
sustituirlo, había sido asesinado en Berruecos, a los 35 años de edad.
Contemporizando con la muerte que ya se anunciaba, aceptó la
hospitalidad que le ofrecía el generoso español Joaquín de Mier, para
llevarlo a su finca, un trapiche llamado San Pedro Alejandrino, en las
proximidades de Santa Marta, a descansar. Tradicionalmente se ha
dicho que Bolívar estaba tuberculoso, pero algunos médicos sostienen
hoy día que una amibiasis le atacó el hígado y los pulmones. Dictó
testamento el 10 de diciembre de 1830. Ese mismo día emitió su última
proclama pidiendo, rogando por la unión. Siete días después, a la una
de la tarde, como dijo el comunicado oficial, «murió el Sol de Colombia».
Vivió 47 años, 4 meses y 23 días. Sepultado en la iglesia mayor de Santa
Marta, allí quedó su corazón, en una urna, cuando los restos fueron
llevados a Caracas doce años después.
Un recuento de su obra militar no encuentra similar en la historia de
América. Participó en 427 combates, entre grandes y pequeños;
dirigió 37 campañas, donde obtuvo 27 victorias, 8 fracasos y un resultado
incierto; recorrió a caballo, a mula o a pie cerca de 90 mil kilómetros,
algo así como dos veces y media la vuelta al mundo por el Ecuador;
escribió cerca de 10 mil cartas, según cálculo de su mejor estudioso,
Vicente Lecuna; de ellas, se conocen 2939 publicadas en los 13 tomos
de los Escritos del Libertador; su correspondencia está incluida en
los 34 tomos de las Memorias del general Florencio O'Leary; escribió
189 proclamas, 21 mensajes, 14 manifiestos, 18 discursos y una breve
biografía, la del general Sucre. Personalmente, o bajo su inspiración,
se redactaron cuatro Constituciones, a saber: la Ley Fundamental del
17 de diciembre, creadora de Colombia (Angostura); la Constitución
de Cúcuta (1821); el proyecto de Constitución para Bolivia (1825); y el
decreto orgánico de la dictadura (1828). No tuvo tiempo para completar
su obra magna: la unidad política de Latinoamérica, la liberación de
Cuba y Puerto Rico, el apoyo a Argentina contra el imperio brasileño,
la Confederación Andina (1825), la ayuda a la propia España
para liberarse de los monarquistas (1826), en fin, el establecimiento
de una sociedad utópica, donde se logre «la mayor suma de felicidad
posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de
estabilidad política» (1819). En 20 años de intensa vida política,
7538 días de actividad revolucionaria, a partir de su misión diplomática
a Londres (1810) y hasta su deceso en Santa Marta, casi no hubo día
en que no redactara una carta o emitiera un decreto, o que recorriera
13 kilómetros diarios en promedio.
América ha reconocido a Bolívar como el paradigma y símbolo
más querido de su identidad y soberanía. En 1842 el Congreso de
Venezuela dispuso que las cenizas del Libertador fueran trasladadas
con toda pompa de Santa Marta a Caracas y reposan hoy en
el magnífico Panteón Nacional. En 1846 Colombia puso la estatua de
Pietro Tenerani en el centro de Bogotá. En 1858 Lima le erigió
una estatua ecuestre, reconociéndolo como Libertador de la nación peruana.
En 1891 Santa Marta puso una estatua de mármol junto a la
Quinta de San Pedro Alejandrino. Ya desde la segunda mitad
del siglo XIX se le levantaron monumentos en casi todas las ciudades
importantes de América y en muchas de Europa. Se cumplió así la
insuperable sentencia de Choquehuanca: «Con los siglos crecerá
vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina».
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