Peter Albers
“Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se
desea”. Así define el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua lo
que ahora pretende prohibir y castigar el régimen.
El odio siempre ha existido. Es una carga que llevamos los
humanos desde que Adán y Eva fueron echados del Paraíso Terrenal, para llevar
el asunto a terrenos bíblicos. Lo que experimentó Caín cuando mató a su hermano
Abel fue eso: odio. Un sentimiento que todos experimentamos hacia algo: la
altura, la muchedumbre. Las llaman “fobias”.
Los chavistas encumbrados tienen sentimientos
contradictorios: Odian a los ricos, pero tienen millones de dólares en sus
cuentas secretas. Odian a quienes ostentan sus riquezas, pero no dudan en
ostentar la suya propia, viajando por el mundo y exhibiéndose en los mejores
hoteles, restaurantes y tiendas lujosas del mundo, incluido el lugar que más
dicen odiar: el “imperio”. Odian a quienes emigran, pero mantienen a sus
familiares en lujosas viviendas de París, Nueva York o Londres. Odian a quienes
se les oponen, y por esa razón odian a la mayoría de los venezolanos, pero no
soportan que se les odie a ellos.
O, mejor dicho: no les importa que se les odie, con tal de
mantenerse en el poder a toda costa. Lo que les importa es que se exprese ese odio
poniendo al descubierto sus actos ilícitos. Y resulta que fue su fallecido
líder quien instituyó el odio entre los venezolanos, llegando hasta decir que
“freirían en aceite las cabezas de los adecos”.
Prohibiendo el odio no acabarán con él, sino que lo
incrementarán exponencialmente. Y será como el proverbial escupitajo hacia
arriba, pues deberán auto flagelarse: Todos los días escuchamos por los canales
oficiales, y leemos en los medios escritos dominados por el régimen,
expresiones de odio contra quienes se le oponen, aún más allá de nuestras
fronteras.
Los venezolanos sabemos la verdadera intención de la llamada
“ley contra el odio”. La idea es acallar las voces de quienes expresamos
nuestra inconformidad con el estado de hambre y miseria al cual han llevado al
pueblo venezolano con sus aviesas maneras de gobernar, sin rendir cuentas de
sus desmanes ni respetar la Constitución que ellos mismo impusieron, pero que
ahora, cuando la opinión pública se les ha reversado, no les sirve. Pero
colocar mordazas no nos quitará el hambre, no sanará a los enfermos carentes de
medicinas, no mejorará los servicios públicos faltos de inversiones para su
mantenimiento y mucho menos para su incremento, no retornará el ganado a las
tierras de pastoreo, ni hará brotar las plantas que nos darán sus frutos para
aplacar el hambre generalizada.
Si denunciar los hechos de corrupción, los atropellos de las
fuerzas armadas, y los crímenes de sus bandas irregulares de matones provistos
de fusiles por el mismo régimen es incitar al odio, habrá que ver qué cosa hace
quien con una mano al frente nos muestra una paloma de la paz mientras con la
otra en la espalda esgrime una granada, todo eso mientras nos insulta y ofende.
No es de extrañar ese discurso que impone que “lo que es
malo para ti, es bueno para mí”, o viceversa. Tenemos casi 18 años con él. Un
personaje del régimen puede decirle “borracho y embustero” al mismísmo
presidente de los Estados Unidos, mientras que a uno pueden meterlo preso por
decirle lo mismo a cualquier funcionario del régimen, así haya visto una foto
suya subido a un yate y con una botella del mejor whisky en la mano, y oído
decir que “en Venezuela no hay hambre ni falta de medicinas”.
peterkalbers@yahoo.com
@peterkalbers
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