Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 28 de agosto de 2011

Los Ejércitos Libertadores ¿Por qué el empeño de cubrir a toda la sociedad de la época con el manto de la rebeldía?

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Los Ejércitos Libertadores

¿Por qué el empeño de cubrir a toda la sociedad de la época con el manto de la rebeldía?

ELÍAS PINO ITURRIETA | EL UNIVERSAL
domingo 28 de agosto de 2011 12:00 AM
El Decreto No. 8.395 del Presidente de la República declara el 13 de agosto como Día del Nacimiento del Ejército Libertador, después de una interpretación de la Independencia sobre la cual vale la pena detenerse para calcular la medida de las demasías y los lugares comunes en los que quiere sostener su designio de pedirle al pasado lo que no puede dar como sostén del porvenir. De la lectura brotan unas afirmaciones superficiales y tendenciosas, cuyo origen no puede ser sino, aparte de una grosera ignorancia, un empeño de manipulación que llega hasta extremos escandalosos.

En el primero de los Considerandos del Decreto se estrena el Presidente con una perla. Afirma que el 19 de abril ocurrió "una alianza de los mantuanos con las milicias de pardos". A la afirmación la ha precedido un conjunto de textos escritos por historiadores que simpatizan con la "revolución", a través de los cuales se ha mostrado cómo algunos mandos de las tropas de morenos obedecieron las órdenes de los conjurados o movieron sus piezas contra la autoridad de Emparan. Debió suceder así, pero sólo en situaciones contadas que no permiten una generalización, mucho menos una declaración tajante como la expuesta en el comienzo del documento, cuyo contenido remite a un acuerdo entre los aristócratas y los soldados procedentes de las "castas" que jamás existió. El redactor del Decreto olvida la molestia que causó entre los blancos la creación de las milicias de morenos llevada a cabo por el rey en las postrimerías del siglo anterior, y los epítetos injuriosos que desembucharon ante el desfile de uniformados y abanderados que les parecían insulto e irrisión por el color oscuro de su pellejo. No fueron pocos los mantuanos que amenazaron con retirarse del Real Ejército, para que no los confundieran con esas insólitas compañías de mestizos sin honor ni disciplina con cuya creación los avergonzaba la monarquía. Las querellas de la época se alimentaron de la odiosa distancia que pretendían imponer los oficiales blancos ante lo que consideraban como una comparsa de advenedizos capaces de destruir el paraíso que dominaban en exclusividad, testimonios de un volumen tan abrumador que resulta imposible su inadvertencia.

Pero después de la primera exageración, de la primera abusiva patraña, cabe perfectamente la segunda. Según el Considerando que sigue, en sus comienzos el movimiento de Independencia "se nutrió del espíritu de resistencia de los indios caribes, timotes, pemones, jirajaras, guaiqueríes, entre otras comunidades originarias y combatientes, así como de la rebeldía afrodescendiente". Lo de los movimientos de los negros esclavos como fuente de inspiración raya en la comicidad, debido a que se sabe de sobra cómo preocupaba entonces a los próceres mantuanos, quienes también eran propietarios de esclavitudes, la alternativa de un alzamiento cruento de los siervos, como el de los jacobinos de Haití, o como el cercano de José Leonardo Chirinos en Coro que les quitaba el sueño y contra el cual actuaron sin compasión. En relación con el vínculo que pudieron establecer los iniciadores de la emancipación con los movimientos de resistencia indígena bastaría, de momento, el recuerdo de lo que Bolívar escribió sobre las comunidades autóctonas en la Carta de Jamaica y en otros papeles de su paso por el Caribe, en los cuales las presenta como dóciles seguidoras de la dominación del hombre blanco y como encarnación de la apatía en torno a los asuntos públicos. Los indigenismos y los abolicionismos no fueron oferta corriente en el menú de la Independencia, como asegura paladinamente la prosa oficial del Decreto No. 8.395 del Presidente de la República.

Las afirmaciones sin fundamento tienen un objetivo: presentar a las fuerzas armadas de la actualidad como hijas de un proyecto político sin fisuras ni dudas, que arranca con la Independencia y ahora la sucede en una misma faena de revolución y transformación. Pero, para desdicha del propósito, el Decreto es una conjunción de olímpicas pamplinas. Media Venezuela, o quizá más de media, se opuso a la Independencia. Al principio sólo un fragmento de pueblo apoyó a los insurgentes, porque el resto gritó y luchó y se mató por Fernando VII. Entre ese resto deben incluirse numerosas comunidades indígenas, así como no pocos esclavos cimarrones quienes no simpatizaban con la idea de un gobierno dirigido por los amos que antes los flagelaban en sus haciendas. Si hasta María Antonia Bolívar fue seguidora de la Corona, ¿por qué el empeño de cubrir a toda la sociedad de la época con el manto de la rebeldía? Si uno de los enemigos empecinados de la emancipación fue el indio Reyes Vargas, hasta que cambió de opinión y de bando, ¿por qué insistir en el tema de la resistencia indígena como parte de la guerra contra España? Porque le interesa al redactor del Decreto, cuyo piso sostenido en el presente es excesivamente precario. De allí la necesidad de buscar soportes en el pasado, de modificar a la brava la memoria de la sociedad para ver si puede soportar lo que le sucede. De allí la fabricación de un nuevo Ejército Libertador Bolivariano Revolucionario Insurgente y Patriótico, como el de los próceres fundadores. De allí la proclamación de una paternidad debido a la cual no deben abundar las reticencias por lo mucho que lograron en su momento quienes la representan. Es una lástima que el Decreto No. 8.395 haya sembrado de manera tan deplorable el árbol genealógico.

eliaspinoitu@hotmail.com

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