Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

sábado, 29 de abril de 2017

Nuestro amigo común: “La naranja socialista” La sátira de Péter Bacsó El testigo expone la incompetencia, la torpeza y el sinsentido de las vidas de aquellos que forman parte del engranaje comunista

 El testigo 
Por NARCISA GARCÍA
El Nacional Papel Literario 28 DE ABRIL DE 2017
El cineasta húngaro nacido en Checoslovaquia, Péter Bacsó, vivió tan solo unos veinte años de su vida bajo un gobierno no totalitario. Nacido en 1928, y educado en Hungría, Bacsó vivió los veinticuatro años de mando de Miklós Horthy, regente de Hungría, luego de que la contrarrevolución acabase con el gobierno bolchevique de Béla Kun. Horthy dejaría entrar a los alemanes a Hungría habiéndose plegado a las potencias del Eje, hasta que fue arrestado por ellos mismos en 1944. Bacsó vivió luego la larga caterva de primeros ministros y presidentes socialistas intercambiables en su cretinez hasta la llegada de Matvei Rákosi, una suerte de incompetente mayor con mucha suerte.
Rákosi fue capturado en la Primera Guerra Mundial, participó en el gobierno breve de Kun, huyó a la Unión Soviética, y al volver a Hungría fue capturado nuevamente. Tras salir a la Unión Soviética una vez más y volver a Hungría, esta vez con el ejército rojo instaurando el nuevo gobierno soviético, es nombrado secretario general del Partido y hasta se reúne con Stalin como uno de los suyos. El escritor Simon Sebag Montefiore (La corte del zar rojo, Crítica) cuenta el favoritismo de Stalin hacia Rákosi, entre otros líderes, en una temporada determinada: “Estaba luego la nueva corte de vasallos europeos: sus favoritos eran el líder polaco Boleslaw Beirut (…), su segundo, Jakob Berman, el presidente checo, Clement Gottwald, y el de Hungría, Matvei Rákosi. Los orgullosos yugoslavos, el mariscal Tito y Milovan Djilas, eran menos de su agrado”. Tras la muerte de Stalin, Tito haría que depusiesen a Rákosi como primer ministro para ser reemplazado por Imre Nagy, quien relajó los controles económicos y políticos hasta producirse la Revolución húngara de 1956, aplastada con la entrada de las tropas soviéticas a Budapest ese mismo año. Nagy, amigo cercano del cineasta Péter Bacsó, fue ahorcado dos años después.
La sátira de Bacsó El testigo (1968) se completó ese año pero no se estrenó sino diez años después, tras haber sido censurada por el Partido. Razones, tenía de sobra: expuestas quedan la incompetencia, la torpeza casi subnormal y el sinsentido de las vidas de aquellos que forman parte del engranaje comunista –Rákosi parece haber sido inspiración para uno de los personajes–. Aunque es evidente que si razones necesitan, aunque no existan, se las inventan. “Lo que es sospechoso es que no levante sospechas”, dice uno de los funcionarios.
Ambientada a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, y divertida a más no poder, El testigo cuenta la historia de József Pelikán (Ferenc Kállai), padre de ocho niños, miembro del Partido Comunista húngaro y cuidador de una represa. Su mujer lo abandonó por un camionero rumano, y para alimentar a sus hijos, tras llegar tarde a la tienda donde de manera extraordinaria había llegado carne, decide matar al noveno miembro de la familia: Desirée, un cerdo. Es ilegal matar cerdos sin permiso del Estado, de modo que debe hacerlo sin que se entere nadie. Lamentablemente Pelikán ha sido denunciado por un hombre que ya lo ha denunciado antes y que le valió que le arrancasen los dientes (por eso lleva ahora dientes postizos metálicos). En la cárcel Pelikán se encuentra con su torturador, con quien comparte la celda. A partir de aquí, Pelikán saldrá y entrará de nuevo a la cárcel por lo menos cuatro veces, a petición del general Virág (György Kézdy), quien insiste en otorgarle al cuidador de la represa cargos que exigen de él algo de lo que carece: cinismo. La primera vez que sale de la cárcel: “―¿Libre? Pero, ¿y el cerdo? ―No existió. Está usted libre sin cargos. ―Pero yo lo maté. Estoy aquí con razón. ―No discuta. Es inocente y ya está. Órdenes de arriba”.
Entre los trabajos impuestos a Pelikán por el general Virág están dirigir la piscina pública –a la cual deja entrar al público sin darse cuenta de que su superior, el camarada Bástya, la usa para nadar en soledad, creando un caos cuando montones de jóvenes se tiran al agua y el coronel grita ¡traición, traición! mientras sus guardaespaldas se echan al agua con gabardina y todo a sacarle de la piscina–; dirigir un parque de atracciones –de Parque Inglés pasa a Parque de la Felicidad: “¿Parque Inglés? ¿Y que esos imperialistas se rían de nosotros? ¡Nunca!” exclama el general Virág–; y dirigir una plantación de naranjas. Encargado de cultivar “la nueva naranja húngara”, Pelikán conserva la única naranja que maduró de la cosecha escasa con el cuidado suficiente como para que estuviese perfecta para el día de la “fiesta homenaje a los desarrolladores de la naranja”, donde acudirían los “héroes de la batalla de la naranja”. Uno de los diálogos más divertidos de la cinta ocurre durante el magno evento, entre Virág y Pelikán: “―Ganamos. Mereció la pena, ¿verdad? ―No me parece bien. Después de todo estamos engañando a la gente. ―¿A quién engañamos? ¿A nosotros mismos? No, porque ya lo sabemos. ¿Al pueblo? No pueden permitirse naranjas ni limones pero al menos disfrutan con la celebración. ¿A los imperialistas? A esos sí les hemos dado una lección”. 
El nombre de la cinta responde al último encargo de Virág para Pelikán: debe ser testigo de un juicio al estilo de la Purga en contra de un exministro amigo suyo. Le acusan de lo mismo que siempre: traidor, fascista. Justo antes de testificar, Virág se encuentra con Pelikán en una habitación contigua y le pide que repase el testimonio de nuevo, sacando un lote de papeles de su maletín. Al revisarlos le dice Pelikán: “Perdone camarada, pero esta es la sentencia”.
El testigo no matiza ni hace sutiles sus intenciones: en la primera escena Pelikán recorre los alrededores del Danubio junto a Ficko, su perrito. En la tierra, escrito con piedras blancas: “¡Larga vida a nuestro sabio y amado líder!”. Ficko se orina sobre la frase mientras su amo grita llamándole la atención. Hilarante de principio a fin, la cinta de Bacsó es reconocida hoy como una de las mejores sátiras del cine sobre el comunismo, enfermedad que si no tuviese cien millones de cadáveres encima, sería desternillante.  


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