La última entrevista de Alberto Garrido
Jurate Rosales* / Revista Zeta No. 1639 (Venezuela) - 13/12/07
Última semana del mes de noviembre 2007. Suena una sorpresiva llamada de Alberto Garrido, el hombre que reveló al mundo, a través de 17 libros, los inicios y metas de la revolución que Chávez trata de imponer en Venezuela: "Jurate, quiero pedirle algo. Que me entreviste". Generalmente, es a Garrido a quien los periodistas piden una entrevista. Estoy sorprendida. Garrido tiene periodistas mucho más cercanos a él que yo. Es hermano de la izquierda venezolana y escuchado por la derecha. No soy ni lo uno, ni lo otro. Nuestras conversaciones, estrictamente intelectuales, generalmente terminaban en opiniones divergentes y Garrido me llamaba irónicamente "mi maestra". ¿Por qué me llama a mí?
Pausadamente, me informa que le acaban de diagnosticar cáncer con metástasis en el tracto digestivo. Como si se tratara de un tema académico, me explica que pone el punto final a una nueva y ampliada edición de su libro, "Guerrilla y Conspiración Militar en Venezuela" donde agregó una muy reciente entrevista con Douglas Bravo.
Lo corto e insisto que luche contra la enfermedad. Me asusta su resignación y falta de ánimo. Trato de darle aliento, y quedamos que dentro de cinco días, el martes después del Referendo, nos reuniremos para la entrevista. Quedo impresionada por la ausencia de lucha que percibo en sus palabras. Vuelve a insistir en que lo entreviste: "usted no me cambiará nada", explica. Agradezco la confianza.
Llamada del lunes en la mañana
Foto archivo: Alberto Garrido es entrevistado por el periodista Norman Gall, 3 de nov. 2005 (Foto: Soberania.org)
La última entrevista
El pacto de La Orchila
La institucionalidad
AÑOS DESPUES...
Jurate Rosales* / Revista Zeta No. 1639 (Venezuela) - 13/12/07
Alberto Rafael Garrido García. Se graduó de filosofía política en Argentina. Muy joven, se unió a los montoneros, fue encarcelado y posteriormente se exilió en Venezuela, donde ejerció el profesorado en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Mérida donde se desempeñó en diversos cargos académicos. Fue testigo presencial de los inicios ideológicos del movimiento bolivariano y al estudio de sus orígenes y evolución dedicó la última parte de su vida. Fallece en Caracas, a la edad de 58 años. (Foto archivo: Soberania.org / 03-11-2005)
Última semana del mes de noviembre 2007. Suena una sorpresiva llamada de Alberto Garrido, el hombre que reveló al mundo, a través de 17 libros, los inicios y metas de la revolución que Chávez trata de imponer en Venezuela: "Jurate, quiero pedirle algo. Que me entreviste". Generalmente, es a Garrido a quien los periodistas piden una entrevista. Estoy sorprendida. Garrido tiene periodistas mucho más cercanos a él que yo. Es hermano de la izquierda venezolana y escuchado por la derecha. No soy ni lo uno, ni lo otro. Nuestras conversaciones, estrictamente intelectuales, generalmente terminaban en opiniones divergentes y Garrido me llamaba irónicamente "mi maestra". ¿Por qué me llama a mí?
Pausadamente, me informa que le acaban de diagnosticar cáncer con metástasis en el tracto digestivo. Como si se tratara de un tema académico, me explica que pone el punto final a una nueva y ampliada edición de su libro, "Guerrilla y Conspiración Militar en Venezuela" donde agregó una muy reciente entrevista con Douglas Bravo.
Lo corto e insisto que luche contra la enfermedad. Me asusta su resignación y falta de ánimo. Trato de darle aliento, y quedamos que dentro de cinco días, el martes después del Referendo, nos reuniremos para la entrevista. Quedo impresionada por la ausencia de lucha que percibo en sus palabras. Vuelve a insistir en que lo entreviste: "usted no me cambiará nada", explica. Agradezco la confianza.
Llamada del lunes en la mañana
El lunes temprano después del referendo que se alargó casi toda la noche, vuelve a llamar Alberto Garrido a mi teléfono celular. Acaba de ingresar en la clínica, donde le harán una operación exploratoria. Me dice: la llamo para que me entreviste.
Le explico que necesitaría un grabador y me presiona repitiendo con insistencia: "Ahora". Pregunto si puedo llamarlo por el teléfono de la clínica, para colocar el "manos libres" y el grabador. Me dice que acaba de ingresar, en el cuarto hay teléfono que todavía no está conectado y no puede esperar. Vuelve a repetirme con voz más fuerte: "Ahora". Dentro de una hora, lo llevan al quirófano, explicó.
La inusual entrevista empezó tomando notas desde el teléfono celular y terminó, después de conectado el teléfono de la clínica, con un grabador.
Al día siguiente, llamó su hija, Blanca Garrido: "Por favor, venga". Lo encontré sedado con dosis masivas de morfina, sin embargo inquieto y su gran masa corporal, en medio de sus movimientos, era sostenida, abrazada, apretada, por su hijo Albertico y por Blanca. Los tres intercambiaban palabras de inmenso cariño y parecían un solo ser compacto, Albertico con el rostro desencajado y Blanca llorando. Ese mismo día lo trasladaron al Hospital Militar donde murió de un paro cardiaco al llegar.
Le explico que necesitaría un grabador y me presiona repitiendo con insistencia: "Ahora". Pregunto si puedo llamarlo por el teléfono de la clínica, para colocar el "manos libres" y el grabador. Me dice que acaba de ingresar, en el cuarto hay teléfono que todavía no está conectado y no puede esperar. Vuelve a repetirme con voz más fuerte: "Ahora". Dentro de una hora, lo llevan al quirófano, explicó.
La inusual entrevista empezó tomando notas desde el teléfono celular y terminó, después de conectado el teléfono de la clínica, con un grabador.
Al día siguiente, llamó su hija, Blanca Garrido: "Por favor, venga". Lo encontré sedado con dosis masivas de morfina, sin embargo inquieto y su gran masa corporal, en medio de sus movimientos, era sostenida, abrazada, apretada, por su hijo Albertico y por Blanca. Los tres intercambiaban palabras de inmenso cariño y parecían un solo ser compacto, Albertico con el rostro desencajado y Blanca llorando. Ese mismo día lo trasladaron al Hospital Militar donde murió de un paro cardiaco al llegar.
Foto archivo: Alberto Garrido es entrevistado por el periodista Norman Gall, 3 de nov. 2005 (Foto: Soberania.org)
La última entrevista
Esto es lo que reúno ahora, de mis notas y las palabras grabadas ese lunes después del trasnocho del Referendo. Hice la primera pregunta tratando de no dramatizar: "¿Se da cuenta que ganó el No?" Garrido: - Ganó Baduel.
-En su opinión ¿qué pasó ayer en la madrugada del 3 de diciembre?
-Fue una explosión de un largo proceso de confrontaciones de dos posiciones del movimiento bolivariano. Una liderada por Chávez que podríamos llamar revolucionarios en trance y otra liderada por Baduel. Eso se fue desarrollando a través de varias etapas, con múltiples discrepancias entre Baduel y Chávez, siendo la última de ellas, cuando ya Baduel decide dejar el Ministerio de la Defensa en medio de una serie de cuestionamientos sobre la naturaleza de las Fuerzas Armadas y sobre la naturaleza del socialismo del siglo XXI.
Ya anteriormente, en conversación sobre Baduel y Chávez, Alberto Garrido había asomado que las primeras desavenencias graves acerca de la interpretación de la Revolución y sus metas, habían surgido casi inmediatamente después de asumir Chávez la presidencia.
-¿La primera diferencia de enfoques se asomó cuando Baduel estaba en la Secretaría de la Presidencia?
-Allí trascendió incluso en medios internacionales, que había roces incluso personales entre los dos, y había un cuestionamiento permanente también de Chávez de que Baduel no se había alzado el 4 de febrero 1992, pero eso creó un nivel tan fuerte de que Chávez no lo aceptara, que todavía siendo militar activo, Baduel no quiere seguir en el cargo de Secretario de la Presidencia y pasa a un puesto de Comandante de los paracaidistas en Maracay.
El pacto de La Orchila
Según explica Garrido, después del 11 de abril 2002, aparece una unión de Arias Cárdenas y Raúl Baduel, ambos del Ejército, considerando que uno debe desempeñarse en el Ministerio de la Defensa y el otro en la Comandancia del Ejército. Garrido ve a Arias y Baduel, ya en aquel momento, como los institucionalistas, contra Chávez que se presenta como el revolucionario anti-institucional.
Prosigue Garrido: Baduel y Arias, en aquel momento se encuentran contra un muro: la Marina, cuyos almirantes plantean que el Ejército no puede tener directiva, debido a su corrupto desempeño en el Plan Bolívar 2000. "Esta situación tuvo como doble efecto, alejar a Baduel y reagrupar a los bolivarianos que se encuentran fuera del poder".
Añade Garrido que después del 11 de abril 2002, hubo una larga negociación, que internamente llamaron el Pacto de La Orchila. Apenas termina el peligro del golpe, a Chávez le exigen una convivencia democrática y Chávez admite sus errores. Baduel sigue su ascenso, y será el único de los conjurados del Samán de Güere, en culminar su carrera militar en los más altos cargos.
Sin embargo, "Chávez no queda tranquilo y fractura la alianza Baduel-Arias". Siempre en la óptica de Garrido, siendo Ministro de la Defensa, Raúl Baduel se asegura lealtades y se acerca al grupo chavista de Soberanía, donde adopta "una línea ultra nacionalista en cuanto al petróleo e incluso escribe sus puntos de vista en el sitio de Soberanía [Soberania.org], denunciando la corrupción petrolera".
Agrega Garrido: -Cuando Baduel abandona el Ministerio de la Defensa, allí vuelve a pronunciar un discurso muy duro de cuestionamiento de la revolución bolivariana.
Prosigue Garrido: Baduel y Arias, en aquel momento se encuentran contra un muro: la Marina, cuyos almirantes plantean que el Ejército no puede tener directiva, debido a su corrupto desempeño en el Plan Bolívar 2000. "Esta situación tuvo como doble efecto, alejar a Baduel y reagrupar a los bolivarianos que se encuentran fuera del poder".
Añade Garrido que después del 11 de abril 2002, hubo una larga negociación, que internamente llamaron el Pacto de La Orchila. Apenas termina el peligro del golpe, a Chávez le exigen una convivencia democrática y Chávez admite sus errores. Baduel sigue su ascenso, y será el único de los conjurados del Samán de Güere, en culminar su carrera militar en los más altos cargos.
Sin embargo, "Chávez no queda tranquilo y fractura la alianza Baduel-Arias". Siempre en la óptica de Garrido, siendo Ministro de la Defensa, Raúl Baduel se asegura lealtades y se acerca al grupo chavista de Soberanía, donde adopta "una línea ultra nacionalista en cuanto al petróleo e incluso escribe sus puntos de vista en el sitio de Soberanía [Soberania.org], denunciando la corrupción petrolera".
Agrega Garrido: -Cuando Baduel abandona el Ministerio de la Defensa, allí vuelve a pronunciar un discurso muy duro de cuestionamiento de la revolución bolivariana.
La institucionalidad
-Lo profundo en la posición de Baduel fue en el aspecto de la institucionalidad, reclamaba que su posición institucional ha tenido que tener el respeto. Entonces allí es cuando viene, digamos, la gran montura pública que es la del Ministerio de la Defensa, cuando ya Baduel dice: no estoy de acuerdo, tenemos inquietudes de la parte hacia donde esto se dirige.
-¿Esto fue cuándo?
- Recuerda, cuando deja el Ministerio de la Defensa. De ahí viene la discrepancia con Müller, cuando se le acusa a Baduel del liderazgo del sector conservador de las Fuerzas Armadas y todo termina con Baduel fuera del Ministerio de la Defensa, y planteando cuáles van a ser sus próximos pasos y el próximo paso fue el cuestionamiento, o mejor dicho el rechazo a la Reforma.
-¿Cómo explica usted el atentado?
-De este atentado contra Baduel, todavía sabemos poco, pero lo cierto es que tiene que haber producido un detonante interno. Es posible que el atentado frustrado haya servido para que la gente de Baduel se sienta unida.
-¿Entre la gente de Baduel?
- Bueno, realmente en todos, se pueden leer muchos factores. El planteamiento entre Chávez y Baduel es un planteamiento serio, siempre va más allá de toda anécdota. Fue una larga pulseada de Baduel en dos estaciones: qué hacer con la FAN y 2da. - es esta última.
-La decisión de Baduel fue largamente elaborada.
-La decisión de Baduel fue largamente elaborada.
-¿Con cuánta gente podría contar Baduel?
-Es imposible saber con cuánta fuerza cuenta Baduel, pero debe ser importante, para que él tome la decisión de abrirse.
-¿Es una confrontación de largo plazo?
-Chávez nunca abandonará su proyecto. Se dedicará ahora a agrupar a su gente, trabajará en eso. No abandonará el proyecto.
-¿Cómo interpreta la idea lanzada por Baduel de una Constituyente?
-Aquí hay muchos factores empolvados. También están los radicales.
-¿De la izquierda?
-También ellos.
La voz de Alberto Garrido empieza a vacilar. Le deseo salir bien de la operación. Responde: -Bueno, vamos a ver. Murió al llegar la noche del siguiente día.
TIEMPOS CRUCIALES
Antonio Sánchez García | abril 10, 2017 7Web del Frente Patriotico
De allí mi extrañeza ante algunos corresponsales de medios extranjeros muy importantes y de comentaristas políticos del patio, que dan por hecho el valor de tal inhabilitación y ya lanzan pronósticos para los candidatos opositores que se enfrentarán a Maduro en el 2019. Creen, realmente, que esta crisis es agua de borrajas y no ha fracturado al régimen en su columna vertebral. Yo te aviso Chirulí. Si el régimen resiste el embate de todos estos factores, se acabaron las elecciones presidenciales en Venezuela. Es bueno ir bajándose de esa nube y olvidar las mezquindades. Es ahora o nunca.
Antonio Sánchez García @sangarccs
A Henrique Capriles
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Quien haya sido protagonista de estos veinticinco años de oposición al asalto totalitario del caudillismo golpista protagonizado por Hugo Chávez y su camarilla militar, y estos dieciocho años de gobierno dictatorial subordinado al castrocomunismo, como es el caso de muchos de nosotros, no puede menos que asombrarse de los profundos cambios acontecidos en el curso de los últimos meses. Quizá incluso en el curso de los últimos días.
El primero de ellos tiene que ver con el derrumbe del principal escollo que encontramos quienes tuvimos plena conciencia, desde la aparición del teniente coronel por nuestras pantallas, de que el proyecto que se traían entre manos él y los restantes comandantes – todos ellos, sin excepción ninguna – era dictatorial, suponía un regreso a la barbarie y provocaría un desencajamiento telúrico de la institucionalidad democrática construida al precio de tantas vidas y con tantos sacrificios por los sectores más lúcidos y patrióticos de nuestra sociedad a lo largo de los últimos ochenta años de luchas sociales y políticas. Un período de dictaduras, represión, mazmorras y sufrimientos sin cuento, que comienza el Siglo XX con Cipriano Castro, se profundiza y extiendo por otros 27 años con Juan Vicente Gómez, se interrumpe brevemente con la revolución de octubre para continuar con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, hasta desembocar en el acontecimiento más significativo de nuestra historia republicana, el 23 de enero de 1958 y el Pacto de Punto Fijo.
Ese escollo era la incomprensión de la naturaleza dictatorial del proyecto chavista, escorado desde un principio, así fuera a media conciencia, hacia el castrocomunismo, tanto como la naturaleza tendencialmente totalitaria del llamado socialismo del siglo XXI. Incomprensión que de buena o mal fe sostenían y profundizaban en la conciencia popular y en los restantes sectores de nuestra sociedad, en primer lugar la vieja y nueva izquierda socialista, así se hubiera distanciado de participar en dicho proyecto; el llamado chiripero agrupado en torno a Rafael Caldera, que sirviera una de las plataformas de lanzamiento al llamado “proceso”; amplios sectores académicos vinculados al marxismo leninismo y, aunque suene escalofriante, parte importante de la institucionalidad estatal y esa oligarquía mercantílista aferrada a las ubres del Estado dispensador de las riquezas obtenidas por la explotación del petróleo. En términos más genéricos, nos referimos a ese sustrato sociocultural estatista, estatólatra, socializante y caudillesco que ha lastrado a la clase política venezolana y a sus fuerzas armadas desde el fin de la dictadura y la formulación del proyecto sociopolítico encarnado en el Pacto de Punto Fijo.
Los mayores esfuerzos intelectuales realizados por algunos pocos historiadores, economistas, psicólogos, sociólogos y juristas que pudieron demostrar con prolijidad científica la naturaleza dictatorial del régimen implantado por Hugo Chávez con el concurso de Fidel Castro y las fuerzas agrupadas en el Foro de Sao Paulo no consiguieron romper el muro blindado de esa incomprensión. A lo cual coadyuvaron de manera sustancial los gigantescos recursos dispensados por el alto precio del petróleo y el carisma demagógico del héroe de la circunstancia, lo que le permitió a la dictadura ponerse la máscara de un simple y vulgar populismo capaz de mantener una democracia desordenada sostén de un mal gobierno. Al que se debía y se podía enfrentar con las herramientas tradicionales en el marco de los hábitos y usos electoreros enraizados en la conciencia popular. Y en todos sus partidos políticos de esencia democrática.
Todavía hoy hay quienes se niegan a reconocer la naturaleza dictatorial del régimen. Y son mayoría los que piensan que aún siéndolo, aseguran que se le puede derrotar electoralmente. Hasta hace unos días podían contarse con los dedos de las manos aquellos dirigentes que no sólo reconocían la naturaleza dictatorial y castrocomunista del régimen sino que sobrevivían transmitiendo el mensaje de que era posible, si se le dejaba continuar en paz, terminar por acorralarlo y derrotarlo en las elecciones presidenciales del 2019. No faltaron los ofendidos por la insistencia del Secretario General de la OEA en querer aplicar la Carta Democrática al caso venezolano. Podía aguarles sus expectativas. Gracias a Dios, lo logró. Quien hoy sostenga que es posible salir de esta pesadilla con las elecciones del 2018, o es un imbécil o un agente del régimen. Como lo dice la lógica: tertium non datur.
2
Pasarán a la historia venezolana los protagonistas “salvíficos” del giro copernicano que ha sufrido la situación venezolana. Y uso el término salvífico, de savia religiosa, pues me refiero a la Iglesia católica venezolana. Cuya Conferencia Episcopal, yendo incluso contra lo que pareciera creer el papa Francisco I, aseguró como la primera institución de validez universal en hacerlo, la naturaleza dictatorial del régimen imperante. Fue más lejos y acogiendo lo que algunos académicos y columnistas hemos sostenido desde hace muchos años, puso de relieve la necesidad imperiosa, cristiana, de rebelarse contra la dictadura, pacífica y constitucionalmente, pero en la calle, haciendo uso de todos los instrumentos que nos reconoce, legaliza y legitima la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. En particular el artículo 350, que reza: El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos.
Más explícito fue su rechazo al denunciar la naturaleza engañosa del llamado diálogo, usado como instrumento de disgregación de las fuerzas opositoras y postergación de cualquier solución pactada entre el gobierno y las fuerzas políticas opositoras. Se opuso, aún cuando dicho diálogo contara con la aprobación, incluso participación del Vaticano. Y desenmascarando nollen vollen la consciente o inconsciente complicidad de la dirigencia opositora que se plegara a los llamados del régimen, fracturando nuestro frente interno en uno de los capítulos más oscuros de la lucha democrática contra la dictadura.
El otro factor desencadenante de la crisis política en que naufraga la dictadura, posiblemente ya de manera irreversible, que pasara por encima incluso de la dirigencia opositora dispuesta a conciliar con el régimen, es tan sorprendente que hace unos años nadie hubiera podido ni siquiera imaginar que podría acontecer. Es la acción protagónica asumida por el Secretario General de la OEA Luis Almagro, que ha llevado a la Organización de Estados Americanos a asumir el papel al que la obliga su Carta Fundacional, pero por sobre todo la Carta Democrática firmada en Lima el 11 de septiembre de 2001 por todos los Estados miembros: velar por la vigencia del orden democrático y oponerse a todo régimen dictatorial en la región.
A la condena unánime de la Iglesia venezolana, se sumó la valiente e intransigente condena de Luis Almagro, quien en dos informes exhaustivos y demoledores no sólo demostrara la naturaleza dictatorial del gobierno de Nicolás Maduro sino que, al describir las reiteradas y contumaces violaciones del gobierno Maduro, propusiera la inmediata aplicación de la Carta Democrática, que en su primer artículo dispone: “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla.” Y en su artículo 21, luego de enumerar distintas vías de acción política y diplomática para resolver los conflictos internos que la alteración de los valores establecidos en dicha carta por alguno de sus miembros hubiera provocado, establece: “Artículo 21 Cuando la Asamblea General, convocada a un período extraordinario de sesiones, constate que se ha producido la ruptura del orden democrático en un Estado Miembro y que las gestiones diplomáticas han sido infructuosas, conforme a la Carta de la OEA tomará la decisión de suspender a dicho Estado Miembro del ejercicio de su derecho de participación en la OEA con el voto afirmativo de los dos tercios de los Estados Miembros. La suspensión entrará en vigor de inmediato.”
3
Tan sólida parecía la alianza entre la dictadura y algunos factores opositoras dispuestos a acompañarla hasta las elecciones de diciembre del 2018, que todo hacía pensar en que a pesar de la acción de la Iglesia y el empuje del Secretario General de la OEA, el gobierno Maduro parecía disponer de un cómodo margen de maniobra como para evadir, una vez más, el juicio condenatorio y final de un pueblo absolutamente desesperado por la grave crisis orgánica y existencial que padece. Pero carente, hasta ese momento, de un liderazgo decidido a acompañarlo en su rebeldía hasta sus últimas consecuencias.
Fue entonces que surgió, cosa insólita, y del seno mismo de la propia dictadura, el tercer factor desencadenante del que podría llegar a ser a corto o mediano plazo el fin del régimen dictatorial. Ante la urgente y drástica necesidad de firmar algunos convenios internacionales para obtener financiamiento que le permitiera capear el temporal económico que enfrenta y encontrándose con la oposición de la mayoría opositora en el parlamento, Maduro optó por la vía más directa e inmediata: liquidar las pocas potestades que le restan a la Asamblea Nacional, entre ellas la de autorizar tales gestiones crediticias, y transferírselas a si mismo mediante el artilugio de una ley especial dictada por un TSJ ad hoc montado por él mismo violando todas las disposiciones constitucionales y pasando a llevarse en el juego la inmunidad parlamentaria de los diputados opositores. Fue la famosa ley con la que el TSJ liquidó al parlamento, declarando urbi et orbi la naturaleza definitivamente dictatorial, de iure y de facto, del gobierno Maduro.
Venezuela ha comenzado a vivir la vorágine que conociéramos en Ucrania y en la llamada Primavera Árabe. Un pueblo decidido a sacarse de encima la tiranía de un gobierno dictatorial, para mayor INRI al servicio de Cuba. En medio de un contexto internacional que termina constituyendo el cuarto elemento del ajedrez del giro copernicano señalado: ya no gobiernan los demócratas y Donal Trump parece decidido a retomar el liderazgo político, diplomático y militar de los Estados Unidos en el mundo. Si decidió incluso bombardear Siria por haber cruzado la linea roja, ¿tolerará un gobierno dictatorial a las puertas de su patio trasero que baile sobre todas las líneas rojas ventiladas en la OEA?
Si faltara algún otro elemento de perturbación del proyecto castrochavista – entronizar una tiranía de sesgo cubano en Venezuela per secula seculorum – la inhabilitación del líder opositor Henrique Capriles ha terminado por poner la guinda sobre la torta. Perteneciente al sector moderado y visceralmente contrario al uso de cualquier recurso que no se subordine a pactos y acuerdos electoreros con el régimen, su inhabilitación lo ha empujado definitivamente al campo de los radicales, que hoy por hoy dominan la escena y no parecen dispuesto a abandonarla. Poco importan los años de inhabilitación: parten del supuesto negado que Maduro gobernará por ese mismo período y que la dictadura habrá terminado por tragarse a la democracia venezolana como la ballena a Jonás. Un supuesto absolutamente negado. Tal como lucen los tiempos, esa inhabilitación durará lo que el viento en un chinchorro. Si hoy vale poco y no es más que un espantajo, mañana no valdrá nada.
De allí mi extrañeza ante algunos corresponsales de medios extranjeros muy importantes y de comentaristas políticos del patio, que dan por hecho el valor de tal inhabilitación y ya lanzan pronósticos para los candidatos opositores que se enfrentarán a Maduro en el 2019. Creen, realmente, que esta crisis es agua de borrajas y no han fracturado al régimen, Yo te aviso Chirulí. Si el régimen resiste el embate de todos estos factores, se acabaron las elecciones presidenciales en Venezuela. Es bueno que se vayan bajando de esa nube y olvidar las mezquindades. Es ahora o nunca.
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