Vladímir Ilich Uliánov (alias Lenin (Simbirsk, 10 de abril/ 22 de abril de 1870-Gorki, 21 de enero de 1924), fue un político, revolucionario, teórico político y comunista ruso. Líder del sector bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, se convirtió en el principal dirigente de la Revolución de Octubre de 1917. En 1917 fue nombrado presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), convirtiéndose en el primer y máximo dirigente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922. Políticamente marxista, sus contribuciones al pensamiento marxista reciben el nombre de leninismo.
ANTE LA MONSTRUOSA HERENCIA DE LENIN
Stéphane Courtois *Artículo publicado por la revista Valeurs Actuelles, París Traducido del francés por E. Mackenzie | 29/10/2017 | Web del Frente Patriotico
Hace cien años, el 7 de noviembre de 1917, Lenin y sus bolcheviques se apoderaron del poder en San Petersburgo mediante las armas. Ese evento, que habría podido quedar como algo anecdótico, fue rápidamente bautizado como revolución de Octubre y, cumpliendo el efecto mariposa, provocó un maremoto revolucionario en Rusia y después en una Europa traumatizada por cuatro años de guerra y, finalmente, en el resto del mundo. Los soviéticos fabricaron entonces una imagen gloriosa de la “gran revolución proletaria”, la cual fue adoptaba por todos los partidos comunistas. Esta se transformó en memoria gloriosa cuando, en 1945, la URSS venció a la Alemania nazi.
Desde entonces, en nombre de “la lucha contra el fascismo” y de la superioridad del “socialismo” sobre el capitalismo, fue prohibido criticar a los partidos y a los regímenes comunistas. En Occidente muchos se convirtieron en apoyos activos y cómplices de eso. En 1989-1991, la caída del muro de Berlín y la implosión, después, de la URSS ocasionaron el derrumbe del sistema comunista mundial.
Llegamos a pensar que ese sería el fin de ese tipo de dictadura y que la ideología leninista no levantaría cabeza. La apertura de los archivos de Moscú provocó, además, una revolución documentaria que reforzó la desmitificación del bolchevismo. Así fue como en 1997 un equipo de historiadores franceses publicó El Libro Negro del Comunismo que fue un evento mundial.
En Francia ese libro desató una formidable controversia. El ex trotskista Lionel Jospin, primer ministro en ese momento, así como sus ministros comunistas, pero también el partido socialista –sin hablar de los diversos grupos izquierdistas— y un gran diario de la tarde expresaron su furor. Atacaron el capítulo introductorio que abordaba, con prudencia, la dimensión totalitaria del comunismo del siglo XX, lo que implicaba una comparación con el nazismo. En realidad, ese ataque ocultaba el asombro de esa gente ante el capítulo de Nicolas Werth quien trató el tema del periodo del poder bajo Lenin, entre 1917 y 1922, y que demostró, con documentos, que éste había sido quien inauguró todos los métodos criminales generalizados y sistematizados por Stalin desde 1927-1929: represión y exterminio de todos los opositores, instalación del terror masivo como medio de gobierno, de la policía política (la cheka, la futura KGB), creación del Ejército Rojo –ejército de guerra civil y de expansión revolucionaria—, de los campos de concentración en las islas Solovki (prefiguración del gulag), eliminación de la propiedad privada y acaparamiento, por el partido bolchevique, de todos los medios de producción y de distribución de bienes materiales.
En el plano político, Lenin ordenó cerrar por la fuerza la Asamblea Constituyente en enero de 1918 –la primera asamblea elegida mediante el sufragio universal en Rusia y la última hasta antes de 1991 –donde los bolcheviques eran muy minoritarios.
Durante sus cinco años de gobierno y después de haber reflexionado mucho desde 1900, Lenin creó las bases de un nuevo tipo de dictadura, desconocida hasta ese momento, el totalitarismo. Ese régimen descansa sobre el poder absoluto de un partido único que se convierte en partido-Estado, el cual se apodera de todas las palancas del Estado: de las decisiones políticas, del aparato administrativo y del monopolio de la violencia. Ese Estado es dirigido por un jefe carismático, quien es el portador de una ideología radical que no tolera disidencia alguna, que aspira a crear un “hombre nuevo” y pretende construir una sociedad perfecta.
Ese delirio ideológico suscita innombrables resistencias en la sociedad. Por ello, ese régimen descansa sobre el terror, como lo demuestra el hecho de que el derrumbe del sistema se precisó desde el momento en que Mijaíl Gorbachov dio a entender que no utilizaría la violencia.
El aventurero político Lenin provocó así un enorme desastre que dejó una terrible herencia. Esta recayó, primero, sobre las poblaciones sovietizadas –en especial sobre los grandes pueblos ruso y ucraniano, quienes fueron violentados a diario durante tres cuartos de siglo, primero en su carne –hambruna de 1921-1922, cinco millones de muertos; el holodomor ucraniano, 1932-1933, cinco millones de muertos de hambre; el Gran Terror de 1937-1938, 700 000 asesinados de una bala en la cabeza; en la guerra germano-soviética, 27 millones de muertos–. Esa herencia también afectó el espíritu de esos pueblos pues cada quien se vió obligado a tomar la apariencia del homo sovieticus.
Otra herencia desastrosa: desde hace 35 años, el totalitarismo emigró del comunismo al islamismo radical y combatiente el cual, con el pretexto de la religión, pretende imponer al mundo su visión del hombre. ¿Hasta cuándo?
*Stéphane Courtois es historiador y profesor universitario en París. Fue el coordinador y realizador de El Libro Negro del Comunismo. Ha escrito varias obras. Su libro más reciente, publicado en octubre de 2018, del cual hemos tomado este texto, se intitula Lénine, l’inventeur du totalitarisme, Editions Perrin, París, 450 páginas.
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29/10/2017
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