Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

lunes, 23 de octubre de 2017

Ida Gramcko y su viaje hacia la luz “Sol y soledades” es el nombre de la antología recién publicada que María Antonieta Flores organizó de la poesía de Ida Gramcko (1924-1994). El que sigue es el prólogo de esa edición (Kalathos, España, 2017)


Biblioteca Biográfica El Nacional | Archivo familia Aristeguieta Gramcko
Ida Gramcko  poeta, dramaturga, ensayista, narradora, cuentista y periodista que nació en Puerto CabelloVenezuela el 11 de octubre de 1924 y falleció en Caracas el 2 de mayo de 1994
Por MARÍA ANTONIETA FLORES
22 DE OCTUBRE DE 2017 01:00 AM
Toda obra responde a un destino y una alquimia.
El poeta, a medida que avanza en la escritura, traza un rumbo. Solo puede comprender sus pasos deteniéndose, mirando las huellas. Pero, a veces, no hay tiempo. El eros, la energía vital creadora, va impulsando el movimiento, las palabras, las imágenes, las insistencias. Apenas, escucha y obedece. La voluntad creativa, la intención estética, no bastan. A un poeta se le impone una exigencia que responde a su tradición verbal y poética. Si aprende a escucharla, a obedecerla, será conducido con firmeza al lugar donde convergen las voces poéticas para ser una, regresar al origen. Mientras, deberá vivir la andanza y el hallazgo. Y, así, Ida Gramcko, tituló una de sus antologías poéticas. Estaba consciente de que un destino se le impuso y le marcó el camino y ella halló el lugar que la vinculaba con el origen, por ello en un texto de los años 70, escribió: “Toda mi poesía última ha cejado en su búsqueda porque me plena el encuentro, lo fervoroso y el sosiego. La poesía, en este caso, ya no se crispa sino que fluye. No es palabra de afán o de inquietud sino una voz de amor”.
Esta obra inmensa, tanto por la aspiración interior enhebrada en su palabra como por su deseo ascensional de fusión con lo absoluto, nació con ella. Cuenta en Tonta de capirote (1972) que con tres años escribió su primer poema.
Cuando el poeta Andrés Eloy Blanco la escuchó y la leyó, ella era una adolescente. Quedó impresionado y le escribió un poema. ¿Videncia poética, designio? Su poema, escrito en un instante, invoca un imaginario alejado de aquel que usualmente manejaba el poeta cumanés. Emerge en su palabra la idea del sacrificio prehispánico y la crucifixión cristiana. ¿Sugestionaría este texto a su destinataria o, simplemente, en un instante, el poeta que era Andrés Eloy vio el futuro y se conmovió, descubrió la luz y la soledad en su destino?
La expresión creativa de Gramcko abarcó diversos géneros literarios y posee textos transgenéricos o híbridos, como los nombran ahora. Libros que fueron inadecuadamente leídos en su época y todavía hoy en día. En la década de los 40 del siglo XX, fue una de las primeras reporteras en Venezuela y, no muy consciente de ello, una mujer de vanguardia que rompía los patrones tradicionales como expresión desafiante a los convencionalismos, pues su actitud vital era la de una rebelde a pesar de su fragilidad y de cumplir con la convención del matrimonio.
Dentro del canon de la literatura venezolana, se le ubica en la llamada generación del 42, marcada por una tendencia hispanizante que rechaza las vanguardias del primer cuarto de siglo y se plantea volver a beber de la tradición española, tradición inicial de la poesía latinoamericana. Esta generación vuelve a cultivar el soneto, como una forma poética por antonomasia, recurre a la rima y al ritmo, retoma temas universales y no evade la elocuencia ni la solemnidad. Sin embargo, si los rasgos formales y la fecha de publicación de su primer poemario permiten establecer esta vinculación, ella no perteneció a grupo literario alguno ni se suscribió a ninguna estética. Solo se reunía con poetas y artistas amigos que iban desarrollando, igual que ella, su discurso en solitario; amistades de toda la vida: los poetas Elizabeth Schön y Alfredo Silva Estrada. Alfredo Cortina, el esposo de Elizabeth y tío de Ida, la danzarina Sonia Sanoja, esposa de Silva Estrada. A ellos se suman la artista plástica Elsa Gramcko, hermana de Ida, y el fotógrafo Carlos Puche, su esposo, los también artistas plásticos Alejandro Otero, Mercedes Pardo, el narrador Oswaldo Trejo, Aquiles Nazoa, el filósofo Guillent-Pérez, Alfredo Chacón y un círculo en rotación conformado por poetas de varias generaciones que iban y venían entre el afecto y el interés por sus tertulias, sus reflexiones y las legitimaciones que podían otorgan sus opiniones en torno a algún libro o poema.
Son propios de los textos que escribe Gramcko, los tópicos del cuerpo como prisión del alma, igualmente los de la muerte, la luz, la sombra, la muerte, la resurrección. Hay quienes han señalado que su obra es de carácter místico y poco se ha hablado de su discurso amoroso y erótico que una lectura cuidadosa va descubriendo como una continuidad temática. El registro de la poesía amorosa y el carácter ascensional y, por lo tanto, heroico que guía el sentido de su escritura poética han sido desdeñados por la crítica, a pesar de ser fundamentales y obvios.
El imaginario de Ida Gramcko está poblado de palabras sonoras, hadas, elfos y encantos, angustias, de un ángel que la redime, de sonidos que se repiten, de un sol que la crepita, del sexo que la acusa, la inquiere y del que intenta escabullirse a través del discurso, de lo ascensional, del alma pero que se le impone en algunos poemas y, en especial, en sus obras dramáticas. La distancia del discurso teatral, su ficcionalidad, le dio más libertad para elaborar literariamente la emoción del deseo carnal.
En Ida Gramcko emergía una fuerza que no pudo derrocar su palabra y la obligaba a rendirse a las demandas de la poesía que será el lugar donde convergen todas sus angustias, su serenidad, su humor –muchas veces mal comprendido–, su andar alado entre las cotidianidades de su día a día, sus diálogos con los numerosos psiquiatras y analistas que la acompañaron luego de su crisis psicótica a inicios de los sesenta.
Ante el inabarcable espectro que ofrece su poesía, aquí se propone al lector seguir una línea temática de las muchas que ofrece su escritura: el camino de la luz.
Este tópico presente desde los inicios de su escritura, logra su pico de exaltación a final de los 60 y hasta los 80 cuando sin abandonarlo, se hace más discreto en su discurso. No deja de ser interesante y quiero destacarlo, que en este período aparecen vinculaciones con el cristianismo, supuestamente derivadas del ángel como símbolo de lo masculino idealizado, y en los libros impresos, sin importar el diseñador o diagramador, un dibujo elemental que simboliza un sol naciente que se puede observar en las contratapas o, ya cuando inicia su disolución como símbolo que la determina vitalmente, en la portadilla. De esta etapa, el uso de la i latina en sustitución de la “y” como conjunción copulativa, queda registrado solo en Poemas de una psicótica (1964) y en su correspondencia personal.
Este es solo un camino que propongo para acompañar a la poeta y aproximarse a su poesía buscando una mayor comprensión del rico tejido que constituye su propuesta estética. Aquí se podrá apreciar la presencia complementaria de una estética impura en el sentido de no seguir un solo camino formal, como parecen exigirlo algunos estetas, sino varios (el poema de largo aliento convive con el poema breve, el verso con la prosa) y de una estética “dura” que se manifiesta en el acto de sostener a lo largo de los años su propia voz e imaginario.
Son el sentido y el contenido, las imágenes y metáforas las que confieren sello a su voz, otorgándole una identidad única. La forma –siempre cuidada– ofrece un paisaje subversivo con las concepciones estéticas imperantes en su época y aún hoy en día, pues no se somete ni amarra a ninguna forma en especial. Sin embargo, nunca establece con las múltiples manifestaciones formales que ofrece un poema, un trato caprichoso. Su uso responde a una intención estética que no deja de estar vinculada con la búsqueda de lo trascendente. Pero, su inclinación ascensional y la idealización que marcan su mirada no se desprende ni se separa de lo humano ni de su cotidianidad. Hay compromiso con lo humano, un temblor ante el dolor de los demás y el suyo propio. Si bien, el núcleo de su obra revela una vivencia mística inseparable de la vivencia poética, la imposibilidad de desligarse de lo carnal, atormentará su palabra que aspira a alcanzar lo inalcanzable y está regida por un profundo sentido creacionista.
Su dominio tanto del poema largo, que se abarroca, como del breve, que se despoja, manifiesta la identidad de la poeta, sus certezas y sus riesgos.
Por otra parte, su escritura es testimonio de un drama y un proceso existencial que desde la metaforización de lo real vivenciado tocó extremos de lo luminoso y conoció la sombra que encierra esa luz. El drama lírico que se desprende de su obra es el conflicto que reside entre la carne y lo desencarnado, el deseo sexual y el deseo idealizado, impulso hacia lo trascendente. Algún suceso posterior a su poemario de 1944, de tema erótico ingenuo pero amoroso, apasionado y arraigado al cuerpo, marcó este conflicto que, se puede suponer, fue parte del tejido de acontecimientos que produjeron años después una crisis psicótica que solo pudo resolver en la escritura desprendiéndose de lo contingente para buscar lo desencarnado como ideal, tal como lo testimonia Poemas de una psicótica.
A esto hay que sumar una presencia arquetipal que siempre la acompañó y que ella encarnó sin prevención: el arquetipo del poeta y del héroe. Aunque estos arquetipos se vinculan con lo solar, su palabra conjurará esa energía al abrirle un discreto territorio a lo nocturno. La noche revelará en sus poemas una fragilidad sufriente y femenina, una reciedumbre que no elude lo femenino ni lo materno desde la particularidad de su voz. Su tránsito poético lleva la huella de la entereza, del mito, asoma las vicisitudes del héroe poético y humano: cruce del umbral, pruebas, oponentes y ayudantes (ángeles y diablos), saber obtenido. Pero no hay regreso ni misión cumplida, pues el viaje quedará siempre inacabado. Su obra poética es el legado de una decisión. Detenerse ante el umbral y cruzarlo. Cumplir un rito de pasaje ancestral para adentrarse en el territorio de la poesía, territorio del que no regresará jamás. Es el sacrificio en pos del sentido de lo sagrado ante la fuerza arcaica de la poesía. Cruzar el umbral fue el inicio de un camino que culmina editorialmente en la publicación de un canto al amor y a la muerte, Treno. Este libro era el corolario a su duelo de viuda y, en este momento, me pregunto si no sería también su propio canto ante la muerte cercana.
Ante su obra hubo muchas palabras, críticas, lisonjas, amorosos lectores y detractores. En la década de los 80 su estética era rechazada, porque eran otros los parámetros que se querían imponer, pero ella nunca cedió. Fue fiel a su discurso.
Que es un discurso que busca justificarse ante el mundo y reafirmar una mirada, una creencia, lo es. Que el apego a las formas clásicas lo aleja de la idea general y consensuada que se tiene de la poesía contemporánea, es así. Que los temas se repiten, fidelidad hay a ellos. Que la extensión de los poemas diluye el logro poético, a veces ocurre.
Esta poesía ajena a la complacencia, como debe serlo todo acto creador, pero sufriente ante los señalamientos –el poeta es un ser con sus fragilidades–, hizo surgir textos y libros que se movían en terrenos inesperados para la escritura. Pero, ella aceptó esa hibridez o fusión de géneros que aparecieron a finales de los 50 y fueron publicados en la década de los 70. ¿Cómo saber que a fines del siglo pasado sería asunto común y se hablaría de lo transgenérico como un buen e interesante rasgo estético?
Así hay quienes se desconciertan porque a Ida Gramcko los géneros se le habían borrado como taxonomías, hay quienes señalan que son textos infantiles. El imaginario de Gramcko estaba muy nutrido por el mundo infantil y mágico tanto europeo como venezolano y eso no convertía a sus propuestas en literatura infantil. La mirada lúdica de esos libros ha sido mal interpretada. Ya en esta época hay que comprender, cosa difícil para algunos pero que ha entendido perfectamente la industria del cine animado, que no hay temas infantiles y de adultos, que todos son temas que habitan en el colectivo y en la imaginación personal y transpersonal.
Además, Ida Gramcko empieza a conformar su obra de manera pública con apenas trece años, adolescencia que es tránsito hacia lo adulto y abandono de la infancia. Dos emociones abiertas al conflicto.
No había, para ella, palabras poéticas. Todas las palabras eran poéticas. Eso sí, se percibe, un disfrute en irrumpir el discurso con vocablos cotidianos y cuyos sonidos, a veces, pueden producir rechazo en el lector por su aparición inesperada.
Para los lectores actuales, su obra puede significar un reto o un cerrado universo, toca cruzar el umbral asidos a la voz potente de Ida. Ahora serán los lectores los que evocarán la fuerza poética de su voz, una y otra vez, la harán propia en el silencio íntimo que emergerá de las manos que sostengan el libro, de la voz que musite los poemas para hacerlos de nuevo respiración. Pero, lo más importante en esta breve selección que aquí se presenta es la oportunidad de aproximarse a la voz de una mujer que se supo en la poesía y supo que la poesía era su única posibilidad para hallarse y comprenderse en el mundo, para vivir las horas largas de los días sucesivos, los hallazgos, los encuentros, los desencuentros, las enfermedades, la muerte, las pérdidas y las ganancias.

Papel Literario

Epílogo
Los fragmentos que siguen fueron seleccionados por María Antonieta Flores, responsable de la antología “Sol y soledades” (Kalathos Ediciones, España, 2017), provenientes de “El jinete de la brisa” (1967). Tienen en común el que sugieren una visión –una poética– de Gramcko sobre su propia escritura

Por IDA GRAMCKO
22 DE OCTUBRE DE 2017 01:30 AM
La poesía, la resurrección de nuestra carne, posee una existencia noblemente tiránica cuando se instaura con certeza.
*
Así, la poesía, como cualquier otra realidad, se hace vida desentrañada, libre de los estados de ánimo que, durante años le pesaron como accidentes. Así, el creador, a través de una disciplina se hace acreedor a una realidad hecha tan solo de palabras pero que tiene tanta concreción como una planta, un animal o una veta. El hombre, al construirse, al no abandonarse, auspicia el nacimiento de bellas realidades; llega a merecerlas y a poseerlas. Una conducta, sin quedarse en mera conducta expresada, conduce a una nueva estética. Y sin que el hombre llegue a perder su afán, este empieza a latir en el fondo de una poética unidad, de sazón trascendida por un profundo y cósmico deleite.
*
El poema constata, es una certidumbre, revela una libertad de relaciones, una comunicación entre seres y cosas, es un acto de fe, una palabra idéntica a su hecho.
*
Mientras un poema instaura un nuevo hallazgo, el cuento solo dice tesoro, y se queda todo pálido y trémulo. El cuentecillo no tiene conciencia de su pánico, está menos curado de espantos. En el poema actual, contemporáneo, hay un claro reconocimiento de la fragilidad y ya no hay casi azar sino la constante de la revelación, el oficio de vivir siendo expuesto. El poema construye; el cuento avizora o inventa. Es una evasión, una ilusión, y por lo mismo, es un refugio; huele a hogar y a chimenea aldeana, a medida que la poesía, que ya no es un lugar íntimo, sino un abierto espacio, se hace horizonte o intemperie.
*
Si para el poema el descubrimiento viene ya custodiado por un celo o conocimiento de asechanza, si en el poema todo se encamina, defendiéndose, cuando se añora no hay preparativos. Se está a merced de lo providencial. Todo poeta, desde luego, contiene ese germen de lo añejo o de lo reminiscente, pero de una manera abarcante. Lo pasado es un aspecto auxiliar, aunque muy jugoso, para el poema. En el poema, sin sucesos, todos los tiempos van unidos. Lo que rige es la línea de enlace, la desaparición de todo instante desligado y libérrimo. Detenerse en una etapa dada, por más deslumbrante que parezca, sería impedir el logro más total.
*
El poeta no es un hombre que se cura de ningún pánico con versos. La poesía no es una panacea psicológica, aunque lo pueda ser indirectamente en muchos casos. La poesía verdadera, la de cualquier hombre y cualquier época, no conservó nada que fuese culpable de existir de impulsiva y morosa individualidad. Ni en los románticos. Cuando es poesía y no simple documento histórico, transforma lo menudo, salva lo circunstancial, trasciende lo que puede ser pasado, eterniza, redime.
*
El poeta recibe el poder de la renovación en el sentimiento metafórico.
*
La poesía ha sido siempre el hincapié de esas relaciones, el acento puesto sobre esa realidad de los vínculos y no su información o su análisis. Un poeta dice que un roble está desamparado porque actúa en actitud de amor y no en postura pedagógica que, aunque no sea menos amorosa, es enteramente diferente en su carácter.
*
El poeta contemporáneo sabe de la unidad. La mira hasta en lo que, aparentemente, está vacío. Y por eso, también con sosiego, con pulcritud y exactitud, puede medir cuáles son las palabras que expresarán esa verdad. Y canta.
*
El verdadero artista es aquel que permite que emane todo su arcano y cálido interior. Y casi siempre, cuando lo interno afluye sin tropiezos, libremente, sin cálculos ni trabas, irrumpen lo humano y lo inaudito. Lo que se conoce pero a la vez lo que se ignora, aquello que se ofrenda como hecho de línea o de color y aquello que se cierra aunque se ve, aunque nadie haya podido averiguar aún cómo le es posible donarse.
*
Precisamente, lo que permite al hombre ser más hombre es su ansiedad de ver luz imposible, su mística, salvaje, casi irracional esperanza.
*
El poeta es aquel que dice lo que nunca se ha dicho, evidencia la gracia y el garbo de la vida, que descubre la fisonomía de lo que se manifiesta en torno nuestro. De esta manera, la poesía se convierte en el conocimiento más total de lo cósmico.
*
Todo poeta, todo pensador también, cumple sobre la tierra su misión fervorosa y fecunda si es consecuente y fiel consigo mismo. Todo poeta, todo soñador, todo pensante, realiza en este nuestro mundo, la pacificación, mejor aún la purificación dentro del vértigo sentimentaloide.
*
Solo aquel que entrevé, aunque sea una vez, la milagrosa luz, puede luego volver a su penumbra con pecho pleno y soledad colmada. Solo quien presintió sus soles inasibles, puede luego tener intensa sed y morder dulcemente una naranja.


 
A tientas: De radiante opacidad
“En ‘Hora de Dios’ Ida Gramcko confiesa la forma que toma su decir en Poemas: una voz que deambula o adolece con rigor. El asombro sería esa respuesta de su inteligencia ante las sorpresas que el universo propicia. Vivir es aquí recorrer diversas perplejidades. Hacer poesía, su forma de recrearlas. Muy pocos son capaces de hacer poesía de sus asombros” 
Por FRANKLIN HURTADO
22 DE OCTUBRE DE 2017 02:00 AM | ACTUALIZADO EL 22 DE OCTUBRE DE 2017 02:10 AM
Una pregunta, me parece, será el hilo que atraviese Poemas de Ida Gramcko: ¿cuál presencia convive en la voz con suficiente fuerza para dirigir el delirio sin ser percibida?
“¿Es algo, es alguien? No lo sé. Una llama
habita ya el relámpago o el cirio.
Se llama fuego y basta.
Basta porque está vivo.
No, no fue un hombre, no fue un ser… Fue nada…
Nada concreto y pálido mezquino”.
Esta presencia oculta, la misma que guardan las cosas y les da su orden, no se reconoce en una primera instancia. Gramcko la compara con la llama, tal vez porque ilumina el mundo que debe ser nombrado. A la vez la consume: vive en ella. Por esto no la toma como un ser alejado de sí o de su lengua. Ni siquiera la identifica con un ser trascendente, sino con un ardor o un padecer suyos. Al parecer, esta presencia no puede concretarse fuera de la experiencia poética.
En toda escritura existe la ambigüedad de una presencia que es, a la vez, lenguaje y límite. Guarda la escritura una circunstancia tangente a las palabras, una pasión que las circunda.
En Presencias reales George Steiner dice: “En la mayoría de las culturas, en el testimonio dado de la poesía y el arte hasta la más reciente modernidad, la fuente de la ‘otredad’ ha sido actualizada o metaforizada como trascendente. Ha sido invocada como divina, mágica o daimónica. Es una presencia de radiante opacidad. Esta presencia es la fuente de poderes, significaciones, en la obra, en el texto, poderes y significaciones no queridos ni comprendidos conscientemente”.
Se podría hablar de un ser abstracto que pide que se le ubique. Lo compararía, por esta imagen gramckiana del fuego vivo que toca, con la luz que cae y penetra las cosas y solo por ella podemos verlas y reconocerlas.
Ahora, en estos poemas que declaran la entrega a otra voz, a un dios que permite entrar gozosamente en el delirio, la voz de Ida sigue firme. Aunque afirme no dirigir la escritura que le está siendo dada, su singular sintaxis se mantiene. La poeta entra a la hora de Dios con paso seguro, lúcida, parece querer perderse en ese fuego, en ese origen que es la misma divinidad. Como encuentra en su voz un ser más profundo, se siente gozosa de perder la superficie: se limpia de corteza al caer en la llama.
“¿Qué importa ya el origen si en su brasa
me limpio de corteza y me redimo?
Fue solo un despertar o una llamada,
bien pudo ser humana o ser divino”.
¿En qué consistiría esta experiencia? Tal vez en un fuego que la reclama y que no podemos considerar una ruptura de límites, porque sigue en su voz, pero sí una pérdida de los contornos que la definían, una apertura hacia el todo. La poeta requiere perderse en el mundo.
Este perderse implica abandonar la imagen tosca que tiene de sí, para encontrar la presencia de la cual toda imagen proviene. Como si necesitara despojarse del orgullo mortal, de lo humano, para entrar al recinto donde late el centro inasible de todo.
“No, ya no existe vanidad ni mancha
de orgullo pardo en mi mortal gemido;
no, ya no puedo así, con petulancia
gritar: yo soy la luz, yo me dirijo.
Yo no dirijo nada,
no hay cálculo en mi voz ni en mi delirio”.
Reconoce así que no puede levantar la voz por sí misma, su “yo” no sostiene nada. No puede calcular la medida de su palabra, ni el delirio que vive en sus versos le pertenece. Ella no dirige esta dulce emoción que la desborda. Los pulsos del mundo la aprisionan. Así se dispone al poema, la poseída por el fuego. Se libera para vivir entre asombros:
“Yo no decido nada,
voy entre asombros sin cesar, me guío,
ambulo a tientas, toco muros, almas,
alguien estalla en gritos en mi oído…
No soy prudente ni veraz ni sabia.
Soy ciega y tengo sed y aun me persigo
sola en mi propia y terca desconfianza,
sola entre lo soñado y lo vivido”.
En este poema de “Hora de Dios” Ida confiesa la forma que toma su decir en Poemas: una voz que deambula o que adolece con rigor. El asombro sería esa respuesta de su inteligencia ante las sorpresas que el universo propicia. Vivir es aquí recorrer diversas perplejidades. Hacer poesía es su forma de recrearlas. Muy pocos son capaces de hacer poesía de sus asombros.
Ese aferramiento, esa ordenada pasión, por el pie barroco que mantendría Ida, al parecer, sería una pulsión que la dirige, una maña de oído. Por el canto, Gramcko entra a la hora de Dios, cuando los pies vibran a la espera de la danza, momento en el que se cumple el poema como dádiva.
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Este texto forma parte del trabajo Dentro y fuera: una lectura de dos poetas venezolanas. Ida Gramcko y Elizabeth Schön por Franklin Hurtado (2011, inédito).


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