16/10/2017 | Web
del Frente Patriótico
En Venezuela rige solapada e implícitamente la norma vigente
en las peores dictaduras: PROHIBIDO PENSAR
Antonio
Sánchez García @sangarccs
“Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras
fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es
el hecho de que fomenten la idiotez.”
Jorge Luis Borges
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No
recuerdo, en estos 18 años de socialismo bolivariano ni en estos veinticinco
años transcurridos desde el golpe de Estado que rompiera el hilo constitucional
y quebrantara para siempre el Estado de Derecho, tras la intención de derrocar
al gobierno constitucional e imponer una dictadura socialista, una sola
discusión, ni un miserable coloquio o un desangelado debate – tampoco libros,
ensayos o artículos que versaran sobre la naturaleza que subyacía a ese Estado
de Derecho ni sobre el proyecto político y socioeconómico del movimiento
golpista que pretendía suplantarlo. Cuando más, memorias. El venezolano
prefiere recordar que pensar. Tampoco recuerdo, luego de diciembre de 1998, que
se planteara la discusión sobre la esencia del gobierno presidido por Hugo
Chávez que pretendía instaurar no sólo una dictadura, travestida como casi
todas ellas, sean comunistas o fascistas, de “democracia directa y participativa”,
sino incluso un régimen totalitario en Venezuela. Recuerdo algunos pálidos
aportes de Alberto Garrido sobre la influencia del argentino Humberto Ceresole
sobre la mancuerna fuerzas armadas, caudillo, pueblo. Con fuertes resonancias
del fascismo carapintada de los militares golpistas argentinos y un desmarque
radical respecto de la influencia del castro comunismo cubano, que destacado
críticamente por Ceresole le merecería ser expulsado del reino carapintada
venezolano. No advirtió el pobre que ya era rojo rojito. Ninguna sobre el
fascismo cotidiano del subdesarrollo que subyacía a dicha fórmula, ni muchísimo
menos sobre el vínculo Chávez-Fidel Castro, escandalosamente divulgado luego de
su primera visita a Cuba, en 1995. Entonces como hoy, en la América Latina
estúpida, irracional y delirante, no causaba asombro ni disgustos identificarse
con los tiranos, si se proclaman de izquierdas. Pero que ni J.V. Rangel ni
Luis Miquilena permitieron subrayar. Eran sus principales asesores en
manipulación electorera, al extremo de llevar a su discípulo golpista a
socializar, un vaso de whiskey en la mano, con John Maisto, el embajador
norteamericano en Caracas. “Miren sus manos, no su boca”, dijo el torpe y
estúpido personajillo del Departamento de Estado luego de uno de esos
cordiales encuentros en la sede de la embajada americana en Caracas.
Había que
travestir el asalto castrocomunista in status nascendi de rebelión democrática.
Como en su momento lo hiciera Fidel Castro desde la Sierra Maestra. Primero el
asalto. Luego, la verdad. Más nada: confundir al eventual enemigo. Y salvo
algunos pocos avispados, todos se tragaron el cuento. Chávez no era el
enterrador de la democracia: era el partero de la nueva, resplandeciente e
impoluta democracia tropical venezolana. ¿Cómo definir la estrategia y la
táctica políticas correctas y adecuadas con las que enfrentar al mortal
enemigo, si jamás se ha sabido real y verdaderamente en qué consiste y por qué
razón nos vemos envueltos en esa mortal enemistad que nos enfrenta? ¿Si quienes
defenestraran a Carlos Andrés Pérez y hoy, gangosos y estridentes, cacarean su
usurpado liderazgo, habían decidido pasar agachados y acechar por tiempos
mejores? A la carencia de todo pensamiento crítico, que jamás lo tuvieran,
inmoral connivencia con la barbarie: inolvidable el silencio alcahuete y
aprobatorio de los líderes de entonces ante la burla, el sarcasmo y el
desprecio de la asunción de mando. Y lo que da cuenta de la miseria opositora:
siguen al frente de la oposición oficialista.
2
A juzgar por los hechos y luego de las docenas de elecciones de todo orden
habidas desde entonces, jamás se debatió en Venezuela por qué y para qué se
elegía, qué proyectos diferenciaban a las distintas posiciones, que ideologías
inspiraban a los partidos de una y otra banda. Cuál era, en rigor, el proyecto
del gobierno y cuál aquel con el que la oposición de los partidos del
establecimiento, viejos y nuevos, pretendían enfrentarlo. Salir de Chávez y
luego salir de Maduro: fuera o no fuera cierto, esa ha sido toda la razón que
ha asistido a la llamada oposición desde diciembre de 1998. Salir no de quienes
nos aherrojan, los dictadores de siempre, sino de los estorbos de malos
gobiernos. Es más: aún al día de hoy no existe consenso entre las fuerzas
opositoras sobre la caracterización del régimen. Aún en 2006, durante una
visita a la presidenta Michelle Bachelet en Santiago de Chile, una comitiva
opositora formada por Teodoro Petkoff, Manuel Rosales, Julio Borges y Timoteo
Zambrano – sólo faltaban Henry Ramos Allup y Leopoldo López para que ella
hubiera sido la fiel y completa expresión del conjunto de las fuerzas
opositoras que hoy, a once años de distancia, conforman y constituyen la
llamada Mesa de Unidad Democrática – sostuvo sin titubeos y con una
firmeza axiomática que no dejaba lugar a dudas: “Hugo Chávez es un demócrata”.
El periódico El Nuevo País, de Caracas, lo destacó con foto principal, a todo
lo ancho de la portada.
La historia, en cambio, se encargó de
desmentirlos y confirmar lo que algunos analistas veníamos sosteniendo desde la
alborada del 11 de abril de 2002, fecha de la insurgencia popular y el
pronunciamiento militar que lo separara durante algunas horas de su cargo:
Chávez no sólo no era un demócrata. Era un dictador populista de la peor
ralea y un tirano en ciernes, ya se había entregado a los brazos de
Fidel Castro y había decidido pública y verbalmente convertir a
Venezuela en una “segunda Cuba”: “vamos hacia la isla de la felicidad”
(sic). Hasta el día de hoy ninguno de los mencionados propagandistas
del talante democrático del caudillo que odiaba a Venezuela y prefirió irse a
morir en brazos de su padre putativo en La Habana, ha expresado una sola
palabra de auto crítica. Es más: todos ellos continúan actuando como si la
colosal falacia que entonces expresaran, sin rubor alguno, siguiera impoluta.
Como si ahora su sucesor, Nicolás Maduro, y su régimen – ya mundial y
reconocidamente forajido, terrorista y narcotraficante – fuera tan democrático
como lo fuera en tiempos del boyante y dispendioso Hugo Chávez.
Que la oposición que llamaremos
“oficialista”, vale decir: acordada tácita o explícitamente con el oficialismo
castrocomunista, continúa negándose a reconocer la naturaleza dictatorial,
ilegítima, fraudulenta, narcotraficante y terrorista del régimen, lo demuestra
el fervor con el que todos sus dirigentes, de AD a PJ y de UNT a Voluntad
Popular – dialogan con sus autoridades, el sacrosanto respeto a su
legalidad eleccionaria, así sea impuesta por una quisicosa ilegítima de toda
ilegitimidad mediante el fraude más notable, descomunal y llamativo de la
historia, falsamente bautizada de Asamblea Nacional Constituyente, y
los acuerdos de convivencia establecidos como para haber aplastado todos los
intentos insurreccionales de la Resistencia, ante la cual han hecho como que sí
pero como que no, azuzándola cuando le convenía para presionar al acorralado
gobierno dictatorial tras sus propósitos electorales, llevando incluso al
matadero a decenas de jóvenes esperanzados en el desalojo del régimen,
desgastándola a ella y a los millones de combatientes de la sociedad civil en
un sacrificio continuado y estéril, y traicionándola cuando obtenidos sus
propósitos electoreros constituía un estorbo a la pax Ramos-Maduro necesaria
como para montar los centros electorales y darle curso al simulacro de
enfrentamiento celebrado en los colegios electorales. A la tragedia del 2014
sucedieron las parlamentarias del 2015. A la tragedia del 2017 suceden las del
15 de octubre. Muertos por voto. Casa por cárcel.
3
Suena insólito, y cuando menos absurdo,
que quienes dirigen los partidos políticos más importantes del establecimiento,
controlan todas las universidades y centros de investigación económicos,
políticos, históricos y sociales, y disfrutan de una cohorte de asesores,
doctores en diversas disciplinas de las ciencias económicas y sociales, no
hayan resuelto debatir pública, abierta, democráticamente sobre la naturaleza
del régimen, la caracterización del período, el proyecto estratégico que
inspira las acciones de la dictadura, el proyecto global que, desde La Habana y
Sao Paulo, lo inspira. Es más: sobre las características de la crisis
humanitaria a que ha dado lugar, el papel que desempeña en el conflicto que
enfrenta a las grandes y medianas potencias, las perspectivas abiertas a
nivel global para su resolución y, desde ese análisis profundo y descarnado,
pueda justificar sus acciones o alterar sus programas y puntos de vista. Y que
en lugar de avanzar por la senda de la investigación, el pensamiento y la
reflexión acerca de los que somos y deseamos ser, se desgasten pariendo un
bodrio farandulero y ominoso para difamar en el más puro estilo nazifascista a
quienes se resisten a pasar por el aro de las madamas del CNE y su ANC.
Llevado al nivel de los partidos, directamente responsables de la miseria del
debate, aún no expresan sus proyectos tácticos y estratégicos. ¿Qué diferencia
a AD de PJ, a UNT de VP, a AP del MAS, a la Causa R de COPEI? Los que se
confiesan socialdemócratas, ¿son socialistas? ¿Los justicieros son socialcristianos?
¿Dónde encasillar a los huérfanos de partido capaces de encuadrarse en
cualquiera de ellos y ser su candidato a gobernador? ¿Qué fuerzas o sectores
sociales y qué ideología representan un Ismael García o un Luis Florido, un
Henrique Capriles o un Henry Falcón, un Leopoldo López o un Julio Borges? Salas
Römer ¿puede representar indistintamente las misteriosas ideologías de VP o de
PJ? Asunto difícil de dilucidar, toda vez que muchos de ellos han transitado de
un partido al otro como quien se muda de ropa interior. Sin traumas aparentes
en su universo de certidumbres. ¿O carecen de ellas?
De una sola cosa podemos estar ciertos: todos se reconocen de izquierda. Que en
Venezuela, reconocerse de derechas es poner el cuello en la guillotina. La
derecha, sepa Dios en Venezuela qué y a quiénes represente, es un clavo
ardiente. Ser liberal, un verdadero y gran honor para hombres de la talla y la
estatura de un Mario Vargas Llosa, un Enrique Krauze, un Macri o un Pedro
Pablo Kuczynski es poco menos que pecaminoso. Ser de izquierdas, un
honor. Ser de derechas, un improperio.
Mientras continúe la miseria del debate, no habrá debate sobre la
miseria. Sus protagonistas están demasiado ocupados en participar de las
próximas elecciones como para pensar en las próximas generaciones. En Venezuela
rige solapada e implícitamente la norma de las peores dictaduras: SE PROHIBE
PENSAR.
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