“The master”, fascinante y descarnado retrato de América después de la II Guerra Mundial
José Arce
Paul Thomas Anderson nos regala uno de los títulos imprescindibles de 2013. Un árido retrato de la América de postguerra desde el prisma alucinado de un mesías espontáneo y uno forzoso, condenados a encontrarse y tal vez a entenderse.
Freddie Quells (Joaquin Phoenix) regresa de la Segunda Guerra Mundial sin un rumbo fijo. Dando tumbos por la vida conoce a Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), iluminado líder de un culto que va a convertirse en influencia fundamental para el muchacho. “Boogie nights”, “Magnolia”, “Punch-Drunk Love”, “Pozos de ambición”, para quien esto firma una de las cumbres del cine moderno... Ante semejante currículo, cómo no esperar ansiosamente “The master”, el nuevo trabajo de ese genio del séptimo arte que es Paul Thomas Anderson, que a sus 42 años nos regala otra maravilla al margen de consideraciones comerciales. Totalmente al margen de consideraciones comerciales, de hecho. A nadie sorprenderá que afirmemos que no es propuesta para todos los gustos.
"Te has apartado del camino correcto, ¿verdad?". Da igual lo que cuente, la maestría y el conocimiento técnico del cineasta son tan enormes que el espectador no puede apartar la mirada. Qué dominio del encuadre, qué narrativa, qué consciente limpidez, qué salvajismo a la hora de integrar bandas sonoras imposibles, en sentido amplio en historias cada vez más profundas, más densas, más animales. Y la cuestión es que lo que cuenta es también fascinante, un retrato descarnado de la América de postguerra en la que dos mesías se encuentran en medio de la nada moral, supuesto barro el primero y supuesto escultor el segundo, enfrentados en una batalla anímica de final incierto regada con licor de fabricación casera e impulsos paternofiliales reprimidos tan sólo en parte. La causa y el efecto.
Cínica, torcida, agria a lo largo de su extenso recorrido, “The master” propone una revisión a la baja de cada individuo único para progresivamente clamar a favor de esa misma individualidad como forma de independencia definitiva. Y para dar carnadura a ese individuo nada mejor que la silueta resurrecta para el cine de un Joaquin Phoenix volcado en un viaje físico e intelectual desgarrador y tremebundo a todos los niveles; frente a él, complemento y opuesto, Philip Seymour Hoffman, uno de esos intérpretes privilegiados capaces de hacerlo todo, y hacerlo bien. Dicen algunas lenguas que la película es una radiografía de la cienciología y sus postulados. Dianética hay, desde luego, y mucha. Y un Libro I, y un rollo New Age. Y contenidos inextricables en un primer visionado. Lo que está claro es que es de lo mejor de 2013. Seguro.
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