Manuel Barreto Hernaiz || El principio del fin
La felicidad consiste en saber unir el final con el principio”. Pitágoras de Samos
El título de este artículo lo tomamos de una frase atribuida al político francés Charles Maurice de Talleyrand (1754-1838), ministro de Napoleón Bonaparte (1769-1821). Con esta expresión se alude a los primeros síntomas del derrumbamiento moral o material de una persona o empresa, quien la habría pronunciado cuando éste sufrió las primeras derrotas militares en España, a las que seguirían los desastres de la invasión de Rusia y el epílogo de Waterloo. Así presentía Talleyrand que el imperio napoleónico se derrumbaría en poco tiempo.
En nuestro país esa apreciación del principio del fin de un régimen que va de salida ya se siente en todos los ámbitos. Acá nadie pone en duda que venimos transitando, como Nación, un camino surcado de incertidumbre, desasosiego e inseguridad. Ya la idea de crisis permea todos los estratos, desvaneciendo las sentidas aspiraciones de progreso, seguridad y bienestar. Cada día aparecen noticias que dibujan un cuadro desalentador, un porvenir más que paradójico, caótico y peligroso que en principio, desembocan en la desesperanza.
Ya se acaban las artimañas para ocultar la dura realidad: una inflación sin control, una impresionante devaluación de nuestra moneda y un endeudamiento que compromete el porvenir de nuestros nietos son tan sólo una fotografía de aproximación del desastre al cual nos condujo este régimen y sus secuaces.
Se percibe ese final pues este gobierno no pudo cumplir en trece años, ni podrá cumplir nunca, porque no cuenta con la capacidad, la formación, la dedicación, ni el personal adecuado para emprender la impostergable tarea de sacar a la Nación de ese marasmo al cual él mismo terminó de llevarla. Y pasaron los años y los pobres siguieron siendo pobres, porque que este régimen no entendió que la pobreza no es un asunto de conmiseración sino de moral pública. Optaron por engañar a la ciudadanía con ofertas imposibles de cumplir por varias razones.
Pero quizá la más denigrante es porque se trató de simples quimeras, de demagógicas promesas, como lamentable forma de hacer política, manteniendo al pueblo en la ignorancia. Y lo vergonzoso del asunto es que estamos llegando a un punto en el que cualquier forma de competencia -por ejemplo los exámenes en los colegios, o la patética educación actual- se ve mal, pues estamos en manos de mediocres que confunden el derecho a la igualdad (a la “libre competencia”) con el igualitarismo (el que todos tengamos que ser iguales) obviando que uno de los puntos débiles que se evidenció históricamente en este tipo de sistemas anacrónicos fue el de pretender una igualdad entre todos, cosa que aniquiló la competencia entre los seres humanos e hizo el progreso mucho más lento. Si el ser humano no necesita competir para ser mejor, si el mejor no tiene un derecho superior al que no se esforzó por serlo, se pierde la ambición y se entra en la flojera del conformismo.
Ante tanta retórica burlona, agresiva y violenta, el cansancio y la indignación por ser tratados como retardados ha venido aflorando cada vez más fuerte en la ciudadanía. Ya no hay arenga que estimule ni propaganda que genere esperanzas, pues los vicios acumulados en trece años de disparates se han vuelto costumbre, y han sido tantos los brincos acomodaticios con su ideología que ya resulta una retórica cansona y falsa. Se percibe ese tránsito del principio del fin cuando vemos la esperanza que despierta, en la mayoría de los ciudadanos, la candidatura de Henrique Capriles quien nos invita, a TODOS los venezolanos, a emprender ese camino que unidos y en armonía habremos de recorrer para lograr el mejor sistema posible, la sociedad más justa, donde todo el mundo tenga el derecho progresar, eso es de verdad igualdad, que todo el mundo con actitudes pueda estudiar e ir a la universidad, para que la sociedad se desarrolle mediante un verdadero cambio social, político y económico que garantice la plena democracia, que verdaderamente tienda a superar la pobreza y a generar más ciudadanía.
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