El Carabobeño 08 abril 2013
Guillermo Mujica Sevilla ||
De Azules y de Brumas
Recordando a Ramón Boscan Ávila y sus lecturas amenas… “Cuando el sapo bajó del cielo”
Cuentan las viejas historias, que en el mundo animal, el sapo fue personaje distinguido y envidiado por los habitantes del reino. Se dice que su porte atlético era impecable y su forma las de una criatura privilegiada por la naturaleza, en relación con los demás animales de su época. Era tanta la admiración de las fémina y la envidia masculina, que las primeras lo propusieron en cierta ocasión para el título de príncipe en todo el reino. Y por su parte, sus rivales propusieron con su destierro a otro planeta, aduciendo que alteraba con una petulancia y sus acciones donjuanescas, la paz allí entre el universo pacífico, donde todo el mundo trabajaba, menos él que se dedicaba a enamorar a las sapas, y hasta a las que no eran tales.
Por eso se fue ganando la malquerencia de los “hombres”, y éstos incluidos todos los animales varones en su mundo subdesarrollado, urdieron una trampa para hacerlo caer sin que se diera cuenta. Sabían que el sapo iba a todas las fiestas a la que fuera invitado o no lo fuera, para él era lo mismo tener una tarjeta de invitación o no, tratándose de bailes y saraos. Le bastaba con su presencia para que se abrieran todas las puertas en la sociedad animal de su tiempo.
La trampa que refiere la historia, fue rogarle a San Pedro que intercediera ante el jefe de Relaciones del cielo, para que organizara una fiesta en grande e invitar a todos los animales de la tierra. Se comisionó al águila, para que llevara el mensaje y esperara la respuesta. En efecto, la mensajera cumplió a cabalidad su cometido, y en varios meses regresó con un mensaje cifrado en los términos siguientes: Aceptada la petición para celebrar la fiesta propuesta. Pero con la sola condición de que no venga hasta aquí el Sapo. “Su fama ha llegado a tal extremo aquí en este reino, que está en lista negra para todos los eventos”.
Al recibir la respuesta los animales promotores de la estrategia, se descorazonaron, pensando que no les había surtido el efecto deseado la maniobra urdida, para librarse del sujeto, al que ya no le será posible tolerar más, por las razones que señalamos al comienzo. Más, de todos modos, no se dieron por vencidos, y destacaron una comisión integrada por varias ranitas, sapas hermosas, y otra vez, el águila, que las llevaría sobre sus alas hasta el cielo. La misión consistía esta vez, en convencer al Jefe de Relaciones, que los animales de la tierra garantizaban que el comportamiento del elemento objeto sería formal, durante su estancia allá en la capital del reino. Varios meses después, regresó la comisión con la nota siguiente: Aceptada presencia sujeto indeseado. “Pero habrá castigo impecable de parte del reino si violan las normas convenidas”.
La población masculina bailaba de contenta allí en parques, plazas y jardines de la tierra. El plan daría resultado. Este consistía en entusiasmar al sapo, hasta hacerlo delirar por la ida a la fiesta del cielo. Exageraron la belleza de las sapas extraterrestres. Alabaron a distancia la virtud de los músicos que tocarían en los bailes programados. Suspiraban imaginando la exquisitez de los licores divinos. Y hasta aceptaron que el sapo fuera nombrado príncipe durante su permanencia en las alturas.
Vanagloriándose por tanta deferencia de parte de sus rivales hacia él, el sujeto se paseaba con descaro en impecable desnudez por calles y demás sitios públicos en su reino, para despertar deseos inconfesables en todas las sapas de su época, que lo veían como un Adonis.
Llega al fin el momento la hora de la partida. Toda la población alada prestaría su concurso para transportar a los animales que carecían de alas, hasta el cielo y el sapo pidió que el águila fuera su medio de transporte, para ir y venir a la parranda celestial...
Parte del artículo tomado de la Revista In-Fórmate Nº 251 (febrero 1994)
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