Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

miércoles, 31 de mayo de 2017

El caso venezolano es único y absolutamente inédito en América Latina y de muy profundas consecuencias para el futuro de la región. Se ha ido forjando una comunión entre las aspiraciones libertarias de las más amplias masas de nuestra población, en el interior de la república incluso más activa y militante que en las grandes ciudades, y la juventud venezolana, que se encuentra a la vanguardia de la lucha contra la tiranía.




LA VENEZUELA QUE NOS MERECEMOS
Antonio Sánchez García | mayo 31, 2017 | Web del Frente Patriotico
Se ha ido forjando una comunión entre las aspiraciones libertarias de las más amplias masas de nuestra población, en el interior de la república incluso tanto o más activa y militante que en las grandes ciudades, y la juventud venezolana, que se encuentra a la vanguardia de la lucha contra la tiranía. Una forja que parece indestructible, cuyas metas y objetivos trascienden incluso los de las direcciones político partidistas y en cuyo seno deben estar incubándose los liderazgos que asumirán la tarea de reconstruir la república y sentar las bases de la Venezuela que nos merecemos.
Antonio Sánchez García @sangarccs
            Han pasado diez años desde aquella mañana en que Enrique Krauze, el intelectual mexicano de mayor relevancia luego de la muerte de su maestro, Octavio Paz, nos reafirmara su esperanza en la gran cruzada que veía asomarse tras la emergencia del estudiantado universitario en el escenario político venezolano. Por cierto, los mismos diez años transcurridos desde el asalto del chavismo al más antiguo y prestigiado canal de la televisión venezolana, RCTV. Motivo y causa de esa súbita y vibrante insurgencia de quienes hasta entonces se habían mantenido al margen de la contienda entre el régimen – a nuestro parecer enrumbado entonces y sin aparentes fisuras hacia lo que el devastador caudillo llamara “la isla de la felicidad cubana” – y las fuerzas opositoras.
“Ustedes amanecen” – me dijo admirativamente, al despedirse. “Y Ustedes, los mexicanos?” – le pregunté. “Entramos a lo más oscuro de la noche” – me replicó sin dudarlo un segundo. La razón de esta aurora y de ese crepúsculo se debía, según el gran historiador mexicano,  a la presencia o a la ausencia del imprescindible sujeto histórico del cambio: la juventud. Lo he contado recientemente y nos reafirmamos en la visión: mientras Enrique Krauze expresa su desasosiego por la oscuridad que se cierne sobre un país profundamente castigado por el eclipse del Estado de Derecho y la proliferación del crimen y las imbricaciones del narcotráfico y la política, sin que hechos tan espeluznantes como el asesinato periódico y sistemático de periodistas que se atreven a denunciar tales hechos delictivos parezca conmover a quienes en el pasado fueron los actores más activos de la resistencia contra esa particular forma de “dictadura perfecta” representada por el PRI – inolvidables los hechos que sacudieran al mundo desde la Plaza de Tlatelolco -, en Venezuela asistimos a una de las más conmovedoras y trascendentales cruzadas contra la opresión y la dictadura, tanto o más hundida en las ciénagas del narcotráfico sostenido por las autoridades civiles y uniformadas que en México, cuya carga más pesada y cruenta es llevada en hombros por una juventud que derrocha generosidad y entrega políticas sin esperar una sola recompensa que no sea la libertad, su máxima aspiración.
Enrique Krauze conocía entonces las posibles derivaciones de ambos fenómenos: la apatía de la juventud mexicana y/o sus compromisos con las trasnochadas y fracasadas políticas derivadas del marxismo leninismo bajo la versión caribeña del castro guevarismo cubano, y el compromiso de nuestra juventud, libre de perniciosas ideologías y ubicada en las antípodas, con aspiraciones profundamente democráticas y liberales. Un fenómeno único en América Latina y posiblemente en el mundo. “Los jóvenes son los grandes ausentes del escenario político mexicano” –  declara en la edición de hoy, lunes 29 de mayo del 2017,  del periódico El País, de España.  califica a México de “país en ‘shock” por “la impunidad, la violencia y la corrupción”.
“Habla mucho del papel de los jóvenes” – le pregunta su entrevistador. ¿Qué siente más entre ellos? ¿Hartazgo, desaliento, apatía?”. “ Los jóvenes son una categoría demasiado amplia, porque en México también están los llamados mirreyes, clase detestable que me recuerda a los señoritos satisfechos de Ortega y Gasset” – responde Krauze. “Viven enamorados de sí mismos y borrachos de una vida de excesos cargados a la American Express de sus papás. Pero es cierto, en muchos jóvenes responsables encuentro hartazgo, asco con respecto a la corrupción, incertidumbre. Todas esas actitudes tienen sentido y son explicables. Pero ganas de destrucción, en el sentido de tomar una pistola e irse a la sierra, ánimos revolucionarios, no los veo. Pero sí percibo ganas de tirar todo por la borda, en el sentido de desinteresarse, de no participar, de no creer que tienen un papel que jugar. Y más vale que lo hagan pronto.”
Insisto en destacar las profundas diferencias entre el caso mexicano y el caso venezolano, porque el nuestro es único y absolutamente inédito en América Latina y de muy profundas consecuencias para el futuro de la región. Se ha ido forjando una comunión entre las aspiraciones libertarias de las más amplias masas de nuestra población, en el interior de la república incluso más activa y militante que en las grandes ciudades, y la juventud venezolana, que se encuentra a la vanguardia de la lucha contra la tiranía. Una forja que parece indestructible, cuyas metas y objetivos trascienden incluso los de las direcciones político partidistas y en cuyo seno deben estar incubándose los liderazgos que asumirán la tarea de reconstruir la república y sentar las bases de la Venezuela que nos merecemos.
Sin ese radical y profundo cambio generacional, esa Venezuela no será posible. Contribuir a fortalecerla y prepararla es la obligación de quienes hemos fracasado en su defensa, si bien mantenemos en alto la esperanza en la reconstrucción. Toda vez que esta nueva generación ha crecido y tomado conciencia de su rol histórico sin otra referencia analítica que la dictadura legada por Hugo Chávez y Nicolás Maduro, bajo los cuales nacieran, y que han llevado a sus máximos extremos las taras y lacras que tras dos siglos de un mismo tránsito, unos mismos hábitos y unas mismas costumbres terminaran por desembocar en ellas y devastar la república: el populismo clientelar y caudillesco, militarista y estatólatra, presidencialista y socializante, colectivista y mendicante.
Basta escuchar a algunos de nuestros dirigentes políticos – concejales, alcaldes, gobernadores o parlamentarios – para advertir el ruinoso y oxidado anclaje que muchos de ellos aún mantienen con esas viejas, ya inútiles y trasnochadas certidumbres. Sacudir la conciencia, despertar las ideas, apartar los prejuicios y abrir las mentalidades a los nuevos tiempos bajo nuevos y revolucionarios liderazgos. He allí la tarea a la cual debemos contribuir: abrir las compuertas del futuro y darle libre curso a la Venezuela que nos merecemos.

MENSAJE AL BRAVO PUEBLO
Enrique Krauze | mayo 18, 2017 | Web del Frente Patriotico
 Día tras día recorro en Twitter las imágenes de Venezuela. Siento una indignación infinita acompañada de un sentimiento no menos abismal de impotencia. El criminal régimen de Maduro (con sus narcomilitares y sus socios cubanos) somete a la población a una guerra de desgaste, terror y plomo: los mata lentamente de hambre, desnutrición, insalubridad, desabasto, inflación, miseria; los priva de sus libertades; los reprime sin tregua, los acosa, encarcela y asesina. Y, por si fuera poc baila en sus tumbas. Frente a esa agresión directa, cínica y deliberada, la inmensa mayoría de los venezolanos se ha levantado, pero no con granadas en la mano, sino en una marcha incesante y pacífica cuyo arrojo –estoy seguro– no tiene precedente en la historia latinoamericana. Saben que no hay opción. Deben hacerlo día tras día: les va la vida, la presente y la de las futuras generaciones.
En muchos episodios trágicos de la historia (genocidios, matanzas, guerras), solo unas voces levantaron su protesta. Los gobiernos que pudieron intervenir se alzaron de hombros. No les faltaba información, les faltaba voluntad. Al terminar los conflictos, el mundo comenzó a tomar conciencia de la dimensión y la naturaleza de los crímenes. Pero siempre tarde. Ningún pueblo salva a otro. Ningún hombre salva a un pueblo. Ningún hombre salva a un hombre. Los pueblos y los hombres solo se salvan a sí mismos.
Si estuviera en sus manos, el régimen venezolano establecería campos de concentración y exterminio. Su desprecio frente a los que no están con ellos (que ahora son legión) es el mismo que el de los nazis o los estalinistas: los “otros” no son realmente humanos, son “escuálidos”, palabra atroz que denota ya una voluntad de hambrearlos hasta la muerte.
Por fortuna, la OEA (encabezada por el valeroso Luis Almagro) levanta la voz. Por fortuna hay gobiernos como el peruano, el argentino o el brasileño que han llamado a las cosas por su nombre: Venezuela es una sangrienta dictadura frente a la cual el bravo pueblo (nunca más digno de la letra de su Himno Nacional) ha decidido rebelarse sin armas. Solo con las armas de la razón y el derecho. Y con un solo fin: restablecer la democracia, celebrar elecciones, liberar a los presos, reconciliar a la familia venezolana.
Es una decepción que los gobiernos restantes de América (no me refiero a los satélites de Cuba y de la propia Venezuela) no se pronuncien de manera mucho más enfática. Es una vergüenza que un sector influyente de la izquierda latinoamericana y europea cierre hipócritamente los ojos ante esta tragedia e incluso apoye a Maduro: por lo visto, una dictadura de izquierda merece ser vitalicia. Y es una paradoja cruel que el primer papa latinoamericano, papa Francisco, repita (con su distraída tibieza o su tácita complicidad) la historia de Pío XII y otros pontífices que fueron indulgentes con oprobiosos regímenes dictatoriales.
Impotencia y rabia, es lo que sentimos los amigos de la democracia venezolana. Pero también admiración por el bravo pueblo (sus mujeres, sus ancianos, sus jóvenes heroicos) que se juega la vida en las calles. Aunque escribí un libro sobre el delirio del poder chavista, aunque me acerqué a Venezuela como una segunda patria (acaso la más sufrida de la patria grande latinoamericana) no tengo recetas que dar a mis amigos venezolanos, a los que conozco, admiro y quiero, y a los que no conozco pero también quiero y admiro.
Mi única reflexión es esta: piensen en la luz al final del camino. Fijen la mirada en aquel futuro en el que Leopoldo López esté libre, cuando la democracia se restablezca. Entonces –les aseguro– su ejemplo heroico concitará la adhesión de muchos pueblos (que ahora viven, como el mexicano, sumidos en sus propios y abismales problemas). Millones de personas que se precipitarán a apoyarlos y alentarlos en la tarea de reconstrucción. Y, lo más importante, cuando llegue el día, ustedes habrán conquistado la libertad responsable que les permitirá cuidar y explotar los recursos providenciales de su país en un marco de civilidad y paz, completamente inmune a los demagogos y dictadores.
Muchos pueblos masacrados en la historia no tuvieron mañana. Ustedes sí.


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