Wolfgang Becker
Goodbye, Lenin! (2003)
Por NARCISA GARCÍA
El Nacional Papel Literario 09 DE JUNIO DE 2017 01:00
AM
Las producciones que se encargan de retratar la vida en las
dos Alemanias son muchísimas, y un puñado de ellas resulta excelente para
quienes vivieron o visitaron aquello, y para la mayoría de los
historiadores. La vida de los otros (Florian Henckel von
Donnersmarck, 2006), la historia de un hombre cuyo trabajo era monitorear las
grabaciones de audio que se hacían desde micrófonos escondidos en las casas y
apartamentos del ciudadano común; El cielo sobre Berlín (1987,
Wenders), en la que dos ángeles sobrevuelan Berlín y se compadecen por sus
habitantes; Flores negras (2003, Carreras), un thriller de
espías; Uno, dos, tres (1961, Wilder), una historia
divertidísima y cínica sobre las relaciones comerciales de la Coca-Cola con la
RDA y los rusos; Octopussy (1983, Glen), de cómo el espía más
famoso del cine debe cumplir una nueva misión en Berlín Oriental; Cortina
rasgada (1966, Hitchcock), la historia de un físico interpretado por
Paul Newman que aparenta traicionar a los americanos para dar con una fórmula
secreta en manos de los comunistas; El silencio tras el disparo (2000,
Schlöndorff), en la que una terrorista se asila en la RDA para luego enterarse
de que tras la caída del Muro extraditarán a los criminales; o Pink
Floyd The Wall (1982, Parker), basada en el disco homónimo, animada;
entre otras.
Como si de un Rip Van Winkle comunista se tratase,
Christiane (interpretada por Katrin Sass, actriz famosa de la Alemania
Oriental) deberá enfrentarse con los cambios que trae la caída del Muro mucho
después de que esto sucede, tras haber caído en coma antes del desplome del
comunismo y despertar cuando ya el mercado se ha abierto y los logos de marcas
estadounidenses antes temidas y despreciadas ganan espacio en la vida cotidiana
de los habitantes nostálgicos de la recién acabada RDA, en la alemana Goodbye,
Lenin! (Wolfgang Becker, 2003).
Los asuntos de arrepentimiento o de aceptación en una
generación que se obsesionó con suplantar vacíos personales con el Estado y su
totalitarismo, además de hablarnos de afectaciones psicológicas de una
sociedad, exponen, sobre todo en Goodbye, Lenin!, que el apoyo a
este tipo de regímenes se da exclusivamente por conflictos personales. El
marido de Christiane se ha ido. El Partido y el Estado, en este caso lo mismo,
se conviertieron en todo su mundo. Removerla de semejante farsa con una nueva,
esa que tratará de llevar a cabo su hijo para que crea que el comunismo va
viento en popa, parecía ser la única manera de mantener su “cordura”. Más allá
de los aspectos ideológicos, la cinta también nos habla de la relación entre
madres e hijos. Finalmente, la historia del padre, quien sabremos que en
realidad no desapareció por las razones que Christiane creyó con tanta firmeza,
terminará por afincar la sentencia del director frente a las cuestiones
políticas de la película: el comunismo en la RDA terminó por convertir a buena
parte de los habitantes en fanáticos cuasireligiosos, cuya salud mental no
tendría reparo ni fuerza para enfrentar el fin.
No deja de ser curioso que se trate de una comedia. Si
existiese una versión de esta historia llamada “Goodbye, Hitler!” lo más
probable es que fuese una sátira, no una comedia. Las normas del género nos
enseñan entonces que seguimos viendo el comunismo con deferencia y consentimiento.
Hasta cuándo.
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