Desafío
José Joaquìn Burgos
Pocos meses -apenas cinco o seis- tengo, para mi orgullo
personal y diría que para mi vanidad, de haber
sido electo, Cronista de la Ciudad de Valencia. Un cargo
hermoso, lleno de luminosidad y de oportunidades para
darle, a la amada ciudad que parió a Venezuela, algo
de lo que tanto le debemos por su infinita generosidad.
Alguna vez dije por ello que Guanare (de donde
vengo con mi herencia de humildad y amor) y Valencia
son sístole y diástole de mi corazón, lo cual es cierto
hasta la puridad de mis entrañas y me permite asumir,
con pureza de alma, la responsabilidad de ser Cronista
y ratificar, de ese modo, mi amor entrañable por esta
ciudad cuyas calles, muros y recuerdos, alegrías y
tristezas son mías como lo fueron y son de Rafael
Saturno Guerra, Alfonso Marin y Guillermo Mujica
Sevilla, de los que llamamos hijos de sangre y de
los miles de miles de nacidos en cualquier lugar de la
tierra y que vinieron y se quedaron sembrados aquí, en
esta ciudad que siempre está pariendo y sembrando
eternidades.
personal y diría que para mi vanidad, de haber
sido electo, Cronista de la Ciudad de Valencia. Un cargo
hermoso, lleno de luminosidad y de oportunidades para
darle, a la amada ciudad que parió a Venezuela, algo
de lo que tanto le debemos por su infinita generosidad.
Alguna vez dije por ello que Guanare (de donde
vengo con mi herencia de humildad y amor) y Valencia
son sístole y diástole de mi corazón, lo cual es cierto
hasta la puridad de mis entrañas y me permite asumir,
con pureza de alma, la responsabilidad de ser Cronista
y ratificar, de ese modo, mi amor entrañable por esta
ciudad cuyas calles, muros y recuerdos, alegrías y
tristezas son mías como lo fueron y son de Rafael
Saturno Guerra, Alfonso Marin y Guillermo Mujica
Sevilla, de los que llamamos hijos de sangre y de
los miles de miles de nacidos en cualquier lugar de la
tierra y que vinieron y se quedaron sembrados aquí, en
esta ciudad que siempre está pariendo y sembrando
eternidades.
Era y es un hermoso sueño el recibir el “testigo”
del “Negro” Mujica para relevarlo en esta caminata
(por no decir carrera) hacia la eternidad.
Y lo hicimos convencidos de ello. Con entusiasmo.
Seguros de que la edad y los males físicos que ya nos
aquejaban no nos molestarían en absoluto para
emprender este último y honroso camino que la vida
nos ofrecía con el premio de una ancianidad -breve,
seguramente- tranquila, productiva feliz.
del “Negro” Mujica para relevarlo en esta caminata
(por no decir carrera) hacia la eternidad.
Y lo hicimos convencidos de ello. Con entusiasmo.
Seguros de que la edad y los males físicos que ya nos
aquejaban no nos molestarían en absoluto para
emprender este último y honroso camino que la vida
nos ofrecía con el premio de una ancianidad -breve,
seguramente- tranquila, productiva feliz.
Y aquí estamos. En la puerta de la clínica. O mejor
dicho, en el pasillo antes de los quirófanos. Esperando
al doctor José Saba, a quien conocí cuando él era
apenas un niño y andaba soñando pinturas, libros,
juegos y la hora de entrar, como médico, a atender
y curar a los enfermos. A ambos nos llegó la hora.
El, con sus manos, su talento, sus saberes científicos.
Yo, con mis dolencias, mis huesos y mis parecidas
carnes quijotesas (por lo flacas, se entiende).
Es un desafío. Jugamos ambos a la vida. Ojala todo salga
bien. Del quirófano a la vida hay poca distancia.
Y hacia la eternidad, no se sabe. Valencia nos
espera, José. Brindemos por ella y por su eterna
memoria. Y cuidémonos, por favor, de la cizaña, de los
escándalos, de las pequeñeces, de las envidias que no
respetan ni siquiera la honorable antigüedad de
testimonios como el Puente Morillo, que parece
haberse puesto de moda para inventar anuncios y
bandos llenos de mentirijillas, envidias y deseos de
acabar con la paz de la ciudad… Valencia, como
dijo don Alfonso Marín, es un deber, y ese deber hay
que cumplirlo en paz…
dicho, en el pasillo antes de los quirófanos. Esperando
al doctor José Saba, a quien conocí cuando él era
apenas un niño y andaba soñando pinturas, libros,
juegos y la hora de entrar, como médico, a atender
y curar a los enfermos. A ambos nos llegó la hora.
El, con sus manos, su talento, sus saberes científicos.
Yo, con mis dolencias, mis huesos y mis parecidas
carnes quijotesas (por lo flacas, se entiende).
Es un desafío. Jugamos ambos a la vida. Ojala todo salga
bien. Del quirófano a la vida hay poca distancia.
Y hacia la eternidad, no se sabe. Valencia nos
espera, José. Brindemos por ella y por su eterna
memoria. Y cuidémonos, por favor, de la cizaña, de los
escándalos, de las pequeñeces, de las envidias que no
respetan ni siquiera la honorable antigüedad de
testimonios como el Puente Morillo, que parece
haberse puesto de moda para inventar anuncios y
bandos llenos de mentirijillas, envidias y deseos de
acabar con la paz de la ciudad… Valencia, como
dijo don Alfonso Marín, es un deber, y ese deber hay
que cumplirlo en paz…
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