Si quedaba alguna duda sobre el derrumbe mental de los integrantes del alto gobierno madurista, pues a otra cosa mariposa. Cada vez que el jefe de Miraflores asoma su rostro por la televisión ya sabemos que no habrá discurso lógico ni racional, sino una sarta de disparates que lleva a los venezolanos a preguntarse si el señor que está hablando ha sufrido algún accidente y si, a consecuencia de ello, su estabilidad mental está en entredicho.
Para un pueblo como el venezolano, acostumbrado a padecer en prolongadas ocasiones a mandatarios que consideraban su llegada al poder no como una oportunidad para mejorar a su país sino a su familia y amigos de parranda, no es de extrañar que con el paso del tiempo crean a pie juntillas que Venezuela es de su exclusiva propiedad y que, no faltaba más, pueden disponer de ella para sus disparatadas ocurrencias, tal como ocurre hoy con la desafinada medida de cambiar los billetes de a cien bolívares por una monedita que todavía nadie sabe cómo es ni dónde conseguirla.
Los gobernantes rojitos, ignorantes y escasos de meninges, tienden a perder progresivamente el sentido de la realidad o a sentirse por encima de ella, por eso no se molestan en mirar hacia abajo cuando llaman el ascensor y dan el paso hacia el vacío. Lo que hoy estamos viendo es el derrumbe de un modelo que está agotado por su propia mediocridad, su intolerable desierto de ideas y la inexistencia entre sus propias filas de una nueva generación que reanime al enfermo terminal.
Si damos un vistazo al actual gabinete ministerial del señor Maduro nos encontraremos, por desgracia, con un doloroso y desolado panorama en el que ninguno de sus integrantes le saca ventaja en coeficiente de inteligencia a su jefe máximo. Ni siquiera se puede decir que el tuerto es rey porque todos son ciegos por vocación y no por impedimento físico.
De allí que pululen en el entorno presidencial los arribistas, los aventureros de medio pelo y los consejeros mercenarios que nada aconsejan porque nada saben. De manera que no sorprende que entre tantos indios urbanos se dediquen a tirar flechas y nunca den en el blanco, como ha sucedido con el socialismo del siglo XXI. Nunca tantas descabelladas ideas y nunca tantas propuestas estúpidas habían convergido, en el transcurso de nuestra historia, en un grupo de alpinistas políticos movidos por el resentimiento y el afán por obtener riquezas.
Su audacia es tal que no paran en mientes a la hora de dar una orden histérica, propia de los acosados por sus errores políticos y económicos, y dar un plazo de 72 horas para cambiar los billetes de a 100 bolívares a un pueblo que apenas gana para comer, y que trata de sobrevivir a tanta corrupción e ineptitud civil y militar.
El señor Maduro olvida que en febrero de este año ya se le advertía sobre la urgencia de encarar el problema del cono monetario y se hizo el desentendido. Luego aprobó sucesivamente aguinaldos que elevarían la liquidez a niveles imprudentes y liberó parte del encaje bancario en una economía derretida por la inflación. Con ello desquició cualquier posibilidad de corregir el rumbo de la economía.
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