El vértigo de las pasiones y sus desbordes
By ALFREDO ANGULO RIVAS
19 DE MARZO DE 2017 12:29 PM
He aquí una mirada tendida sobre Venezuela, desplegada a
través del campo de la interpretación antropológica. El propósito declarado por
el autor es explorar las razones históricas y socioculturales que dan forma a
una conducta excesiva. Es el espectáculo de las multitudes que toman los
espacios públicos para sí.
Se trata del reciente libro Dancing Jacobins: A
Venezuelan Genealogy of Latin American Populism. (New York: Fordham
University Press, 2016). Equipado con un minucioso aparato crítico, Rafael
Sánchez sostiene la tesis del teatro que se derrumba: nunca ha habido una
población pasiva, una audiencia inmovilizada, a la medida de una representación
estable.
A falta del individualismo de la ideología liberal, hubo
multitudes empoderadas, un campo incesante de diferenciación y dispersión. Con
el cambio de situación, los sujetos postcoloniales adoptan un peligroso
mimetismo, matan a sus gobernantes blancos y usurpan los roles de las élites.
La creación de una forma viable de gobierno en Venezuela
estuvo amenazada como en ningún otro caso. Los regímenes absolutistas son
reemplazados por repúblicas y monarquías constitucionales. Hacia la segunda
mitad del siglo XIX, sus políticas enmudecen o son suplementadas por formas
“biopolíticas” de gobierno. Pero no hubo en Venezuela tal mudez.
Luego, desde este punto de vista, la modernidad es un
dominio de desidentificación, convertida en norma por “el intrínseco ímpetu
igualador irreprensible de las masas”, y en la que el gobierno siempre está en
búsqueda agónica de representación, solo para caer una y otra vez barrido por
las masas.
De allí se sigue que el republicanismo en Venezuela ha
oscilado entre formas políticas restringentes y punitivas, y un más abierto
populismo, una forma de “gobierno democrático” plebiscitario, sin éxito en la
edificación ciudadana.
Desde la ruptura del orden colonial hasta la presidencia de
Hugo Chávez, incluso en el presente inmediato, nunca se ha alcanzado un
completo acuerdo, disciplinado, relativamente pasivo, de un espectador
inmovilizado con el que los líderes han soñado.
En fin, al dar por cierta la tesis del efecto que la
cuestión jacobina ha tenido en la cultura política revolucionaria, desde el
origen hasta el presente, el autor introduce un matiz que la reformula:
en el espectro entero del republicanismo venezolano, desde la izquierda hasta
la derecha, el impacto del jacobinismo ha sido decisivo.
Son variados los modos de leer un texto, uno probable es
examinar su respaldo documental. Pero entre los centenares de títulos referidos
por Rafael Sánchez, hay un par de ausencias notables: El reino de este
mundo, la expansión de la idea de revolución por el Caribe, la novela de
Alejo Carpentier; cuya filiación remite a Los jacobinos negros, la
reeditada obra canónica de Cyril Lionel Robert James.
Quizás uno deba pagar el precio de la anécdota, pero valga
recordar que el programa inicial de Francisco de Miranda es reformista, sin
excesos jacobinos. Este conocía a los revolucionarios franceses, de su
embriaguez de sangre como de palabras sangrientas, para decirlo con la
viva expresión de Stefan Zweig. Cierto que Miranda va a instigar a la Sociedad
Patriótica y logra la presidencia, que es la manera de vengarse del
rebajamiento a que había sido sometido por sus contemporáneos.
Dividida en su parecer la élite criolla, las turbas
caraqueñas son lanzadas contra el Congreso para arrancarle la decisión política
de declarar la ruptura con España. No obstante, el estudio de la razón
filosófica jurídica del pensamiento de la Independencia muestra que hubo
especulaciones doctrinales del iusnaturalismo y del humanismo cristiano.
Si el espectador es inquieto y el teatro cae una y otra vez,
necesario es puntualizar que la construcción del estado, de la nación y de las
instituciones en Venezuela es una obra de las élites ilustradas. Porque,
después de todo, el problema es suponer que el pueblo tiene una sola voz, que
esa voz auténtica se halla en los estratos de bajos ingresos y en sus
creencias, en sus lugares de culto, en su galería de imágenes que incluye
vikingos, faraones y actores del cine mexicano.
Ese gran agitador de masas que fue Antonio Leocadio Guzmán,
en medio de la emergencia de las guerras campesinas de mediados del siglo XIX,
terminaría por aclarar que su prédica había sido para crear ciudadanos, no
guerrilleros. A fin de cuentas, esa es la cuestión, el vértigo de las pasiones
y sus desbordes, la retórica política partidaria y sus efectos sociales
disolventes.
Convengamos: jacobinos sí, pero en fecha reciente, bajo la
influencia de la Generación del 28, del dato estructural del ingreso petrolero,
y de la centralidad del estado. Está visto que no es posible igualar a los
desiguales, y que también hay cegueras interesadas en el ojo de la razón.
Dancing Jacobins: A Venezuelan Genealogy of Latin
American Populism
Rafael Sánchez
Fordham University Press
New York, 2016.
El Nacional Papel Literario
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