Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 17 de febrero de 2013

A propósito de Venezuela y los políticos cae maravillosa la reflexión del Papa Bendicto XVI sobre el mal


"El espíritu del mal se opone a nuestra santificación"
Reflexión del papa en el Ángelus
Por Benedicto XVI
CIUDAD DEL VATICANO, 17 de febrero de 2013 (Zenit.org) - En el primer domingo de Cuaresma, el santo padre Benedicto XVI rezó el tradicional Ángelus con los miles de fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Estas fueron las palabras del papa al introducir la oración mariana a pocos días de culminar su pontificado.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
El miércoles pasado, con el tradicional Rito de las Cenizas, entramos en la Cuaresma, un tiempo de conversión y penitencia en preparación para la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a reorientarse de modo decisivo hacia Dios, renegando del orgullo y del egoísmo para vivir en el amor.
En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto siempre implica una batalla, una batalla espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación y trata de hacer que nos desviemos del camino de Dios. Por esto, en el primer domingo de Cuaresma, es proclamado cada año el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
Jesús, de hecho, después de recibir la "investidura" como el Mesías --"ungido" por el Espíritu Santo--, en el Bautismo del Jordán, fue llevado por el mismo Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Al comenzar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y rechazar las falsas imágenes del Mesías que el tentador le proponía. Pero estas tentaciones son también imágenes falsas del hombre, que en todo tiempo socavan la conciencia, disfrazándose de propuestas convenientes y eficaces, incluso buenas.
Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, separándolas en partes por un orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es astuto: no empuja directamente al mal, sino a un falso bién, haciendo creer que la verdadera realidad es el poder y aquello que satisfaga las necesidades básicas. De esta manera, Dios se vuelve secundario, se reduce a un medio, al final se convierte en irreal, ya no importa, se desvanece. En última instancia, lo que está en juego en las tentaciones es la fe, porque está en juego Dios. En los momentos decisivos de la vida, aún en retrospectiva, en cualquier momento, nos encontramos en una encrucijada: ¿o bien queremos seguir el yo, o a Dios? ¿El interés individual o el verdadero Bien, aquello que es realmente bueno?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones son parte del "descender" de Jesús a nuestra condición humana, en el abismo del pecado y de sus consecuencias. Un "descenso" que Jesús ha recorrido hasta el final, hasta la muerte en cruz y a los infiernos del extremo alejamiento de Dios. De esta manera, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para que vuelva a salvo. Como enseña San Agustín, Jesús tomó de nosotros la tentación para darnos su victoria. Por lo tanto no tengamos miedo de afrontar también nosotros la lucha contra el espíritu del mal: lo importante es lo que lo hacemos con Él, con Cristo, el vencedor.
Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en los momentos de prueba, y ella nos hará sentir la presencia poderosa de su divino Hijo, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y así poner a Dios en el centro de nuestras vidas.
Traducción del original italiano por José Antonio Varela V.

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