El Carabobeño 03 febrero 2013
Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín
afermin@el-carabobeno.com
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Es satisfactorio que se haya logrado un consenso para promover la necesidad de rescatar el centro de Valencia tomando en cuenta que una exigencia fundamental es lograr que el histórico espacio vuelva a ser zona residencial. Será una tarea larga y difícil porque son muchos años de desidia y abandono.
El éxodo del centro de Valencia comenzó hace más de 50 años cuando la gente pudiente se mudó para el norte y la de menos recursos, poco a poco, se fue para sectores del sur, atraída con ofertas de casas baratas que comenzaron en la urbanización Michelena y después, en la urbanización La Isabelica.
Ese no fue un proceso de un día para otro. Nos contaba el ingeniero José Rafael Barreto, constructor de la urbanización Michelena que, en tiempos del gobierno de Medina Angarita, en los años 40, costó mucho que la gente se fuera a vivir para la popular urbanización, porque “quedaba muy lejos”. Decía el recordado doctor Barreto que, cuando cayó la dictadura de Pérez Jiménez en 1958, todavía había casas vacías a pesar de que, prácticamente, eran regaladas.
Lo mismo sucedió con La Isabelica, por lo cual fueron muchos los que aprovecharon de tener casa y apartamento en ese complejo, inaugurado en el gobierno de
Raúl Leoni como modelo residencial en América Latina. Después vino la urbanización Ricardo Urriera, que se pobló rápidamente porque, en ese momento, ya Valencia se había convertido en tierra de promisión a la que vino gente de todas partes a buscar trabajo. Y aquí se quedó.
Aquellos tiempos
Hasta finales de la década de los años 70, en el centro todo estaba cerca. El Concejo Municipal estaba frente a la plaza Bolívar, los tribunales en la calle Colombia, al lado de la Catedral y más abajo, por la avenida Urdaneta, estaba el mercado. En el Capitolio, funcionaban la gobernación, la Asamblea Legislativa y la Procuraduría del estado. Después, vino la descentralización y los poderes públicos se mudaron por lo cual, la gente no tenía la necesidad obligatoria de ir al centro a hacer diligencias.
Se mantuvo el intenso comercio, pero al anochecer, todo quedaba solo. Ante la falta de espectadores, los cines Centro e Imperio cerraron, ejemplo que siguieron los tradicionales bares y restaurantes con algunas excepciones que continúan “guapeando”. Las antiguas casonas fueron convertidas en pensiones de estudiantes hasta que Naguanagua se convirtió en un centro residencial estudiantil. De tal manera que, no teniendo utilidad, los dueños de esas edificaciones, dejaron que se cayeran para vender el terreno o para convertirlas en estacionamientos.
Así, el centro se quedó solo. Andar por allí, hasta en automóvil, después de las 5 de la tarde, es un riesgo. La Catedral adelantó el horario de sus misas por falta de feligreses. En el día, las calles tienen dueños que las alquilan para la buhonería o para cobrar el derecho de estacionamiento o por presuntamente cuidar el carro.
Este recuento, de cómo el centro histórico de Valencia se fue quedando solo, es para expresar el acierto de Induval, por intermedio de su presidente Marcos Meléndez, de promover y estimular la construcción de viviendas para poblar nuevamente el centro como una solución al problema.
Necesaria concertación
El objetivo de repoblar el centro con el atractivo de construir viviendas se debe lograr mediante una concertación de los sectores público y privado.También es cierto que hay terrenos sobre los cuales no se han podido desarrollar proyectos arquitectónicos por la burocracia, que siempre ha existido en los gobiernos municipales, que no actúan con equidad para reconocer la propiedad privada y otros derechos de los ciudadanos.
Debe tomarse en cuenta que el centro no será atractivo para vivir hasta que no se pongan en funcionamiento planes que garanticen la seguridad de las personas y de los bienes y hasta que se acabe la demagogia con la buhonería.
El gobernador Francisco Ameliach ha expresado su disposición para embellecer el casco histórico de la ciudad, por lo cual estamos en el mejor momento para un acuerdo con el alcalde Edgardo Parra con la finalidad de que, a partir de este año, se haga cumplir la ordenanza que prohíbe la buhonería en esa zona. No es posible que verdaderas mafias utilicen, a humildes ciudadanos, como intermediarios de sus fabulosos negocios desde finales de septiembre hasta el 31 de diciembre.
En ese tiempo la ciudad se convierte en una vergüenza. Se impide la libre circulación de personas y vehículos, se autoriza el contrabando y se destruye lo que el gobierno municipal repara en el resto del año. En ninguna otra ciudad de Venezuela se cometen los abusos y los desafueros que se registran en Valencia en esos días y, sin embargo, cuando los responsables se van cargados de dinero, la alcaldía destina buena parte de su presupuesto para retirar la basura y los desechos que dejan en las calles. Es un absurdo cuando, en la prensa de cada 2 de enero, funcionarios municipales dicen orgullosos que centenares de trabajadores recogieron toneladas de basura para limpiar las calles, cuando lo obligatorio es que, a los infractores, se les obligue a pagar los costos y se les pongan presos por violar leyes de la República y ordenanzas municipales.
Cuando la gobernación y la alcaldía acaben con el horror de la buhonería de fines de año comenzaremos a creer que hay disposición para recuperar el monumental casco histórico de Valencia. La ciudad debe estar primero que cualquier interés económico o político.
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