Lectura Tangente
Notitarde 24/03/2013 .Caracas - La Habana - Caracas
Antonio Sánchez García
1
La decisión estratégica de conquista y posesión de nuestro territorio por parte de la Cuba castrista tiene tantos años como años tiene la revolución cubana. Se inició incluso antes de que Huber Matos conquistara Santiago de Cuba, el Che Guevara se hiciera con Santa Clara, y todos ellos entraran triunfantes con Camilo Cienfuegos, Fidel y Raúl Castro al frente de las tropas invasoras a La Habana, el 1° de enero de 1959. Tuvo sus primeros escarceos cuando los elementos político militares triunfantes el 23 de enero de 1958, con Wolfang Larrazábal a la cabeza, recolectaran cuantiosos fondos y enviaran un cargamento de armas a las guerrillas de la Sierra Maestra.
El respaldo venezolano, como el de todos los demócratas de la región en Norte, Centro y Suramérica, era absolutamente inconsciente del verdadero propósito que animaba a la vanguardia del Movimiento 26 de Julio y muy en especial a sus tres principales líderes, Fidel, Raúl y el Che Guevara: tomarse el poder, aplastar todos los elementos "democrático burgueses" que hicieran posible el derrocamiento de la dictadura batistiana - incluso con el concurso de los Estados Unidos - , hacer un rodeo por la revolución democrático burguesa y entronizar directamente un régimen totalitario, expandiendo desde ese foco de irradiación la revolución socialista por América Latina, primero, y por todo el llamado Tercer Mundo, después. Un proyecto de dimensiones planetarias en el que Fidel Castro creyó posible involucrar a Rómulo Betancourt, perfectamente consciente, como lo señalaran los observadores más perspicaces de la época, en especial el gran historiador inglés Hugh Thomas, de que Venezuela ofrecía condiciones mucho más apropiadas para una revolución de esas características que la Cuba batistiana.
El franco rechazo de Rómulo Betancourt a la propuesta castrista dio paso a la guerra encubierta del castrismo cubano contra la democracia venezolana, por medio de la colaboración del comunismo y la extrema izquierda venezolanas - entre ellos el PCV, el MIR, la Liga Socialista y Bandera Roja -, la introducción de toneladas de armas para servir al saboteo insurreccional del proceso electoral de diciembre de 1963, la preparación y entrenamiento de militantes venezolanos y la invasión de efectivos del Ejército cubano solos o en combinación con efectivos nacionales por Falcón y Miranda en 1966 y 1967.
Caldera cierra provisoriamente ese proceso de guerra y conquista con la llamada Pacificación, a fines de los sesenta, y lo reabre en 1995, cuando decide la puesta en libertad de los jefes de la asonada del 4F y 27N, prontos a reasumir la guerra de conquista del poder, la destrucción de la democracia y el establecimiento de un régimen totalitario bajo el mando de la revolución cubana. Es el proceso en medio del cual nos encontramos.
2
Si la guerra es la continuación de la política, como afirmaba von Clausewitz, la política, como afirmaba Carl Schmitt, es la continuación de la guerra: "lo político es el enfrentamiento amigo-enemigo". Hoy cosechamos la siembra de esta guerra iniciada por Fidel Castro contra Venezuela nada más tomar el poder el 1° de enero de 1959. Lo sorprendente ha sido la ingenuidad de la élite política e intelectual venezolana que, salvo la honrosa y muy destacada excepción de Rómulo Betancourt, que lo derrotara en todos los frentes, se ha prestado consciente o inconscientemente a favorecer el ambicioso proyecto anexionista de Fidel Castro, hoy en pleno desarrollo.
Fracasada la vía guerrillera, el grave revés del allendismo chileno previno acerca de la imperiosa necesidad de contar con la neutralización, quiebra y/o respaldo de las instituciones armadas. Tras treinta años de fracasos, Fidel vio llegada la hora de vestir la piel de cordero. Buscando un sustituto ideológico al marxismo leninismo en el patrioterismo bolivariano y jurando lealtad a las instituciones democráticas con el anzuelo de apostar a su depuración. Para lograrlo contaría en Venezuela con la insólita ceguera de los factores más decisorios de la social democracia y el socialcristianismo venezolanos, representados a la perfección por Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. CAP, bajando la guardia ante Fidel Castro y apostando a conquistarlo para el redil de la democracia. Caldera, traicionando el Pacto de Punto Fijo y desconociendo la naturaleza totalitaria del proyecto de Hugo Chávez. Liberándolo y prestando su carpintería para la fabricación del Caballo de Troya con el que asaltaría el poder.
Una vez fracturado el bloque democrático gracias a su golpe de Estado y conquistado el Poder por la vía electoral, Chávez se convertiría en el factor clave del contraataque castrista, auxiliado por el poderío financiero que le asegurara el petróleo: financiaría el avance de los gobiernos neo castristas en la región, serviría de mascarada para obtener el respaldo cómplice de los gobiernos democráticos de Occidente y desviaría la atención de los poderes fácticos del Foro de São Paulo: Cuba, Brasil y Argentina. Arrastrado por su soberbia ambición de gloria, Chávez asociaría su sobrevivencia a la de los Castro y el régimen cubano e hilvanaría una insólita red de complicidades y alianzas con los regímenes más talibanes del Medio Oriente. Urdiendo una dependencia económica con China, de la que se convertiría en peón de ataque. Una ingeniosa jugada de ajedrez político que este 5 de marzo comienza a sufrir su primer descalabro con la muerte a manos cubanas del Deus ex Machina de la movida. Una muerte plena de incógnitas de la que se desconocen sus más escabrosos detalles.
Son éstas las coordenadas político estratégicas en que tienen lugar las elecciones presidenciales del 14 de abril y el contexto de mediano y largo plazo en que comienza a jugarse el destino de Venezuela y, por consiguiente, el de la región. Exactamente como sucediera luego del 19 de abril de 1810 y del 23 de enero de 1958.
3
Ni el 19 de abril ni el 23 de enero surgieron del azar. Fueron acontecimientos precedidos por la maduración de las circunstancias históricas, por avances y retrocesos, por derrotas y tropiezos. Pero en ninguno de ambos casos faltó la perspectiva estratégica, el proyecto trascendente, la conciencia histórica. De la que nuestro candidato, en un giro de 180° respecto de su campaña anterior, parece haber comenzado a tomar conciencia. Detrás del 19 de abril transcurrieron años de intentos y fracasos, exactamente como antes del 23 de enero. Pero en ninguno de los casos se luchó sin la conciencia trascendental de la magna obra, de los graves riesgos y de los peligros que acechaban en el futuro. Hacia el que se avanzó poniendo el corazón y las armas de la voluntad y la inteligencia: la libertad, la República, la Democracia.
Dios ha sido benevolente con Venezuela, y en particular con Henrique Capriles. Nos ha concedido una segunda oportunidad para corregir los errores cometidos y acertar en la senda hacia la liberación. Dicha corrección tiene que ver con dos aspectos cruciales que deberán ser corregidos sin tardanza. El primero es de naturaleza estratégica: no se trata de derrotar un mal gobierno - que sin duda lo es -, sino de impedir la consumación de una grave traición a la República, permitiendo la entronización de un régimen totalitario al servicio y bajo el control de la tiranía cubana. Detrás de Nicolás Maduro se encuentran Fidel y Raúl Castro, los verdaderos enemigos. Se trata, pues, de apuntar al corazón de la verdadera amenaza.
La segunda es de orden táctico y tiene que ver con la comprensión del tiempo, la dimensión de la cruzada y las expectativas de triunfo. El 14 de abril se libra un combate, pero la guerra continúa. Aún bajo el desiderátum de una victoria, a la que debemos apostar con alma, corazón y vida, la tarea recién comenzaría. Erradicar el mal de la penetración castro comunista nos llevará años. Y hacerlo de la única manera posible - combatiendo la pobreza, la ignorancia, la incultura - aún más de lo que muchos imaginan. El país no es ni sombra de lo que el castro chavismo encontrara en 1999. Ha sido sistemática, consciente y aviesamente devastado.
A la naturaleza del desafío y a los lapsos que implica asumirlo y resolverlo, el sujeto y el modo: solo un pueblo alerta, despierto, consciente y combativo puede tomar en sus manos la liberación de Venezuela. Un pueblo consciente del valor y la importancia del voto, pero que no se amilane ante las contrariedades. Ante las cuales debe tomar conciencia de que cuenta con otros medios constitucionales para continuar la lucha y elevar su calidad específica. Una cosa no está reñida con la otra. Al contrario: voto y lucha se complementan y potencian recíprocamente.
Y finalmente: un líder y un liderazgo. Dios le ha dado a Henrique Capriles la posibilidad de transfigurarse de candidato en líder. No es el único, pero es hoy por hoy posiblemente el más destacado. A los partidos les corresponderá reconocer ese liderazgo, deponer sus naturales ambiciones y ponerse al servicio de la Unidad Nacional.
Es el maravilloso desafío del momento.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
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La decisión estratégica de conquista y posesión de nuestro territorio por parte de la Cuba castrista tiene tantos años como años tiene la revolución cubana. Se inició incluso antes de que Huber Matos conquistara Santiago de Cuba, el Che Guevara se hiciera con Santa Clara, y todos ellos entraran triunfantes con Camilo Cienfuegos, Fidel y Raúl Castro al frente de las tropas invasoras a La Habana, el 1° de enero de 1959. Tuvo sus primeros escarceos cuando los elementos político militares triunfantes el 23 de enero de 1958, con Wolfang Larrazábal a la cabeza, recolectaran cuantiosos fondos y enviaran un cargamento de armas a las guerrillas de la Sierra Maestra.
El respaldo venezolano, como el de todos los demócratas de la región en Norte, Centro y Suramérica, era absolutamente inconsciente del verdadero propósito que animaba a la vanguardia del Movimiento 26 de Julio y muy en especial a sus tres principales líderes, Fidel, Raúl y el Che Guevara: tomarse el poder, aplastar todos los elementos "democrático burgueses" que hicieran posible el derrocamiento de la dictadura batistiana - incluso con el concurso de los Estados Unidos - , hacer un rodeo por la revolución democrático burguesa y entronizar directamente un régimen totalitario, expandiendo desde ese foco de irradiación la revolución socialista por América Latina, primero, y por todo el llamado Tercer Mundo, después. Un proyecto de dimensiones planetarias en el que Fidel Castro creyó posible involucrar a Rómulo Betancourt, perfectamente consciente, como lo señalaran los observadores más perspicaces de la época, en especial el gran historiador inglés Hugh Thomas, de que Venezuela ofrecía condiciones mucho más apropiadas para una revolución de esas características que la Cuba batistiana.
El franco rechazo de Rómulo Betancourt a la propuesta castrista dio paso a la guerra encubierta del castrismo cubano contra la democracia venezolana, por medio de la colaboración del comunismo y la extrema izquierda venezolanas - entre ellos el PCV, el MIR, la Liga Socialista y Bandera Roja -, la introducción de toneladas de armas para servir al saboteo insurreccional del proceso electoral de diciembre de 1963, la preparación y entrenamiento de militantes venezolanos y la invasión de efectivos del Ejército cubano solos o en combinación con efectivos nacionales por Falcón y Miranda en 1966 y 1967.
Caldera cierra provisoriamente ese proceso de guerra y conquista con la llamada Pacificación, a fines de los sesenta, y lo reabre en 1995, cuando decide la puesta en libertad de los jefes de la asonada del 4F y 27N, prontos a reasumir la guerra de conquista del poder, la destrucción de la democracia y el establecimiento de un régimen totalitario bajo el mando de la revolución cubana. Es el proceso en medio del cual nos encontramos.
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Si la guerra es la continuación de la política, como afirmaba von Clausewitz, la política, como afirmaba Carl Schmitt, es la continuación de la guerra: "lo político es el enfrentamiento amigo-enemigo". Hoy cosechamos la siembra de esta guerra iniciada por Fidel Castro contra Venezuela nada más tomar el poder el 1° de enero de 1959. Lo sorprendente ha sido la ingenuidad de la élite política e intelectual venezolana que, salvo la honrosa y muy destacada excepción de Rómulo Betancourt, que lo derrotara en todos los frentes, se ha prestado consciente o inconscientemente a favorecer el ambicioso proyecto anexionista de Fidel Castro, hoy en pleno desarrollo.
Fracasada la vía guerrillera, el grave revés del allendismo chileno previno acerca de la imperiosa necesidad de contar con la neutralización, quiebra y/o respaldo de las instituciones armadas. Tras treinta años de fracasos, Fidel vio llegada la hora de vestir la piel de cordero. Buscando un sustituto ideológico al marxismo leninismo en el patrioterismo bolivariano y jurando lealtad a las instituciones democráticas con el anzuelo de apostar a su depuración. Para lograrlo contaría en Venezuela con la insólita ceguera de los factores más decisorios de la social democracia y el socialcristianismo venezolanos, representados a la perfección por Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. CAP, bajando la guardia ante Fidel Castro y apostando a conquistarlo para el redil de la democracia. Caldera, traicionando el Pacto de Punto Fijo y desconociendo la naturaleza totalitaria del proyecto de Hugo Chávez. Liberándolo y prestando su carpintería para la fabricación del Caballo de Troya con el que asaltaría el poder.
Una vez fracturado el bloque democrático gracias a su golpe de Estado y conquistado el Poder por la vía electoral, Chávez se convertiría en el factor clave del contraataque castrista, auxiliado por el poderío financiero que le asegurara el petróleo: financiaría el avance de los gobiernos neo castristas en la región, serviría de mascarada para obtener el respaldo cómplice de los gobiernos democráticos de Occidente y desviaría la atención de los poderes fácticos del Foro de São Paulo: Cuba, Brasil y Argentina. Arrastrado por su soberbia ambición de gloria, Chávez asociaría su sobrevivencia a la de los Castro y el régimen cubano e hilvanaría una insólita red de complicidades y alianzas con los regímenes más talibanes del Medio Oriente. Urdiendo una dependencia económica con China, de la que se convertiría en peón de ataque. Una ingeniosa jugada de ajedrez político que este 5 de marzo comienza a sufrir su primer descalabro con la muerte a manos cubanas del Deus ex Machina de la movida. Una muerte plena de incógnitas de la que se desconocen sus más escabrosos detalles.
Son éstas las coordenadas político estratégicas en que tienen lugar las elecciones presidenciales del 14 de abril y el contexto de mediano y largo plazo en que comienza a jugarse el destino de Venezuela y, por consiguiente, el de la región. Exactamente como sucediera luego del 19 de abril de 1810 y del 23 de enero de 1958.
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Ni el 19 de abril ni el 23 de enero surgieron del azar. Fueron acontecimientos precedidos por la maduración de las circunstancias históricas, por avances y retrocesos, por derrotas y tropiezos. Pero en ninguno de ambos casos faltó la perspectiva estratégica, el proyecto trascendente, la conciencia histórica. De la que nuestro candidato, en un giro de 180° respecto de su campaña anterior, parece haber comenzado a tomar conciencia. Detrás del 19 de abril transcurrieron años de intentos y fracasos, exactamente como antes del 23 de enero. Pero en ninguno de los casos se luchó sin la conciencia trascendental de la magna obra, de los graves riesgos y de los peligros que acechaban en el futuro. Hacia el que se avanzó poniendo el corazón y las armas de la voluntad y la inteligencia: la libertad, la República, la Democracia.
Dios ha sido benevolente con Venezuela, y en particular con Henrique Capriles. Nos ha concedido una segunda oportunidad para corregir los errores cometidos y acertar en la senda hacia la liberación. Dicha corrección tiene que ver con dos aspectos cruciales que deberán ser corregidos sin tardanza. El primero es de naturaleza estratégica: no se trata de derrotar un mal gobierno - que sin duda lo es -, sino de impedir la consumación de una grave traición a la República, permitiendo la entronización de un régimen totalitario al servicio y bajo el control de la tiranía cubana. Detrás de Nicolás Maduro se encuentran Fidel y Raúl Castro, los verdaderos enemigos. Se trata, pues, de apuntar al corazón de la verdadera amenaza.
La segunda es de orden táctico y tiene que ver con la comprensión del tiempo, la dimensión de la cruzada y las expectativas de triunfo. El 14 de abril se libra un combate, pero la guerra continúa. Aún bajo el desiderátum de una victoria, a la que debemos apostar con alma, corazón y vida, la tarea recién comenzaría. Erradicar el mal de la penetración castro comunista nos llevará años. Y hacerlo de la única manera posible - combatiendo la pobreza, la ignorancia, la incultura - aún más de lo que muchos imaginan. El país no es ni sombra de lo que el castro chavismo encontrara en 1999. Ha sido sistemática, consciente y aviesamente devastado.
A la naturaleza del desafío y a los lapsos que implica asumirlo y resolverlo, el sujeto y el modo: solo un pueblo alerta, despierto, consciente y combativo puede tomar en sus manos la liberación de Venezuela. Un pueblo consciente del valor y la importancia del voto, pero que no se amilane ante las contrariedades. Ante las cuales debe tomar conciencia de que cuenta con otros medios constitucionales para continuar la lucha y elevar su calidad específica. Una cosa no está reñida con la otra. Al contrario: voto y lucha se complementan y potencian recíprocamente.
Y finalmente: un líder y un liderazgo. Dios le ha dado a Henrique Capriles la posibilidad de transfigurarse de candidato en líder. No es el único, pero es hoy por hoy posiblemente el más destacado. A los partidos les corresponderá reconocer ese liderazgo, deponer sus naturales ambiciones y ponerse al servicio de la Unidad Nacional.
Es el maravilloso desafío del momento.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
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