POLÍTICA Y RESISTENCIA. EL MOMENTO QUE VIVIMOS
Antonio Sánchez García | julio 22, 2017 | Web
del Frente Patriotico
No fue con
tartufos y burócratas que se fundó está República. Ni será con ellos que
Venezuela volverá a ser independiente. Será con la decisión, la voluntad y el
coraje de quienes están dando su vida en resistencia.
Antonio Sánchez
García @sangarccs
A los mártires de
la Resistencia
Neville Chamberlain fue un gran político y un inglés
ejemplar (Birmingham, 18 de
marzo de 1869 - Heckfield, 9 de
noviembre de 1940) político conservador británico, Primer Ministro del Reino Unido entre
el 28
de mayo de 1937 y el 10 de mayo de 1940. Es famoso por su
política de apaciguamiento con respecto a
la Alemania nazi y la Conferencia de Múnich de 1938..
Elegante, aristocrático, flemático como correspondía a un británico perfecto
del Siglo XIX. Signado por la desgracia de haber sido el hombre inapropiado
escogido en un momento inadecuado para enfrentar una situación inesperada.
Creyó, con la mejor buena fe, que Hitler podía ser amansado con el poder de la
palabra justa, las buenas maneras perfectas y la elocuencia exacta de un
parlamentario inglés curtido en discusiones en el seno de la corte imperial. Y
que la crisis mortal ya desatada con la entrada de Alemania en guerra el 1 de
septiembre de 1939 – la nefasta invasión a Polonia – podía ser
mantenida en los estrictos márgenes de un conflicto regional bajo la normas del
derecho público internacional. Como correspondía a las guerras europeas del
pasado. Fue más lejos: midiendo la brutal crisis imperial desatada por el
caporal austriaco al frente de la primer potencia militar del planeta con la
balanza de un abastero creyó que para evitar que las cosas pasaran a mayores
bien valía hacerle algunas concesiones al Führer pangermánico. Un pedazo de
territorio fronterizo por aquí, un corredor por allá, un reacomodo según los
clásicos trapicheos de los enfrentamientos imperiales del siglo XIX. Como diría
Churchill: dar de comer al cocodrilo esperando ser su última presa.
En realidad, Chamberlain pertenecía a
la tradición de ese león británico que dominara los mares, desde la caída y
decadencia del imperio español. Con un defecto descomunal que en política suele
pagarse muy caro, incluso con la vida y la tragedia de pueblos enteros: era el
político más destacado con que contaban los reyes aunque adolecía de una grave
miopía frente a los profundos cambios que se desataran en la Europa de
entreguerras, la profundidad del efecto Hitler sobre la nación alemana, la
naturaleza del nacionalsocialismo, la revitalización de la eterna enemistad de
Alemania con Francia y Rusia, pero por sobre todo ignaro de los profundos
cambios sociopolíticos impuestos por el totalitarismo hitleriano, anticipados
por las mentes más lúcidas del conservadurismo como inherente al proceso de
industrialización y masificación de la sociedad europea: se enfrentaba a un
Estado Total, dueño de una dictadura total, con una sociedad soldada
totalitariamente por el totalitarismo estatal, armada hasta los dientes y
dispuesta a jugar su sobrevivencia desatando, por primera vez en la turbulenta
historia de la humanidad desde Julio César, una guerra de exterminio total. Una
realidad anticipada hacía más de un siglo por el pensador español Donoso Cortés
y el francés Alexis de Tocqueville, capaz de llevar a cabo guerras totales como
la anticipada por Carl von Clausewitz.
La guerra de Hitler comenzó el 1 de
septiembre de 1939. En tan solo nueve meses Alemania se había apoderado de la
Europa continental, del Atlántico a los Urales y sólo una extraña vacilación en
que incurriera Hitler, que permanece sumida en el misterio – de esos de los que
están llenos los anales – frenó la aniquilación de las tropas aliadas que huían
desesperadas desde las playas de Dunkerque, permitiendo que más de trescientos
mil soldados británicos y canadienses salvaran sus vidas y, con ello, la reserva
estratégica para que el hombre de la circunstancia, quien poseía la visión
histórica del estadista y tenía perfecta conciencia de que en sus manos estaba
la salvación no sólo de Inglaterra, sino del mundo civilizado, apretara entre
sus manos los proyectos conciliatorios y dialogantes de Chamberlain, les
prendiera fuego y usara la pequeña antorcha para encender uno de sus clásicos
habanos: Winston Churchill. La contrafigura física, política y espiritual de
Chamberlain. Que en esos cinco días de mayo de 1940, posiblemente los cinco
días más trascendentales de la historia humana, asumiera el mando del imperio
británico, se hiciera cargo de la dirección de la guerra, comprimiese en su
puño todo el sentimiento libertario de una nación acorralada, a la que, conmovido
y con voz tremulante no le ofreció promesas ni le entonó cantos de sirena, sino
que comprendiendo que en casos semejantes sólo la verdad es revolucionaria le
habló a su pueblo sólo para ofrecerle “sangre, sudor y lágrimas” enviándole
simultáneamente el siguiente mensaje radial, palabras más palabras menos, a su
mortal enemigo: “si llegáramos a ser desalojados de Inglaterra moriré en
cualquier lugar en donde me encuentre la vida, peleando, rodilla en tierra,
contra el nazismo hitleriano”. Cinco años después visitaba las ruinas del
bunker del Tiergarten en el que su derrotado enemigo se quitara la vida y uno
de sus guardaespaldas le rociara unos bidones de gasolina prendiéndole fuego.
Churchill era un hombre de palabra. Había convertido al monstruo apocalíptico
en un montón de cenizas.
A su manera, guardando las debidas distancias de tiempo y lugar, si bien en una
circunstancia semejante para los destinos de la humanidad, Simón Bolívar,
derrengado, quebrantado y al borde de la pérdida de sus capacidades físicas,
sentado casi agónico en una silla de baqueta en un ranchito de Pativilca, en la
sierra peruana, anticipó esa grandeza de un estadista puesto por la historia en
la cima brumosa que separa la grandeza del héroe de la miseria del politicastro.
Y la gloria que separa a quien lucha incansablemente tras la victoria de la
humillación de quienes sólo negocian la derrota. A fines de 1823, encontrándose
gravemente enfermo, recibió la visita del embajador de Colombia en Lima,
Joaquín Mosquera, que venía a entregarle su cargo y quien a punto de soltar las
lágrimas al ver el estado cuasi moribundo del Libertador, le expresó su
angustia ante el desastre que se avecinaba. Señalándole el poder aparentemente
invencible de las tropas de Canterac, el general español al mando de más de
doce mil soldados veteranos de las guerras napoleónicas y fuertemente armados y
atrincherados en las alturas andinas, le manifestó su angustia ante las
debilidad de las fuerzas independentistas. “¿Qué hará Usted, general, ante una
situación tan desesperada”. Bolívar, consumido en fiebre y en estado
calamitoso, elevó el rostro y echando llamas por sus ojos consumidos por la
fiebre le respondió sin dudar un instante: “¡Triunfar! ¡Triunfar! ¡Triunfar!”
Poco después Sucre obtenía la victoria en Ayacucho y el Imperio Español sufría
la más determinante de sus derrotas: perdía el continente americano.
En muchos sentidos, vivimos los venezolanos una situación semejante, si bien
nuestras luchas no persiguen la derrota de un imperio sino el fin de una
dictadura. Con todo lo que ello implica para el continente, pues el objetivo
real se encuentra del otro lado del Caribe y tendrá efectos también
determinantes para el futuro de América. No combaten contra un mal gobierno
sino contra un régimen tiránico. Ni luchan por establecer la República, sino
por salvarla. Pero del mismo modo que los ingleses se veían entorpecidos por
los apaciguadores, del mismo modo en momentos tan trascendentales como los que
vivimos, sobran los miopes y conciliadores que se niegan a enfrentar la
situación con la grandeza con que la han hecho aquellos jóvenes dispuestos a dar
sus vidas en defensa de la libertad. Y la han dado. Creando las condiciones del
acorralamiento internacional de la satrapía y poniendo en pie de guerra a una
ciudadanía que sigue el ejemplo y responde a la necesidad de enfrentarse al
régimen en todos sus terrenos, cualesquiera ellos sean. En el de la calle y en
el de las elecciones. Ya aparecen los tartufos que quisieran apropiarse de las
epopeyas libradas a pecho descubierto por nuestros mártires y protestan
indignados “por la anarquía” que propician quienes no temen enfrentarse a la
tiranía y proceden sin pedir permiso a la burocracia política de los viejos
partidos del sistema para paralizar el país.
No fue con tartufos y burócratas que se fundó está República. Ni será con ellos
que Venezuela volverá a ser independiente. Será con la decisión, la voluntad y
el coraje de quienes están dando su vida en resistencia. Quisiera recordar otro
capítulo de aquellos tiempos heroicos que vieron nacer a la Venezuela que
nuestra resistencia ha vuelto a poner en la memoria. Lo cuenta José Antonio
Páez en sus memorias:
“Esto
resuelto, convoqué a todos los vecinos de la ciudad de San Fernando a una
reunión, en la cual les participé la resolución que tenía de abandonar todos
los pueblos y dejar al enemigo pasar los ríos Apure y Arauca sin oposición,
para atraerlo a los desiertos ya citados. Aquellos impertérritos ciudadanos
acogieron mi idea con unanimidad y me propusieron reducir la ciudad a cenizas
para impedir que sirviese al enemigo de base de operaciones militares muy
importantes, manifestándome además que todos ellos estaban dispuestos a dar
fuego a sus casas con sus propias manos cuando llegara el caso y tomar las
armas para incorporarse al ejército libertador. Ejecutóse así aquella sublime
resolución al presentarse el ejército realista en la ribera izquierda del río.
¡Oh! ¿Tiempos aquellos de verdadero amor a la libertad”
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