Rafael Guerra Ramos: el guerrero solitario
Nació bajo la tiranía del Benemérito Juan Vicente Gómez,
creció bajo la luz engañosa del esplendor petrolero y debutó como agitador
popular en los liceos para enfrentarse a la Junta Militar de Delgado Chalbaud,
la dictadura de Pérez Jiménez, los arrebatos de Chávez y la tiranía de Maduro
Los chavistas oportunistas, quisieron vender a este hombre
como modelo de su lucha cuando es todo lo contrario.
Por MARIAHÉ PABÓN
26 DE JULIO DE 2017 05:42 AM | ACTUALIZADO EL 26 DE JULIO DE
2017 08:46 AM
La Cárcel Modelo fue su universidad, la tortura su
experiencia, el liceo Fermín Toro, su formación y el exilio la dura escuela de
una vida de saltimbanqui por la geografía latinoamericana en la que pudo
conocer la pobreza, pero también el cariño de quienes le ofrecieron amistad y
protección en sus momentos más duros. Hoy, a los 87 años de edad, Rafael
Guerra Ramos se levanta muy temprano en Caracas y revisa las noticias
para saber adónde dirigirse y en qué lugar hacerse presente durante las marchas
de protesta, como lo hacía cuando a los 16 años formaba parte de las República
Liceísta, que contaban con un Poder Legislativo y una cámara compuesta por dos
delegados de cada aula o sección. Así, entre deportes, la política, la
literatura y la diferencia de ideas, nació en el Liceo Fermín Toro una
conciencia social y política, bajo la dirección de quienes durante muchas
décadas hicieron historia en la batalla para luchar contra las dictaduras e
injusticias de la época.
Los jóvenes de entonces recibieron clases de autoridades
como Mariano Picón Salas, Carlos Augusto León, José Nucete Sardi y Miguel Otero
Silva. Qué más podía pedir el muchachito que había tenido que migrar de sus
pueblos empobrecidos del Guárico, para buscar una nueva vida después de la
muerte de su madre y deslumbrarse con el olor del petróleo en Pariaguán, en
donde parecía asomarse la prosperidad, mientras él tenía que llevar a su
hogar el agua del surtidor público y por ello llegar a la escuela siempre
tarde. Junto con su padre vendía gallinas, cochinos y cereales, hasta que el
paludismo, el sarampión y la anemia castigaron su frágil cuerpo. Los
contratiempos en la provincia lo llevaron a Caracas. Le dio la espalda al falso
rayo de luz de la industria petrolera y se marchó con la ilusión de darle un
vuelco a su existencia e ingresar a un liceo.
La primera República. La experiencia en el Liceo Fermín
Toro le ganó el nombramiento de diputado independiente
en la República Liceísta, pero seguía navegando en dos aguas:
el partido AD, del cual su padre era militante, y el Partido Comunista,
que en esos tiempos fascinaba a los jóvenes, así que a los 22 años repartía su
tiempo entre lecturas, un trabajo en el hipódromo, estudios de bachillerato
nocturno y la militancia política que lo llevaría más tarde a la cárcel, el
exilio y la clandestinidad. La huella de la tortura y el exilio lo llevaron a
conocer en 1952 el primer latigazo de la opresión, junto con un grupo de
jóvenes que había preparado la gran marcha del Primero de Mayo. Lo buscaron a
medianoche en las casas de su tía María y de su hermana Martina. La
Seguridad Nacional quería saber en dónde estaban enconchados Santos Yorme
(Pompeyo Márquez), Pablo (Guillermo García Ponce), Aparicio (Héctor Rodrìguez
Bauza), Oráa (Eloy Torres) y en qué lugar se imprimía Tribuna Popular,
órgano del Partido Comunista. Pese a que un sádico de nombre Loco Hernández le
arrancó las pestañas con una pinza y trataba de introducirle un cable muy fino
por todos los orificios de su anatomía, resistió y con tres costillas, dos clavículas
rotas y más morados que el Nazareno lo llevaron a la enfermería, donde una
mujer bondadosa lo trató con ternura, hasta que de nuevo lo llevaron a los
calabozos en los que se encontró con toda la camada comunista y adeca, cuyo
único ideal era el de luchar por la libertad e ilustrarse con cuantos libros
caían en sus manos.
La equívoca guerrilla. En el año 1958, con la llegada
de la democracia, Guerra Ramos se unió al movimiento guerrillero enamorado de
una fábula que le habían vendido desde la Unión Soviética y que luego
de las represiones a Checoslovaquia cambió de tercio para servir al país, no
sin antes pasar la gran aventura clandestina, como expulsado de Venezuela y
comunista de pasión, convirtiéndose en un exiliado, junto con 23 compañeros. En
México conoció a Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco y a un amor de paso,
la linda Genoveva, de quien se despidió para marchar a Colombia como “agente
secreto” y con el nombre de Juan Colinas, cédula colombiana y con el
tiempo buenos trabajos, amistades intelectuales y hasta un libro de poemas
escrito en compañía del intelectual chileno Andrés Crovo, esposo de María
Elena Jiménez, quien fuera en su tiempo ministra del Trabajo y cónsul de
Colombia en Gran Bretaña.
Guerra Ramos demostró gran habilidad como estratega,
habilísimo en la tarea de rodearse de gente colaboradora para facilitar la
entrada al país a militantes ilegales que vivían escondidos.
Un sueño no resuelto. “Imaginación contra dinero, sí
podemos, somos más” fue la primera consigna que se escuchó en Venezuela, creada
por Jacobo Borges, en unión de Rafael Guerra Ramos, enamorado de este
movimiento que llegaba para sacudir a los grupos de izquierda divididos y
dispersos. Se trataba de un despertar de la juventud hacia nuevas propuestas y
de un alejamiento del comunismo. El entusiasmo prendió en los liceos y
universidades, en la capital y el interior, las marchas eran una fiesta.
“Éramos, sin más, un minipartido con ángel”, confiesa Guerra. Con el tiempo, el
Movimiento al Socialismo fue el Menos, por las divergencias en los diversos
estados y por algunos casos non sanctosdentro de la organización: “Desde
entonces, comenzó una nueva historia de la perturbada vida interna del MAS.
Conoceríamos impensables episodios de cómo, a veces, el poder corrompe”.
Al separarse de la dirección del MAS, siguió ejerciendo la
presidencia de la Subcomisión de Derechos Humanos y como masista
crítico y vocero de la Cámara de Diputados, por acuerdo entre las
diversas fracciones parlamentarias, Guerra Ramos presentó al Parlamento lo que
se denominó como un tenebroso informe titulado “Hacia dónde vamos”,
radiografía de la situación que vivía el país desde el famoso Viernes
Negro. Fue un directo ataque al gobierno de Carlos Andrés Pérez, que hizo
historia. Muchas aguas turbias corrieron por esos años en los cuales Guerra
Ramos trabajó por conciliar en el MAS, hasta que en compañía de Teodoro
Petkoff, Eloy Torres y Pompeyo Márquez se opusieron a la candidatura de Chávez
a la Presidencia, optando por la de Salas Römer:
—¿Y por qué darle la espalda a Chávez ?
—Cuando Chávez estuvo preso, como presidente de la
Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento tenía la obligación de
visitarlo y lo hice en dos ocasiones. En ambas se me presentó como el hombre
carismático y encantador que era. Hasta me cantó, acompañado de un cuatro. No
me engañó. Desde los primeros minutos de su discurso fanfarrón me di cuenta de
que estábamos ante un dictador y lo que había dicho el propio Carlos Andrés se
convertía en premonición: “Si Chávez llega a ser presidente el país se
convertirá en una tragedia que no debería padecer jamás Venezuela”. Es lo que
estamos viviendo. No se equivocó.
Bajo los años del mal llamado “socialismo del siglo XXI, ha
dejado de existir la posibilidad del ascenso político y social, de progreso
individual honesto, porque los gobiernos de Chávez y Maduro han buscado
exprofeso transformar la sociedad y la cultura sociopolítica de los
gobiernos anteriores y ello ha generado una generación de baja movilidad
social, en la que viven pobladores, no ciudadanos, con una
mentalidad dependiente del Estado, sin esperanzas de progreso.
Hoy, Rafael Guerra Ramos, “Guerrita”, como lo bautizaron sus
amigos cariñosamente por su estatura física, descansa tranquilo junto a su
esposa Flor América Brandt en Caracas y de vez en cuando disfruta de la
compañía de muchos sobrinos que viven en el exterior, uno de ellos, Marcos
Santana, quien tuvo la buena idea de publicar las memorias de este testigo
privilegiado de la historia política de Venezuela junto con la periodista
e historiadora María Teresa Romero.
El libro La lucha que no acaba es digno de ser
leído por todos aquellos que quieran entender el por qué los venezolanos están
viviendo este calvario. Es la historia del país que no se rinde, como afirma Alberto
Barrera Tyszka, y Guerra Ramos lo dedica a la juventud del país: “A esos
jóvenes que firme y bravamente luchan contra esta pesadilla que estamos
sufriendo y por la reconquista de la Venezuela que nos merecemos”.
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