Y DESPUÉS, QUÉ?
Antonio Sánchez García | julio 26, 2017 /Web del
Frente Patriotico
Antonio Sánchez
García @sangarccs
1
Puede que el
primero, más grave e irreparable de nuestros defectos congénitos, causal de
nuestras peores desgracias, sea de orden antropológico cultural: el
inmediatismo. Por cierto, la peor herencia de nuestra animalidad, como bien lo
señalara José Ortega y Gasset en uno de sus más deslumbrantes ensayos:
Ensimismamiento y Alteración. Según el más grande de los filósofos españoles de
todos los tiempos, así la germanofilia que lastra a nuestros institutos de
filosofía lo haya enviado al desván de las antiguallas, la humanización de
nuestros primeros ancestros se habría debido a una extraña fiebre originaria
que nos ensimismó. Rompiéndose así el lazo existencial del primer antropoide
con su entorno y permitiendo la germinación en nuestros cerebros de la
imaginación. No sin razón considerada “la loca de la casa”.
El mono, decía
Ortega, está permanentemente alterado, sumido y sujeto a la alteridad, a lo
otro, al entorno. Y cuando deja de estarlo, se duerme. El hombre, en cambio,
cuando deja de estar alterado, se ensimisma. Si está encarcelado piensa que
corre por playas y desiertos, disfrutando de la libertad. Vuela, rompiendo las
leyes de la naturaleza. Compone, llenando su entorno de melodías. Juega y crea.
Llegando al extremo de haber creado el entorno mediante la socialización del
ensimismamiento, de tal manera que cuando está alterado no lo está por
influjos, incentivos o peligros de la naturaleza – como los animales – sino por
los peligros que él mismo se ha creado. Esa selva de humanidades en la cual,
según Thomas Hobbes, el hombre vive en perpetua guerra consigo mismo, vale
decir: con los otros hombres. Bellum omnia contra omnes.
Lo traigo a
colación porque, aunque no lo dijese Ortega, huelga por obvio. Los países más
desarrollados, cultos y civilizados del planeta son aquellos con mayor
capacidad de abstracción, de ensimismamiento, de imaginación. Aquellos que
crearon, fortalecieron e instituyeron un universo de instituciones convertidas,
por efecto de la socialización, en una segunda naturaleza. Los más
subdesarrollados, huelga decirlo, son los más alterados, los más belicosos, los
más enguerrillados. Nosotros. Si bien esa alteración de segunda
naturaleza, innata a formaciones sociales como la venezolana, se
condensa en un atado de complejos indescifrables, de los que la más peligrosa,
contraproducente y destructiva tiene un nombre más sofisticado: inmediatismo. O
alteración.
Tan es así, que
quienes mayor planificación han puesto en práctica y han pensado y
actuado de manera más estratégica lo que han planificado con sus cerebros
adocenados, acuartelados, amaestrados para el conflicto y la guerra – los
militares – ha sido el desastre, el regreso a la absoluta animalidad, el
retorno a la selva. Haciendo de la política no un terreno de la anticipación
del control de conflictos y el desarrollo de estrategias de
prosperidad, paz y crecimiento, sino un mundo de alteración permanente. Para
los militares que nos desgobiernan, la política no es el reino del
entendimiento, sino el del sometimiento, el acuartelamiento, la permanente y
letal alteración de la guerra.
2
No pretendo hacer
fenomenología de la psicología castrense, tan al nivel del mono, en Venezuela,
y del gorila, en Cuba – barbarie pura y dura – , sino hacer la fenomenología de
nuestra civilidad política. Que debiera encontrarse en el Topos opuesto. Así no
lo sea, para nuestra infinita desgracia. Para demostrar lo cual quisiera
servirme de un ejemplo extraordinariamente distante filosóficamente de
nosotros, los caribes, aunque tan cerca de nosotros, por afinidad de desgracias
dictatoriales. Me refiero a Chile. En Chile se anticipa, luego se actúa. En
Venezuela se actúa, jamás se anticipa. En Chile la política mediatiza. En
Venezuela es inmediatismo puro.
El trasvase de Don
Andrés Bello al Pacífico Sur y sus alturas andinas posiblemente nos desposeyó
del Prometeo de la mediatez y la mediatización – en sentido hegeliano – , la
reflexión, la anticipación y el ensimismamiento – en sentido orteguiano – para
dejarnos entregado al ruido y las furias de la alteración, el
enguerrillamiento, el desaforado caudillismo de montoneras y, lo que sintetiza
todos nuestros males: el inmediatismo como signo de identidad cultural. Cuya
mejor definición fenomenológica la diera el personaje principal de la
telenovela Por estas Calles, a quien Ibsen Martínez le puso en sus
labios la perfecta definición de nuestra filosofía del conocimiento: “según
vamos yendo, vamos viendo”. Me altero, luego existo. Reacciono, luego pienso.
Si es que pienso.
A los chilenos
les bastaron mil días para saber que por el camino que iban con la Unidad
Popular y su gobierno de comunistas y socialistas filo cubanos bajo el
liderazgo de Salvador Allende, el desastre, la devastación y la muerte serían
inevitables. Y previendo al detalle lo que les esperaba, procedieron. De manera
radical, profunda, definitoria. Sin titubear ni dudar un solo segundo. Sin
dejar cabos sueltos. Pensaron, luego existieron. Pero tampoco es que
reaccionaron como nosotros el 11 de abril, a esos también exactos mil días de
chavismo filo cubano, de manera espontánea, alterados, sin planificación
ninguna. Sin prever que no faltarían los militares felones que nos
traicionarían, sin tener un gobierno de transición preparado, eligiendo al
católico más a mano, pues el más apropiado, según monseñor Velazco, árbitro de
la circunstancia, no aplicaba por ser un divorciado.
Procedieron los
chilenos usando como bitácora de navegación el llamado “ladrillo”: un
voluminoso proyecto de país alternativo, cuidadosa y minuciosamente diseñado
durante años preparatorios por los sectores liberales, que habría servido de
hoja de ruta al gobierno de Jorge Alesandri Rodríguez, si no hubiera sido
derrotado por dos puntos porcentuales y no hubiera arrasado, como hubiera
sucedido si la Democracia Cristiana no hubiera procedido –helas! – en la mayor
alteración. Que si liberal conservadores y democristianos se hubieran unido,
ganaban por más del 65% de los votos. Chile no quería comunismo. La centro
derecha lo sabía, pero la DC hizo como que no lo sabía. En ellos primó la
alteración.
3
El plebiscito de
1988 fue el segundo caso de planificación cumplida y respetada. Que marca una
diferencia abisal entre los militares chilenos y los venezolanos. ¿Comparar a
Pinochet con Vladimir Padrino? ¡Dios nos guarde! Respetaron su propia
constitución, que jamás ofendieron y humillaron considerándola “una bicha” y
luego de perderlo, volvieron a respetarla ciñéndose a lo que ella dictaba:
celebrar elecciones presidenciales. Cuyos resultados les fueron desfavorables y
respetaron. ¿Comparar a Pinochet con Chávez o Nicolás Maduro? Sólo los ciegos.
Y aquí viene el segundo
ejemplo del espíritu previsor y civilizado, mediatizador, anti inmediatista de
los chilenos. En primer lugar, la oposición no se trenzó a golpes ni se hizo
una zancadilla detrás de otra para ver quién se quedaba con el
coroto. Primó la sensatez, la cordura y la inteligencia. Socialistas
y comunistas comprendieron que quienes mayor derecho y razón tenían para
presidir la transición eran los democratacristianos. Serían quienes menos
reacciones desfavorables despertarían. Si bien se habían opuesto al gobierno de
Salvador Allende, con sobradas y más que legítimas razones, y por lo mismo,
comprendiendo que la única salida posible – en el Chile de sólidas tradiciones
militares – era una intervención de las fuerzas armadas, al comprender que
dicha intervención sobrepasaba el respeto a los derechos humanos pasaron a la
oposición, que asumieron con hidalguía y coraje. Sin coquetear con Fidel Castro
y su proyecto de lucha armada, como hicieran comunistas, socialistas y
miristas. Para terminar jugando un rol esencial en el diseño de una estrategia
institucional y constitucionalista para salir de Pinochet por las buenas,
conociendo el talante de las fuerzas armadas chilenas. Como ya lo he señalado:
patrióticas y nacionalistas, orgullosas de la chilenidad y dispuestas a dar sus
vidas en defensa de la soberanía de su Patria. ¿Comparar las fuerzas armadas
chilenas con las mesnadas asesinas, narcotraficantes y vendepatrias de Vladimir
Padrino? ¡Dios nos ampare!
Pero tampoco es
que Patricio Aylwin asumió la presidencia de la transición a la loca,
improvisadamente, sumido en un estado de alteración caribeña. Llegó a la
presidencia con otro ladrillo, un voluminoso catálogo de propuestas y modelos
de desarrollo sociopolítico y económico centrado en dos ejes: respetar y seguir
dinamizando las líneas maestras que le habían permitido a la dictadura dar el
gran salto a la modernidad y al desarrollo, por una parte, agregándole
elementos esenciales de una política social, por la otra: acortar el abismo
existente entre los más ricos y los más pobres, disminuyendo la pobreza extrema
de un 40% en que la dejara la dictadura a un 11% a que la contrajera el
gobierno de Sebastián Piñera, veinte años después.
Quien, por
cierto, previendo que los veinte años de transición en brazos de la
Concertación Democrática llegaban inexorablemente a su fin, se encerró en el
Parque Nacional Tantauco durante meses con los mejores técnicos en economía y
sociedad existentes en Chile para diseñar el tercer ladrillo: el que cerraría
todo un ciclo de la historia política chilena elevando el Ingreso Per Capita
(IPC) de los chilenos por sobre los veinte mil dólares.
Pregunto: ¿existe
algún ladrillo venezolano que plantee la planificación, ejecución y cumplimiento
de los objetivos que aspiramos a construir a partir del primer gobierno de
transición? ¿Existen acuerdos de gobernabilidad que vayan unos metros más allá
del par de páginas recién dadas a la publicidad? ¿Eso es planificación para el
futuro de una gran nación como la Venezuela que queremos?
Tengo muy serias
dudas. Si llevamos veinticinco años de inmediatismo – sin contar los gobiernos
precedentes que nos empujaron al abismo – ¿qué nos haría pensar que hemos
aprovechado estos diecisiete años de tragedia para preparar la Venezuela que
vendrá? Espero las respuesta.
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