He llegado a preguntarme: “¿Será acaso que Dios no
existe?”
Un pasado impredecible; por Federico Vegas
> Por Federico Vegas | PRO DA VINCI 3 de julio, 2017
He llegado a preguntarme: “¿Será acaso que Dios no existe?”
Si Dios no actúa en los asuntos de los hombres por un sentido de justicia,
espero que sí lo haga bajo los impulsos del hartazgo, porque nuestros
opresores son, fundamentalmente, una ladilla suprema que no hay polvo ni
rasuración que la elimine. ¡Con cuánto gozo y descaro chupan y se aferran
hasta invadir y destruir lo más íntimo!
Los dioses griegos no premiaban o castigaban a los hombres en base a un
pacto preestablecido en diez mandamientos. Eran más veleidosos y
peligrosamente temperamentales. Podían pasar de enamorarse de un mortal a
detestarlo sin razones aparentes. Por eso nuestro drama parece griego. Los
dioses deben haberse enamorado de Chávez para perdonarle su disparate
golpista y luego otorgarle el don del encantamiento e insólitos recursos;
al final fueron implacables al quitarle su manto protector. Maduro, en
cambio, los debe haber tenido obstinados desde el principio y ya perfila su
propio castigo proponiendo que recorrerá un camino opuesto al de su ídolo:
si Chávez pasó de las armas a los votos, el vociferante asegura que pasará
de los votos a las armas (una inversión que, como veremos, es una
perversión). Es una desgracia que tantos venezolanos estemos involucrados
en la maldición que él mismo se ha impuesto.
Si hubiese fuerzas celestiales que movieran nuestros hilos, ¿cuál sería
nuestro futuro?
En el capítulo final de la serie *Fargo* dice uno de los personajes:
—¿Has escuchado el dicho ruso: “El pasado es impredecible”? ¿Quién de
nosotros puede asegurar qué ha ocurrido realmente y qué es simplemente un
rumor, una opinión?
Los rusos se refieren también a la imposibilidad de saber cómo el pasado va
a moldear el futuro y cómo van a ser interpretados estos efectos.
Explicarle a un extranjero qué está sucediendo en Venezuela es imposible
por una razón muy sencilla: nosotros tampoco lo entendemos. En un tiempo en
el que se amontonan los chismes y los rumores, los análisis y las
fantasías, las burradas y los engendros, es imposible narrar un hecho.
Añádase que estamos sobre un pozo de riqueza donde están metiendo mano un
revoltillo de mafias y potencias. Y sobre este revoltillo está Cuba, una
franquicia que ha vivido por más de medio siglo del ilusionismo, de un
poder soterrado y paciente que va penetrando como las enfermedades
incurables. En sus apuestas, siempre con muy poco respaldo constante y
sonante, tienen la ventaja de no tener nada que perder. Lo relevante no es
que tengan un buen servicio de inteligencia, sino el hecho de contar con
ese único recurso.
En medio de este aquelarre, ¿cómo no va a ser impredecible nuestro pasado e
inasible presente? Si el que narra suele contar ficciones haciendo que
parezcan verdades, nosotros parecemos fabuladores masoquistas mientras
intentamos narrar nuestras incertidumbres.
Hoy, para el venezolano, el acto de contar sus problemas es un doloroso
ejercicio de ficción. Nuestro pasado, tanto el lejano como el de hace
apenas unas horas, es errático. Unas veces se precipita, otras se estanca,
siempre nos confunde. Ya no parece servirnos para entender e imaginar un
destino, ahora esperamos que sea el futuro quien se encargue de darle un
sentido a la tragedia que estamos viviendo. Lo que suponemos han sido
extremos de crueldad son solo antesalas; cuando creemos haber visto los
límites de la maldad y el absurdo, resultan ser el abrebocas de lo que se
nos viene encima. Abril, mayo y junio han sido apenas “entremeses”.
Estos círculos del infierno que funcionan como cajas chinas tienen su razón
de ser. Este régimen basa su fortaleza en incentivar y premiar las peores
pasiones de los hombres: el servilismo sobre la competencia, la avidez
sobre la probidad, la fealdad sobre la belleza, la destrucción sobre la
creación, la voluntad ciega de poder sobre la comprensión y el
entendimiento, y por ese camino han llegado a promover y celebrar la
perversidad como metodología. Un perverso es aquel que desea voltear las
normas de la sociedad y disfruta ejerciendo estas inversiones,
convirtiéndolas en su manera de expresarse y relacionarse con los demás.
Maduro ha dado el ejemplo volteando la mesa que le sirvió su padre, o
quizás revelando la naturaleza giratoria de la tortilla. Según el
diccionario, la cuarta acepción de la palabra versión es “Operación para
cambiar la postura del feto que se presenta mal para el parto”.
Freud y el psicoanálisis han examinado la relación de la perversidad con
una sexualidad frustrada. Luis Buñuel estaba obsesionado con este tema y es
el basamento de su obra. En su autobiografía, *El último suspiro*, propone
que al perverso no le gusta mostrar en público su perversión, que es su
secreto y no suele pasar de ser un deseo. Aquí está la clave del éxito del
gobierno promoviendo la perversidad: crea las condiciones para realizar
públicamente los deseos, para desatarlos y darle al perverso plena libertad
de expresarse, de darse un banquete y ser condecorado y ascendido. ¿Habrá
mayor perversión que un país donde se enfrentan una fuerza armada y una
desarmada, y todos son hijos de la misma patria? Vean los rostros de las
estudiantes de la Universidad Simón Bolívar arrodilladas y esposadas e
imaginen el placer de sus verdugos.
El hombre que manejaba la tanqueta que derribó la puerta de Miraflores en
1992 hoy es presidente de Pequiven. El que derribó con otra tanqueta las
puertas de El Paraíso, (el conjunto residencial llamado “Los verdes”) debe
estar esperando su recompensa. Y debería ser algo más sustancioso que
Pequiven pues el absurdo de su violación es mayor. ¿Qué es un palacio
comparado con una comunidad de familias similar en escala al pueblo de
Chuspa en el litoral central, y varias veces mayor que Jadacaquiva en
Paraguaná o San Rafael de Mucuchíes en los Andes merideños.
Pensando en lo impredecible del pasado me he puesto a pensar en las cosas
que hemos ganado, en aquello que sí es predecible una vez que ha mostrado
sus frutos y su lógica. Hay una que es fundamental.
Alejandro Varderi me cuenta una reflexión que le escuchó a María Elena
Ramos: “Creíamos que la democracia es una madre que nos cuida, pero es una
amante a la que hay que amar y cuidar”.
La cadena de transmisión de esta idea debe venir de muy atrás y debemos
ayudar a que se propague. Yo se la voy contando a todo el que me tropiezo
añadiendo algunos matices. Unas veces la democracia es una novia muy seria
a la que amaré toda la vida, otras una mujer bella, coqueta y cruel.
En Venezuela, la democracia era como una abuela rica, golpeada por los años
y con muchos herederos esperando a que se muriera para quedarse con su
fortuna. Finalmente murió y se han llevado hasta los cimientos de su
casona.
A mediados del siglo XX la palabra “democracia” aparecía en el nombre de
todos los partidos, ahora en el de ninguno. El término empezó a tener algo
de fórmula vieja, de cantaleta engañosa y desprestigiada que se debía
evitar. Su ausencia explica esos nombres tan raros y rebuscados que tienen
las nuevas agrupaciones políticas.
Hoy, el concepto “democracia” ha vuelto a renovarse con la intensidad de
los amores que parecen imposibles. Un pueblo engañado y saqueado, sometido
a una represión cada vez más ilegítima e inconstitucional, se ha
reencontrado y unido en la calle, y, con el testimonio vital de su
presencia, va encontrado la dimensión y el propósito de un verdadero poder
originario e intransferible. Una opresión malsana y repulsiva nos ha
permitido reencontrarnos con esa amante adorada y por tanto tiempo tratada
como la puta de un pueblo minero. Esa es la paradoja: el poder opresor ha
generado un poder liberador.
Esa fuerza liberadora existe y radica en quienes están entrando en la vida
política, más que en los que están de salida. Todo joven vejado y gaseado,
encarcelado, herido, es y será un ferviente amante de la libertad,
incluyendo a los jóvenes asesinados, quienes hoy son los que están más
presentes como el más cierto de los pasados. Aún más apasionante que la
libertad es el deseo de alcanzarla. Lo que no podemos predecir es si esta
potencia dará sus frutos, o la perversidad, que se crece ante la
posibilidad de cercenar la belleza, logrará aplastar la promesa y la
democracia que está renaciendo en las calles de nuestro país.
El resultado de esta coyuntura afectará a la historia de la humanidad, pues
Venezuela ya es un arquetipo y una referencia a nivel mundial. Cuando
relato mi versión de los hechos a extranjeros, siempre me miran con una
expresión de incredulidad, o de recelo, como si yo pudiera ser uno de los
> Por Federico Vegas | PRO DA VINCI 3 de julio, 2017
He llegado a preguntarme: “¿Será acaso que Dios no existe?”
Si Dios no actúa en los asuntos de los hombres por un sentido de justicia,
espero que sí lo haga bajo los impulsos del hartazgo, porque nuestros
opresores son, fundamentalmente, una ladilla suprema que no hay polvo ni
rasuración que la elimine. ¡Con cuánto gozo y descaro chupan y se aferran
hasta invadir y destruir lo más íntimo!
Los dioses griegos no premiaban o castigaban a los hombres en base a un
pacto preestablecido en diez mandamientos. Eran más veleidosos y
peligrosamente temperamentales. Podían pasar de enamorarse de un mortal a
detestarlo sin razones aparentes. Por eso nuestro drama parece griego. Los
dioses deben haberse enamorado de Chávez para perdonarle su disparate
golpista y luego otorgarle el don del encantamiento e insólitos recursos;
al final fueron implacables al quitarle su manto protector. Maduro, en
cambio, los debe haber tenido obstinados desde el principio y ya perfila su
propio castigo proponiendo que recorrerá un camino opuesto al de su ídolo:
si Chávez pasó de las armas a los votos, el vociferante asegura que pasará
de los votos a las armas (una inversión que, como veremos, es una
perversión). Es una desgracia que tantos venezolanos estemos involucrados
en la maldición que él mismo se ha impuesto.
Si hubiese fuerzas celestiales que movieran nuestros hilos, ¿cuál sería
nuestro futuro?
En el capítulo final de la serie *Fargo* dice uno de los personajes:
—¿Has escuchado el dicho ruso: “El pasado es impredecible”? ¿Quién de
nosotros puede asegurar qué ha ocurrido realmente y qué es simplemente un
rumor, una opinión?
Los rusos se refieren también a la imposibilidad de saber cómo el pasado va
a moldear el futuro y cómo van a ser interpretados estos efectos.
Explicarle a un extranjero qué está sucediendo en Venezuela es imposible
por una razón muy sencilla: nosotros tampoco lo entendemos. En un tiempo en
el que se amontonan los chismes y los rumores, los análisis y las
fantasías, las burradas y los engendros, es imposible narrar un hecho.
Añádase que estamos sobre un pozo de riqueza donde están metiendo mano un
revoltillo de mafias y potencias. Y sobre este revoltillo está Cuba, una
franquicia que ha vivido por más de medio siglo del ilusionismo, de un
poder soterrado y paciente que va penetrando como las enfermedades
incurables. En sus apuestas, siempre con muy poco respaldo constante y
sonante, tienen la ventaja de no tener nada que perder. Lo relevante no es
que tengan un buen servicio de inteligencia, sino el hecho de contar con
ese único recurso.
En medio de este aquelarre, ¿cómo no va a ser impredecible nuestro pasado e
inasible presente? Si el que narra suele contar ficciones haciendo que
parezcan verdades, nosotros parecemos fabuladores masoquistas mientras
intentamos narrar nuestras incertidumbres.
Hoy, para el venezolano, el acto de contar sus problemas es un doloroso
ejercicio de ficción. Nuestro pasado, tanto el lejano como el de hace
apenas unas horas, es errático. Unas veces se precipita, otras se estanca,
siempre nos confunde. Ya no parece servirnos para entender e imaginar un
destino, ahora esperamos que sea el futuro quien se encargue de darle un
sentido a la tragedia que estamos viviendo. Lo que suponemos han sido
extremos de crueldad son solo antesalas; cuando creemos haber visto los
límites de la maldad y el absurdo, resultan ser el abrebocas de lo que se
nos viene encima. Abril, mayo y junio han sido apenas “entremeses”.
Estos círculos del infierno que funcionan como cajas chinas tienen su razón
de ser. Este régimen basa su fortaleza en incentivar y premiar las peores
pasiones de los hombres: el servilismo sobre la competencia, la avidez
sobre la probidad, la fealdad sobre la belleza, la destrucción sobre la
creación, la voluntad ciega de poder sobre la comprensión y el
entendimiento, y por ese camino han llegado a promover y celebrar la
perversidad como metodología. Un perverso es aquel que desea voltear las
normas de la sociedad y disfruta ejerciendo estas inversiones,
convirtiéndolas en su manera de expresarse y relacionarse con los demás.
Maduro ha dado el ejemplo volteando la mesa que le sirvió su padre, o
quizás revelando la naturaleza giratoria de la tortilla. Según el
diccionario, la cuarta acepción de la palabra versión es “Operación para
cambiar la postura del feto que se presenta mal para el parto”.
Freud y el psicoanálisis han examinado la relación de la perversidad con
una sexualidad frustrada. Luis Buñuel estaba obsesionado con este tema y es
el basamento de su obra. En su autobiografía, *El último suspiro*, propone
que al perverso no le gusta mostrar en público su perversión, que es su
secreto y no suele pasar de ser un deseo. Aquí está la clave del éxito del
gobierno promoviendo la perversidad: crea las condiciones para realizar
públicamente los deseos, para desatarlos y darle al perverso plena libertad
de expresarse, de darse un banquete y ser condecorado y ascendido. ¿Habrá
mayor perversión que un país donde se enfrentan una fuerza armada y una
desarmada, y todos son hijos de la misma patria? Vean los rostros de las
estudiantes de la Universidad Simón Bolívar arrodilladas y esposadas e
imaginen el placer de sus verdugos.
El hombre que manejaba la tanqueta que derribó la puerta de Miraflores en
1992 hoy es presidente de Pequiven. El que derribó con otra tanqueta las
puertas de El Paraíso, (el conjunto residencial llamado “Los verdes”) debe
estar esperando su recompensa. Y debería ser algo más sustancioso que
Pequiven pues el absurdo de su violación es mayor. ¿Qué es un palacio
comparado con una comunidad de familias similar en escala al pueblo de
Chuspa en el litoral central, y varias veces mayor que Jadacaquiva en
Paraguaná o San Rafael de Mucuchíes en los Andes merideños.
Pensando en lo impredecible del pasado me he puesto a pensar en las cosas
que hemos ganado, en aquello que sí es predecible una vez que ha mostrado
sus frutos y su lógica. Hay una que es fundamental.
Alejandro Varderi me cuenta una reflexión que le escuchó a María Elena
Ramos: “Creíamos que la democracia es una madre que nos cuida, pero es una
amante a la que hay que amar y cuidar”.
La cadena de transmisión de esta idea debe venir de muy atrás y debemos
ayudar a que se propague. Yo se la voy contando a todo el que me tropiezo
añadiendo algunos matices. Unas veces la democracia es una novia muy seria
a la que amaré toda la vida, otras una mujer bella, coqueta y cruel.
En Venezuela, la democracia era como una abuela rica, golpeada por los años
y con muchos herederos esperando a que se muriera para quedarse con su
fortuna. Finalmente murió y se han llevado hasta los cimientos de su
casona.
A mediados del siglo XX la palabra “democracia” aparecía en el nombre de
todos los partidos, ahora en el de ninguno. El término empezó a tener algo
de fórmula vieja, de cantaleta engañosa y desprestigiada que se debía
evitar. Su ausencia explica esos nombres tan raros y rebuscados que tienen
las nuevas agrupaciones políticas.
Hoy, el concepto “democracia” ha vuelto a renovarse con la intensidad de
los amores que parecen imposibles. Un pueblo engañado y saqueado, sometido
a una represión cada vez más ilegítima e inconstitucional, se ha
reencontrado y unido en la calle, y, con el testimonio vital de su
presencia, va encontrado la dimensión y el propósito de un verdadero poder
originario e intransferible. Una opresión malsana y repulsiva nos ha
permitido reencontrarnos con esa amante adorada y por tanto tiempo tratada
como la puta de un pueblo minero. Esa es la paradoja: el poder opresor ha
generado un poder liberador.
Esa fuerza liberadora existe y radica en quienes están entrando en la vida
política, más que en los que están de salida. Todo joven vejado y gaseado,
encarcelado, herido, es y será un ferviente amante de la libertad,
incluyendo a los jóvenes asesinados, quienes hoy son los que están más
presentes como el más cierto de los pasados. Aún más apasionante que la
libertad es el deseo de alcanzarla. Lo que no podemos predecir es si esta
potencia dará sus frutos, o la perversidad, que se crece ante la
posibilidad de cercenar la belleza, logrará aplastar la promesa y la
democracia que está renaciendo en las calles de nuestro país.
El resultado de esta coyuntura afectará a la historia de la humanidad, pues
Venezuela ya es un arquetipo y una referencia a nivel mundial. Cuando
relato mi versión de los hechos a extranjeros, siempre me miran con una
expresión de incredulidad, o de recelo, como si yo pudiera ser uno de los
culpables. Cuando por fin callo, exclaman con un suspiro
que es casi un
bostezo:
—¡Qué lástima… un país tan bello!
Me asombra que siempre utilicen este adjetivo (que hoy he utilizado tantas
veces). No sé si tomarlo como una esperanza o una maldición, y recuerdo una
frase de Julián Barnes: “Dios, sé que no existes, pero cómo te extraño”.
—¡Qué lástima… un país tan bello!
Me asombra que siempre utilicen este adjetivo (que hoy he utilizado tantas
veces). No sé si tomarlo como una esperanza o una maldición, y recuerdo una
frase de Julián Barnes: “Dios, sé que no existes, pero cómo te extraño”.
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