Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

viernes, 7 de julio de 2017

He llegado a preguntarme: “¿Será acaso que Dios no existe?”

 He llegado a preguntarme: “¿Será acaso que Dios no existe?”

Un pasado impredecible; por Federico Vegas

> Por Federico Vegas | PRO DA VINCI 3 de julio, 2017
 He llegado a preguntarme: “¿Será acaso que Dios no existe?”

 Si Dios no actúa en los asuntos de los hombres por un sentido de justicia,
 espero que sí lo haga bajo los impulsos del hartazgo, porque nuestros
 opresores son, fundamentalmente, una ladilla suprema que no hay polvo ni
 rasuración que la elimine. ¡Con cuánto gozo y descaro chupan y se aferran
 hasta invadir y destruir lo más íntimo!

 Los dioses griegos no premiaban o castigaban a los hombres en base a un
 pacto preestablecido en diez mandamientos. Eran más veleidosos y
 peligrosamente temperamentales. Podían pasar de enamorarse de un mortal a
 detestarlo sin razones aparentes. Por eso nuestro drama parece griego. Los
 dioses deben haberse enamorado de Chávez para perdonarle su disparate
 golpista y luego otorgarle el don del encantamiento e insólitos recursos;
 al final fueron implacables al quitarle su manto protector. Maduro, en
 cambio, los debe haber tenido obstinados desde el principio y ya perfila su
 propio castigo proponiendo que recorrerá un camino opuesto al de su ídolo:
 si Chávez pasó de las armas a los votos, el vociferante asegura que pasará
 de los votos a las armas (una inversión que, como veremos, es una
 perversión). Es una desgracia que tantos venezolanos estemos involucrados
 en la maldición que él mismo se ha impuesto.

 Si hubiese fuerzas celestiales que movieran nuestros hilos, ¿cuál sería
 nuestro futuro?

 En el capítulo final de la serie *Fargo* dice uno de los personajes:

 —¿Has escuchado el dicho ruso: “El pasado es impredecible”? ¿Quién de
 nosotros puede asegurar qué ha ocurrido realmente y qué es simplemente un
 rumor, una opinión?

 Los rusos se refieren también a la imposibilidad de saber cómo el pasado va
 a moldear el futuro y cómo van a ser interpretados estos efectos.

 Explicarle a un extranjero qué está sucediendo en Venezuela es imposible
 por una razón muy sencilla: nosotros tampoco lo entendemos. En un tiempo en
 el que se amontonan los chismes y los rumores, los análisis y las
 fantasías, las burradas y los engendros, es imposible narrar un hecho.
 Añádase que estamos sobre un pozo de riqueza donde están metiendo mano un
 revoltillo de mafias y potencias. Y sobre este revoltillo está Cuba, una
 franquicia que ha vivido por más de medio siglo del ilusionismo, de un
 poder soterrado y paciente que va penetrando como las enfermedades
 incurables. En sus apuestas, siempre con muy poco respaldo constante y
 sonante, tienen la ventaja de no tener nada que perder. Lo relevante no es
 que tengan un buen servicio de inteligencia, sino el hecho de contar con
 ese único recurso.

 En medio de este aquelarre, ¿cómo no va a ser impredecible nuestro pasado e
 inasible presente? Si el que narra suele contar ficciones haciendo que
 parezcan verdades, nosotros parecemos fabuladores masoquistas mientras
 intentamos narrar nuestras incertidumbres.

 Hoy, para el venezolano, el acto de contar sus problemas es un doloroso
 ejercicio de ficción. Nuestro pasado, tanto el lejano como el de hace
 apenas unas horas, es errático. Unas veces se precipita, otras se estanca,
 siempre nos confunde. Ya no parece servirnos para entender e imaginar un
 destino, ahora esperamos que sea el futuro quien se encargue de darle un
 sentido a la tragedia que estamos viviendo. Lo que suponemos han sido
 extremos de crueldad son solo antesalas; cuando creemos haber visto los
 límites de la maldad y el absurdo, resultan ser el abrebocas de lo que se
 nos viene encima. Abril, mayo y junio han sido apenas “entremeses”.

 Estos círculos del infierno que funcionan como cajas chinas tienen su razón
 de ser. Este régimen basa su fortaleza en incentivar y premiar las peores
 pasiones de los hombres: el servilismo sobre la competencia, la avidez
 sobre la probidad, la fealdad sobre la belleza, la destrucción sobre la
 creación, la voluntad ciega de poder sobre la comprensión y el
 entendimiento, y por ese camino han llegado a promover y celebrar la
 perversidad como metodología. Un perverso es aquel que desea voltear las
 normas de la sociedad y disfruta ejerciendo estas inversiones,
 convirtiéndolas en su manera de expresarse y relacionarse con los demás.
 Maduro ha dado el ejemplo volteando la mesa que le sirvió su padre, o
 quizás revelando la naturaleza giratoria de la tortilla. Según el
 diccionario, la cuarta acepción de la palabra versión es “Operación para
 cambiar la postura del feto que se presenta mal para el parto”.

 Freud y el psicoanálisis han examinado la relación de la perversidad con
 una sexualidad frustrada. Luis Buñuel estaba obsesionado con este tema y es
 el basamento de su obra. En su autobiografía, *El último suspiro*, propone
 que al perverso no le gusta mostrar en público su perversión, que es su
 secreto y no suele pasar de ser un deseo. Aquí está la clave del éxito del
 gobierno promoviendo la perversidad: crea las condiciones para realizar
 públicamente los deseos, para desatarlos y darle al perverso plena libertad
 de expresarse, de darse un banquete y ser condecorado y ascendido. ¿Habrá
 mayor perversión que un país donde se enfrentan una fuerza armada y una
 desarmada, y todos son hijos de la misma patria? Vean los rostros de las
 estudiantes de la Universidad Simón Bolívar arrodilladas y esposadas e
 imaginen el placer de sus verdugos.

 El hombre que manejaba la tanqueta que derribó la puerta de Miraflores en
 1992 hoy es presidente de Pequiven. El que derribó con otra tanqueta las
 puertas de El Paraíso, (el conjunto residencial llamado “Los verdes”) debe
 estar esperando su recompensa. Y debería ser algo más sustancioso que
 Pequiven pues el absurdo de su violación es mayor. ¿Qué es un palacio
 comparado con una comunidad de familias similar en escala al pueblo de
 Chuspa en el litoral central, y varias veces mayor que Jadacaquiva en
 Paraguaná o San Rafael de Mucuchíes en los Andes merideños.

 Pensando en lo impredecible del pasado me he puesto a pensar en las cosas
 que hemos ganado, en aquello que sí es predecible una vez que ha mostrado
 sus frutos y su lógica. Hay una que es fundamental.

 Alejandro Varderi me cuenta una reflexión que le escuchó a María Elena
 Ramos: “Creíamos que la democracia es una madre que nos cuida, pero es una
 amante a la que hay que amar y cuidar”.

 La cadena de transmisión de esta idea debe venir de muy atrás y debemos
 ayudar a que se propague. Yo se la voy contando a todo el que me tropiezo
 añadiendo algunos matices. Unas veces la democracia es una novia muy seria
 a la que amaré toda la vida, otras una mujer bella, coqueta y cruel.

 En Venezuela, la democracia era como una abuela rica, golpeada por los años
 y con muchos herederos esperando a que se muriera para quedarse con su
 fortuna. Finalmente murió y se han llevado hasta los cimientos de su
 casona.

 A mediados del siglo XX la palabra “democracia” aparecía en el nombre de
 todos los partidos, ahora en el de ninguno. El término empezó a tener algo
 de fórmula vieja, de cantaleta engañosa y desprestigiada que se debía
 evitar. Su ausencia explica esos nombres tan raros y rebuscados que tienen
 las nuevas agrupaciones políticas.

 Hoy, el concepto “democracia” ha vuelto a renovarse con la intensidad de
 los amores que parecen imposibles. Un pueblo engañado y saqueado, sometido
 a una represión cada vez más ilegítima e inconstitucional, se ha
 reencontrado y unido en la calle, y, con el testimonio vital de su
 presencia, va encontrado la dimensión y el propósito de un verdadero poder
 originario e intransferible. Una opresión malsana y repulsiva nos ha
 permitido reencontrarnos con esa amante adorada y por tanto tiempo tratada
 como la puta de un pueblo minero. Esa es la paradoja: el poder opresor ha
 generado un poder liberador.

 Esa fuerza liberadora existe y radica en quienes están entrando en la vida
 política, más que en los que están de salida. Todo joven vejado y gaseado,
 encarcelado, herido, es y será un ferviente amante de la libertad,
 incluyendo a los jóvenes asesinados, quienes hoy son los que están más
 presentes como el más cierto de los pasados. Aún más apasionante que la
 libertad es el deseo de alcanzarla. Lo que no podemos predecir es si esta
 potencia dará sus frutos, o la perversidad, que se crece ante la
 posibilidad de cercenar la belleza, logrará aplastar la promesa y la
 democracia que está renaciendo en las calles de nuestro país.

 El resultado de esta coyuntura afectará a la historia de la humanidad, pues
 Venezuela ya es un arquetipo y una referencia a nivel mundial. Cuando
relato mi versión de los hechos a extranjeros, siempre me miran con una
 expresión de incredulidad, o de recelo, como si yo pudiera ser uno de los
culpables. Cuando por fin callo, exclaman con un suspiro que es casi un

bostezo:

 —¡Qué lástima… un país tan bello!

 Me asombra que siempre utilicen este adjetivo (que hoy he utilizado tantas
 veces). No sé si tomarlo como una esperanza o una maldición, y recuerdo una
 frase de Julián Barnes: “Dios, sé que no existes, pero cómo te extraño”.



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