LA RABOLUCIÓN - Capítulo 21 |
Enrique Bernardo Núñez, el gran ignorado
Su tercera novela, Cubagua, debería haber revolucionado la novelística venezolana e hispanoamericana, pero no tuvo el más mínimo reconocimiento. La novela narra la peripecia del doctor Ramón Leiziaga, “graduado en Harvard, al servicio del Ministerio de Fomento”, que descubre algo así como los dobles de personajes contemporáneos, ubicados en el pasado remoto de Cubagua. Esa duplicidad no se limita a los nombres, sino que parecería que son las mismas personas ubicadas en dos momentos separados por el tiempo pero, a la vez, unidos por el tiempo. Es un hábil truco emparentado con el nominalismo en un juego especular: cada uno de ellos tiene el nombre del otro, pero le debe faltar en parte la realidad del otro. En la novela se funden y se confunden los planos temporales. La búsqueda y explotación de las perlas de ayer es la búsqueda y explotación del petróleo de hoy. De la antigüedad se presenta el Conde de Lampugnano, un aventurero inescrupuloso que logró para sí una concesión del Emperador para explotar las perlas de Cubagua con una máquina maravillosa, y que, luego de caer en desgracia, accedió a envenenar al conquistador Diego de Ordaz como precio de su propia libertad. También es personaje el negrero Pedro Cálice, que existió en realidad, aunque no actuó nunca en Cubagua. En la novela es, a la vez, un enfermo de lepra en pleno siglo XX y un traficante de esclavos en el siglo XVI. Está asimismo la moderna y encantadora Nina Cálice, que se desdobla en diosa pagana. Y, sobre todo, está el misterioso fraile, Fray Dionisio, que parece viajar en el tiempo, y que poéticamente es un fraile que leía en su breviario alumbrándose con un cocuyo, amaba a los indios y viajaba por las regiones ignotas “enseñando el Evangelio”. La novela es justamente eso, un viaje maravilloso en el tiempo, un juego de planos que se mezclan y se confunden, se hacen mitos y construyen un espacio de tiempos mezclados por la mano alquimista de Enrique Bernardo Núñez. Ese manejo del tiempo y el espacio será lo que tiempo después logrará el milagro de que la narrativa latinoamericana se haga famosa en el mundo. Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Arturo Uslar Pietri, estuvieron entre los primeros lectores de Cubagua, y entre los primeros que se dieron cuenta de que ese era el camino. Luego vendría la otra generación, la de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, José Donoso, que usarían en plenitud los recursos que Núñez aportó casi sin darse cuenta y, sobre todo, sin beneficiarse para nada. Había abierto un camino, había transitado por él y había permitido que por él transitaran los que sí obtuvieron con él grandes ganancias. Y nadie tuvo siquiera la cortesía de agradecérselo. Siete años después de Cubagua, Núñez nodio a conocer su cuarta novena, La galera de Tiberio, que Domingo Miliani califica como la más importante novela de toda su producción y una obra maestra de la literatura hispanoamericana. Digo no dio a conocer porque por decisión del autor, toda la edición fue destruida, lanzada a las aguas del río Hudson, y apenas se salvaron unos pocos ejemplares, entre ellos uno que quedó en manos de su esposa, y que fue el que usó Miliani para editar de nuevo en Cuba el libro, a pesar de la voluntad de Núñez, que había suprimido varios pasajes que consideró ofensivos a una o dos personas de su entorno. La segunda edición, recortada, que fue la que circuló, tampoco alcanzó el más mínimo éxito. La había escrito inmediatamente después de Cubagua. La empezó en Panamá, en sus tiempos libres en la misión diplomática, y la terminó en Barcelona, en el Oriente venezolano. Para hacerla utilizó técnicas estrictamente cinematográficas, usó el tiempo de manera arbitraria, aplicó fórmulas del surrealismo, en fin, se adelantó como nadie a su tiempo. La novela es un collage, como afirma Miliani, que contiene fragmentos de obras de Andreiev, Paul Morand, etcétera, que se manejan como visiones y lecturas de un intelectual revolucionario, Xavier Silvela. Varios ejes son expuestos en forma magistral para combinar historias del tiempo del emperador Tiberio con otras del tiempo de Núñez, que hace ver que los presidentes norteamericanos actúan como verdaderos emperadores romanos. Hay personajes del mundo diplomático (que Núñez vivía en su realidad), del de los exiliados venezolanos (que le hubiera gustado vivir), así como del ambiente rebelde de los estudiantes de la Generación del 28, que tampoco pudo ser suyo. Mezcla tiempos de una manera ejemplar: así, una galera de los tiempos de Tiberio César atraviesa el Canal de Panamá y convive con buques de guerra yanquis usados para abusar de los latinoamericanos. Alice Ayres, Darío Alfonzo, y otros personajes contemporáneos tienen elementos que pueden ser calificados de mágicos. La ironía hiriente está presente, y es en parte lo que motivó a Núñez a mutilar el texto original, para evitar resentimientos de personas que podían verse retratados en figuras nada felices. Ficción y realidad se combinan, se entremezclan, tal como se hará muchos años después para conquistar un gran mercado al que Enrique Bernardo Núñez no tuvo ni siquiera oportunidad de vislumbrar de lejos, como una posibilidad, como una tierra prometida. Una tierra que merecía y le fue negada.
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