El drama
Luis Cubillán Fonseca
Sin duda alguna asistimos impávidos a un drama terrible. Y nos preguntamos: ¿Quién es el artífice de esta barbaridad que vivimos? ¿El propio Chávez?, ¿El señor Maduro?, ¿Es Fidel Castro?
No creo que a ningún pueblo de la tierra fuera sometido a esta incertidumbre: ¿está vivo, tan vivo que juega con el Gallito, -ya han pasado a la historia la morrocoya y las arañas-, ahora lo que hay es gallo pá lante. De aquel hombre dicharachero, cantante y coplero, solo quedan los recados que manda de cuando en cuando con el señor Maduro: ¡Dice que está mejor, que habló, que tiene cánula, que se retrató, que lo trajimos en plena madrugada, cuando nadie lo vio, etc. Creemos que la llegada del ciudadano Presidente debió presenciarla el pueblo. Otro hubiera sido el panorama, desde el súper avión saudita, como jamás lo tuvo ningún presidente en el mundo, iría descendiendo sobre litera, entrando como lo hizo Cipriano Castro después de la Batalla de Tocuyito, sobre el escudo de los guerreros, el cual se peleaban por llevar entre los posibles ministros. Castro, pareció un faraón egipcio por el color de la atezada piel, y el fasto, desde las sabanas de rico lino, salía la pálida diestra del valetudinario, y a cada débil movimiento, el pueblo lo aclamaba. ¡Viva Castro!, baño de multitudes, pues algunos hombres se revitalizan precisamente con tales baños.
Castro haría otra salida al exterior, siempre urgido por las enfermedades en la parte baja del tronco. El llamado Cabito, padeció de una infección terrible que le acabó la próstata. Muchos dijeron que en el pecado estuvo la penitencia, haciendo referencia a la vida mujeriega del Presidente. Sin embargo los dolores que padeció por la pérdida del poder fueron superiores a los de la próstata podrida. Jamás pensó, que seria a manos de su compadre querido que perdería la presidencia que había ganado en cien batallas, porque Castro si tuvo una épica, fue un triunfador, a Castro ningún presidente le abrió las puertas de la cárcel, para que saliera como gallo nuevo a la pelea. Hay ciertos déspotas que aun con la fiebre sobrepasando la medida del termómetro, cuarenta y tantos grados, tienen fuerza, para asesinar. Así lo hizo Castro con el valenciano General Antonio Paredes: ¡Qué le den tres tiros po´el cogote y que lo zumben al río, que los caimanes se lo coman!
Al parecer una de las características de los déspotas aun estando en graves circunstancias, algunos con el habla impedida quizá por una cánula traqueal, no les ha temblado el gesto diríamos nosotros, para comunicarse macabramente, pidiendo la ergástula para algún preso político que deberá fallecer allí- son solo treinta años- , es decir se mata no como lo hizo Castro de tres tiros po´el cogote, se mata con cuchillito de palo, se le niega tratamiento médico. Así, lo mata la enfermedad, y la mano que autorizó el asesinato queda enguantada en raso.
¿Qué habremos hecho Señor Dios de los Ejércitos para merecer, esta tragedia que sufrimos? Del Ciudadano Presidente, solo se sabe, que nos manda saludos con el rostro sonriente del señor Maduro, que de rato en rato, nos canta un bingo.
No creo que a ningún pueblo de la tierra fuera sometido a esta incertidumbre: ¿está vivo, tan vivo que juega con el Gallito, -ya han pasado a la historia la morrocoya y las arañas-, ahora lo que hay es gallo pá lante. De aquel hombre dicharachero, cantante y coplero, solo quedan los recados que manda de cuando en cuando con el señor Maduro: ¡Dice que está mejor, que habló, que tiene cánula, que se retrató, que lo trajimos en plena madrugada, cuando nadie lo vio, etc. Creemos que la llegada del ciudadano Presidente debió presenciarla el pueblo. Otro hubiera sido el panorama, desde el súper avión saudita, como jamás lo tuvo ningún presidente en el mundo, iría descendiendo sobre litera, entrando como lo hizo Cipriano Castro después de la Batalla de Tocuyito, sobre el escudo de los guerreros, el cual se peleaban por llevar entre los posibles ministros. Castro, pareció un faraón egipcio por el color de la atezada piel, y el fasto, desde las sabanas de rico lino, salía la pálida diestra del valetudinario, y a cada débil movimiento, el pueblo lo aclamaba. ¡Viva Castro!, baño de multitudes, pues algunos hombres se revitalizan precisamente con tales baños.
Castro haría otra salida al exterior, siempre urgido por las enfermedades en la parte baja del tronco. El llamado Cabito, padeció de una infección terrible que le acabó la próstata. Muchos dijeron que en el pecado estuvo la penitencia, haciendo referencia a la vida mujeriega del Presidente. Sin embargo los dolores que padeció por la pérdida del poder fueron superiores a los de la próstata podrida. Jamás pensó, que seria a manos de su compadre querido que perdería la presidencia que había ganado en cien batallas, porque Castro si tuvo una épica, fue un triunfador, a Castro ningún presidente le abrió las puertas de la cárcel, para que saliera como gallo nuevo a la pelea. Hay ciertos déspotas que aun con la fiebre sobrepasando la medida del termómetro, cuarenta y tantos grados, tienen fuerza, para asesinar. Así lo hizo Castro con el valenciano General Antonio Paredes: ¡Qué le den tres tiros po´el cogote y que lo zumben al río, que los caimanes se lo coman!
Al parecer una de las características de los déspotas aun estando en graves circunstancias, algunos con el habla impedida quizá por una cánula traqueal, no les ha temblado el gesto diríamos nosotros, para comunicarse macabramente, pidiendo la ergástula para algún preso político que deberá fallecer allí- son solo treinta años- , es decir se mata no como lo hizo Castro de tres tiros po´el cogote, se mata con cuchillito de palo, se le niega tratamiento médico. Así, lo mata la enfermedad, y la mano que autorizó el asesinato queda enguantada en raso.
¿Qué habremos hecho Señor Dios de los Ejércitos para merecer, esta tragedia que sufrimos? Del Ciudadano Presidente, solo se sabe, que nos manda saludos con el rostro sonriente del señor Maduro, que de rato en rato, nos canta un bingo.
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