Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín
afermin@el-carabobeno.com
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No hay otra ciudad en Venezuela que sea tan agredida permanentemente como Valencia. El Tirano Aguirre la maldijo y José Tomás Boves, después que la mantuvo sitiada, durante dos meses, negándole hasta el agua a sus habitantes, (NOTA:después de jurar paz con los aguerridos valencianos para que depusieran las armas en la catedral de Valencia ante el Sagrario), celebró un baile en el que ordenó fusilar a sus principales ciudadanos cuyas esposas e hijas fueron ultrajadas. El dictador Juan Vicente Gómez la odiaba porque, habiendo sido herido gravemente Cipriano Castro, en la batalla de Tocuyito, familias valencianas lo atendieron con generosidad hasta su sanación.
En esos días de convalecencia se puso en contacto con influyentes sectores políticos y económicos, que le permitieron entrar triunfante a Caracas, sin disparar un tiro y proclamado Presidente de la República en el inicio del siglo XX. El Cabito, como le decían a sus espaldas, puso a valencianos en cargos claves, por lo cual Gómez detestaba a la gente de aquí. Sin embargo, varias de sus hijas fueron educadas internas en el Colegio San José de Tarbes a las que venía a visitar, pero evitando ser visto.
Cuentan que, en un espectáculo celebrado en Maracay, el humorista Rafael Guinand, a sabiendas de la ojeriza que le tenía el dictador a Valencia dijo su agresiva frase de que esta es “la ciudad de las naranjas dulces, las mujeres bellas y los hombres complacientes”. En tiempos más recientes el difunto presidente Chávez se cansó de afirmar que, esta ciudad, es un nido de traidores porque según le dijeron, aquí se disolvió la Gran Colombia lo que aceleró la muerte de Bolívar. A esa afirmación distorsionada de la historia se agrega que, en esta ciudad, su competidor en las elecciones presidenciales de 1998, Henrique Salas Römer al cual nunca llamó por su nombre. Le decía irrespetuosamente, "Frijolito".
Hay un desprecio por lo auténticamente valenciano. El general Luis Felipe Acosta Carles, siendo gobernador del estado, en la plaza Bolívar, un 25 de marzo, día de Valencia, propuso que se le cambiara el nombre a esta ciudad por Tacarigua. Cuando eliminaron los símbolos valencianos, entre ellos el magnífico escudo que distinguía al municipio desde hacía 300 años, se llegó a la barbaridad de negar que Nuestra Señóra del Socorro es la patrona de la ciudad.Las estatuas de La Libertad y Vuelvan Caras, del artista valenciano Andrés Pérez Mujica, la quitaron de la redoma de La Florida y está arrumada en el Parque Recreacional Sur a pesar de que forman parte de nuestro patrimonio artístico.
Se acaban de cumplir 150 años del nacimiento de Arturo Michelena, el más grande de los pintores nacidos en esta ciudad, y la efemérides ni siquiera fue recordada y al centro cultural con sede en la antigua sede del Club Centro de Amiogos, frente a la Plaza Bolívar, le eliminaron su nombre en la presente administración. No es de extrañar que en estos dias, un chavista más chavista que Chávez también proponga cambiar el nombre de Arturo Michelena al Aeropuerto Internacional de Valencia, que le fue dado por votación popular.
No a la mentira histórica
Ahora vuelve a anunciarse la aspiración de un sector del Gobierno de cambiarle el nombre ala parroquia Miguel Peña por el de Hugo Chávez Frías. No sabemos si es un trapo rojo para distraernos, en estos momentos en que tenemos tantos problemas en la ciudad. De todos modos, si el concejo municipal desea hacer ese cambio lo hará, con o sin referendo, con su mayoría de concejales, varios de los cuales están en desacuerdo. Pero no deberían recurrir a la mentira argumentando que Miguel Peña fue un traidor a la patria porque asesoró al general José Antonio Páez para que se cumpliera el deseo popular de que Venezuela se separara de la Gran Colombia, el proyecto de Bolívar para crear una confederación con las naciones a las que le dio libertad: Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Venezuela que había fracasado desde sus inicios.
Cuando en Valencia se instaló en mayo de 1830, el Congreso Constituyente de Venezuela, se reunieron en la Casa de la Estrella diputados de las provincias del país para expresar su descontento porque estábamos gobernados desde Bogotá, donde la oligarquía colombiana se repartió un empréstito que había concedido la casa londinense Goldshmidt que, posteriormente, quebró y provocó una crisis fiscal y económica. En consecuencia, Venezuela y sus pobladores sufrieron la ruina y el hambre. Santander le hizo la vida imposible al Libertador, al que mandó a matar durante un atentado. Bolívar tuvo que asumir poderes de dictador a los cuales renunció en un Congreso Constituyente en Bogotá, en enero de 1830. El 4 de junio es asesinado en Berruecos el mariscal Antonio José de Sucre lo que sí fue un golpe mortal para el Libertador.
El 22 de septiembre de aquel año, el Congreso reunido aquí en Valencia, aprobó la Constitución de Venezuela como república soberana. El 23 de septiembre Quito, Ecuador, hizo lo mismo y nombró como su primer Presidente, al general Juan José Flores, nacido en Puerto Cabello y Santander logra que en 1832, lo proclamen presidente de La Nueva Granada que años más tarde, se llamaría Estados Unidos de Colombia.
Hay que informarse, o asesorarse, antes de argumentar que Miguel Peña fue un traidor, cuando en realidad, lo que hizo fue utilizar su genio como jurista y diplomático para que un congreso constituyente declara a Venezuela, república soberana. Aunque ya es un lugar común, recordamos que esa es la razón por lo cual el gran escritor valenciano José Rafael Pocaterra, en el discurso que pronunció en el concejo municipal en 1955, en la celebración de los cuatrocientos años de Valencia terminó su histórico poema afirmando: Madre eres tú, pariste a Venezuela.
Nadie le tira piedras al árbol que no da frutos. Será por eso que nuestra querida Valencia recibe tantos golpes arteros, incluso de sus hijos y de sus representantes. En la calle dicen: “ya está bueno ya”.
El Carabobeño 15 noviembre 2013
UC cumpió 121 años contribuyendo al desarrollo del país
Las autoridades de la institución se hicieron presentes. (Foto Angel Chacón)
Leimar García Luzardo || lgarcia@el-carabobeno.com
Con más de 140 mil egresados y unos 56 mil estudiantes, la Universidad de Carabobo (UC) se ha convertido en una de las principales casas de estudios de Venezuela. Este 15 de noviembre con la conmemoración de sus 121 años de fundada, la institución sigue comprometida en mantener el compromiso que nacido en 1892, de apoyar el crecimiento de la nación.
Un emotivo acto central efectuado en una de las primeras sedes de la institución, sirvió para reconocer a la primera promoción de ingenieros industriales del país. 50 años de graduados cumplió la promoción “Productividad y Progreso”, cuyos miembros fueron condecorados con la orden Alejo Zuloaga Egusquiza en su primera y tercera clase.
Las autoridades de la institución se hicieron presentes para celebrar el nacimiento de la academia en Carabobo. Jessy Divo de Romero, rectora de la casa de estudio, afirmó que la Universidad de Carabobo siempre ha mantenido los valores que la sustentan. “La universidad abrió sus puertas para no cerrarlas nunca. Ratificamos como institución libre y democrática no nos quedaremos callados cuando se trate de defender las libertades”.
El Carabobeño 17 noviembre 2013
Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín
afermin@el-carabobeno.com
afermin@el-carabobeno.com
Valencia no solo está perdiendo sus monumentos, también sus mejores hijos se están marchando a la eternidad, como si no soportaran el desamparo en que se encuentra esta ciudad, odiada por la herencia de un gobernante que la quiso satanizar llamándola “nido de traidores”. Su pecado es haber tenido la valentía en 1830 de reunir un congreso constituyente que le dio a Venezuela su primera Constitución para que se convirtiera en república soberana e independiente, como lo asentaron los padres libertadores en el Acta de la Independencia de 1811.
De acuerdo con la política de Estado que tiene el Gobierno nacional para desacreditar a Valencia, el único alcalde corrupto preso en el país es el de aquí. Aquí fue saqueado el único almacén después de que el señor Maduro dio órdenes de no dejar nada en los estantes para dar inicio al estado de conmoción que está creando con la finalidad de suspender las elecciones municipales. Ahora resulta que el único comerciante usurero que existe en Venezuela es Miguel Cocchiola, amenazado por Maduro con ponerlo preso. Pero la razón no es para combatir la corrupción sino porque este señor aspira, con buenos pronósticos, a la Alcaldía de Valencia, una de las más apetecidas por quienes desde, el Poder Legislativo, dictan cátedras de moralidad y de honestidad teniendo abiertos expedientes por riqueza súbita.
En las municipales de 2008 sucedió algo parecido con Abdalá Makled, a quien el Gobierno le permitió negocios fabulosos hasta que se le metió en la cabeza que quería ser alcalde de Valencia, gusto que se iba a dar regalando neveras, televisores y lavadoras en el sur. Entonces fue cuando se dieron cuenta de que el señor Makled dirigía una banda de narcotraficantes y que tenía una inmensa fortuna lograda con las concesiones dadas por sus amigos revolucionarios. Lo persiguieron, lo extraditaron, lo tienen preso y arruinaron a su familia. Y de eso no se volvió a hablar más.
Por estas circunstancias no sería extraño que, en menos de lo que canta un gallo, le levanten un expediente al candidato Miguel Cocchiola para quitarle la inmunidad como diputado de la Asamblea Nacional y lo priven de sus derechos políticos para que no sea alcalde de Valencia como podría suceder. De lo contrario, el derrotado no sería el candidato oficialista Miguel Flores sino el Gobierno nacional, que tiene al estado Carabobo como un territorio recuperado.
En Valencia puede ocurrir cualquier cosa porque esta ciudad ha perdido a sus dirigentes, a sus líderes. A los que pueden serlo les gusta que otros digan lo que ellos piensan para no meterse en problemas con el que está en el poder. Pasa como en París, cuando Hitler invadió la ciudad. Muchos fueron sus colaboracionistas y cuando se acabó la II Guerra Mundial querían que los declararan héroes nacionales, pero la historia no perdona. Además, Valencia es muy pequeña y todos nos conocemos. Ser político es una cosa y pusilánime otra. Ya llegará el día de llamar al pan, pan y al vino, vino. En las dos últimos fines de semana pedimos, con la mayor decencia y criterio democrático, al gobernador Francisco Ameliach que, como primera autoridad del estado, informe en qué situación se encuentra la colección de Arte Venezolano del Ateneo de Valencia, de inmenso valor artístico, cultural y económico.
No nos sorprende que esa solicitud no haya tenido respuesta, porque la hicimos para demostrar que estamos en un Gobierno en el que los derechos de los ciudadanos no son lo importante. Lo que nos deja perplejos es que nadie se haya hecho eco de esa preocupación por un patrimonio que debe constituir un orgullo porque fue construido por generaciones de valencianos que creían en el arte, en la cultura, para dejarlos a las generaciones que vendrían. Esto no es nuevo, cuando en uno de los gobiernos de Acción Democrática destruyeron la sede del Concejo Municipal y el interior del Teatro Municipal tampoco dijeron nada, hasta nombraron una comisión para que dijera que lo que había hecho el entonces presidente del Concejo Municipal estaba bien, porque había que dar paso al progreso.
Por la restauración del Teatro Municipal libramos, en solitario, una campaña hasta que llegó Argenis Ecarri a la alcaldía y ordenó que el Teatro volviese a su estructura original. Fue entonces cuando los mismos que permanecieron callados se dieron cuenta de que lo que habían hecho unos albañiles que se hicieron pasar por ingenieros y arquitectos fue la destrucción de una obra de arte diseñada y realizada por el arquitecto Antonio Malaussena. Se descubrió luego que la obra fue una fuente de corrupción porque cuando los partidos políticos necesitaban recursos para sus campañas aprobaban en la Asamblea Legislativa gordas partidas destinadas a rescatar el Teatro. Así pasaron diez largos años. Todavía andan por allí muchos de los que participaron en aquella piñata. Nos hemos convertido en una sociedad de indolentes. Hay gente que se ha molestado porque hemos escrito que el fallecimiento de don Luis Ovalles se debió a que lo sacaron de la Casa Páez como no se hace ni con los invasores. No hemos afirmado eso, pero estoy seguro de que la forma como fue tratado y la presión que le hicieron para que se fuera de allí agravaron su padecimiento de diabetes y generaron un cuadro depresivo que lo consumió.
Luis Ovalles fue comisionado por María Clemencia Camarán de Aude, presidenta de la Sociedad Bolivariana, para que cuidara la casa del general José Antonio Páez cuando era un adolescente. Esa casona, residencia del primer presidente constitucional de Venezuela, José Antonio Páez, en 1830, fue conservada como un verdadero museo y convertida en un centro cultural del primer orden. Allí se celebraban las grandes efemérides nacionales, el Día de Valencia, el onomástico del Libertador el 28 de octubre, y el primer domingo de Adviento, cuando se inicia el tiempo de espera de la Navidad, con una chocolatada que reunía a la gente de Valencia de todos los tiempos. Atendía una surtida biblioteca con temas históricos y sobre Valencia; guiaba a los visitantes y a los estudiantes para realizar sus trabajos de historia de Venezuela. Sin devengar sueldo por ese trabajo pasó allí casi toda su vida, en un anexo construido por el gobernador del estado don Pancho Melet para residencia del guardián de la casona. El espacio está separado por lo cual su presencia no quitaba al inmueble su carácter museístico. El cuido era esmerado y para impedir la presencia de ratas y ratones tenía una gata cazadora que volaba hasta alcanzar insectos.
Cuando menos lo esperaba, el procurador del estado dio instrucciones para que se fuera de allí, no sin antes hacerle una investigación a su patrimonio. Lo primero que hicieron fue enviar a una presunta especialista en museos que sacó sus pertenencias de la oficina. Don Luis calló y entró en una depresión de la cual se dieron cuenta cuando sufrió una descompensación por la que debieron operarlo. Estando hospitalizado le mandaron a decir que no podía volver a la Casa Páez porque la iban a fumigar. Han pasado cuatro meses y el museo continúa cerrado. Después obligaron a su hijo Nixon a que sacara las pertenencias de toda su vida. Entró en un silencio sin quejarse del sufrimiento que destruía su alma. El viernes sus restos fueron cremados sin que antes se permitiera abrir la Casa que fue su mundo para que lo despidiéramos. Esta es la verdad de lo sucedido. Otra versión no es posible.
El carabobeño 17 noviembre 2013
Asdrúbal González, el escritor
Julio Rafael Silva Sánchez
Esa lluviosa mañana de noviembre, los amplios salones de la Asociación de Ejecutivos del Estado Carabobo proporcionarían albergue a la nutrida concurrencia que se dio cita para rendirle merecido homenaje al escritor porteño Asdrúbal González Servén, con motivo de sus 75 años de existencia y sus Bodas de Oro profesionales.
Conocimos a Asdrúbal González Servén en los primeros años del sesenta, cuando recién llegado de Mérida (en donde había estudiado Derecho y ejercido la Presidencia de la Federación de Centros Universitarios de la ULA), comenzaba a ejercer como abogado litigante en Valencia, desde un bufete ubicado en el Edificio Tacarigua, en donde compartía oficinas con mi hermano mayor, Julio Ricardo, también recién graduado en esos días. .
Asdrúbal, en aquellas luminosas tardes de verano, nos sorprendía con sus certeros análisis políticos y con el fuego encendido de su pasión creadora, expresada en textos. Que revelaban su erudición, su preciso dominio del lenguaje, su frescura expresiva y que relucían en poemas, esbozos de teorías literarias, sociales y antropológicas, ficciones que escondían ensayos, artículos de prensa, toda una singular mixtura de ideas y propuestas que pronto irían a condensarse en las deslumbrantes y densas investigaciones históricas que hoy conocemos.
Sueños en ciudades acuáticas
La palabra en las obras de Asdrúbal adquiere tonos elegantes, delicados, mágicos (irónicos, no pocas veces), siempre conectada con los intereses y las motivaciones de los venezolanos de todas las épocas, en infinitas reflexiones sobre personajes, hechos y etapas históricas diseccionadas en sus numerosas e inagotables páginas, con la maestría del cronista, del poeta, del incansable indagador de su entorno, de su pasado y su presente.
Aquella mañana, al agradecer la Condecoración "Orden Alejo Zuloaga Egusquiza" de la Universidad de Carabobo, que le fuera impuesta por la Rectora, Jessy Divo de Romero, el escritor expresaría su regocijo por sentirse emocionalmente identificado con dos ciudades acuáticas: su amado Puerto Cabello, en donde recibiría el aliento vital primigenio, con su rada, su mar, sus tradiciones y sus brumas.
Y Valencia, esta ciudad que aprendió a querer con la llegada de su hijo Diego, en un radiante atardecer de cálidos arreboles, en el cual descubriría el envolvente aroma de los araguaneyes, la frescura de los camorucos y el dulce alivio de las aguas del Cabriales. Desde ese día - concluyó - y para todos los efectos (¿todos los afectos, quiso decir?) Valencia tendría dos nuevos hijos.
Don Alfredo Fermín: Ni frío ni calor me da el que le cambien el nombre a esa parroquia, pero usted no debería tratar de tapar el Sol con un dedo ya que todos sabemos como Miguel Peña entrampó a con halagos, dineros y vicios al ¿centauro? Páez. Razones de sobra habrán asistido a Don Rafael Guinand
ResponderEliminarpara tan terrible afirmación: “la ciudad de las naranjas dulces, las mujeres bellas y los hombres complacientes”. ¿Habrá sido por la CHISMOGRAFIA COBARDE?
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