23 de enero, exclusión y sectarismo
El 23 de enero de 1958 significó para Venezuela el fin de una dictadura corrupta y criminal, como suelen serlo todas o casi todas las dictaduras, y la huída del sátrapa Marcos Pérez Jiménez apenas fue la señal para que todos los movimientos conspirativos que caracterizaron los últimos días de ese oprobioso régimen derivaran en una inmensa marea popular de júbilo, por el paso que se estaba dando hacia la libertad y la democracia.
El espíritu del 23 de Enero fue de unidad, de reconocimiento entre todos los factores civiles, militares, partidistas, sociales, estudiantiles y laborales que hicieron posible esa victoria. La unidad surgió como la consigna sagrada, como el mandato colectivo que serviría de fórmula mágica para impedir el retorno del dictador y su camarilla militar cívica que le sustentó durante un período en el cual la tortura, el destierro, y las más diversas violaciones a los derechos humanos, entre ellos el de la libertad de expresión, se hicieron cotidianos.
Ese espíritu unitario, de inclusión, de integración, duró poco. Con la derrota electoral de Wolfgang Larrazábal ante Rómulo Betancourt se inició un nuevo ciclo histórico en nombre de la unidad nacional, pero con la expresa exclusión de sectores que fueron determinantes en la resistencia contra la dictadura, entre ellos el Partido Comunista de Venezuela, organización que, junto a la aguerrida militancia de Acción Democrática, puso la mayor cantidad de muertos, torturados, confinados y presos.
Ese sectarismo, aderezado además por los errores infantiles de la izquierda, PCV, MIR y sus derivados, llevó al país a la violencia, y los primeros lustros de la democracia dejaron lamentables saldos de muerte, torturas, represión y otras violaciones a derechos humanos, más allá de los logros en materia social que no pueden desconocerse, aunque luego se desvanecieron bajo el fuego lento de la corrupción y de políticas económicas desastrosas. Así llegamos a los tiempos del chavismo.
Ha habido logros en lo social, los sectores populares se sienten reconocidos, tomados en cuenta. Los excluidos de siempre encontraron un interlocutor con el cual se han conectado, y eso no puede desconocerse. Pero también la exclusión y el sectarismo han tenido protagonismo en todos estos años, por más que ahora se pretenda reivindicar el espíritu del 23 de Enero de 1958. Y no hay mejor manera de traicionar ese espíritu de unidad que gobernar bajo el signo de la prepotencia, de la confrontación permanente y de pregonar la idea de que aquél que no se pliegue a los designios del mesías y de sus apóstoles rojos rojitos es enemigo de la patria, agente del imperio o simplemente un desecho humano.
Ni siquiera en un momento como este, caracterizado por la lamentable circunstancia de salud por la cual atraviesa el presidente Hugo Chávez, se ha ablandado la coraza sectaria que sirve de uniforme al PSUV. Ayer la unidad se impuso para salir de una dictadura, porque se llegó al convencimiento de que sin ese paso era imposible conquistar el triunfo.
Hoy no encontramos salidas ciertas a la violencia, a la muerte prematura de decenas de jóvenes y trabajadores a manos del hampa; a la inflación, a un modelo económico que ha profundizado la dependencia de la renta petrolera. El llamado a diálogo que se hizo en tiempos de campaña electoral se volvió sal y agua. Los posibles sucesores de Chávez, si es que éste no puede re asumir las riendas del gobierno, no miden las consecuencias de creer que los demás no hacen falta, que la constitución y las leyes están supeditadas a los que mandan y no al revés.
Que el espíritu del 23 de Enero se apiade de ellos y los haga entrar en razón, antes de que sea tarde.
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