El Carabobeño 06 enero 2013
Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín
afermin@el-carabobeno.com
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Cuando don Felipe Quintero nos llamó para informarnos que un carro derrumbó un buen pedazo del puente Morillo en la antigua Calle Real hoy calle Colombia, fuimos de inmediato a constatar lo ocurrido. Hace dos semanas afirmamos en este espacio que el puente está en muy malas condiciones, sin ningún tipo de vigilancia, por lo cual no tardaría mucho en derrumbarse. Y que, como consecuencia del desastre, nombrarían una comisión para que presentara un informe. De manera asombrosa, eso ha ocurrido, exactamente.
El accidente se produjo el 28 de diciembre, a las 7,30 de la noche. Cinco días después ninguna autoridad municipal se había hecho presente para constatar los daños ocasionados por un carro chocado por detrás que dejó un enorme boquete en el emblemático puente cuya historia pasa de los dos siglos.
A un lado del río están los restos de aproximadamente doce metros de pretil del puente, construido con ladrillos, arena y cal durante la época colonial, para unir la parte este, que conocemos como San Blas, con el centro de la ciudad. El alcalde Edgardo Parra ha informado que mandará a reparar esa parte destruida. Pero nos permitimos sugerirle que de eso no pueden encargarse unos albañiles que peguen ladrillos y luego frisen. ¡No señor! De ese trabajo deben encargarse restauradores conocedores de la arquitectura colonial venezolana, como hizo el Concejo Municipal de Valencia en 1903, cuando las aguas del Cabriales pasaron por encima del puente y destruyeron su parte superior. Las obras de restauración estuvieron a cargo -nada más y nada menos- que del arquitecto Antonio Malaussena, diseñador y constructor de nuestro siempre hermoso Teatro Municipal.
Es patrimonio nacional
Es un caso inexcusable que ni siquiera el Concejo Municipal, que inició su construcción en 1808, haya declarado al puente Morillo patrimonio histórico del municipio Valencia o solicitado su declaración como patrimonio nacional pues, de acuerdo con normas del Instituto Nacional de Patrimonio, las obras construidas hasta finales del siglo XIX están incluidas en esa categoría.
Las autoridades de Valencia deben estar informadas de que ese puente no es cualquier cosa. Es una joya de la arquitectura colonial venezolana que milagrosamente continúa prestando servicio. Por él transitan libremente vehículos, camiones y gandolas cada día, sin que se tome en cuenta que se trata de un puente con 200 años encima.
De acuerdo con Rafael Saturno Guerra, primer cronista de la ciudad de Valencia, en su libro "Cristal de Tradición" (Ediciones del Concejo Municipal de Valencia, 1988) la construcción de este puente comenzó en 1808 y su inauguración tuvo lugar en 1820.
“Es una obra sólida, sobria, soberbia. Tiene cerca de una cuadra de largo y ocupa todo el ancho de la calle a la que sirve de paso, sin comprender los pretiles. En su centro, y por ambos lados, se ensancha en cerca de dos metros, formando una especie de media luneta. Consta de tres ojos amplios, arcos de medio punto que facilitan el paso de las aguas, aún de las grandes crecientes del hoy manso y escuálido Cabriales”.
Puente histórico
El puente fue construido con piedra, cal y ladrillos. Los pretiles son de piedra labrada y sus espaldares de ladrillo rematados “en lomo de perro”. El cronista asienta en su libro que en los años 40, cuando José Rafael Pocaterra fue presidente del estado Carabobo, el puente fue revestido de cemento y piedra picada y adornado con faroles como en la época colonial, que ahora están sin bombillos y doblados por el abandono en que se encuentra la obra.
El ayuntamiento valenciano aprobó la construcción de la obra el 20 de mayo de 1807, con la finalidad “de hermosear la ciudad y facilitar el tránsito de los pasajeros y transeúntes sin exponerse al riesgo y peligro de ahogarse en las crecientes del río o, cuando menos, demorar su jornada para ingresar a la ciudad”.
La obra estaba siendo financiada con impuestos municipales y donaciones particulares, pero se presentaron problemas judiciales a los que se unió el conflicto de la guerra de Independencia, por lo cual fue paralizada.
Rafael Saturno Guerra da cuenta de que en 1818 el general en jefe del Real Ejército de España Pablo Morillo llegó herido a esta ciudad, por lo cual imploró a Nuestra Señora del Socorro que lo sanara. Cuando se curó la tomó cariño a Valencia, por lo cual ordenó la construcción de la torre norte de la Catedral, un nuevo cementerio y la conclusión del puente sobre el Cabriales.
El general Morillo dispuso que los derechos que se recaudasen por la matanza de ganado y las contribuciones que se hacían a la iglesia matriz y a la iglesia de Tocuyito se destinasen a finalizar las obras del puente.
Para construir el puente fueron obligados a trabajos forzados patriotas presos, entre ellos el coronel Juan Uslar, a quien Morillo perdonó la vida por petición de la Logia Masónica.
Valencia agradecida
El general Morillo no descansó hasta inaugurar, personalmente, el nuevo cementerio y el puente sobre el Cabriales, los que “por veredicto popular” fueron llamados Morillo, como afirma Francisco González Guinán en su libro “Tradiciones de mi Pueblo”.
En 1903, el periódico Don Timoteo, cuya colección completa estaba en el Ateneo de Valencia (ojalá que no la hayan echado a la basura) decía que el puente estaba en ruinas, por lo cual proponía que prohibieran el paso de peatones. Ese mismo año una crecida del Cabriales destrozó la parte superior, por lo cual el gobierno de Cipriano Castro comisionó a Antonio Malaussena para su restauración. Cuando los trabajos fueron inaugurados, el Concejo Municipal de Valencia ordenó que la obra llevase el nombre de Puente Restaurador, en honor a Castro, que se hacía llamar el Gran Restaurador de Venezuela. Cuentan que los valencianos se pusieron fúricos e hicieron saber a las autoridades que, por decisión popular, el puente seguía llamándose puente Morillo.
En 1921, cuando se cumplieron cien años de la Batalla de Carabobo el general Juan Vicente Gómez ordenó que el puente se llamase Carabobo, cuenta la historiadora Luisa Galíndez. Pero Valencia no le hizo caso y siguió llamándolo puente Morillo. Esperamos que cuando el puente esté nuevamente restaurado, no haya la ocurrencia de llamarlo de otra manera, porque parece imposible que el nombre del general Morillo sea borrado de la memoria colectiva de esta ciudad, que sabe agradecer a quien le hace bien. Por alguna razón Valencia es Valencia.
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