Guillermo Mujica Sevilla || De Azules y de Brumas
Cuando los pedestales se caen… Federico Monsalve Jaén
Es cierto lo que muchas personas nos han dicho sobre la existencia en el mundo de hoy de personas que creen llevar en su vida unos pedestales, los cuales deben ser adorados como que si fueran dueños de la verdad, de la razón y la justicia.
Por lo general estas personas se erigen en factores determinantes de cualquier comunidad y mantienen como principio el hecho detestable si se quiere de que todos por igual deben seguir sus pasos ciegamente, consultarles cualquier idea o proyecto, como para engrandecerlos y así las cosas, lograr contentamientos y objetivos de neto corte personalista; es indudable que quienes actúan de esa forma, tienen un signo dictatorial, de soberbia, de autosuficiencia y de una vanidad tan concentrada que muchas veces son proclive a cometer errores imperdonables que, tarde o temprano, los hacen merecedores de que aparezca la oportuna y merecida sanción moral.
Estas gentes de pedestales por dentro se constituyen en una especie de reinos intocables; para ellos no existe lo razonable, el respeto ni la adhesión al hermoso concepto de la amistad, sólo poseen, como mensaje primordial, la crítica destructiva, el afán de figuración, el tono de la mandonería y la cuadratura hacia el lado que más convenga, como fieles intérpretes que son del <> a la hora de demostrar sinceridad o de ser leales a una posición a la vecindad del afecto.
Más temprano que tarde esas personas, pasado el Carnaval de incomprensión, se quitan la careta y entonces sus rostros aparecen con la señal de la insinceridad, dañados por las pecas de maledicencia y un color que refleja variabilidad de carácter que resume un deseo de querer estar siempre con Dios y con el diablo, sin importarles la dignidad, la personalidad ni el futuro.
Las palabras que pronuncian en cada oportunidad no tienen mensajes constructivos, pero sí mucha soberbia, ansias de mando, incapacidad para el análisis sobrio y prudente, lógico y válido, no tienen tampoco el valor de la decencia, pero sí creen poseerlo para la ofensa y la gratitud de una mandonería insoportable. Pobre y tenebroso en el camino que recorren y equivocadas están cuando creen que todos deben seguir sus mandatos dictatoriales al pie de la letra.
Los bienes materiales o los títulos académicos no son de ninguna manera elementos que pueden exhibirse a la hora en que debemos buscar justicia, y la verdad, hay otros también muy importantes que merecen tomarse en cuenta y que son la prudencia bien entendida y el respeto a la dignidad de las personas que no utilizan la soberbia.
La grandeza de todo ser humano tiene su fundamento en la lealtad a sus principios, en la nobleza de sus actos, en la honestidad y asimismo en el respeto que debemos brindar a ese gran concepto que es la amistad, al cual hay que rendir culto siempre sin posiciones variables ni mucho menos apelando al <>, huidiza conducta que asumen muchos en el momento donde se puede resaltar la personalidad de cada quien, claramente sin miedo, porque miedo siente el que no es sincero y el que tiene por justicia el juego de los intereses de grupo o personales.
El mundo de hoy está lleno de seres muy dados a ser motolitos, que son en realidad unos sepulcros blanqueados, manejables de acuerdo a las distintas conveniencias, no tienen la contundencia a la hora de ser claros y definidos, son insinceros y muy dados a la hipocresía, porque así siempre están con todos.
En estos tiempos carnavalescos muchos pedestales se han caído y también muchas personas se han quitado la careta; primero, para saber quiénes son y segundo, para estar pendientes de sus acciones y proyectos posteriores, los que, de ninguna manera, serán provechosos para la convivencia humana ni mucho menos para ese fundamental elemento que es la lealtad a los principios y a la amistad sincera.
Parte de la fuente tomada de la Revista In-Fórmate Nº 179 (Febrero, 1988)
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