Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Palabras del Papa Francisco hoy, 1 de noviembre..."En esta fiesta, los santos nos dan un mensaje. Nos dicen: ¡tengan confianza en el Señor, porque el Señor no desilusiona! No desilusiona nunca, es un buen amigo a nuestro lado. Con su testimonio los santos nos alientan a no tener miedo de ir contracorriente o de ser incomprendidos o ser ridicularizados cuando hablamos de él y del evangelio"

Fiesta de Todos los Santos. Papa Francisco en el ángelus: la meta no es la muerte, sino el paraíso
Los santos han visto el rostro de Dios en los más pequeños y despreciados y ahora lo contemplan su gloria. Nunca odiar, sino servir a los otros. La santidad es una vocación para todos
Por Redacción
ROMA, 01 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El papa Francisco recitó hoy el ángelus en la solemnidad de Todos los Santos, desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano, ante los miles de fieles que se encontraban en la Plaza de San Pedro.
Queridos hermanos y hermanas
La fiesta de Todos los Santos que hoy celebramos nos recuerda que que la meta de nuestra existencia no es la muerte, sino el paraíso. Lo escribe en apóstol Juan: “Lo que seremos no ha sido aún revelado. Sabemos entretanto que cuando él se habrá manifestado, nosotros seremos similares a él, porque lo veremos como él es” (1Gv 3,2).
Los santos, los amigos de Dios, nos aseguran que esta promesa no desilusiona. En su existencia terrena de hecho han vivido en comunión profunda con Dios. En el rostro de los hermanos más pequeños y despreciados han visto el rostro de Dios y ahora lo contemplan cara a cara en su belleza gloriosa.
Los santos no son superhombres, ni han nacido perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas.
Pero ¿qué les ha cambiado su vida? El amor de Dios, lo han seguido con todo el corazón, sin condiciones ni hipocresías. Han empleado su vida al servicio de los otros, han soportado el sufrimiento y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con bien, difundiendo alegría y paz. Esta es la vía de los santos: personas que por amor de Dios en su vida no le han puesto condiciones a él; no han sido hipócritas, hay empleado su vida para servir al prójimo, han sufrido tantas adversidades pero sin odiar.
Los santos no han odiado nunca. ¿Han entendido bien esto?: el amor es de Dios, ¿pero el odio de donde viene? ¡El odio no viene de Dios, sino del diablo! Y los santos se han alejado del diablo. Los santo son hombres y mujeres que tienen la alegría en el corazón y la transmiten a los otros. Nunca odiar, sino servir a los otros, a los más necesitados, rezar y vivir en la alegría. ¡Este es el camino de la santidad!
Ser santos no es un privilegio de pocos, como quien tuvo una gran herencia. Todos nosotros en el bautismo hemos recibido la herencia que nos permite ser santos. La santidad es una vocación para todos. Todos por lo tanto estamos llamados a caminar en el camino de la santidad y este camino tiene un nombre y un rostro: el rostro de Jesucristo.
Él nos enseña a volvernos santos. Él en el evangelio nos muestra el camino: el de las beatitudes. El reino de los cielos, de hecho es para quienes no pone su seguridad en las cosas sino en el amor de Dios; para quienes tiene un corazón simple, humilde, no presumen de ser justos y no juzgan a los otros. Quienes saben sufrir con quien sufre y alegrarse con quien se alegra, no son violentos pero misericordiosos y tratan de ser operarios de reconciliación y de paz. El santo, la santa es artífice de reconciliación y de paz; ayuda siempre a la gente a reconciliarse y ayuda siempre para que haya paz. ¡Es así de linda la santidad; es un hermoso camino!
Hoy, en esta fiesta, los santos nos dan un mensaje. Nos dicen: ¡tengan confianza en el Señor, porque el Señor no desilusiona! No desilusiona nunca, es un buen amigo a nuestro lado. Con su testimonio los santos nos alientan a no tener miedo de ir contracorriente o de ser incomprendidos o ser ridicularizados cuando hablamos de él y del evangelio.
Nos demuestran con su vida que quien es fiel a Dios y a su palabra experimenta ya en esta tierra la calidez de su amor y después el 'ciento' en la eternidad. Esto es lo que esperamos y le pedimos al Señor para nuestros hermanos y hermanas difuntos. Con sabiduría la Iglesia puso en secuencia la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración de los espíritus beatos se une la oración de sufragio por cuantos nos precedieron en el paso de este mundo a la vida eterna.
Confiamos nuestra oración a la intercesión de María Reina de todos los santos.

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