Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Ya que lo que estamos viviendo en Venezuela nos ha llevado a olvidar lo que una parte de mi generación formada entre los años 60-70 recibió como educación y formación, que no está en el tapete de la supuesta izquierda castrocomunista que nos gobierna y el proyecto que anima a los jóvenes de la oposición, (sólo Ramón Guillermo Aveledo pertenece a esta generación y formación a la que me refiero) creo oportuno transmitir a mis lectores la voz de una Venezuela que no aparece en los periódicos ni se ha hecho notar porque siempre estuvo entre estos dos bloques mencionados, (antes eran los partidos políticos y los de la supuesta izquierda castrocomunista) pero que creo oportuno que seamos al menos leidos o escuchados... Recibí la señal ante la publicación en El Universal del 7-9-2013 pág. Opinión 3-8 de un artículo de Antonio Pérez Esclarín, y la mención que hace de nuestros ideólogos y escritores que leimos y nos sirvieron de referencia en nuestra formación, obra y nombres que compartiré con mis lectores...Venezuela no son nada más estos dos bloque de pensamiento y acción, habemos otros que NUNCA hemos comulgado con lo que está de moda ahorita con las consecuencias conocidas..

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¿QUIÉN ES ANTONIO PÉREZ  ESCLARÍN?
Nace un 23 de septiembre de 1944, en Berdún,  un pueblito cerca del Pirineo Español, frontera con Francia. Sus padres Prudencia Esclarín y Antonio Pérez, hogar ejemplar donde nacen Josefina,  Ángel  y Antonio.Terminado su bachillerato, estudia Preuniversitario, en El Salvador, el colegio de los jesuitas en Zaragoza. Entonces,  decide venirse a Venezuela y  estudia Letras en la Universidad  Católica Andrés Bello.
Su camino lo lleva a Ecuador y a Nueva York, donde  se radica por varios años. En Ecuador obtiene su doctorado en Filosofía en el año de 1970. Allí escala montañas como el Chimborazo, Cotopaxi, Cayambe, los Illinizas, y se gana por ello el apelativo de Pecho Roca, que más adelante sus amigos y familiares lo cambian a Pechín. En Nueva York en el año de 1971, obtiene su titulo de Magíster en Teología en el Woodslock College, donde le ofrecen cargo como profesor, pero lo  rechaza para volver a Venezuela.
eeuu2Mientras estudia en Estados Unidos, para costear en parte  sus estudios y estadía trabaja en una fábrica, atiende una biblioteca en las noches, y empieza a  publicar algunos  artículos en revistas norteamericanas. Durante unas vacaciones de verano, en Cannosburg, cerca de Pittsburg, trabaja con el padre Finol con niños Down.
En nueva York  inicia  su vocación de escritor y comienza a escribir su novela “La Gente vive en el Este” , como expresión de compromiso de un cristianismo en serio , que fuese social fuerte y sobre todo con los más necesitados. En los capítulos de esta novela de la fábrica recoge su experiencia como obrero en Estados Unidos.
Vuelve a Venezuela, a Jesús Obrero, donde es profesor de varias materias y fundador del   Centro Excursionista Nuevos Horizontes. Prácticamente, todos los fines de semana sale al Avila con un grupo de alumnos, y en las vacaciones va de campamento a Mérida. Estando en Caracas, publica sus novelas “La gente vive en el este” y “Jesús de Gramovén”, y dos obras filosóficas  “La Revolución con Marx y con Cristo” y “ Ateísmo y liberación”, que es su divulgación de su tesis doctoral sobre el ateísmo contemporáneo y que fue traducida a varios idiomas. La temática de sus libros donde presentaba un compromiso cristiano muy valiente le crea algunos conflictos  y decide venir a Maracaibo.
En  1974, llega a Maracaibo, al colegio  Gonzaga. Estando allí,  la hermana Pilar Ramos le invita a trabajar en  una Normal de Fe y Alegría, recién fundada y que lleva el nombre de “Nueva América”. Acepta y por un tiempo  comparte su trabajo entre  el Gonzaga y la Normal. Tiene la suerte de trabajar con un grupo de educadores inquietos, en búsqueda de nuevas propuestas formativas: Pilar Ramos,  Maite Pascual, Julio Álvarez, María Luisa García, Luisa Pernalette, entre otros…Selva
En este proyecto de formar docentes descubre su vocación de educador, ellos se hicieron educadores unos a otros, madurando sobre todo esa idea del educador popular, esa necesidad de trabajar con los más necesitados. También forma parte del grupo que decide pasar el colegio Gonzaga de El Milagro al barrio San José,  para que atendiera a los más pobres. Al cerrar las normales sigue su camino, y crea con otros  la Comisión Pedagógica del Zulia. Esta propuesta se extenderá posteriormente a las demás Zonas de Fe y Alegría a nivel nacional.
De su paso por la Comisión Pedagógica del Zulia  quedaron los Procesos Formativos, materiales para la formación de los maestros.  Para este tiempo contrae matrimonio con Maribel, educadora, con quien tiene dos hijos Manaure y Nairuma, nombres indígenas, que permiten ver su respeto y valoración a los indígenas. También se nacionaliza venezolano porque Venezuela le conquistó el corazón, como lo prueban los innumerables reportajes que ha escrito sobre ella y el libro  “Venezuela, Paraíso Tropical”, escrito en 1996, donde dice en la introducción: “Venezuela es ciertamente un país privilegiado, lleno de encantos y prodigios, que Dios lo debió crear en una tarde en que andaba especialmente feliz.”
Para 1984, obtiene la Licenciatura en Educación en la Universidad Simón Rodríguez , y ese mismo año inicia con Luisa Pernalete el Programa de Profesionalización de Maestros en Servicio en convenio con el Centro de Experimentación para el Aprendizaje Permanente (CEPAP) de la Universidad Simón Rodríguez, en el que buscan un proyecto innovador de formar educadores populares, capaces de gestar los cambios educativos necesarios. En 1991, se funda el Centro de Formación Padre Joaquín, como órgano coordinador de las políticas de formación, investigación y publicaciones de Fe y Alegría, a nivel nacional, y Antonio es nombrado su Director.
Desde ese centro se impulsan diferentes programas de formación e investigación, a nivel nacional e internacional. Es también editor de las publicaciones del Centro de Formación, entre ellas, la Revista “Movimiento Pedagógico”, y las Colecciones  “Procesos Educativos”, “Materiales Educativos”, “Lecturas para jóvenes y niños” y “Programa de Formación de Educadores Populares”. Como trabajador  de dicho Centro,  dedica gran parte de su tiempo a dictar conferencias y  talleres, y asistir a Encuentros y Congresos Internacionales,  donde comparte sus aprendizajes del pueblo y con el pueblo. Sus aportes han sido muy significativos en cuanto a ahondar en  la filosofía de Fe y Alegría, la teología del cristianismo con un evangelio realmente comprometido con el  pueblo. Su legado de más de 50 libros dedicados a la humanidad, los innumerables artículos en diferentes periódicos y revistas, las producciones como editor y autor en las diferentes  colecciones de Fe y Alegría, así lo atestiguan.
Antonio  es un ejemplo de fe que nos invita a ser alegres, a recrear  y crear lo que queremos ser y lo que proponemos para poder sembrar semillas que generen la vida auténtica donde todos somos parte como sujetos de nuestro proyecto. En este sentido debemos mencionar también su convivencia con  las diferentes etnias indígenas de Venezuela, que  ha recogido en diferentes publicaciones en donde da a conocer con mucho respeto y cariño su cultura y formas de vida.
Antonio es también profesor e investigador del centro de Experimentación para el Aprendizaje Permanente (CEPAP) de la Universidad Simón Rodríguez. Ha coordinado el Proyecto de Formación de Educadores Populares en 17 países de América Latina, orientado a formar más de 25000 educadores de Fe y Alegría, y coautor de varios de los Documentos de los últimos Congresos de Fe y Alegría.
De los talleres y conferencias antes mencionados ha recibido muchos reconocimientos; mencionamos sólo dos de ellos como ejemplo: “Antonio Pérez – Esclarín y el movimiento Fe y Alegría reciben un merecido homenaje en el Marco del XVIII Congreso Científico Escolar. Colegio Bellas Artes, en julio de 1996.”
“La Confederación Internacional de Educación Católica le entrega la Distinción Jesús Maestro ; en Santiago de Chile en enero de 2004”.
Uno de los mejores regalos que nos hace Antonio son sus libros de Parábolas; hasta hoy ha publicado  tres : “Educar Valores y el Valor de Educar” ; “Para Educar Valores: Nuevas Parábolas” y “Parábolas Para Vivir en Plenitud” .  A través de ellas podemos palpar dos líneas que marcan la vida de Antonio: Educar y Valor, lo uno no se despliega sin lo otro;  en ellas encontramos un ramillete de cuentos que nos cultivan el alma y nos ayudan a enfrentar nuestros miedos,  dudas,  alegrías, la tristeza, la soledad individual que es sana, la reflexión, … Como él nos dice: “educar en y para: educar en  y para la creatividad, educar en y para y el trabajo, educar en y para la ciudadanía, educar en y para el respeto, educar en y  para la solidaridad”.
Las parábolas nacen porque las iba incorporando en sus conferencias y luego muchos se las pedían y le proponían que  las publicara y así fue. El primer libro de parábolas, ha sido reimpreso ya once  veces en Venezuela, Colombia, México y además traducido al Portugués. Para Antonio escribir es como un apostolado que le permite hacer bien a otros. A parte de sus libros de parábolas, tiene otros más teóricos de temática educativa, en los que recoge su concepción pedagógica: “¿Es posible educar en Venezuela?”, “Más y Mejor Educación para todos”, “Educar en el tercer milenio”, “Educación para globalizar la esperanza y la solidaridad” y “Educar para humanizar”, “Decide tu vida, elige ser feliz” , “Jesús Maestro y Pedagogo”, “Educar es enseñar a amar” , “Los padres, primeros y principales educadores de los hijos”, “Cultivar valores con el Padrenuestro” y “Educación integral de calidad”.
Sobre el Zulia ha escrito también mucho: la Colección “Temas Zulianos para niños”, “Historias Fabuladas del Zulia” (78 programas para radio), innumerables reportajes   en las revistas “Respuesta”, “Horizontes”, “Familia Cristiana” y “Gárgola”, algunos de ellos recogidos en el libro “Reportajes Zulianos”, y las novelas “Venancio Pulgar, Caudillo del Zulia” y “Rafael Urdaneta”, en los que quiere dar a conocer su pasión por esta tierra.
Antonio se enorgullece de conocer como pocos a Venezuela, país que ha hecho suyo, que ama entrañablemente y del que ha escrito en diferentes revistas más de 180 reportajes.

Mira a todos los seres desde  su  caminar profético  de la vida, con quienes viene construyendo sus sueños, inquietudes, amistades, esa búsqueda  en la permanente reflexión del pensamiento humano que lo convierte en un genuino maestro.
Es para mí un reto muy grande y muy digno escribir sobre Antonio Pérez Esclarín. Se me ocurren muchas ideas pues me viene como  una especie de cascada de imágenes  para describir cómo es su ser. Para ello, voy a seleccionar algunos de sus libros, pues son muchos sus escritos, y muy numerosas las ideas que describen  a un gran hombre en su hacer como cultivador de la palabra, una palabra que es como el rocío de la mañana para quienes lo escuchan, y a quienes lo miran como una estrella mañanera que les llena con su brillo de esperanzas, ilusiones, sueños…
Su ser es una palabra viva, es amor, es esperanza, es plenitud espiritual, que son el camino que recorre y ofrece, junto a presentarnos a Dios como un amigo siempre fiel. Antonio invita a ser luz y sal. Luz para alumbrar los caminos y sal para sazonar los sueños en su justa medida.
Antonio nos invita a mirar al otro como un hermano, respetando sus ideales, su físico,  su raza, su religión o su pensamiento político, diferentes al mío. Nos invita a valorarlo en lo que es y como es, a permitir que el amor sea el motor de la vida, pues como   dice: “posee un corazón tan gozoso que puede regalar corazones”.
En su caminar, Antonio ha hecho del servicio su horizonte: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar. Al andar se hace camino…”, para renovarse, para prepararse, para el encuentro con su público. Esto le ha permitido obtener sus aprendizajes, escribir 56 libros y publicar un artículo de opinión cada semana en siete periódicos y en varias revistas digitales. Así fue naciendo el escritor de novelas, el educador, el esposo, el padre de Manaure y de Nairuma, el abuelo de Paula Lucía a quien ya dedicó un libro con estas palabras: “A Paula Lucía, mi nieta, que llegó como un arcoíris de primaveras en el otoño de mi vida”.
Al lado de Antonio Pérez Esclarín, uno se siente valioso, bueno, con ganas de vivir y de amar. Recuerdo que, en un encuentro, una persona del público  manifestó que sería muy feliz si cada mañana pudiera conversar con él al menos cinco minutos.
Antonio despierta, sacude, provoca las ganas de vivir, la pasión, el sentido que todos poseemos para dejar huellas en la vida y en la historia, como él las va dejando y muy profundas en su vida y en su historia.
En sus libros encontramos pensamientos muy ricos nacidos de su propia experiencia, como este que es la dedicatoria de su libro “Jesús Maestro y Pedagogo”:
“A todos los maestros y maestras que se esfuerzan cada día por seguir los pasos de Jesús y trabajan con entusiasmo por gestar una educación y una pedagogía al servicio del desarrollo integral de sus alumnos”.
El propio Antonio se esfuerza cada día por moldear su figura de educador en el ejemplo de Jesús Maestro y por ello resulta un ejemplo digno, humano, honesto, con una sabiduría muy sencilla, que busca cada día aprender para realizar cada vez mejor su tarea de educar.
Antonio nos invita a ser “parteros del alma, y nos dice que vivir es hacerse, construirse, inventarse, desarrollar todos los talentos y posibilidades, llegar a ser auténticamente libre. Nos dieron la vida, pero no nos la dieron hecha. En nuestras manos está la posibilidad de gastarla en la banalidad y la mediocridad, o de llenarla de plenitud y de sentido. Podemos aumentar la violencia o ser constructores de paz;  vivir negando y destruyendo la vida, o vivir defendiendo la vida, dando vida “(Educar para humanizar, pág. 48).
Aquí Antonio nos plantea que debemos tomar las riendas de la vida para llegar a ser lo que debemos ser: En nuestro  caso, educadores responsables y generosos. Por ello, debemos preguntarnos cuál es nuestro proyecto como educadores,  qué valores tenemos y enseñamos, pues no podremos ayudar a ser plenos y  felices a los demás si nosotros no lo somos. Educar  es ofrecer los ojos a los alumnos para que puedan  mirarse en ellos y verse bellos y así puedan mirar  la realidad sin miedo y a los otros con cariño.
Antonio nos invita a ser originales y creativos, lo que nos permitirá comprendernos y darnos a comprender a los demás, y así comprender el mundo dentro de la convivencia en el contexto real de cada uno. Saber resolver los problemas y proponer ideas es alcanzar la plenitud intelectual, desarrollar la inteligencia creadora. Para ello, es necesario asumir la vida como un proceso de auto-socio-construcción, de desarrollar los talentos; es razonar, ser crítico y autocrítico, frente a los hechos y la vida. Es desarrollar la creatividad, los talentos estéticos y éticos, la capacidad de leer por dentro. Es convertir los conocimientos en propuestas, ideas, productos, soluciones de las situaciones que vivimos. Es llenarse y llenar a los demás de alegría: “Si uno está alegre, los que están alrededor se sentirán en una fiesta”,  nos dice Antonio.
Antonio nos invita a comprender que somos fuertes si tenemos esperanzas y la convicción de que nuestra vocación se nutre de dios. De ese dios hecho hombre, que vino a proponernos acompañarle en su proyecto de hacer de este mundo un mundo de fraternidad y amor. Nuestro dios es un dios de vivos y no de muertos, que nos quiere y nos da la vida para que seamos creadores de sueños, para que eduquemos en valores, y así lleguemos a ser sabios, para que seamos capaces de sacudir la rutina y la repetición de un aprendizaje aburrido, y sin importancia.
Se trata, en definitiva, de “aprender a desaprender para ser capaces así de aprender a aprender, aprender a comprender y aprender a emprender…”, es decir, aprender a producir y crear. No se trata tanto de saber muchas cosas, sino de saber utilizar lo que se sabe y ponerlo al servicio de la vida.  Esto supone también cultivar la memoria, ya que no hay inteligencia sin memoria. Aprendemos de lo que ya sabemos. Pero no se trata de repetir si no de construir nuevos conocimientos desde lo que ya sabemos.
Para ello, debemos aprender a escuchar con los ojos, hablar con los ojos, aprender y enseñar con  todos los sentidos, desarrollar una mirada contemplativa capaz de admirar las bellezas de la naturaleza; una mirada  fraternal, cariñosa, que salga del corazón y alimente una palabra que anime, que transforme la no vida, que haga florecer sonrisas, ilusiones, que ayude a desarrollar el pensamiento, el amor, la convivencia en todo momento. Palabra que haga crecer la libertad, palabra que construya un saber con sabor, que promueva verdaderos aprendizajes significativos.
Antonio promueve la escucha activa capaz de escuchar a la  naturaleza, escuchar el silencio, las risas, los miedos, la timidez, la angustia y los problemas. Para ello, necesitamos afinar el oído para recrear la imaginación, la creatividad, para ser capaces de valorar y gustar la música y los sentimientos puros.
Antonio nos invita también a afinar el olfato para ser capaces de sabore4ar la vida y disfrutar del olor de las flores, de las frutas, los alimentos uq e son los que nos fortalecen y posibilitan la vida: Oler la tierra perfumada por la lluvia y azotada por el viento. Saber oler los momentos buenos para saborearlos y los tristes para comprenderlos y aprender de ellos.
Desarrollar también el tacto para acariciar y hacer de nuestras manos un instrumento de Dios que defiende la vida, que acaricia los cuerpos, que da movimiento y armoniza los corazones llenándolos de dicha, alegría y comprensión.
En conclusión  Antonio promueve un enseñar y aprender desde los corazones para ir en busca de un mundo nuevo, que supere las barreras de todo lo que destruye, de lo que aniquila la vida, y desarrolle lo que va poco a poco dándole sentido a la verdadera razón de la creación.
Para Antonio Pérez Esclarín, la pedagogía del amor y la ternura es posible cuando entendemos que “amar es querer el bien para el otro” . Si somos hechos a imagen de Dios y Dios es amor, somos seres para amar. En consecuencia, debemos desarrollar las capacidades de amar, limpiar nuestros corazones, dejar que sus latidos sean verdaderamente libres.
Esto será posible si “aprendemos a enfrentar los problemas y las crisis para encontrar la paz, la sinceridad, el sentido de nuestra vida. Ello posibilita crecer con el otro y verlo como hermano a pesar de sus diferencias”. Esto equivale a superar y rechazar la cultura de la muerte y del consumo irracional, pues “educar es formar persona, cincelar corazones, ser espejos para que los alumnos se miren en ellos y se vean valorados y queridos, es continuar la obra creadora de Dios, defender la vida, la naturaleza, recuperar una mirada de asombro y que posibilite y promueva el conocimiento auténtico”.
Antonio nos invita a sonar, insiste en que la educación asuma el desarrollo de la imaginación y la creatividad, que seamos sembradores de sueños y esperanzas, pues si tenemos un porqué en la vida, encontraremos un cómo. Nos dice que la esperanza es la fe que le gusta a Dios que siempre acompaña nuestros pasos. Por ello, insiste en que no perdamos nunca la esperanza y llega a decir que un educador sin esperanza, sin  ilusión, es un cadáver que no podrá educar.
Si hoy vivimos en un mundo intoxicado de información, debemos educar para interpretar esa información y convertirla en conocimientos. Educar emocionalmente la libertad, descubrir cuáles son las cadenas que nos impiden crecer. Para ello, debemos estar en disposición de aprender siempre, saber leer el evangelio con ojos nuevos para descubrir su radicalidad y movernos a entregar la vida en la cotidianidad, llegar a ser luz y sal, cultivar  una educación de calidad que promueva la cultura de la paz y la no-violencia en la Venezuela de hoy, y nos permita ser críticos y tener el valor de decirnos las cosas sin ofendernos, y de este modo seguir abriendo caminos nuevos .
Por: Maribel Rodríguez  de Pérez

MI VIDA EN FE Y ALEGRÍA
 Por: Antonio Pérez Esclarín
Llevo 41 años trabajando en  educación, siempre en obras jesuíticas, tratando de vivir y alimentar la espiritualidad ignaciana. Los tres primeros años los viví en Jesús Obrero de Catia,  donde un grupo de “soñadores” nos adelantamos varios años a las reformas educativas y empezamos a trabajar con proyectos de aprendizaje que acercaran más la educación a las realidades e inquietudes de los jóvenes, y junto a sus cabezas, formáramos su corazón y sus manos. Corazón grande, sensible, generoso, con las puertas abiertas donde todo el mundo pueda  entrar y encontrar cobijo, calor. Manos, generosas, trabajadoras, tendidas siempre  al que las necesite.
De allí, en 1974, me vine a Maracaibo,  donde he permanecido   hasta ahora. Me casé, tuve dos hijos y recientemente Dios me regaló una nieta, que como escribo  en la dedicatoria de uno de mis últimos  libros, ha supuesto “un arcoíris de primaveras en el otoño de mi vida”. En Maracaibo me inicié en el Colegio Gonzaga y enseguida pasé a Fe y Alegría, donde llevo 38 años siempre en formación de educadores populares. En Fe y Alegría he ido  cultivando y forjando mi vocación de educador, que ha llenado mi vida de sentido y de grandes satisfacciones. Suelo decir que Fe y Alegría ha sido un medio extraordinario que ha alimentado permanentemente  la vocación de servicio, y ha cultivado  la espiritualidad ignaciana que nos invita a “en todo amar y servir a todos”, a “hacernos hombres y mujeres para los demás con los demás”.  Fe y Alegría se enraíza en lo profundo de la espiritualidad ignaciana, en ese  magis, que es confianza y osadía,  que impulsa a preferir los “lugares de frontera”  para así servir cada vez con mayor eficacia  a los más desposeídos y abandonados, los amigos preferidos de Jesús.
Primero en la Normal Nueva América y luego en la Oficina Regional de Fe y Alegría del Zulia y el Centro de Formación P. Joaquín, al lado siempre de extraordinarios compañeros que alimentaron mi vocación de educador,  fui entendiendo,  poco a poco, que educar  es algo más sublime e importante que enseñar matemáticas,  inglés, computación, biología o química. Educar es formar personas, cincelar corazones, ofrecer los ojos para que los alumnos puedan mirarse en ellos y verse valorados  y queridos y así puedan mirar la realidad sin miedo y a las otras personas con respeto y con  cariño. Los educadores somos sembradores de sueños y esperanzas, médicos de corazones heridos y almas rotas,  arquitectos de personas. Educar es continuar la obra creadora de Dios, alumbrar al  hombre y la mujer posible que está latente en las potencialidades de cada persona. Educar es ayudar a cada alumno a conocer no sólo lo que es, sino también  lo que puede llegar a ser, pues los seres humanos somos siempre proyectos inacabados, siempre perfectibles, y la educación nos debe ayudar a desarrollar la semilla de lo que somos de modo que florezcamos en plenitud y lleguemos a ser dignos y felices.
Mis inquietudes y esfuerzos en Fe y Alegría se han dirigido fundamentalmente a gestar una propuesta teórico-práctica de Educación Popular, y una  concepción y metodología de la formación docente que construya verdaderos educadores populares.
La Educación Popular
Fe y Alegría se define como Movimiento de Educación Popular y Promoción Social.  Al definirse como Movimiento, quedan desbordados los límites de la institución. No se puede reducir Fe y Alegría meramente a una red de escuelas, emisoras y  programas educativos. Fe y Alegría es la puesta en marcha de un conjunto de ideales que se siembran en personas y en distintas instancias sociales. Ser movimiento implica la permanente desestabilización creativa, la relectura continua de la realidad en una actitud de comprobada búsqueda, con grandes dosis de audacia, de inconformidad, de autocrítica constante, de modo que  las prácticas educativas y el hacer pedagógico  vayan respondiendo a las exigencias y los retos que plantea la realidad siempre cambiante y el creciente empobrecimiento de las mayorías.
En cuanto a lo popular, no lo entendemos, como muchos todavía lo hacen,   meramente por sus destinatarios (los pobres, los indígenas, los campesinos, los excluidos, los habitantes de los barrios y zonas marginales…), sino por su intencionalidad  transformadora, pues asumimos la Educación Popular como una propuesta política, ética y pedagógica para que  los pobres y excluidos se conviertan en sujetos de poder y actores de su vida y de un proyecto humanizador de sociedad.  Pero en estos tiempos en que tanto se vocea la transformación, nosotros seguimos insistiendo en no separar la dimensión política de las dimensiones ética y pedagógica, es decir, que todo el proceso educativo debe estar inmerso en los valores que proclamamos y queremos recoger. La pedagogía nos enseña que recogeremos los frutos según  las semillas que sembremos. La cosecha debe estar ya implícita en la siembra. No cosecharemos creatividad con copias, caletres y memorizaciones; ni autonomía o criticidad  con imposiciones y órdenes.  No será posible una educación constructora de genuinos ciudadanos si en  el sistema educativo siguen enquistadas las prácticas autoritarias y la obediencia y la sumisión  sustituyen a la reflexión, el debate y la autonomía. No acabaremos la corrupción con corazones aferrados al tener, ni construiremos genuina democracias con corazones ávidos de poder. Si hace un tiempo el Maestro Prieto Figueroa se quejaba de que los maestros eran en su mayoría unos  eunucos políticos, no es menos cierto que gran parte de  los  políticos son eunucos pedagógicos, es decir, que niegan e imposibilitan  con sus actos lo que proclaman en sus discursos: “El ruido de lo que eres y haces me impide escuchar lo que me dices”. De ahí que yo vengo insistiendo en que no sólo hay que aprender a escuchar lo que el otro dice, sino escuchar sobre todo las vidas de la gente. Con los años, yo  he ido comprendiendo que en educación, como en todo lo demás, más que revolucionarios profesionales, necesitamos revolucionarios en la profesión, es decir, personas comprometidas en un cambio profundo del sistema educativo, gestores de nuevas pedagogías y nuevas relaciones, que se empeñan en vivir  los valores que proclaman y proponen.
Formar para transformar
Por considerar que el educador es la pieza clave para la calidad educativa, he dedicado y sigo dedicando mis mejores esfuerzos a la formación de educadores. Un buen maestro o profesor es la principal lotería que le puede tocar en la vida a un niño, una niña o un joven. Así como un mal educador puede ser una verdadera desgracia para grupos numerosos de alumnos. El educador puede  suponer la diferencia entre un pupitre vacío o un pupitre lleno, entre un malandro o un joven trabajador y responsable, entre una vida vacía y hueca o una vida con sentido.
Entiendo que, en estos tiempos de cambio permanente, ser educador es vivir  en formación.  El docente que ha dejado de aprender, se convierte en un obstáculo para el aprendizaje de sus alumnos. Hay docentes que, con su práctica educativa, no sólo no provocan las ganas de aprender, sino que las matan. Nadie puede enseñar a aprender, si no aprende de su enseñar, si ha perdido el interés por seguir aprendiendo siempre. De ahí que todos mis esfuerzos se han dirigido a privilegiar  la formación permanente de los  educadores, que transforme profundamente la manera de ser, de pensar y de actuar del docente, pues está claro que si bien “uno explica lo que sabe o cree saber, uno enseña lo que es”. Cada profesor, además de su materia, enseña un montón de otras lecciones: honestidad o deshonestidad; responsabilidad o irresponsabilidad; desprecio o afecto; igualdad o diferencias; entusiasmo o desmotivación; alegría o fastidio… No podemos olvidar que los alumnos no sólo aprenden de sus profesores, sino que aprenden a sus profesores.
Frente a la degradación del hecho formativo que se suele reducir a la adquisición de algunos conocimientos y al desarrollo de algunas competencias, la auténtica formación es un proceso de liberación individual, grupal y social. Formarse es fundamentalmente construirse, inventarse, planificarse, soñarse, llegar a desarrollar todas las potencialidades de la persona. Estoy hablando entonces de un proceso de construcción permanente de la personalidad y de un pensamiento cada vez más autónomo, capaz de aprender continuamente, para así poder enseñar en el sentido integral de la palabra.
Por ello, quiero  alertar   que no es lo mismo estar en formación, que estar estudiando. La mayoría de los estudios informan, lo cual no es malo, pero no es suficiente, porque descuidan la formación de la persona. De algunas universidades y centros de formación  salen profesionales, pero no personas. Dan títulos pero no egresan verdaderos hombres o mujeres. También hay supuestos  educadores, muy abundantes hoy en Venezuela,   que más que formar, tratan de “formatear” las mentes de los alumnos, para que sólo sean compatibles con lo que ellos les inculcan y rechacen todo otro  tipo de pensamiento. Es la consecuencia de utilizar la educación para ideologizar, para hacer personas obedientes y sumisas. Hay también estudios que, más que formar, deforman a los estudiantes.  Todos conocemos  educadores a los que las licenciaturas, maestrías o títulos de postgrado los echaron a perder. Personas que utilizan sus nuevos títulos como una especie de pedestal al que se suben y desde la altura de sus nuevos diplomas empiezan a alejarse de los alumnos, de los compañeros, de los padres y representantes, de las personas más sencillas y necesitadas.  Yo por eso hablo de la necesidad de títulos que, en vez de subir, nos ayuden a bajar, a descender al nivel de los alumnos más necesitados y de las personas más sencillas para poderles brindar la ayuda que necesitan. Como dice García Márquez, “Nadie tiene  derecho de mirar a otra persona de arriba abajo, si no es para ayudarla a levantarse”. O como  me gusta repetir, a mí sólo me interesan conocimientos que lleven a co-nacimientos, es decir, a nacer a una nueva vida con el otro y para el otro.
De ahí que una genuina propuesta formativa debe asumir una metodología que supere la concepción bancaria de formación y privilegie la reflexión sobre el ser, sobre el hacer y sobre el acontecer; sobre la persona del docente, sobre su acción pedagógica cotidiana y su impacto transformador, sobre la realidad,  inquietudes e intereses de los  educandos, de modo que el centro educativo se vaya asumiendo como un espacio para la reflexión, para aprender a reflexionar y para aprender a enseñar.  La práctica y la reflexión sobre ella son los elementos primordiales para construir el proceso de la propia formación-transformación.  La práctica educativa tiene que entenderse como un proceso de investigación más que como un procedimiento de aplicación. La escuela, el liceo y la universidad, más que ofrecer información, deben provocar su reconstrucción crítica, su propia y permanente transformación. El reto es lograr docentes que investigan y reflexionan en la acción y sobre la acción, para transformarla y transformarse. En definitiva, la propuesta formativa debe orientarse a hacer del docente un educador, un promotor del hambre de aprender de sus alumnos y un agente democratizador. Formarlo como persona, como profesional de la enseñanza y como ciudadano y promotor de ciudadanía. Esto se dice fácil y hasta resulta evidente. El problema empieza cuando uno entiende que sólo es posible enseñar a ser persona, si uno se esfuerza por serlo plenamente, por crecer hacia adentro, si acepta que para ser educador hay que reconocerse como educando de por vida. Por otra parte, sólo enseñará realmente a aprender el que aprende al enseñar; del mismo modo que enseñar a convivir exige que uno conviva al enseñar, es decir, que convierta la clase en un lugar de diálogo y democracia profunda.
En defensa de la Educación Pública
Cuando en el año 2005, celebramos los 50 años de Fe y Alegría, abordamos en el Congreso Internacional de Caracas, la temática de la Educación como Bien Público. Allí nos comprometimos a salir a la plaza pública  desde los estrechos límites de nuestros centros y programas para trabajar en pro de una educación de calidad para todos. Este hecho y el caer en la cuenta de que la mayoría de los más pobres van a la escuela pública donde suelen recibir una pobre educación,  me motivó a dedicarme casi exclusivamente, desde Fe y Alegría, a la formación de los docentes del país, lo que me ha convertido en una especie de “agitador pedagógico” por todos los rincones de Venezuela, con un llamado ardiente a los educadores de todos los niveles a que asumamos con mayor seriedad y responsabilidad  nuestra misión para que seamos capaces de gestar la  educación que el país necesita.
En los últimos años, y tras reconocer que es poco lo que pueden hacer los educadores si no cuentan con el apoyo de las familias, he  empezado a trabajar  también con los padres y representantes. La familia es la principal escuela, de valores o de antivalores. En definitiva, la mayor parte de las cosas que uno valora, desprecia, quiere, teme…, son las cosas que uno ha aprendido a valorar, despreciar, querer, temer… en la casa. En los tiempos de crisis y desorientación ética que vivimos, es urgente e imprescindible  que padres y maestros se vayan articulando y reencontrando cada vez más para que trabajen en la misma dirección. Esto va a implicar, entre otras muchas cosas, que los padres deben conocer y estar de acuerdo con los valores que procura el colegio y, mucho más importante, comprometerse a construir y vivir en sus hogares esos mismos valores. De no hacerlo, los jóvenes crecerán desorientados y con una grave confusión ética.
Mis libros tienen esa misma misión. Cuando descubrí que la escritura me posibilitaba tocar las puertas de muchos corazones anónimos, ayudarles a cuestionarse y reflexionar sobre sus vidas y sus profesiones,  sembrar en ellos sueños y esperanzas, me dediqué a escribir con voracidad, buscando siempre un estilo sencillo, directo y emotivo que llegue a los educadores. De hecho, después de algunos pinitos literarios en los orígenes de mi vida profesional, que me llevaron a publicar cuatro novelas, todo el resto de mi amplia producción (más de cincuenta libros) es de tema educativo, mi verdadera vocación, ocupación y pasión. El descubrimiento del potencial formativo de la escritura me ha llevado también, desde hace ya más de dos años,  a publicar un artículo de opinión todas las semanas en siete periódicos del país.
Querría dedicar mis últimos días a profundizar en la espiritualidad del educador. Me impresionó mucho que cuando estuvo por Venezuela el P. Kolvenbach, entonces General de la compañía, nos dijo que el principal aporte que Fe y alegría podía hacer a la educación popular era incluir la espiritualidad. Desde ese momento empecé a darle vueltas al asunto y a incorporar esta dimensión. Mi libro “Jesús Maestro y Pedagogo” quiere ser un aporte, como también espero que sea mi nuevo libro, que está a punto de salir con el  título “Cultivar valores con el padrenuestro”. La experiencia me muestra que la espiritualidad es un cimiento firme de muchos educadores verdaderamente comprometidos.  La mayoría, sin embargo,  no acierta en entender y asumir la fe como un modo de vida que llena de sentido  todo lo que hacen.  Entienden la espiritualidad como algo propio de personas piadosas, que tiene que ver con  rezos y prácticas religiosas y por ello no entienden que la espiritualidad debe impregnar todo lo que hacen: trabajo, diversión, política, sexualidad, vida familiar…
Es urgente que avancemos en una evangelización que ayude a superar esa fe sociológica, heredada, hueca, para pasar a una fe como opción personal que se traduzca en un sí radical a Jesús que nos invita a acompañarlos en la construcción del reino. Creo que debemos repensar muy en serio nuestras propuestas de trabajo pastoral  para que, sobre todo los jóvenes, pasen de esa religión que les produce alergia, a una religión que les produzca alegría.  Pienso que aquí, todos,  pero muy en especial los laicos, tenemos mucho que hacer pues los católicos no nos asumimos como testigos ni como apóstoles. Cuando en mis charlas hablo apasionadamente de Jesús, la gente suele creer que soy  cristiano evangélico. También he constatado que sólo los evangélicos se atreven a dar en público testimonio sobre su fe y sobre Jesús.
Palabras de Antonio Pérez Esclarín en el Teatro Bellas Artes con motivo de ser  homenajeado en el XVIII  Congreso Científico Escolar
Todo homenaje implica un riesgo y un compromiso. El riesgo lo corren ustedes, al haberme seleccionado para homenajearme en este décimo octavo Congreso Científico Escolar, sin posiblemente contar con los méritos suficientes. El compromiso es mío, pues si hasta ahora no merecía el honor,  debo tratar de merecerlo en adelante. En cierta forma, ustedes me están obligando a ser mejor, a seguir trabajando con creciente decisión y pasión por gestar una propuesta educativa de calidad, de modo que todos los venezolanos tengan vida, abundancia de vida, calidad de vida.
Me tranquiliza el compartir el homenaje con Fe y Alegría, una débil semilla sembrada en 1955 en un barrio caraqueño, que encontró una tierra fértil en la generosidad de multitudes y ha crecido como un bosque frondoso de escuelas, emisoras y centros de capacitación laboral en 18 países latinoamericanos.
Si todo homenaje implica un compromiso, cuánto más un homenaje de una institución como la Fundación Colegio Bellas Artes, que se ha convertido en una obligada referencia  cultural y educativa en Maracaibo, la novia del sol. Y ha sido esta mañana, cuando me puse a preparar estas palabras, que vine a comprender que en toda mi vida siempre ha sonado vigoroso el llamado del sol.
Nací en un pueblito que se trepó a la cima de una montaña para ser atalaya y bastión al   mismo tiempo, al pie de los pirineos españoles, cerca de la frontera con Francia. Se llama Berdún, que en lengua celta significa fortaleza, y contra sus muros de piedra se estrelló  la disciplina férrea de las legiones romanas y el relampaguear intrépido de las cimitarras musulmanas.
Uno de los recuerdos más persistentes de mi infancia era ponerme a contemplar el atardecer, cuando el sol, como una inmensa moneda de oro o como un fruto maduro, se retiraba a descansar en el vientre de una montaña ventruda y redonda que cortaba el horizonte.  Muy niño debía ser todavía, pues el recuerdo se lo debo a mi madre, cuando mi mente empezó a poblarse con fantasías de abrazos de sol. Un atardecer esperé que el sol se metiera en el monte, agarré un pico diminuto y me puse a caminar con la determinación de cavar la montaña para sacar el sol y llevármelo a la casa.
Me encontraron perdido, ya de noche…
-Pero, ¿a dónde ibas, hijo? –me preguntó mamá.
Yo enjugué mis lágrimas y mis últimos miedos:
-En busca del sol –respondí y me arrojé en sus brazos.
A los diecisiete años salté el océano inmenso y, empujado por una decisión de vivir la vida en serio, de no gastarla en la trivialidad y en la superficie, me vine a Venezuela, siguiendo sin saberlo los pasos redondos del sol.
Me impresionó la luz y la explosión de las múltiples tonalidades del verde que se metieron por la ventana  de mi habitación en esa mi primera mañana tropical.
Pronto Venezuela me hizo suyo a golpe de corazón. La recorrí toda con avidez, de sorpresa en sorpresa, deslumbrado por ese sol inagotable, por sus playas de ensueño, las llanuras inmensas pobladas de corocoras y de garzas, donde  los horizontes, como las estrellas,  se alejan a medida que uno los persigue. Navegué sus ríos fabulosos y me adentré en el corazón de sus selvas misteriosas, intentando escalar el Marahuaka, la montaña primigenia, el árbol de la vida de mis hermanos los yekuana. Muchas veces subí al frailejón, los nidos del frío, las raíces de la niebla y esos pueblitos montañeros que cuelgan sus encantos en el cielo.
Después, sin yo saberlo, el sol me echó a rodar por la valiente América Andina, donde combiné los estudios con la escalada de volcanes fabulosos. Y empecé a admirar a los incas, que construían sus ciudades en las cumbres de los montes para estar más cerca del padre Sol. Varias veces subí a Machu Pichu,  a escuchar el lenguaje de las piedras, a contemplar embelesado el templo de ese sol bueno que seguía madurando los espacios infinitos, las crestas abruptas de la sierra, las misteriosas soledades de esas ruinas que en un tiempo palpitaron vivas, las risas, canciones, gritos y sollozos que quedaron agarrados a las paredes de las plazas, los relámpagos de ese río varonil que, allá abajo, abrazaba entre bramidos los pies de la montaña.
De allí me fui a Nueva York, y viví aturdido sus largas noches invernales, de espaldas al sol. Noctámbulo impenitente,  me acostaba cuando todavía no empezaba a amanecer y, cuando me paraba, ya era otra vez de noche.
El sol me vino a rescatar de esa larga noche de tinieblas, me trajo a su hogar, el Zulia, hizo que yo también me enamorara de su novia, Maracaibo, y  me alegró la vida para ser luz y para dar calor. Por eso, aquí, en Maracaibo, y sin yo pretenderlo ni buscarlo,  me fui haciendo educador. Educar es alumbrar caminos y encender corazones que, en nuestra cultura materialista y fría, languidecen de frío y tratan de arropar su soledad llenándose de cosas. Aquí también fundé un hogar  y el sol, que por ser amor es fuego, me enseñó que hogar y hoguera tienen las mismas raíces y que, como al fuego, al amor hay que avivarlo día a día, por que si no, se apaga y sólo queda el sabor amargo de cenizas.
Fe y Alegría me permitió encargarme de la misión de ser luz y de dar calor, alimentó mis sueños, me hizo amigo de personas maravillosas. Juntos nos atrevimos a soñar y a construir los sueños con verdadera Fe, con esperanza, con pasión inquebrantable. Fe en Dios, y fe en las personas, en todas las personas, sin importar sus carencias y problemas. Si educar es servir a los alumnos, a todos los alumnos, uno debe estar convencido de que todos sirven, y esa fe que se traduce en servicio,   fe atravesada de esperanza,  es capaz de  llenar la vida de sentido y de alegría. Allí están, para decirlo mucho mejor que yo, los luminosos versos de Tagore:
Yo dormía
y soñaba que la vida era alegría.
Desperté
y vi que la vida era servicio.
Serví
y  encontré la alegría.
No en vano me enseñaron los hermanos Barí, tan mal llamados motilones, que la luz profunda brota del corazón, no de la pinta o las apariencias, y que los más débiles y sencillos son los que más alumbran.
“Ya había allanado la tierra Sabaseba y había formado a los primeros hombres y mujeres, los Saimadoyi, con la pulpa dulce de la piña. ‘Ustedes son barí, sonreirán siempre’, les dijo Sabaseba. Por eso, el objetivo principal de la educación barí  es que los niños nunca pierdan la sonrisa.
Pero todavía no existía el sol ni había luz. Todo lo hacían en la oscuridad.
Un día, Sabaseba reunió a los primeros barí y les dijo que uno de ellos tenía que ser el sol. Les mandó que salieran a la selva y recogieran plumas de tucanes, que hicieran con ellas una corona y se la pusieran en la cabeza a ver si alumbraban. Todos lo hicieron, pero ninguno alumbró.  Entonces, un muchacho débil y enfermizo tejió su corona con las plumas más hermosas que encontró, se la puso en la cabeza y alumbró.
Sabaseba le dijo:
-Tú te llamarás Ñändou, y a partir de ahora, te convertirás en sol.
Desde ese día, Ñandou madruga para recorrer el cielo y darles luz y vida a sus hermanos.
Gracias de nuevo por este homenaje y gracias por compartirlo con Fe y Alegría. Esto, como comencé diciendo, me tranquiliza. Sé que el homenaje no es mío. Pertenece a muchos educadores anónimos, algunos aquí entre nosotros, montones de corazones incendiados de sol, que se arriesgan a vivir la vida como entrega.
¡Muchas gracias!

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