La ficción como fundamento de la novela
“Escribir es escribirse en la combinación literaria para buscar la creación de mundos narrativos autónomos, reducidos a su propia ley. En algunos casos, la literatura es tallada con palabras de un mundo latente”
Hemos advertido en la novela de la actualidad el abandono de la imaginación y la magia como bases poéticas del acto de novelar. Se acude a la descripción detallada de hechos y se expone la narración con la sencillez de un artículo periodístico. El lector percibe el suceso de modo lineal y ceñido a la realidad de los hechos. No hay paradojas en el relato y puede comprenderse de modo directo lo que el autor ha querido decir. Los hechos predominan en el plan de la acción y quedan allí.
La novela se orienta hacia el enigma del yo, y en cuanto se crea un ser imaginario surge la pregunta: ¿Cómo puedo aprehender el yo del personaje o los personajes, por encima de los actos cometidos en la acción? ¿Cómo puedo darle libertad y autonomía al protagonista?
Desde el siglo XIX ha quedado como apotegma la frase de Flaubert: “Madame Bovary soy yo”, y todavía quedan rastros de aquella proclamación del narrador omnisciente que domina a los personajes. Él mismo es todos los personajes de la obra.
El psicoanálisis y el arte moderno al igual que la poesía dieron la clave para hacer del hombre muchos hombres. Se pasó del mundo de la acción representado en las artes plásticas y en la poesía al mundo diverso de cada conciencia: Del mundo visible de la acción hacia el invisible de la vida interior.
En el arte, el tiempo se presenta como elemento de la trama. La poesía épica comunica un sentido de duración, mientras que la tragedia procura que su duración sea breve e intensa. Sin embargo, la duración de la representación no debe corresponderse necesariamente con los sucesos imaginarios. En el drama, la unidad del tiempo intensifica la realidad expuesta hasta llegar a la deformación para lograr su efecto total.
No es así en la novela, no obstante haber heredado la complejidad del tiempo de su desarrollo. Lo dicho en ella puede aparecer en un tiempo menor aunque persiga un efecto determinante de la exposición. El tiempo en la novela puede ser fraccionado y sin continuidad sucesiva. No hay pasado ni presente ordenados hacia el futuro: Todos van y vienen a lo largo del argumento.
Y planteado el tiempo de la sucesión argumental, la obra se orienta hacia la indagación de la personalidad de los personajes.
El idiota, de Dostoievski, se inicia con dos de sus personajes principales que se encuentran en un vagón de tren, sentados uno frente a otro. El autor ha propuesto que ambos personajes sean dos aspectos de lo que era un solo personaje complejo. Se despliega a lo largo de la obra las sucesivas vacilaciones del narrador en torno al Príncipe Mishkin y Rogozhin. “¿Qué es él?”, se pregunta el narrador al referirse al primero. “¿Un terrible bribón o un misterioso ideal?” “¡Es un príncipe!” El protagonista de la novela es una figura compleja… “En él llegamos a discernir los papeles de Cristo, de Don Quijote, de Pickwick y de los santos locos de la tradición ortodoxa…”, dice George Steiner en su obra Tolstoi o Dostoievski, y cita a Luckàs: “Desde el punto de vista dramático, todo personaje y todo rasgo psicológico de un personaje que no sean estrictamente exigidos por la dinámica viviente de la colisión deben considerarse superfluos”.
Escribir es escribirse en la combinación literaria para buscar la creación de mundos narrativos autónomos, reducidos a su propia ley. En algunos casos, la literatura es tallada con palabras de un mundo latente. Toda narración comporta el uso de un lenguaje enunciativo de lo narrado, con la palabra unívoca significante de lo que se narra. Esto no excluye el contenido poético que aparece imbricado en el conjunto, pero prevalece la significación idiomática directa. La novela actual ha combinado los dos lenguajes: El enunciativo y el poético. Forma y fondo ya no dominan por separado en el mundo novelesco, pues la poesía que surge del fondo es como la música: fondo y forma fundidos en la expresión verbal.
Sea realista o poético- artística, la novela respeta un orden estético en el que los valores del lenguaje enunciativo que establece la trama permanecen, mientras que lo poético se entrelaza con aquellos valores estrictamente narrativos de lo externo, para dar lugar al contenido literario de la novela.
En el capítulo 79 de Rayuela, Julio Cortázar fragua el programa estético para una nueva novela que, a su vez, encienda el fuego de una "antropofanía", el nacer del nuevo hombre. Para este fin, la novela debe quebrar la narración lineal, vulnerar los hábitos de lecturas corrientes, escamotear los sentidos ocultos en el conjunto de las frases y sugerir otras posibilidades a lo narrado.
En la novela contemporánea no se busca solamente contar una historia sino generar emociones indefinidas en la atmósfera sensible del alma, mutaciones de la percepción y expansiones de la conciencia hacia un plexo de sentidos aún no experimentados. Es quizá una estrategia de la expresión poética para exaltar el sentido oculto del pensamiento discursivo.
Cortázar comparaba la mentalidad mágica con la percepción analógica del poeta, y afirmaba que metáfora es la forma mágica del principio de identidad, porque expande la concepción poética de la realidad hacia otras realidades, y constituye la afirmación de un enfoque ontológico ajeno a lo que se dice directamente. Procuramos llegar a la raíz de lo lírico en su búsqueda del ser presente en la poesía, y que la novela persigue para apoderarse del hombre en su mundo real, viviendo y sintiéndose vivir en la angustiosa pregunta que lo acerca al mundo de la poesía: ¿Por qué existo, y para qué?
La ficción es hallazgo y está tanto en el centro de la narración como el de la poesía. No es una hipótesis porque no exige ser verificada, y se aproxima al mito como fundamento de la creación literaria.
En La Muralla y los libros (Otras inquisiciones), Jorge Luis Borges nos dejó una idea acerca del arte, aplicable a la narrativa literaria: “La música, los estados de la felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”.
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