El país que queremos
Al diputado Saúl Ortega
Miguel Antonio Parra Giménez
“... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...” (Proclama insurreccional de la junta tuitiva, en la ciudad de La Paz. 16 de julio de 1809).
He querido dirigirte esta misiva pública con el mayor respeto y consideración hacia tu persona, porque encuentro en tus últimas afirmaciones en este diario una reacción desmesurada ante la llamada consciente y responsable que ha hecho el señor Cardenal Jorge Urosa Savino sobre el problema de la violencia en Venezuela y la obligación del Estado venezolano y su gobierno de hacerle frente a ello.
Monseñor Urosa, como popularmente se le dice en esta ciudad, señaló en su homilía -recogida en diversos diarios del país- solo puras verdades. El titular de este diario con respecto a esta información señaló lo siguiente: “Urosa exige al gobierno mejorar la seguridad de los venezolanos”. Pregunto, ¿quién más que el Cardenal tiene la autoridad de señalar esto sin que por ello pueda ser acusado de paramilitar, imperialista y demás epítetos que afectos del gobierno generalmente usan para descalificar a quien denuncia este tipo de situación? Monseñor no comete indiscreción alguna que le sea reprochable, ha visto afectada la seguridad de los ciudadanos, muy especialmente con los hechos ocurridos en la comunidad de El Valle de Caracas donde fallecieron 10 ciudadanos, así como la masacre de Tumeremo en el estado Bolívar, cuyo saldo oficial fue de 17 fallecidos.
¿Quién más que el Cardenal para exigirle al gobierno que afronte con entereza esta realidad y le busque solución? Por eso dice según lo recoge este diario lo siguiente: “¿Dónde están las fuerzas del orden público? Pareciera que estamos en manos de los delincuentes, esto no puede ser. El Gobierno tiene la obligación legal y constitucional de proteger la vida y el patrimonio de los venezolanos, de dar las respuestas adecuadas ante esta situación de violencia”, pero no se queda ahí, también reacciona frente a los linchamientos exigiendo respeto a los derechos humanos de los delincuentes y así lo recoge Notitarde: “Asimismo, rechazo la violencia y en especial los actos de linchamiento que han ocurrido en los últimos días, no podemos tomar la justicia por nuestras propias manos; no podemos convertirnos en asesinos. No podemos caer en la tentación de la violencia. El linchamiento es algo criminal y si bien es cierto que hay una gran impunidad, hay que entregar esos criminales a las fuerzas del Estado y exigirles que cumplan con su deber”.
Afirmó Monseñor: “… hay mucha angustia en el corazón de los venezolanos por la falta de alimentos en el país. El problema de la escasez de alimentos, el problema de la delincuencia, los ciudadanos no saben qué hacer. El Gobierno debe tomar las medidas necesarias para que cese la escasez y la plata les alcance a los ciudadanos. De igual modo, condeno el aborto y llamo a fortalecer la familia”. Nada de esto, Saúl, es mentira, es la expresión de un pueblo que a diario señala sus penurias al Pastor, un pueblo con sed de justicia y amor como bien lo dice nuestro Cardenal. ¿Es eso malo, Saúl? Venezuela requiere ser gobernado con equidad, tiene sed de progreso y de paz, sobre todo sed de un gobierno honesto, limpio, transparente, con una justicia sin trampas ni privilegios, pero sobre todo con igualdad de oportunidades, como también lo ha señalado el Padre Francisco Morales, Rector del Seminario Santa Rosa de Lima.
Ahora bien, mi estimado Saúl, tu reacción desconoce la participación de los sacerdotes en la realidad política y social en América Latina, especialmente en Venezuela; debo recordarte la postura del Padre Madariaga, 19 de abril de 1810; la homilía de Monseñor Rafael Arias Blanco, 21 de enero de 1958; es más, Saúl, recientemente José Vicente Rangel entrevista al sacerdote Numa Molina, quien alzó su voz contra el Decreto de Barack Obama que declara a Venezuela “como una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad norteamericana”, y tú a tal efecto no criticaste nada. Señaló el sacerdote lo siguiente: “Hay cosas sobre las que nos tenemos que pronunciar, porque si está en juego la vida de los cristianos de mi país y yo soy el pastor, yo tengo que levantar la voz, ¿por qué me voy a quedar callado?”.
Finalmente, si no estás de acuerdo con esta postura, te invito a debatir.
miguelparra@miguelparra.com
@miguelparrag
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