El Nuevo País 11-09-2013 pág.3
Usuarios del transporte público esperan la llegada del autobús en una calle de Caracas el 3 de septiembre, cuando un gran apagón paralizó varias ciudades venezolanas, entre ellas la capital.
AMÉRICO MARTÍN
Vaclav Havel, ese personaje extraordinario en la historia de los países; poeta, dramaturgo, enorme luchador por los derechos humanos, perseguido por el régimen comunista de su país, más tarde presidente de Checoslovaquia y de la República Checa. Ese tenaz y sobrio bregador político, era –previo a todo– un pensador, un excelente pensador. Tenía una manera muy personal pero fecunda de hablar de aquellos problemas cruciales que han dado origen a densas definiciones. Él trataba varios de ellos en forma no menos densa aunque sí más coloquial, como conversando plácidamente en una tasca, cerveza y –desgraciadamente en su caso– cigarrillos de por medio. La tragedia estuvo en que el tabaco lo deslizó a la tumba, víctima de un cáncer que en el momento culminante le reventó el colon.
De Havel he rescatado sus llamativas referencias a lo que fue el totalitarismo impuesto por el partido comunista de Checoslovaquia: un régimen absolutista cruelmente represivo pero, en cierto momento, dado a encubrir sus actos haciendo perversamente del conflicto, consenso. La “domesticación” del fuero interno se proponía acostumbrar a la gente a vivir en la mentira. No se pedía propiamente creer en ella, claro que no, pero se buscaba que el ciudadano corriente aceptara la falacia y terminara tolerándola como parte imborrable del paisaje.
• El hombre no está de ninguna manera obligado a creer en las justificaciones del poder –precisaba Havel– pero debe comportarse como si las creyera, o cuando menos tolerarlas en silencio.
De esa manera, me permito acotar, uno puede encajar en la abrupta realidad, convivir con los gobernantes y sus cancerberos, vivir la mentira, sin considerarse un mentiroso.
• La mentira y el homicidio impersonales –insistía Havel– son dos géneros del arte político que los Estados totalitarios manejan perfectamente.
Hace años, cuando ambos estábamos en la oposición, le escuché decir a José Vicente Rangel que todos los gobiernos mienten. Apotegma que habrá confirmado cuando, integrado al movimiento chavista, se convirtió en alto funcionario de un gobierno aficionado como pocos a mentir. Sobre todo bajo el mando de Nicolás Maduro.
Una idea complementaria fue aportada por muchos intelectuales de la disidencia de la Europa del este, dominada por el implacable oso soviético. Es la absorbente supremacía de la ideología como mentira institucionalizada, para lo cual necesita destruir la memoria histórica y crear otra destinada a reconcebir el pasado cual fase necesaria del triunfo de la revolución. Aniquilar la memoria, manipular la información.
Hasta fines de la década de 1980 la base de la estabilidad del sistema totalitario residía en la aceptación resignada de su dominio. Parecía imposible vencer aquella formidable máquina de poder y por lo tanto lo procedente sería habituarse a vivir en la mentira.
Por eso la perseverancia democrática fue generosamente premiada y tenaces luchadores como los muchos Havel del mundo oprimido por el fascismo de nazis y soviéticos, terminaron al frente de sus países en tiempos de democracia y libertad.
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