Indocencias
Ciudad.
José Joaquín Burgos
Ciudad.
José Joaquín Burgos
Hace ya unos cuantos años, don Alfonso Marín,en su condición de cronista oficial de Valencia y en un discurso ya olvidado dijo, con voz de abuelo meditabundo: "Valencia es un deber, y ese deber hay que cumplirlo". Era un reclamo de su ancianidad serena golpeada por la indiferencia de la ciudad ante la destrucción de su tradición, y -podría decirse- de su historia, de las huellas de su glorioso pasado y de su memoria a medida que la llamada pica del progreso se comía, velozmente, la vieja imagen de la ciudad. Las casas donde nacieron y vivieron muchos de sus hijos ilustres -Miguel Peña, José Rafael Pocaterra, Arturo Michelena, Arturo Michelena, la primera casa que tuvo y habitó el Páez… para solamente nombrar a cinco de ellos- el palacio Municipal, demolido dizque para construir una moderna sede que todavía estamos esperando… y tantas otras afrentas cometidas por simple indiferencia o por interés meramente mercantil… porque, en el fondo, ¿qué puede importarle nuestra ciudad -cuna y sepulcro- a un comerciante o simple mercachifle de cualquier procedencia y no vinculado, siquiera, a la lengua que aquí hablamos, a nuestras costumbres, incluso a nuestra manera de comer, rezar, cantar y llorar?
En verdad, nuestro querido don Alfonso, cronista de la ciudad y apreciado amigo, tenía mucha razón: Valencia es un deber. Y es un deber que está más allá de cualquier atadura política, económica o de cualesquiera otros intereses. Y es un deber de todos. De los aquí nacidos y de los llegados de otras tierras. Valencia, como Roma, no se hizo en un día. Tampoco puede destruirse porque treinta monedas pueden transformarse en varios miles sin importarnos el daño que causemos en el alma colectiva. Lo que realmente importa es el respeto a las entrañas, al corazón y al deber cuyo cumplimiento nos da derechos que ejercer. Podemos decir, sencillamente: el amor que siento por mi ciudad me da derecho a vivir en ella y disfrutarla y también me impone el deber de respetar a todas las demás ciudades como la respeto a ella.
Valencia no es de nadie en particular. Valencia es un derecho y un deber de todos.
El Carabobeño 21 septiembre 2013
Manuel Barreto || La ciudad que queremos y merecemos los valencianos
Manuel Barreto Hernaiz | barretom2@yahoo.com
“Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano” Pablo Neruda
En estos últimos años, en las grandes urbes de nuestro país se ha venido creando una cultura cuyo ingrediente fundamental es la violencia de su población o tal como los sociólogos lo afirman, la existencia de mayores factores de intolerancia que de respeto y de reconocimiento, en otras palabras, la pauta de relación en la sociedad venezolana, y desde luego de Valencia, es la desconfianza. La Valencia de este momento es el escenario para la anarquía, sus habitantes comienzan a sufrir el hacinamiento, la contaminación, la escasez de alimentos, agua y de electricidad, la ausencia de transporte adecuado y la violencia ofrecen entre otros aspectos una panorámica de la ciudad futura.
El cuidado o abandono de nuestra ciudad refleja cómo es y qué valores tiene su población.
El desarrollo y la cultura de un grupo humano se evidencian por la manera cómo cuida su calle, su plaza, sus espacios públicos, sus terrenos baldíos, los sistemas de transportes colectivos.
Hoy se nos plantea el reto, como ciudadanos responsables, de trabajar porque Valencia recupere sus espacios perdidos, tanto en su alejada remembranza de “Ciudad Industrial de Venezuela”, como en la resignificación de los espacios de la ciudad: barrios, urbanizaciones y plazas, etc. como espacios vitales de comunidad por una vida amable, disfrutable sana y alegre, y la lucha por una identidad, por un patrimonio propio, no asignado e impuesto desde fuera, como única y hegemónica realidad; por su memoria; partiendo del principio que una ciudad educada, disfrutable, sana y alegre, pasa por la recuperación de lo público para quienes están excluidos de las ventajas que, pese a todo, sigue ofreciendo la ciudad a sus ciudadanos.
Se requiere de un esfuerzo para valorar el pasado en función del futuro, se requiere de una recuperación no nostálgica de lo antiguo pero con la mirada en el futuro.
El desequilibrio entre un rápido crecimiento de la población y un lento crecimiento económico van de la mano de problemas de pobreza, hacinamiento, degradación ambiental, déficit habitacional, insuficiencia de infraestructuras y servicios.
En Valencia, el gran desafío intelectual y político de hoy es imaginar, acordar y ejecutar las nuevas conductas, los paradigmas para encarar la nueva realidad, y esta realidad no existe únicamente para el Gobierno. Existe también para los movimientos sociales, para los luchadores sempiternos e inconformes, para los analistas, para los medios y para todos los valencianos.
Hace una semana se dio inicio al Diplomado “Gerencia de Ciudades”, bajo la coordinación del amigo Carmelo Ecarri, -un ciudadano a carta cabal- quien ha logrado entusiasmar, comprometer y consolidar a un capacitado cuerpo de docencia e investigación de las universidades Arturo Michelena, José Antonio Páez y Carabobo, que pondrán lo mejor de cada uno en fomentar el estudio pertinente para alcanzar un hábitat más equilibrado y armónico, que pueda sustentarse a través del tiempo y de sus continuas y anheladas transformaciones.
Bienvenida entonces, tan loable iniciativa que nos convoca a ser protagonistas de un sueño colectivo: el de construir una Valencia armónica y funcional, moderna y con identidad, que invite a ser vivida y disfrutada. La ciudad que queremos y merecemos todos los valencianos.
Notitarde 20/09/2013
Notitarde 20/09/2013
El lugar común
Elecciones y nueva valencianidad
Simón García
La ciudad que tenemos está lejos de la que tuvimos y muy distante de la que nos gustaría tener. Una brecha que no se llena recurriendo a la nostalgia, al recuerdo sobre la Valencia industrial, símbolo de prosperidad y desarrollo urbano. No sólo porque la mayoría de los actuales habitantes no la conocieron, sino porque para cambiar hay que mirar hacia adelante.
La responsabilidad más inmediata de un ciudadano es con el lugar donde reside, con las personas y cosas que constituyen su zona de vida más frecuente. Por eso es imposible sentir a Valencia sin que brote la urgencia de parar el deterioro de la ciudad, víctima de un proceso continuo de indiligencia urana.
Cada vez es más difícil contentarse con voltear la cara hacia los escasos islotes donde aún subsiste la belleza y la pujanza de la ciudad. Ya no basta con correr la responsabilidad hacia otros, aunque sea cierto que la ruina urbana proviene de la incapacidad de los actuales gerentes de la ciudad y del modelo que les imponen desde Caracas, más pendiente de objetivos políticos que de la suerte de los valencianos.
Estamos obligados a actuar, en un ámbito que sí está abierto a la acción personal. Cada quien debería reflexionar sobre lo que debe dar y lo que está dispuesto a arriesgar. Lo hagan o no otros. El asunto es oír lo que se está moviendo en la intimidad de nuestra propia conciencia. Y hacer lo que podamos para mejorar en términos de la familia y de la ciudad.
La ciudad necesita personas dispuestas a tomar en sus manos los esfuerzos por elevar la calidad de vida. La propia y la de todos. Porque si no se traspasa la visión egoísta de bienestar será imposible alcanzarlo como un bien público. No habrá buena ciudad sin buenos ciudadanos.
El primer paso consiste en decidir si vamos a respaldar el cambio o la continuidad. Hay demasiada frustración en torno a una promesa de revolución que acosa a la población con tantas penalidades: inseguridad, inflación, desabastecimiento, interrupción de los servicios, derrumbe de la salud pública o desatención de las mínimas condiciones para que maestros y escuelas puedan abordar procesos educativos aceptables.
El mito de la ciudad en revolución ya no está funcionado en la población urbana que lo había comprado con esperanza. Ese vacío hay que llenarlo con otras expectativas de futuro. Promover un amplio entendimiento colectivo sobre las vías, el liderazgo y los objetivos de un desarrollo local que le devuelva a Valencia los indicadores que son propios de una ciudad de primera. Forjar una identidad que se convierta en la representación social de la nueva valencianidad.
El formato de la antigua versión de la valencianidad fue conservador. Se apoyó en la defensa de la tradición, incluso en medio de la transformación urbana acometida a partir del sesenta. Fue la alianza de los apellidos de la respetabilidad y el cultivo interesado de un gentilicio matizado por los artífices del desarrollo industrial.
Ahora, un nuevo sentido de pertenencia exige representaciones sociales más cercanas a lo que pueda ser aceptado como auténtico interés general. El mundo popular, sus aspiraciones, sus manifestaciones culturales tendrán un espacio significativo. Las elites seguirán siendo indispensables en su producción, pero habrá más amplitud y pluralidad respecto de los beneficiarios.
Es tarea de los expertos delinear los componentes de una identidad emergente, progresista y futurista, de la ciudad. Pero no hay que ser experto para saber que la elección del próximo 8 de diciembre será un evento decisivo para iniciar un camino hacia una ciudad que pueda ser disfrutada por todos, abierta a las innovaciones y centrada en un equitativo chance de desarrollo humano.
Valencia puede comenzar a ser nuevamente una ciudad virtuosa, a la altura del siglo XXI.
@garciasim
La responsabilidad más inmediata de un ciudadano es con el lugar donde reside, con las personas y cosas que constituyen su zona de vida más frecuente. Por eso es imposible sentir a Valencia sin que brote la urgencia de parar el deterioro de la ciudad, víctima de un proceso continuo de indiligencia urana.
Cada vez es más difícil contentarse con voltear la cara hacia los escasos islotes donde aún subsiste la belleza y la pujanza de la ciudad. Ya no basta con correr la responsabilidad hacia otros, aunque sea cierto que la ruina urbana proviene de la incapacidad de los actuales gerentes de la ciudad y del modelo que les imponen desde Caracas, más pendiente de objetivos políticos que de la suerte de los valencianos.
Estamos obligados a actuar, en un ámbito que sí está abierto a la acción personal. Cada quien debería reflexionar sobre lo que debe dar y lo que está dispuesto a arriesgar. Lo hagan o no otros. El asunto es oír lo que se está moviendo en la intimidad de nuestra propia conciencia. Y hacer lo que podamos para mejorar en términos de la familia y de la ciudad.
La ciudad necesita personas dispuestas a tomar en sus manos los esfuerzos por elevar la calidad de vida. La propia y la de todos. Porque si no se traspasa la visión egoísta de bienestar será imposible alcanzarlo como un bien público. No habrá buena ciudad sin buenos ciudadanos.
El primer paso consiste en decidir si vamos a respaldar el cambio o la continuidad. Hay demasiada frustración en torno a una promesa de revolución que acosa a la población con tantas penalidades: inseguridad, inflación, desabastecimiento, interrupción de los servicios, derrumbe de la salud pública o desatención de las mínimas condiciones para que maestros y escuelas puedan abordar procesos educativos aceptables.
El mito de la ciudad en revolución ya no está funcionado en la población urbana que lo había comprado con esperanza. Ese vacío hay que llenarlo con otras expectativas de futuro. Promover un amplio entendimiento colectivo sobre las vías, el liderazgo y los objetivos de un desarrollo local que le devuelva a Valencia los indicadores que son propios de una ciudad de primera. Forjar una identidad que se convierta en la representación social de la nueva valencianidad.
El formato de la antigua versión de la valencianidad fue conservador. Se apoyó en la defensa de la tradición, incluso en medio de la transformación urbana acometida a partir del sesenta. Fue la alianza de los apellidos de la respetabilidad y el cultivo interesado de un gentilicio matizado por los artífices del desarrollo industrial.
Ahora, un nuevo sentido de pertenencia exige representaciones sociales más cercanas a lo que pueda ser aceptado como auténtico interés general. El mundo popular, sus aspiraciones, sus manifestaciones culturales tendrán un espacio significativo. Las elites seguirán siendo indispensables en su producción, pero habrá más amplitud y pluralidad respecto de los beneficiarios.
Es tarea de los expertos delinear los componentes de una identidad emergente, progresista y futurista, de la ciudad. Pero no hay que ser experto para saber que la elección del próximo 8 de diciembre será un evento decisivo para iniciar un camino hacia una ciudad que pueda ser disfrutada por todos, abierta a las innovaciones y centrada en un equitativo chance de desarrollo humano.
Valencia puede comenzar a ser nuevamente una ciudad virtuosa, a la altura del siglo XXI.
@garciasim
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