Lectura Tangente
07/09/2013 Notitarde90 años desde el Cielo
Macky Arenas
El pasado 4 de Septiembre, cumpliría 90 años de edad nuestro admirado cardenal Rosalio Castillo Lara. Hace 7 años se fue al Cielo y allá estará celebrando no sabemos cuántos de eternidad. Esa relación no la tenemos; solo Dios sabe cómo evoluciona ese calendario…Contó en sus Memorias desde el ocaso que un profesor le escribió una vez: “No se acaba la historia. Cae, sí, el telón, pero es solo el primer acto”. Para nosotros los creyentes, todo esto es solo el primer acto. Quién sabe cuántos siguen y cómo siguen. Pero una cosa es segura: debemos prepararnos para el día del que nadie conoce la fecha pero sabemos inexorablemente que llegará. Él lo hizo. Fuimos testigos y el reto ahora es poder imitarlo.
Es difícil pero, como dicen los mexicanos, se hace la lucha. Fue un gran pastor, venezolano comprometido y mejor amigo. Tal vez el abandono a la voluntad de Dios haya sido uno de sus haberes para presentarse a las puertas del segundo acto de la historia. Una vez, ante cierta coyuntura decisiva para él, se dijo: “Tengo que poner el corazón en paz. Que sea lo que Dios quiera”. Fue lo que Dios quiso y fue lo mejor, según se constató más tarde.
Su venezolanidad y su alma de pastor preclaro permitieron que interviniera en más de una coyuntura confusa y dolorosa. Hablaba de la generosidad de Dios para con nuestro país y nos conminaba a preguntarnos por qué no aprendíamos las lecciones: “ Porque no hemos sabido agradecer ni usar provechosa y justamente esos dones de Dios”. Al liderazgo, recordaba la directa relación que sus modos de actuar guardaban con el demonio: la mentira y el odio. “El demonio es considerado en la Biblia como el padre de la mentira…En realidad, es en sí mismo el odio concentrado…Todo cuanto hace lo ejecuta por odio a Dios, a quien pretende ofender sembrando el mismo odio entre los hombres”. Y terminaba uno de sus escritos para la prensa: “Pongan atención a este parentesco inconveniente y eviten el olor a azufre” (Revista Zeta, 17-06-2006). Advertencia de indiscutible vigencia.
No podemos dejar de compartir los recuerdos este día, en que no solo celebraba su cumpleaños, sino sobre todo algunos hitos sacerdotales de su fructífera carrera por ganar el Reino de Dios, dando coherente testimonio de vida cristiana. Una personalísima tarea en la que lo ayudó el cultivo de la más auténtica devoción por María Auxiliadora.
¡Bendición, querido cardenal!
Es difícil pero, como dicen los mexicanos, se hace la lucha. Fue un gran pastor, venezolano comprometido y mejor amigo. Tal vez el abandono a la voluntad de Dios haya sido uno de sus haberes para presentarse a las puertas del segundo acto de la historia. Una vez, ante cierta coyuntura decisiva para él, se dijo: “Tengo que poner el corazón en paz. Que sea lo que Dios quiera”. Fue lo que Dios quiso y fue lo mejor, según se constató más tarde.
Su venezolanidad y su alma de pastor preclaro permitieron que interviniera en más de una coyuntura confusa y dolorosa. Hablaba de la generosidad de Dios para con nuestro país y nos conminaba a preguntarnos por qué no aprendíamos las lecciones: “ Porque no hemos sabido agradecer ni usar provechosa y justamente esos dones de Dios”. Al liderazgo, recordaba la directa relación que sus modos de actuar guardaban con el demonio: la mentira y el odio. “El demonio es considerado en la Biblia como el padre de la mentira…En realidad, es en sí mismo el odio concentrado…Todo cuanto hace lo ejecuta por odio a Dios, a quien pretende ofender sembrando el mismo odio entre los hombres”. Y terminaba uno de sus escritos para la prensa: “Pongan atención a este parentesco inconveniente y eviten el olor a azufre” (Revista Zeta, 17-06-2006). Advertencia de indiscutible vigencia.
No podemos dejar de compartir los recuerdos este día, en que no solo celebraba su cumpleaños, sino sobre todo algunos hitos sacerdotales de su fructífera carrera por ganar el Reino de Dios, dando coherente testimonio de vida cristiana. Una personalísima tarea en la que lo ayudó el cultivo de la más auténtica devoción por María Auxiliadora.
¡Bendición, querido cardenal!
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