César Sosa Marvez || Miguel Peña, un venezolano de estirpe patriótica
Bogavante
Corresponde a la nación honrar la memoria de los hombres y mujeres que han dado sus vidas por la patria que los vio nacer, que a ella se han entregado no por banales y subalternos intereses políticos o económicos, sino por la grandeza, el progreso y la salud de quienes allí viven, se encuentran, hayan nacido o no en ella. No contribuyendo a dar gusto a la soberbia y la vanidad de quienes de la misma se han servido, sino por aquellos que desprendiéndose de todas las cosas materiales se han puesto a su servicio. Uno de esos hombres fue Miguel Peña, quien nació en esta ciudad de Valencia, el 29 de septiembre de 1781.
Procedía Peña de una familia honesta, de gente trabajadora, hijo de padre español y madre venezolana. Ninguno en su familia había sido figura más descollante que él, ninguno se ha semejado a sus elevadas dotes de ciudadano amante de su patria y de su libertad.
Todo era portentoso en este personaje, gran amigo de ese gran venezolano, valenciano por el gran amor por esta tierra carabobeña sentía, como era a quien el Libertador llamó “la primera lanza de América”, el general José Antonio Páez, héroe inmortal de la batalla de Carabobo, donde venció a las tropas españolas, dando al traste con su dominación en Venezuela, en Colombia, Ecuador, Perú y en la recién creada Bolivia. Miguel Peña, con grandes cualidades de jurisconsulto, fue un orador de gran talento, que emocionaba a quienes lo escuchaban, “revolucionario (de verdad, no disfrazado de tal) y audaz hasta la extremidad” dicen sus biógrafos, no le interesaba otra cosa que la autonomía el arrojo con que la defendía, “fue fuente inagotable de bien para sus amigos y para sus enemigos temible instrumentos para sus contrarios”.
En fin, Peña era de un grande e indomable carácter, recibió esmerada educación y muy aventajada instrucción en la Universidad de Caracas, en donde obtuvo el grado de doctor en jurisprudencia el 6 de enero de 1806, y así a los 26 años de edad estaba incorporado al Colegio de Abogados de la Capital de Venezuela.
A pesar de su inteligencia, de su elocuencia, de su elegancia en el hablar, de su facilidad para dirigirse a quienes emocionados lo escuchaban, Miguel peña no se valió de esas dotes que podría haber utilizado como “armas” de astucia para apoderarse del gobierno como otros lo han hecho y lo siguen haciendo, sino que todas esas facultades las utilizó en bien de la patria, en fin, no era un demagogo “barato y malo”, como suele decirse. Al lado del “traidor Páez” como inicuamente, alguien con velada injusticia lo llamó, a quien Simón Bolívar admiraba, no solo por su denodado valor y su arrojo, sino por haberlo dado todo para entregarse al bienestar de su amada Venezuela.
Poco se le ha reconocido a este valenciano, cuyo nombre en justicia una vez se le dio a la parroquia “Candelaria” donde nació, pero hoy, por razones políticas y de barata rencilla, se quiere despojar del mismo al lugar donde abrió los ojos. Podrán valiéndose de su dinero y de su “potestad” política, borrar su egregio nombre del valenciano terruño, pero el imperecedero recuerdo, y el eterno agradecimiento por el gran patriota, ese no lo podrán echar al basurero como tantas cosas este régimen comunista ha echado.
No nos extraña que también el nombre de nuestro estado Carabobo, lo tiren al lodazal para cambiarlo por el del “che” o del “infidel Castro”, no nos sorprende. Tampoco nos sorprendería que al nombre del primer puerto de Venezuela, lo den el de uno de los capitostes de este gobierno, pretendiendo que las nuevas generaciones crean una más en las tantas mentiras que a diario riegan, dentro y fuera de este país que ya no soporta más tantos engaños para su ruina y destrucción. Una equivocación, un error más de la siniestra “Izquierda” que pretende amordazarnos como lo han hecho, sin éxito, en otros lugares del planeta.
OTROSI: ¿Qué dirán los “cristianos de última hora”, de este “enchavizado” país, de los milagros que Dios a través del Papa Juan Pablo II, uno de los tantos polacos víctima del nazismo y del comunismo, ha realizado en estos días que corre? Solo falta que soliciten a la “Sagrada Congregación de Ritos” que declaren “santo” al extinto presidente, no sería extraño o “raro”, como decimos en Venezuela que así lo hicieren.
N.B.: Hoy nuestra bandera ha dejado de ser un símbolo histórico para transformarse en un emblema político que, como el petróleo ha pasado a ser un instrumento para adueñarse de todo lo que es sostén económico del régimen
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