Wladimir
- José Joaquín Burgos (Notitarde / )
José Joaquín Burgos
Un domingo de hace unos cuantos años, en la cola de un sellado de 5 y 6, me encontré grata y casualmente con Wladimir Zabaleta. Con su simpatía y sencillez de siempre, me dijo: “Hola, poeta. Estoy sellando un cuadrito a ver si lo pego para comprar un cuadro mío, porque ahorita están muy caros”. Celebramos la broma con una breve conversación y me dijo estar trabajando con mucho interés e inspiración en una de sus meninas, siempre buscando las más profundas motivaciones. Hablamos luego sobre arte, libros, amigos. Se mostró muy interesado en un programa de TV que en esos días tenía lo que llaman mucha sintonía: Raíces. El personaje central, Kumta Quinte, lo apasionaba… y yo entendí la motivación africanista de Wladimir. Un breve instante de charla, un momento inolvidable, porque Wladimir tenía un don especial para sembrarse en el afecto de uno. Así como lo pinta Milagros Maldonado en su bellísima crónica del lunes pasado en nuestro muy estimado vecino “El Carabobeño”.
Vida breve tuvo, pero arraigada en el alma valenciana. Wladimir es una referencia. Una raíz. Una presencia. No solamente un nombre referido a las artes, así, de manera general, sino a la autenticidad de quienes llevan tatuada en la piel, en el alma, en las entrañas de la conciencia, el orgullo de ser y sentirse valenciano y saberse humildes, como lo ordena el corazón cuando el ombligo telúrico lo amarra con toda la fuerza de la mama tierra.
El adiós de Wladimir, como el de Braulio, el de Felipe Herrera Vial, el del “Negro” Mujica, es una simple palabra que significando tanto nada significa. Ellos no están, terrenalmente hablando, pero viven, siempre, en todas las cosas, en todos los rincones de la ciudad. En todos los espejos del alma… Ellos son la ciudad. Lo dice la memoria en cada amanecer. Y lo dirá y repetirá el tiempo por los siglos de los siglos…
Vida breve tuvo, pero arraigada en el alma valenciana. Wladimir es una referencia. Una raíz. Una presencia. No solamente un nombre referido a las artes, así, de manera general, sino a la autenticidad de quienes llevan tatuada en la piel, en el alma, en las entrañas de la conciencia, el orgullo de ser y sentirse valenciano y saberse humildes, como lo ordena el corazón cuando el ombligo telúrico lo amarra con toda la fuerza de la mama tierra.
El adiós de Wladimir, como el de Braulio, el de Felipe Herrera Vial, el del “Negro” Mujica, es una simple palabra que significando tanto nada significa. Ellos no están, terrenalmente hablando, pero viven, siempre, en todas las cosas, en todos los rincones de la ciudad. En todos los espejos del alma… Ellos son la ciudad. Lo dice la memoria en cada amanecer. Y lo dirá y repetirá el tiempo por los siglos de los siglos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario