Padre Cantalamessa: el apego al dinero en la raíz de todos los males
En la predicación de este Viernes Santo del predicador de la Casa Pontificia, habla de la traición de Judas, el dinero y los males que éste causa en el mundo
Por Rocío Lancho García
CIUDAD DEL VATICANO, 18 de abril de 2014 (Zenit.org)
- El dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia.
Lo ha afirmado el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa
Pontificia, en la predicación que ha realizado en la celebración de la
Pasión del Señor en la Basílica Vaticana de este Viernes Santo.
"Dentro de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas historias de hombres y de mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote", ha comenzado el padre Raniero Cantalamessa.
Judas no había nacido traidor, pero ¿por qué llegó a serlo?, se ha preguntado. Tras enumerar algunas teorías tradicionales, el padre Cantalamessa ha afirmado que "los evangelios —las únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje— hablan de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero".
El predicador de la Casa Pontificia ha señalado que "el dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia; literalmente, 'el ídolo de metal fundido'. Y se entiende el porqué. ¿Quién es, objetivamente, si no subjetivamente -es decir en los hechos, no en las intenciones-, el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este mundo? ¿Satanás?", ha preguntado. Pero -ha añadido- ningún hombre decide servir, sin motivo, a Satanás. "Quién lo hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o algún beneficio temporal. Jesús nos dice claramente quién es, en los hechos, el otro amo, al anti-Dios: 'Nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y a Mammona'. El dinero es el 'Dios visible, a diferencia del Dios verdadero que es invisible", ha indicado.
Tal y como dice la Escritura, ha recordado, "el apego al dinero es la raíz de todos los males", añadiendo que "detrás de cada mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está también el dinero". Y nuevamente ha preguntado "¿qué hay detrás del comercio de la droga que destruye tantas vidas humanas, detrás del fenómeno de la mafia y de la camorra, la corrupción política, la fabricación y el comercio de armas, e incluso -cosa que resulta horrible decir- a la venta de órganos humanos extirpados a niños?" Y ha planteado otra cuestión: "y la crisis financiera que el mundo ha atravesado y este país aún está atravesando, ¿no es debida en buena parte a la ¡detestable codicia de dinero', la auri sagrada fames, por parte de algunos pocos?". Asimismo ha recordado que Judas empezó sustrayendo algún dinero de la caja común. "¿No dice esto nada a algunos administradores del dinero público?", ha interrogado. Del mismo modo, ha añadido, "¿no es ya escandaloso que algunos perciban sueldos y pensiones cien veces superiores a los de quienes trabajan en sus dependencias y que levanten la voz en cuanto se apunta la posibilidad de tener que renunciar a algo, de cara a una mayor justicia social?"
El padre Cantalamessa ha indicado que "como todos los ídolos, el dinero es 'falso y mentiroso': promete la seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye".
Del mismo modo ha mencionado a esos "hombres colocados en puestos de responsabilidad que ya no sabían en qué banco o paraíso fiscal almacenar los ingresos de su corrupción se encontraron en el banquillo de los imputados, o en la celda de una prisión, precisamente cuando estaban para decirse a sí mismos: 'Ahora gózate, alma mía'". Y se ha preguntado "¿Para quién lo han hecho? ¿Valía la pena? ¿Han hecho realmente el bien de los hijos y la familia, o del partido, si es eso lo que buscaban? ¿O más bien se han arruinado a sí mismos y a los demás?"
Y retomando la figura del Judas, el padre Cantalamessa ha observado que "la traición de Judas continua en la historia y el traicionado es siempre él, Jesús". Pero ha agregado que "la traición de Judas no continúa sólo en los casos clamorosos que he mencionado. Pensarlo sería cómodo para nosotros, pero no es así". Y ha explicado que "traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia".
Sobre el final de Judas, el predicador ha mencionado que "Jesús nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios". Y ha recordado que "amigo, fue la última palabra que le dirigió Jesús y él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada".
Al respecto, el padre Raniero ha subrayado que "lo más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta que Jesús da". Y ha explicado la diferencia entre la traición de Pedro y la de Judas: "Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia". Y para ello, ha concluído, tenemos el sacramento de la reconciliación: "La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua en el Exultet: 'Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!'"
"Dentro de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas historias de hombres y de mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote", ha comenzado el padre Raniero Cantalamessa.
Judas no había nacido traidor, pero ¿por qué llegó a serlo?, se ha preguntado. Tras enumerar algunas teorías tradicionales, el padre Cantalamessa ha afirmado que "los evangelios —las únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje— hablan de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero".
El predicador de la Casa Pontificia ha señalado que "el dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia; literalmente, 'el ídolo de metal fundido'. Y se entiende el porqué. ¿Quién es, objetivamente, si no subjetivamente -es decir en los hechos, no en las intenciones-, el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este mundo? ¿Satanás?", ha preguntado. Pero -ha añadido- ningún hombre decide servir, sin motivo, a Satanás. "Quién lo hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o algún beneficio temporal. Jesús nos dice claramente quién es, en los hechos, el otro amo, al anti-Dios: 'Nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y a Mammona'. El dinero es el 'Dios visible, a diferencia del Dios verdadero que es invisible", ha indicado.
Tal y como dice la Escritura, ha recordado, "el apego al dinero es la raíz de todos los males", añadiendo que "detrás de cada mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está también el dinero". Y nuevamente ha preguntado "¿qué hay detrás del comercio de la droga que destruye tantas vidas humanas, detrás del fenómeno de la mafia y de la camorra, la corrupción política, la fabricación y el comercio de armas, e incluso -cosa que resulta horrible decir- a la venta de órganos humanos extirpados a niños?" Y ha planteado otra cuestión: "y la crisis financiera que el mundo ha atravesado y este país aún está atravesando, ¿no es debida en buena parte a la ¡detestable codicia de dinero', la auri sagrada fames, por parte de algunos pocos?". Asimismo ha recordado que Judas empezó sustrayendo algún dinero de la caja común. "¿No dice esto nada a algunos administradores del dinero público?", ha interrogado. Del mismo modo, ha añadido, "¿no es ya escandaloso que algunos perciban sueldos y pensiones cien veces superiores a los de quienes trabajan en sus dependencias y que levanten la voz en cuanto se apunta la posibilidad de tener que renunciar a algo, de cara a una mayor justicia social?"
El padre Cantalamessa ha indicado que "como todos los ídolos, el dinero es 'falso y mentiroso': promete la seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye".
Del mismo modo ha mencionado a esos "hombres colocados en puestos de responsabilidad que ya no sabían en qué banco o paraíso fiscal almacenar los ingresos de su corrupción se encontraron en el banquillo de los imputados, o en la celda de una prisión, precisamente cuando estaban para decirse a sí mismos: 'Ahora gózate, alma mía'". Y se ha preguntado "¿Para quién lo han hecho? ¿Valía la pena? ¿Han hecho realmente el bien de los hijos y la familia, o del partido, si es eso lo que buscaban? ¿O más bien se han arruinado a sí mismos y a los demás?"
Y retomando la figura del Judas, el padre Cantalamessa ha observado que "la traición de Judas continua en la historia y el traicionado es siempre él, Jesús". Pero ha agregado que "la traición de Judas no continúa sólo en los casos clamorosos que he mencionado. Pensarlo sería cómodo para nosotros, pero no es así". Y ha explicado que "traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia".
Sobre el final de Judas, el predicador ha mencionado que "Jesús nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios". Y ha recordado que "amigo, fue la última palabra que le dirigió Jesús y él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada".
Al respecto, el padre Raniero ha subrayado que "lo más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta que Jesús da". Y ha explicado la diferencia entre la traición de Pedro y la de Judas: "Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia". Y para ello, ha concluído, tenemos el sacramento de la reconciliación: "La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua en el Exultet: 'Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!'"
Estaba también con ellos Judas, el traidor
Reflexión completa del Padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia
Por RedacciónCIUDAD DEL VATICANO, 18 de abril de 2014 (Zenit.org) - Publicamos a continuación la reflexión del padre Raniero Cantalamessa en la Pasión del Señor de este Viernes Santo:
Dentro de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas historias de hombres y de mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote. Es uno de los pocos hechos atestiguados, con igual relieve, por los cuatro evangelios y por el resto del Nuevo Testamento. La primitiva comunidad cristiana reflexionó mucho sobre el asunto y nosotros haríamos mal a no hacer lo mismo. Tiene mucho que decirnos.
Judas fue elegido desde la primera hora para ser uno de los doce. Al insertar su nombre en la lista de los apóstoles, el 'evangelista Lucas escribe: «Judas Iscariote que se convirtió (egeneto) en el traidor» (Lc 6, 16). Por lo tanto, Judas no había nacido traidor y no lo era en el momento de ser elegido por Jesús; ¡llegó a serlo! Estamos ante uno de los dramas más sonbríos de la libertad humana.
¿Por qué llegó a serlo? En años no lejanos, cuando estaba de moda la tesis del Jesús «revolucionario», se trató de dar a su gesto motivaciones ideales. Alguien vio en su sobrenombre de «Iscariote» una deformación de «sicariote», es decir, perteneciente al grupo de los zelotas extremistas que actuaban como «sicarios» contra los romanos; otros pensaron que Judas estaba decepcionado por la manera en que Jesús llevaba adelante su idea de «reino de Dios» y que quería forzarle para que actuara también en el plano político contra los paganos. Es el Judas del célebre musical «Jesucristo Superstar» y de otros espectáculos y novelas recientes. Un Judas que se aproxima a otro célebre traidor del propio bienhechor: ¡Bruto que mató a Julio César para salvar la República!
Son todas construcciones que se deben respetar cuando revisten alguna dignidad literaria o artística, pero no tienen ningún fundamento histórico. Los evangelios —las únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje— hablan de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero. A Judas se le confió la bolsa común del grupo; con ocasión de la unción de Betania había protestado contra el despilfarro del perfume preciosos derramado por María sobre los pies de Jesús, no porque le importaran de pobres —hace notar Juan—, sino porque "era un ladrón y, puesto que tenía la caja, cogía lo que echaban dentro» (Jn 12,6). Su propuesta a los jefes de los sacerdotes es explícita: «¿Cuanto estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Y ellos fijaron treinta siclos de plata» (Mt 26, 15).
* * *
Pero ¿por qué extrañarse de esta explicación y encontrarla demasiado banal? ¿Acaso no ha sido casi siempre así en la historia y no es todavía hoy así? Mammona, el dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia; literalmente, «el ídolo de metal fundido» (cf. Éx 34,17). Y se entiende el porqué. ¿Quién es, objetivamente, si no subjetivamente (es decir en los hechos, no en las intenciones), el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este mundo? ¿Satanás? Pero ningún hombre decide servir, sin motivo, a Satanás. Quién lo hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o algún beneficio temporal. Jesús nos dice claramente quién es, en los hechos, el otro amo, al anti-Dios: «Nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y a Mammona» (Mt 6,24). El dinero es el «Dios visible»[1], a diferencia del Dios verdadero que es invisible.
Mammona es el anti-dios porque crea un universo espiritual alternativo, cambia el objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero. Se opera una siniestra inversión de todos los valores. «Todo es posible para el que cree», dice la Escritura (Mc 9,23); pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero». Y, en un cierto nivel, todos los hechos parecen darle la razón.
«El apego al dinero —dice la Escritura— es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Detrás de cada mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está también el dinero. Es el Moloch de bíblica memoria, al que se le inmolaban jóvenes y niñas (cf. Jer 32,35), o el dios Azteca, al que había que ofrecer diariamente un cierto número de corazones humanos. ¿Qué hay detrás del comercio de la droga que destruye tantas vidas humanas, detrás del fenómeno de la mafia y de la camorra, la corrupción política, la fabricación y el comercio de armas, e incluso —cosa que resulta horrible decir— a la venta de órganos humanos extirpados a niños? Y la crisis financiera que el mundo ha atravesado y este país aún está atravesando, ¿no es debida en buena parte a la «detestable codicia de dinero», la auri sagrada fames[2], por parte de algunos pocos? Judas empezó sustrayendo algún dinero de la caja común. ¿No dice esto nada a algunos administradores del dinero público?
Pero, sin pensar en estos modos criminales de acumular dinero, ¿no es ya escandaloso que algunos perciban sueldos y pensiones cien veces superiores a los de quienes trabajan en sus dependencias y que levanten la voz en cuanto se apunta la posibilidad de tener que renunciar a algo, de cara a una mayor justicia social?
En los años 70 y 80, para explicar, en Italia, los repentinos cambios políticos, los juegos ocultos de poder, el terrorismo y los misterios de todo tipo que afligían a la convivencia civil, se fue afirmando la idea, casi mítica, la existencia de un «gran Anciano»: un personaje espabiladísmo y poderoso, que por detrás de los bastidores habría movido fila los hilos de todo, para fines que sólo él conocía. Este «gran Anciano» existe realmente, no es un mito; ¡se llama Dinero!
Como todos los ídolos, el dinero es «falso y mentiroso»: promete la seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye. San Francisco de Asís describe, con una severidad inusual en él, el final de una persona que vivió sólo para aumentar su «capital». Se aproxima la muerte; se hace venir al sacerdote. Éste pide al moribundo: «¿Quieres el perdón de todos tus pecados?» , y él responde que sí. Y el sacerdote: «Estás dispuesto a satisfacer los errores cometidos, devolviendo las cosas que has estafado a otros?» Y él: «No puedo». «¿Por qué no puedes?» «Porque ya he dejado todo en manos de mis parientes y amigos». Y así él muere impenitente y apenas muerto los parientes y amigos dicen entre sí: «¡Maldita alma la suya! Podía ganar más y dejárnoslo, y no lo ha hecho!"[3]
Cuántas veces, en estos tiempos, hemos tenido que repensar ese grito dirigido por Jesús al rico de la parábola que había almacenado bienes sin fin y se sentía al seguro para el resto de la vida: «Insensato, esta misma noche se te pedirá el alma; y lo que has preparado, ¿de quién será?» (Lc 12,20)! Hombres colocados en puestos de responsabilidad que ya no sabían en qué banco o paraíso fiscal almacenar los ingresos de su corrupción se encontraron en el banquillo de los imputados, o en la celda de una prisión, precisamente cuando estaban para decirse a sí mismos: «Ahora gózate, alma mía». ¿Para quién lo han hecho? ¿Valía la pena? ¿Han hecho realmente el bien de los hijos y la familia, o del partido, si es eso lo que buscaban? ¿O más bien se han arruinado a sí mismos y alos demás?
* * *
La traición de Judas continua en la historia y el traicionado es siempre él, Jesús. Judas vendió al jefe, sus imitadores venden su cuerpo, porque los pobres son miembros de Cristo, lo sepan o no. «Todo lo que hagáis con uno solo de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí» (Mt 25,40). Pero la traición de Judas no continúa sólo en los casos clamorosos que he mencionado. Pensarlo sería cómodo para nosotros, pero no es así. Ha permanecido famosa la homilía que tuvo en un Jueves Santo don Primo Mazzolari sobre «Nuestro hermano Judas». "Dejad —decía a los pocos feligreses que tenía delante—, que yo piense por un momento al Judas que tengo dentro de mí, al Judas que quizás también vosotros tenéis dentro».
Se puede traicionar a Jesús también por otros géneros de recompensa que no sean los treinta denarios de plata. Traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia. Puedo traicionarlo yo también, en este momento —y la cosa me hace temblar— si mientras predico sobre Judas me preocupo de la aprobación del auditorio más que de participar en la inmensa pena del Salvador. Judas tenía un atenunante que yo no tengo. Él no sabía quién era Jesús, lo consideraba sólo «un hombre justo»; no sabía que era el hijo de Dios, como lo sabemos nosotros.
Como cada año, en la inminencia de la Pascua, he querido escuchar de nuevo la «Pasión según san Mateo», de Bach. Hay un detalle que cada vez me hace estremecerme. En el anuncio de la traición de Judas, allí todos los apóstoles preguntan a Jesús: «¿Acaso soy yo, Señor?» «Herr, bin ich’s?» Sin embargo, antes de escuchar la respuesta de Cristo, anulando toda distancia entre acontecimiento y su conmemoración, el compositor inserta una coral que comienza así: «¡Soy yo, soy yo el traidor! ¡Yo debo hacer penitencia!», «Ich bin's, ich sollte büßen». Como todas las corales de esa ópera, expresa los sentimientos del pueblo que escucha; es una invitación para que también nosotros hagamos nuestra confesión del pecado.
* * *
El Evangelio describe el fin horrible de Judas: «Judas, que lo había traicionado, viendo que Jesús había sido condenado, se arrepintió, y devolvió los treinta siclos de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: He pecado, entregándoos sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué nos importa? Ocúpate tú. Y él, arrojados los siclos en el templo, se alejó y fue a ahocarse» (Mt 27, 3-5). Pero no demos un juicio apresurado. Jesús nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios. ¿Quién puede decir lo que pasó en su alma en esos últimos instantes? «Amigo», fue la última palabra que le dirigió Jesús y él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada.
Es cierto que, hablando de sus discípulos, al Padre Jesús había dicho de Judas: «Ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición» (Jn 17,12), pero aquí, como en tantos otros casos, él habla en la perspectiva del tiempo no de la eternidad; la envergadura del hecho basta por sí sola, sin pensar en un fracaso eterno, para explicar la otra tremenda palabra dicha de Judas: «Mejor hubiera sido para ese hombre no haber nacido» (Mc 14,21). El destino eterno de la criatura es un secreto inviolable de Dios. La Iglesia nos asegura que un hombre o una mujer proclamados santos están en la bienaventuranza eterna; pero de nadie sabe ella misma que esté en el infierno.
Dante Alighieri, que, en la Divina Comedia, sitúa a Judas en lo profundo del infierno, narra la conversión en el último instante de Manfredi, hijo de Federico II y rey de Sicilia, al que todos en su tiempo consideraban condenado porque murió excomulgado Herido de muerte en batalla, él confía al poeta que, en el último instante de vida, se rindió llorando a quien «perdona de buen grado» y desde el Purgatorio envía a la tierra este mensaje que vale también para nosotros:
Abominables mis pecados fueron
mas tan gran brazo tiene la bondad
infinita, que acoge a quien la implora [4].
* * *
He aquí a lo que debe empujarnos la historia de nuestro hermano Judas: a rendirnos a aquel que perdona gustosamente, a arrojarnos también nosotros en los brazos abiertos del crucificado. Lo más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta que Jesús da. Él sabía bien lo que estaba madurando en el corazón de su discípulo; pero no lo expone, quiere darle la posibilidad hasta el final de dar marcha atrás, casi lo protege. Sabe a lo que ha venido, pero no rechaza, en el huerto de los olivos, su beso helado e incluso lo llama amigo (Mt 26,50). Igual que buscó el rostro de Pedro tras la negación para darle su perdón, ¡quién sabe como habrá buscado también el de Judas en algún momento de su vía crucis! Cuando en la cruz reza: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), no excluye ciertamente de ellos a Judas.
¿Qué haremos, pues, nosotros? ¿A quién seguiremos, a Judas o a Pedro? Pedro tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero también Judas tuvo remordimiento, hasta el punto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!» y restituyó los treinta denarios. ¿Dónde está, entonces, la diferencia? En una sola cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia.
Si lo hemos imitado, quien más quien menos, en la traición, no lo imitemos en esta falta de confianza suya en el perdón. Existe un sacramento en el que es posible hacer una experiencia segura de la misericordia de Cristo: el sacramento de la reconciliación. ¡Qué bello es este sacramento! Es dulce experimentar a Jesús como maestro, como Señor, pero aún más dulce experimentarlo como Redentor: como aquel que te saca fuera del abismo, como a Pedro del mar, que te toca, como hizo con el leproso, y te dice: «¡Lo quiero, queda curado!» (Mt 8,3).
La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua en el Exultet: «Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!» Jesús sabe hacer, de todas las culpas humanas, una vez que nos hemos arrepentidos, «felices culpas», culpas que ya no se recuerdan si no por haber sido ocasión de experiencia de misericordia y de ternura divinas!
Tengo un deseo que hacerme y haceros a todos, Venerables Padres, hermanos y hermanas: que la mañana de Pascua podamos levantarnos y oír resonar en nuestro corazón las palabras de un gran converso de nuestro tiempo:
«Dios mío, he resucitado y estoy aún contigo!
Dormía y estaba tumbado como un muerto en la noche.
Dijiste: «¡Hágase la luz! ¡Y yo me desperté como se lanza un grito! [...]
Padre mío que me has generado antes de la aurora, estoy en tu presencia.
Mi corazón está libre y la boca pelada, cuerpo y espíritu estoy en ayunas.
Estoy absuelto de todos los pecados, que confesé uno a uno.
El anillo nupcial está en mi dedo y mi rostro está limpio.
Soy como un ser inocente en la gracia que me has concedido»[5].
Este puede hacer de nosotros la Pascua de Cristo.
Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco
[1] W. Shakespeare, Timón de Atenas, acto IV, escena 3.
[2] Virgilio, Eneida, 3,56-57
[3] Cf. S. Francisco, Lettera a tutti i fedeli 12 (Fonti Francescane, 205).
[4] Purgatorio, III, 118-123 (Traducción de Luis Martínez de Merlo).
[5] P. Claudel, Prière pour le Dimanche matin, en Œuvres poétiques (Gallimard, París 1967) 377.
Odios
ALIRIO PÉREZ LO PRESTI
| EL UNIVERSAL
sábado 19 de abril de 2014 12:00 AM
Como estrategia de enfrentamiento político, el divisionismo es la más elemental y la más contundente técnica a la hora de obtener resultados. Al usar un discurso de carácter dicotómico, se logran resultados inmediatos. Esa visión maniquea y divisionista no sólo es malsana, sino que a la larga termina siendo destructiva.
En cualquier parte donde se quiera crear divisionismo, se planteará la tan repetida expresión rimbombante y fatídicamente efectiva. La llegó a usar el presidente Bush y aparece en la saga de "La Guerra de las galaxias": "Si no estás conmigo, estás contra mí". Es una expresión tan manipuladora como falsa.
1) Manipula, y de allí su eficacia, porque apela a lo más básico de la naturaleza humana, una de las condiciones más basales del ser: A la parte animal que es inherente a nuestra estructura como humanos que somos. El divisionismo nos crea apego hacia quienes creemos que son "como nosotros" y despierta el espíritu gregario que todos llevamos en nuestra naturaleza. De hecho, si me preguntan qué tipo de vida política se desarrolla en Venezuela responderé que una que cultiva el odio, una política de carácter primitivo.
2) Falsa, porque no existen dos tipos de seres humanos, mucho menos dos formas de entender la existencia. Lo que pasa es que es mucho más fácil ver el mundo en blanco versus negro porque no tenemos que esforzarnos en pensar lo cierto o incierto de la afirmación divisionista. Los seres humanos tenemos miedo a pensar por nosotros mismos por temor a equivocarnos, por lo que otros puedan pensar sobre nosotros o porque nos inquieta que exista más de una forma de ver las cosas. El discurso maniqueo tranquiliza.
Cuando alguien escribe o expresa verbalmente sus ideas, puede que convenza o no. Pero si actúa conforme a cómo piensa, podrá ganarse el respeto de los demás. Es por ello que sólo con nuestras buenas acciones es que podemos derrotar el odio que nos corroe como sociedad. En política, la palabra es acto. Acabar con el verbo ofensivo y descalificador sería un extraordinario comienzo.
Como consecuencia de la manipulación discursiva de carácter político, resulta que o somos "escuálidos" o "revolucionarios", "burgueses" o "proletarios", "buenos" o "malos". Atolondrada, falsa y ridícula manera de pensar, que le ha permitido al aparato de poder mantener sus privilegios, y a muchos "opositores", preservar espacios de poder. La mentira tiene patas cortas y nada produce mayor decepción que descubrir que se nos ha mantenido engañados (utilizados) para obtener el poder como fin último.
El gregarismo malsano sucumbe y se desvanece cuando existe "alternabilidad" en el ejercicio del poder. Para ejemplo basta ver a las sociedades más progresistas del mundo, las cuales mantienen distintos modelos políticos de manera alternante, pero preservando el concepto y norte de lo que significa un Estado. La confrontación entre ciudadanos comunes es producto de viles manejos políticos cuya consecuencia hasta hoy es la expansión del odio entre las ingenuas marionetas que a fin de cuenta terminamos siendo, producto de una disparatada manera de entender la política.
Para que una sociedad surja como un gran colectivo, debe trazarse metas comunes entre los ciudadanos que la conforman. De allí que nada es más importante que derrotar el divisionismo entre hermanos, que lastimosamente y de manera aviesa se ha cultivado entre nosotros. Creo que no necesitamos más demostraciones de que una mitad de país jamás se va a imponer sobre otra mitad de país. Quienes manejan directamente los destinos de la nación deben entender que no se puede someter a un conglomerado sin esperar reacciones, generalmente impredecibles y trágicas. Lo estamos viendo cada día que pasa.
Hago votos porque la inteligencia se imponga por encima de las pasiones. Pensar con la cabeza y dejar a un lado las vísceras. Porque lo racional esté por encima de las emociones. Porque el odio sea derrotado por el único elemento capaz de hacerle frente: El amor por una vida que nos permita existir en un ambiente de mínima armonía. Para todos.
@perezlopresti
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