El Carabobeño 24 junio 2012
"Antes era un bello espectáculo contemplar la Av. Bolívar"
El abandono del patrimonio arquitectónico se explica, por esa migración al norte. (Foto Marco Montilla)
Alfredo Fermín | afermin@el-carabobeno.com
“Da risa recordar que el alcalde de Valencia haya prohibido las vallas y pendones publicitarios de la empresa privada, bajo la excusa de que afean la ciudad, cuando por todos lados, vemos las vallas y pendones con su imagen y el nuevo logotipo de la Alcaldía. ¿Es que alguna vez estuvo Valencia más fea que ahora? ¿En qué la embellecen esas vallas y pendones con su imagen?”. Las preguntas las hace el prestigioso arquitecto Peter Albers, comentando el estado de abandono de esta ciudad cuyo casco histórico ha sido destruido sin ninguna consideración, ni histórica ni cultural al extremo que no quedó ni una sala de cine. - Desde el punto de vista arquitectónico, ¿cuáles fueron las razones para que Valencia se desplazara del centro hacia al norte y no hacia el este como Caracas? - Se dice que las ciudades crecen en dirección contraria a la de los vientos predominantes.
Así, Caracas creció hacia el este, arropando paulatinamente las poblaciones de Sabana Grande, Chacao, Dos Caminos, etc. Valencia recibe, durante más de la mitad del año, los frescos vientos que, viniendo de la costa, se enfrían al pasar a través del Abra de Las Trincheras, creando una zona “más fresca” hacia el norte. Y en busca de ese frescor fueron los valencianos más pudientes, construyendo sus “villas” a lo largo de esa carretera a Puerto Cabello, por toda la zona que se conocía como “Camoruco”. Hasta mediado del siglo pasado todavía había gente que llamaba “Camoruco Nuevo” a la avenida Bolívar y “Camoruco Viejo” a la paralela, que lleva el nombre del prócer Miranda. La avenida Bolívar era una hermosísima avenida, de unos nueve metros de ancho, bordeada de espaciosas aceras donde crecieron frondosos apamates, cuyas ramas se entrelazaban sobre la calzada, creando un túnel natural que semejaba los arcos ojivales de las catedrales góticas. Era un bello espectáculo contemplar la adornada avenida cuando los apamates florecían y constituían un colorido techo sobre la recta calle.
Eso sí, constituía un problema para los conductores la caída de las flores, especialmente cuando llovía, pues el pavimento se tornaba resbaloso y proliferaban las colisiones entre los vehículos de los menos precavidos. Creo que fue por los años cuarenta cuando Fernando Branger y sus socios construyeron la urbanización “Las Acacias”, que pronto se llenó de quintas que se hicieron construir valencianos pudientes que, hasta entonces, habían residido en el viejo casco histórico. Así, lentamente, se inició el éxodo de la Valencia tradicional hacia el norte, apareciendo paulatinamente otras urbanizaciones como la “Carabobo”, construida por el ingeniero Víctor Rotondaro, “Majay”, la más popular “Los Sauces” por el Banco Obrero, “El Viñedo”, en lo que hasta entonces fueran plantaciones vinícolas propiedad de los Cervini y los Galli, o “Guaparo” en terrenos que otrora fueran de allegados al general Gómez y expropiados luego de su muerte, y construida esta urbanización por una sociedad encabezada por Rafael Yanes.(Santa Cecilia negociada por los Guruceaga sobre terrenos del Dr. Lorenzo Araujo Ecarri. El Trigal donde participó como miembro de la Constructora caraqueña, el Ing. Armando Scannone, nuestro reconocido gourmet, etc) Con el tiempo, y gracias a la gestión de un Concejo Municipal insigne y ocupado más en el bien de la ciudad que en su propio beneficio, se creó la Zona Industrial Municipal, atrayendo empresas ensambladoras de vehículos, fabricantes de componentes para automotores, de artefactos electrodomésticos.
- ¿Pero por qué no se respetó el patrimonio arquitectónico del centro de la ciudad?
- El abandono del patrimonio arquitectónico se explica, desde mi punto de vista personal, por esa misma migración al norte. Las casas solariegas donde por generaciones nacieron y crecieron fueron quedando vacías. Recordemos que para comienzos del siglo pasado, y algo antes también, Venezuela recibió importantes masas de inmigrantes provenientes del Medio Oriente, como Líbano y Siria, entonces territorio turco, por lo cual se les llamaba a todos “turcos”. Eran laboriosos comerciantes, descendientes de los fenicios, que establecieron pronto sus tiendas de telas y otras mercancías, aunadas a sus propias viviendas, en esas casonas que los valencianos “de cuna” fueron abandonando. Posiblemente, para estos últimos lo que abandonaban era simplemente un “caserón viejo”, y a precios irrisorios fueron cediéndolos a los nuevos inmigrantes, comerciantes natos.
Luego llegarían, a mediados del siglo XX, inmigrantes que huían de la miseria en que los dejó la Segunda Guerra Mundial. Eran españoles, italianos y portugueses en su mayoría, pero también lituanos, polacos, ucranianos y demás inmigrantes que a su vez escapaban del comunismo ruso. También se establecerían en nuestra ciudad, con sus conocimientos de artesanía, construcción, mecánica, relojería, panadería, etc., y ocuparían lo que los “turcos” no habían comprado antes, o lo que los valencianos “rancios” iban dejando en su éxodo al norte.
Aunque hubo muchas y honorables excepciones, es lógico pensar que estos nuevos ocupantes, venidos de otras tierras, no tuvieran amor alguno por unos vetustos caserones que habían comprado a precios de “gallina flaca”, desarraigados como estaban de la historia que tales inmuebles albergaban entre sus gruesos muros de tapia y adobo. A medida que fueron haciendo fortuna, fueron demoliendo esos caserones, con la anuencia de unas autoridades que no estaban preparadas contra tales despropósitos, y sustituyéndolos por edificios de muy discutible calidad arquitectónica (yo diría que pésima) donde funcionaban, tras feas “santamarías” sus locales de comercio. Gracias a esta culpa de parte y parte, se perdieron para siempre valiosas muestras de nuestra arquitectura colonial.
Tímidamente, alguna vez se le ocurrió a algún “ingeniero municipal” exigir una fotografía del inmueble a demoler. Qué sabe a dónde fueron a parar esas fotos, que hoy serían un valioso documento, para mostrar en algún “Museo de la Ciudad” lo que una vez fue una Valencia apacible y un poco bucólica.
- En estos días en Valencia nos hemos dado cuenta de que en este municipio no hay cines, pero quedan en pie las magníficas salas. ¿Qué utilidad podrían dárseles?
- Primero habría que hacer una evaluación seria sobre el verdadero valor arquitectónico, despojado de sentimentalismos, de esos edificios y, antes de eso, habría que establecer la propiedad de los mismos. Al empresario privado no le interesa conservar un inmueble que no le produce sino dolores de cabeza, incluidos los impuestos que debe pagar. De manera que habría que pensar en algún uso que beneficiara a toda la colectividad. Para ello, sería necesario expropiarlos. Por supuesto que no a la manera de hoy cuando decir ¡exprópiese! basta para despojar a un ciudadano de sus bienes, sin que medie compensación justa alguna.
El Teatro Imperio podría ser restaurado para instalar, en su interior, algún centro decente de diversión y restauración para los que transitan o permanecen usualmente en el centro. Es decir, una especie de lo que hoy conocemos como una “feria de comida” o algo así. Sería una oportuna respuesta a las actividades que se programarían en la Plaza Bolívar, que es un adecuado espacio para la recreación y el esparcimiento de los habitantes que, mediante una acertada política de adecentamiento y recuperación, podrían ser nuevamente atraídos hacia el centro. El cine Centro tiene ya, según tu recuento de la semana pasada, una actividad religiosa, el hecho de que como católicos o creyentes de otra religión nos haga rechazar la charlatanería de algunos “predicadores” no es óbice para que en ellos se desarrolle una actividad legal.
El teatro Guaparo es, a pesar de su fachada que alguna vez fue llamativa, un simple galpón sin valor arquitectónico alguno. Como muchos edificios construidos a lo largo de la avenida Bolívar, fue hecho con un fin simplemente utilitario y sin pretensión de algo más que eso.
LA OPINIÓN DE UN EXPERTO
El arquitecto Peter Albers nació en Puerto Cabello el 25 de octubre de 1938. Sus estudios de primaria y secundaria los siguió en el Colegio La Salle y se graduó de arquitecto en la Universidad Central de Venezuela. Es miembro de la Junta Conservadora del Patrimonio Artístico e Histórico de la Nación. Presidió la junta directiva del Centro de Ingenieros del estado Carabobo en el período 1965-1966. Miembro de la Comisión de Planeamiento Municipal del distrito Valencia. Profesor de Diseño Arquitectónico y tutor de tesis de grado en la Universidad José Antonio Páez.
- ¿Cómo recuperar el centro de la ciudad?
- La recuperación del centro de Valencia depende de la motivación de la gente con alternativas. Una de ellas podría ser el retorno de los organismos públicos que una vez, y en muy mala hora, decidieron desplazarse fuera del centro. La esquina, donde una vez estuvo el Concejo Municipal, espera por la voluntad y los recursos para construir sobre él un nuevo Palacio Municipal que sea el asiento, al menos en forma protocolar e institucional, de las oficinas del Alcalde, del salón de sesiones del Concejo Municipal, y las oficinas de los concejales.
Las oficinas técnicas y administrativas de la Alcaldía podrían ser construidas en terrenos aledaños. Igualmente ocurriría con el ahora denominado Consejo Legislativo, que podría alojarse en un edificio ad-hoc adquirido por el estado sobre la integración de varios lotes dedicados hoy a míseros espacios para estacionar vehículos. Para que la gente regrese a vivir en el centro (de hecho hay gente que actualmente lo hace) es necesarios lo mismo: la motivación para ello. En las ciudades europeas se conserva lo que nosotros una vez tuvimos: la gente que tiene su negocio frente a la calle y vive arriba de él. Construir edificios de apartamentos combinados con locales comerciales significaría un importante ahorro en tiempo y combustible para la gente que vive en la periferia y debe desplazarse a diario hacia su sitio de trabajo en el centro, como una vez fue. Debe además garantizarse la seguridad de los habitantes y visitantes. Aunque, pensándolo bien, eso no está garantizado hoy en día en ninguna parte de la ciudad.
- ¿Cuáles son sus recomendaciones ante el abandono en que se encuentran obras emblemáticas como la Plaza Monumental, el Parque de Esculturas Andrés Pérez Mujica y las esculturas monumentales de Carlos Cruz Díaz?
- La respuesta es obvia, y sobre esto no hay mucho que comentar. Solamente que necesitamos unas autoridades municipales eficientes (hasta ahora no está demostrado que “Socialismo es eficiencia” como lo rezan los carteles que por todos lados coloca la Alcaldía para tratar de demostrar lo indemostrable). En otras épocas más felices que esta a la cual nos ha llevado la manipulación política y los intereses personalistas de algunos de sus actores, la Plaza Monumental, el Parque Pérez Mujica, y otras obras públicas han tenido momentos de esplendor, buen cuido y mantenimiento.
Creo que en mala hora, en la administración del Alcalde llamado El Negro Seijas, se decidió derrumbar el Palacio Municipal que alli frente a la Plaza Bolivar (Hoy Policia Municipal), era un edificio muy bello, afuera tenia grandes Vitrales y en la parte interna una imponente escalera, me acuerdo claramente de ella, por ahí pasaba todos los días, estudiaba en el Antiguo Colegio La Salle (Hoy Centro Comercial Stella) y vivía en la 24 de Junio entre Montes de Oca y Diaz Moreno. Todas esas casas fueron derrumbadas.
ResponderEliminar