Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 24 de junio de 2012

Muérdete la lengua Hugo Chávez que asi se escribe la historia no como tú la quieres. Y si dudas busca el extraordinario Especial de Charito Rojas en Notitarde de hoy 24 de junio llamado "Los protagonistas hacen esta historia"


191 años de la gesta emancipadora
Fabio Solano
solanofabio@hotmail.com
“¿Sabe? A Páez lo salvó un comandante enemigo llamado Martínez. Yo no estuve ahí, pero el negro Elio sí. Era mi compadre, un negro alto, como de dos metros y tenía unos dientes tan blancos, que no lo ponían de guardia nocturna porque su sonrisa relumbraba en la noche y el enemigo lo veía a distancia. Bueno, el Elio estuvo ahí en la orilla de la quebrada Carabobo, cuando al general le dio el soponcio. Venían persiguiendo al Burgos, pues los españoles se habían largado en dirección a Valencia. ¡Qué diferencia con el Valencey! Esos los vi yo cuando se retiraban. Pasaron por aquí, por el camino viejo de Tocuyito.
Eran catires ojos azules, con la mirada oscurecida por la derrota. Marchaban en formación de a dos en fondo y de vez en cuando veían hacia atrás y entonces el miedo los atacaba. “¿Sabe? Al general Páez le daban unos ataques impresionantes, con tembladeras que se le quitaban con un baño de agua fría. Me contó el negro Elio que al “Centauro” le emocionaba mucho la batalla, cuando se metía a pelear con sus llaneros. Y entonces se arrancaba con la lanza o el sable y a veces en medio del tú a tú con el enemigo se caía del caballo. El animal ya estaba entrenado y cuando el general daba con sus costillas en el suelo, se detenía y ahí se quedaba. Varias veces le pasó eso a Páez.
En Chire salió corriendo detrás del enemigo él solo, y de pronto se perdió y no sabía dónde estaba. Luego volvió y vio una gente en un cerro y le gritaron ¡Quién vive! Y entonces contestó, un patriota, y todos contentos porque el general había vuelto. Dicen que algo así fue lo del Taita Boves en Urica, quien se quedó como paralizado y le clavaron la lanza. Pero de eso no sé mucho porque yo no estaba por esos lados. “¿Sabe? En Carabobo el general Páez derrotó a los españoles cuando sus llaneros bajaron por la pica de La Mona, con los ingleses respaldándolos. Esos ingleses si eran duros echando tiros. Bueno, parece que el general siguió de largo con sus caballistas persiguiendo al batallón Burgos y cuando estaban en uno de esos lances, rodeado de enemigos, le dio la vaina y se cayó del caballo. Imagínese, el general en el suelo con esas tembladeras. En eso llegó un comandante realista, un tal Martínez, calaboceño él, de los hombres de Boves que se habían quedado con Morales. Ese Martínez levantó al general y lo puso en el caballo. Ahí se subió a la grupa el teniente Guadalupe y entre los dos lo llevaron lejos de la quebrada. El negro Elio dice que Páez al volver en sí dijo conocer al hombre.
En la noche supo que Martínez estaba en Campo Carabobo y ordenó que no lo tocaran, pues pretendía invitarlo para hablar con él. Nadie lo consiguió. Eso me lo contó el negro Elio asomando una media burla, porque yo no le creía. Tiempo después el general Páez echó el cuento completo y resultó que todo era verdad”. Por la libertad Para 1820 Venezuela era parte de la Gran Colombia y tenía 10 años sumida en una cruenta guerra. La población era un poco más de 400 mil personas y los vecinos de Caracas no pasaban de 20 mil. El ejército español era comandado por Pablo Morillo, quien en plan de “pacifi cador” llegó a reprimir, apresar y fusilar a todo sospechoso de ser patriota. En Venezuela los realistas tenían unos 14 mil hombres repartidos a lo largo del litoral, desde Guiria a Maracaibo, y controlaban además parte de Los Andes, Barinas, Valencia y Tocuyito. La guerra era a muerte, había  mucha crueldad y muertes inútiles por parte de los bandos en confl icto. A mediados de 1820, un emisario de Morillo apareció en los llanos y se entrevistó con el general José Antonio Páez, proponiendo un acuerdo.
El llanero alegó no poseer tal cualidad y los delegados realistas fueron hasta Angostura para hablar con Bolívar. Así se llegó a una entrevista entre los dos grandes jefes para regularizar y normar las acciones de guerra. Varios ofi ciales patriotas estuvieron en desacuerdo con tal armisticio, pero Bolívar en verdad ganaba tiempo para crear un ejército de reserva y conseguir logística (alimentos y armamento) para la victoria fi nal. En noviembre de 1820 se reunió con Morillo en Santa Ana de Trujillo y fi rmaron el documento. Entonces Bolívar se fue a la Nueva Granada a reunirse con Santander y dejó a Páez entrenando ese nuevo ejército de hombres  reclutados en el llano. Mientras se recuperaba todo el ganado posible para su engorde, y se domaban cientos de caballos. Entrando el año de 1821 Bolívar regresó a Venezuela y a su paso hacia Angostura, se reunió con Páez en Guasdualito. Éste informó todo lo que había hecho, incluyendo algunos movimientos militares menores para mantener alejados a los españoles del llano.
Morillo se había marchado a España, convencido de que no había logrado su objetivo, y que aquellos insurgentes que menospreciaba, eran difíciles de dominar. Al mando quedó el mariscal de campo Miguel De La Torre. La ruptura del armisticio se produjo en abril de 1821 cuando Maracaibo fue tomada por el comandante Heras, siguiendo órdenes de Rafael Urdaneta. Ante el reclamo de los realistas, Bolívar contestó: “Es mi deber hacer la paz o combatir”. Por supuesto que los ibéricos quedaron inconformes y abrieron operaciones. Fue cuando el genio estratégico del Libertador funcionó a la perfección. Ordenó a Bermúdez realizar movimientos sobre Caracas para distraer a De La Torre, mientras llevaba a su ejército hacia San Carlos. En una dura marcha Páez salió el 10 de mayo de Achaguas con 2.500 hombres, 2.000 caballos y 4.500 novillos destinados a la alimentación de los patriotas. Bolívar llevó su fuerza de 6.500 hombres a Taguanes, distribuyéndola en tres divisiones. La primera bajó el mando del general José Antonio Páez, con 1.500 lanceros y los Cazadores Británicos al mando del coronel Tomás Farriar; la segunda con dos batallones y un escuadrón de caballería comandada por el general Manuel Cedeño y la última con cuatro batallones a cargo del coronel Ambrosio Plaza. Los españoles desplegaron tres divisiones y un escuadrón de artillería para sumar 4.300 efectivos.
La gran batalla
El campo donde se produjo la batalla más importante de la historia de la independencia, mide unos cuatro kilómetros de este a oeste y tres kilómetros de norte a sur; ubicado a unos 25 kilómetros de Valencia. El 24 de junio de 1821 el Libertador llegó al sitio, fue hasta el cerro Buena Vista y, subiéndose al techo de una vieja casa, tuvo la visión completa del terreno. Allí vio cómo De La Torre había distribuido a sus fuerzas, cubriendo el camino de San Carlos por el oeste y el de El Pao por el sur. De inmediato captó que si atacaba frontal o por el sur no podría vencer al enemigo. Bolívar notó la debilidad del fl anco derecho de los realistas, el cual estaba al descubierto, pues el comandante español veía imposible un ataque por esa zona tan intrincada.
Con ese panorama, Bolívar armó una estrategia calificada de brillante: Cambiando todo lo dispuesto, decidió enviar la primera división de los Bravos de Apure al mando de Páez, para atacar ese fl anco derecho. Bolívar había conseguido un baqueano en Tinaquillo, y fue ese hombre, quien en medio de una pertinaz lluvia, llevó a Páez hasta la Pica de La Mona: Un paso estrecho donde en ciertos sitios los hombres debían pasar en fi la de a uno. Eran las 11 de la mañana, cuando De La Torre observó el movimiento y envió al batallón Burgos para atacar las fuerzas patriotas, las cuales ya habían cruzado la quebrada Carabobo. Así se desató un intenso fuego contra los jinetes de Páez, algunos cayeron y a otros no les quedó más remedio que retroceder. Pero tras los lanceros venían los Cazadores Británicos, gente fogueada en la batalla de Waterloo, donde Napoleón recibió una terrible derrota. Se produjo un verdadero toma y dame de fusilería, entre españoles e ingleses. Allí cayó muerto el comandante Farriar y 14 ofi ciales del Reino Unido. De La Torre envió dos batallones más, pero al fi nal los realistas tuvieron que echar para atrás y los Bravos de Apure con Páez a la cabeza entraron a la llanura para enfrentar, lanza en mano, al enemigo invasor. Mientras Páez atacaba por el fl anco derecho -como Bolívar lo previó- el comandante español enviaba al Barbastro y al Valencey a dar la pelea sopesando el error cometido. Páez cargó junto a Plaza que se había unido a su ataque, ansioso de participar.
En ese nuevo encontronazo donde las tropas patriotas pusieron en fuga a los realistas, cayó herido de muerte Plaza. Igual sucedió con el general Cedeño. Páez también cayó, pero vencido por el mal que le acometía de vez en cuando, se desmayó quedando inconsciente. En su amplia “Autobiografía del General José Antonio Páez” el líder del llano dice: “Cuando recobraba el sentido se me reunió Bolívar, y en medios de vítores me ofreció a nombre del Congreso el grado de General en Jefe”. La lluvia había desaparecido y en lo alto brillaba el Sol de Carabobo. Hubo persecución de los derrotados, pues los batallones que De La Torre había enviado a sofocar a los llaneros, terminaron en huida. La batalla duró alrededor de una hora, y solamente intervinieron la mitad de las fuerzas beligerantes. Por el lado patriota fueron los Bravos de Apure y los Cazadores Británicos los únicos que combatieron al mando del general Páez. De los 4.300 españoles, apenas 400 lograron darse a la huida y fueron a recalar a Puerto Cabello. De los patriotas se contaron 200 bajas. Bolívar estaba realmente satisfecho de aquel triunfo que sería el defi nitivo, pues si bien luego se dieron algunas batallas y escaramuzas, Carabobo fue la defi nición: Ante esa derrota en Madrid comprendieron que no habría vuelta atrás, y que deberían marcharse de América del Sur para siempre, como sucedió en 1824.
El parte de guerra
El parte de guerra del 25 de junio de 1821 refl eja no sólo la batalla, sino el estado de ánimo tanto del gran jefe patriota que era el general Simón Bolívar, como de quienes participaron directamente en la acción militar. Bolívar dice en el inicio del documento dirigido a Francisco de Paula Santander: “Al Excelentísimo señor Vicepresidente de Colombia. Ayer se ha confi rmado con una espléndida victoria el nacimiento político de la República de Colombia...” Luego de describir la batalla el Libertador agrega: “El bizarro general Páez a la cabeza de los dos batallones de su división y del regimiento de caballería del valiente coronel Muñoz, marchó con tal intrepidez sobre la derecha del enemigo que en media hora todo él fue envuelto y cortado. Nada hará jamás bastante honor al valor de estas tropas. El batallón Británico mandado por el benemérito coronel Farriar pudo aún distinguirse entre tantos valientes y tuvo una gran pérdida de ofi ciales”.
Luego el Libertador agrega: “La conducta del general Páez en la última y en la más gloriosa victoria de Colombia lo ha hecho acreedor al último rango en la milicia, y yo, en nombre del Congreso, le he ofrecido en el campo de batalla el empleo de General en Jefe de ejército”. Finalmente el parte señala: “Acepté el Congreso Soberano en nombre de los bravos que tengo la honra de mandar, el homenaje de un ejército rendido, el más grande y más hermoso que ha hecho armas en Colombia en un campo de batalla. Tengo el honor de ser con la más alta consideración, de V. E. atento, humilde servidor. Valencia, 25 de junio de 1821. Simón Bolívar”.

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