Los malos ángeles de Venezuela
El Nacional 22 DE MARZO 2014 - 00:01
El pez no sabe que vive en el agua, lo da por sentado. Tendría que salir de ella para ver lo diferente que pueden ser las cosas. De igual forma, para que los seres humanos capten la singularidad de lo que consideran normal, deberían compararlo con el pasado –o con algo foráneo, que se contraponga a la corriente del momento.
Lo anterior se puede apreciar analizando los bajos índices de violencia que prevalecen en la actualidad, según lo revela Steven Pinker en su libro The Better Angels of Our Nature (Los mejores ángeles de nuestra naturaleza), publicado en 2011. Los hechos son imponentes e incontrovertibles. Todo tipo de violencia ha disminuido a través de los milenios, los últimos siglos y las décadas recientes, como claramente lo demuestra Pinker. Según él, los seres humanos poseen ángeles (o pasiones) buenos y malos, y los buenos han ido imponiéndose. ¿Por qué?
Para comenzar, el leviatán –es decir, el monopolio estatal sobre el uso legítimo de la fuerza– ha disminuido los conflictos y aumentado la seguridad personal. Además, la administración de la justicia por parte del Estado ha adoptado y alentado la resolución de conflictos por medios no violentos, y ha permitido así la cooperación y la expansión del comercio. Esta tendencia se aceleró con la difusión de los ideales humanistas de la Ilustración, que afirman la igualdad fundamental entre los seres humanos y la aplicación de la racionalidad a los asuntos concernientes a la humanidad.
A este respecto, Venezuela es el proverbial pez fuera del agua. Durante los 15 años de la “revolución bolivariana” iniciada por Hugo Chávez, se ha cuadriplicado el índice de homicidios del país. Este ya era alto en 1998: 19 por 100.000, pero subió a 79 por 100.000 en 2013, es decir, aproximadamente 17 veces más que el promedio en Estados Unidos, 26 más que en Chile, y más de 30 veces el promedio de los países de la OCDE.
Como lo revela una muestra de 145 países realizada por el Banco Mundial, desde 1995 en adelante solamente Honduras y El Salvador han tenido índices de homicidios más altos que Venezuela –y se trata de países cuyo ingreso per cápita es menos de un tercio del venezolano–. Además, el agudo incremento de los asesinatos en Venezuela se ha producido pese a que durante el período en cuestión, el precio del petróleo ha subido 8 veces, con lo que las exportaciones y los ingresos fiscales venezolanos han visto un tremendo incremento.
Aplicando el punto de vista de Pinker, un elemento clave que subyace al aumento de la violencia en Venezuela es la voluntaria debilidad del leviatán. Si bien no existen grupos armados de oposición, el gobierno ha fomentado la creación de grupos armados de paramilitares, llamados colectivos, encargados de defender la “revolución”. Es obvia su similitud con los camisas pardas de los nazis, los camisas negras del fascismo, y las diversas “milicias del pueblo” creadas bajo los regímenes comunistas.
Hace muy poco, los colectivos figuraron prominentemente en los titulares de los periódicos cuando bajo órdenes del gobernador de un estado, el 18 de febrero atacaron una protesta pacífica y dieron muerte a Génesis Carmona, una ex reina de belleza. Los colectivos abiertamente controlan partes de Caracas y de otras ciudades. El 24 de febrero, el presidente Nicolás Maduro los invitó a ir al palacio presidencial en sus motocicletas.
Una de las razones por las cuales un movimiento político o un partido que está en el poder forma grupos armados que lo apoye es evitar que las fuerzas armadas regulares lleven a cabo un golpe de Estado. En el caso de Venezuela, la situación podría volverse muy problemática, porque los colectivos podrían causar estragos. También es posible que la creación de grupos armados represente el intento de imponer un orden social a través del miedo. No obstante, hay otro elemento subyacente en su creación: una ideología de la violencia que se contradice con los principios de la Ilustración.
Si bien el chavismo llegó al poder vía las urnas, sus líderes preferirían que lo hubiera hecho a disparos, como el Che Guevara, su ídolo. Es por ello que los colectivos erigieron un busto de Tirofijo, el fallecido cabecilla de las FARC, el grupo guerrillero colombiano, y sacan fotografías de sus hijos vestidos de militares, con el rostro encubierto y rifles de asalto en sus manos.
La ideología de la violencia se basa en el concepto marxista de que el camino hacia el progreso es la lucha de clases. Para seguir adelante, se inculca odio en “el pueblo” hacia las clases enemigas –premisa que lleva a la conclusión de que un gobierno que dialoga con el enemigo es o débil o traidor a su clase.
Dentro de este marco, no existe el sentido de un “nosotros” comunal que haya acordado vivir colectivamente bajo reglas que se aplican a todos por igual. Las instituciones establecidas por las democracias liberales, como un Poder Judicial independiente, un contralor, la libertad de prensa, pasan a ser bienes de los cuales es necesario apropiarse para emplearlos en la lucha de clases. En consecuencia, se aplica la ley solamente a los oponentes políticos, se borra la línea divisoria entre partido y Estado en cuanto al presupuesto, se trata con dureza a quienes entregan malas noticias –algo que bien saben los medios locales y que acaban de descubrir redes mundiales de noticias, como CNN.
Durante muchos años, la funesta dinámica de Venezuela no generó mayor revuelo. Pero las cosas han cambiado de manera radical desde el 12 de febrero. Antes, el vertiginoso aumento de la inseguridad, la gran escasez, la enorme alza de la inflación y la brutalidad de la policía eran meros hechos de la vida diaria que cada venezolano tenía que enfrentar por su cuenta. Ahora, sin embargo, estos hechos han encendido un sentido colectivo de indignación que exige la desobediencia social como única posición moral posible. El pez ha salido del agua.
Venezuela no podrá unirse a la tendencia mundial a la disminución de la violencia si su gobierno no restablece el leviatán, lo que conlleva el desarme de los colectivos. Será imposible que el país escape de la tiranía a menos que esté dispuesto a respetar las garantías democráticas mínimas que establece la Constitución, como la corte suprema, el fiscal general, el contralor y un consejo electoral nombrado con el apoyo de dos tercios de la Asamblea Nacional. Estas instituciones requieren que las fuerzas políticas dialoguen con sus oponentes en lugar de perseguirlos.
Y, más importante aún, Venezuela también tendrá que abandonar la ideología de la lucha de clases. Pinker acertadamente cita a Voltaire: “Quienes logran que se crea en absurdos también logran que se cometan atrocidades”.
*Ex ministro de Planificación de Venezuela y ex economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, es profesor de economía en la Universidad de Harvard, donde también es director del Centro para el Desarrollo Internacional.
Copyright: Project Syndicate, 2014
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