viernes, 14 de marzo de 2014
Desde lo hondo a ti grito, Señor
Textos tomados del blog "Vision Contemplativa del P. Beda Hornung osb.
A continuación copio para mis lectores lo que he publicado en el blog de Extensión Contemplativa Venezuela:
La situación que vivimos, unos más, otros menos, amenaza con agotarnos espiritualmente, si no nos cuidamos. Por algo, el Señor nos enseñó a pedirle al Padre que nos libre "del Mal". El texto original no se refiere a un mal cualquiera, sino a algo que nos "tiene a monte", que no nos deja respiro. Son situaciones amenazantes que se suceden a veces con demasiada rapidez y no nos dejan tiempo para pensar y responder con calma. Casi se nos obliga a reaccionar visceralmente, lo que, por supuesto, vendría del ego y, a la larga, sería contraproducente.
La situación que vivimos, unos más, otros menos, amenaza con agotarnos espiritualmente, si no nos cuidamos. Por algo, el Señor nos enseñó a pedirle al Padre que nos libre "del Mal". El texto original no se refiere a un mal cualquiera, sino a algo que nos "tiene a monte", que no nos deja respiro. Son situaciones amenazantes que se suceden a veces con demasiada rapidez y no nos dejan tiempo para pensar y responder con calma. Casi se nos obliga a reaccionar visceralmente, lo que, por supuesto, vendría del ego y, a la larga, sería contraproducente.
Por una parte, me siento poco autorizado para hablarles a uds. que sufren los problemas en carne propia, mientras que yo, aquí, vivo tranquilo. Por otra parte, sí, me siento autorizado para hablarles. Porque ya alguien me lo ha pedido expresamente. Además, como monje y sacerdote, tengo este encargo de acompañarlos en su dolor. Así que, intentaré hablarles, no desde la mente, sino desde el corazón.
Me parece que debemos tener clara una cosa: la lucha no es entre comunismo y capitalismo; tampoco entre dictadura y democracia. Lo que presenciamos desde hace muchos años, incluso desde la "cuarta república", es una creciente descomposición de valores humanos y cristianos. Especialmente en estos últimos 15 años se nos ha demostrado que uno puede hacer lo que le venga en gana, y no le pasa nada; la impunidad generalizada - a no ser que te metes con los que tienen el poder. Las dictaduras que tuvo el país a lo largo de la historia, a pesar de sus atropellos contra ciudadanos, han desarrollado el país. Por eso digo que ahora no tenemos ni siquiera una dictadura porque, los que detentan el poder, han empobrecido a todo un país rico, y han envilecido a un pueblo noble y generoso, todo eso bajo el pretexto de una ideología que ya está demostrado que no funciona.
Ya San Pablo estaba claro en eso: Que no pierdan fácilmente la cabeza ni se asusten por profecías o discursos o cartas falsamente atribuidas a nosotros, como si el dia del Señor fuera inminente. Que nadie los engañe de ningún modo: primero tiene que suceder la apostasía y se tiene que manifestar el Hombre sin ley, el destinado a la perdición, el Rival que se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta llegar a instalarse en el santuario de Dios, proclamándose dios. ¿No recuerdan que ya se lo decía yo cuando aún estaba con ustedes? (2 Tesalonicenses 2,2-8).
La "Última Cena No. 13" del Chavismo |
Lo que se nos exige entonces en estos momentos tan difíciles es que vivamos nuestra fe en Cristo hasta las últimas consecuencias. Olvidémonos de la "sociedad cristiana"; sólo hay una iglesia - "ekklesia" - los llamados hacia fuera, dejando atrás costumbres inveteradas y queridas. Dios está desmantelando todo este andamiaje, para que vivamos, de nuevo y con toda nitidez, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Aquí ya no valen las cadenas "de mil padrenuestros" que andan por el internet, ni cadenas de rosarios u otras formas que son solamente una acumulación de oraciones - como una "gula espiritual" - pero sin comprometernos con un cambio de conducta.
¿Cómo podemos hacer que nuestras reacciones sean más cónsonas con nuestra fe cristiana? Quisiera recurrir a una experiencia que tuvo San Pablo en una ocasión: Después de una buena paliza, los metieron (a Pablo y Silas) en la cárcel y ordenaron al carcelero que los vigilara con mucho cuidado. Recibido el encargo, los metió en el último calabozo y les sujetó los pies al cepo. A media noche Pablo y Silas recitaban un himno a Dios, mientras los demás presos escuchaban. De repente sobrevino un terremoto que sacudió los cimientos de la prisión. En ese instante se abrieron todas las puertas y se les soltaron las cadenas a los prisioneros (Hechos 16,23-26). Imaginémonos la situación: Pablo y Silas habían sido acusados injustamente, habían recibido una paliza, y ahora están presos en un calabozo. Dolor, hediondez, mosquitos, dolor del alma, frustración por el trato injusto... Honestamente, ¿qué hubiéramos hecho nosotros en tal situación? Ellos estaban ¡cantando un himno a Dios! Este hecho revela de lo profundamente que su subconsciente estaba purificado y unido a Dios. El P. Keating habla de la "reestructuración del subconsciente".
Hemos emprendido el camino de la oración centrante. No nos resuelve los problemas, como por arte de magia. Al contrario, tenemos la impresión de que, ahora, tenemos más problemas todavía; y quizá hemos añorado aquellos tiempos cuando vivíamos en inconsciencia y, supuestamente, felices. Pero la práctica de la oración centrante es un camino. Vamos por diferentes etapas; el Señor va purificando nuestro ego, hasta lo más íntimo de nuestro ser. Ahora nos toca "morir por etapas", para cuando llegue el encuentro definitivo con el Señor, éste sea una "muerte santa", un encuentro lleno de alegría, a pesar de los dolores e inconvenientes que tiene este proceso.
Situaciones como las que vivimos ahora nos invitan a redimensionar nuestra vida, nuestras prioridades. El domingo pasado hemos escuchado en el Evangelio que Dios debe estar en el centro. ¿Cuál es el sentido de nuestra vida? Si servimos a Dios, Él nos dará lo necesario para vivir. Si buscamos su gloria, Él nos dará su amor y afecto, en medio del desprecio del mundo. Si buscamos su voluntad, veremos que todo sale bien para los que lo aman.
Todo esto, lo practicamos en la oración centrante. Pero hay también una forma de orar en el momento, cuando nos sentimos incómodos, cuando nos hierve la sangre, cuando las emociones amenazan con dominarnos. Es la oración de bienvenida. En una entrada siguiente explicaré cómo hacerla.
miércoles, 10 de abril de 2013
Líbranos del Mal I
Líbranos del mal (Mateo 6,13); así rezamos en la última petición del Padre Nuestro. Solos no podemos liberarnos del mal; solo Cristo lo puede. En la Pascua de Resurrección celebramos la victoria de Cristo sobre el mal.
A lo largo de la biblia, esta fuerza del mal tiene diferentes nombres. Ninguno de ellos quiere ser una definición; más bien refleja una experiencia, una faceta determinada de cómo el mal se hace presente en nuestra vida y cómo nos puede afectar.
Ya en las primeras páginas de la escritura el maligno se presenta en forma de serpiente. Es un animal que nos intriga y nos infunde, si no miedo, al menos respeto. En sicología es el símbolo de una amplia gama de significados. Aquí quiero atenerme sólo a un aspecto: la serpiente es un animal rastrero. No ve mucho “más allá de sus narices” (véase la foto a la izquierda). Es el tentador que nos lleva a satisfacer nuestros impulsos inmediatos, sin pensar en las consecuencias. No quiere que miremos más allá del mundo pequeño e inmediato que nos rodea. Ésta es la fuerza del populismo: darle a la gente lo inmediato, mantenerlos contentos. Panem et circenses decían los antiguos romanos, comida y espectáculos: que coman lo suficiente para no morir, y que se diviertan todo el tiempo para que no lleguen a pensar.
El antídoto es la vista panorámica, el conjunto (imagen derecha), que nos permite ver todo en su contexto. Es la visión panorámica del ave; y la paloma que simboliza al Espíritu Santo es un ave. El Espíritu Santo nos capacita para ver más allá de lo inmediato, para aceptar un sufrimiento temporal y, así, disfrutar más tarde una gloria y recompensa mucho mayor. Nos permite ver el origen de una situación, y también las consecuencias, según la decisión que tomemos.
La visión limitada que nos presenta el tentador tiene que ver también con otra faceta del maligno: el diablo. Esta palabra viene del griego “diábolos”, el que crea un caos, el que confunde, el que “vende gato por liebre”. Sabemos por experiencia que, cuando estamos confundidos nos aferramos a cualquier información o sugerencia que, aparentemente, nos saca del apuro, prometiéndonos seguridad. Así le pasó a la mujer en el paraíso: Dios había dicho que podían comer de todos los árboles, menos del árbol en medio del jardín. Pero la serpiente le preguntó si era verdad que no podían comer de ningún árbol. Eva quedó confundida, y corrigió a la serpiente. Con esto, ya estaba enganchada en la conversación, y siguió la confusión, hasta el desenlace fatal.
En la vigilia pascual se lee el primer capítulo del libro de Génesis: la creación. Dios creó cielo y tierra, y la tierra era un caos. Entonces, por amor, Dios “organizó” su creación en seis días. Y vio que “era bueno, muy bueno”. La organización es signo de amor porque nos permite ubicarnos y orientarnos, todo lo contrario a lo que busca el diablo
¿Cómo podemos defendernos de semejante ataque? Primero, al maligno no se le contesta, no merece que le hablemos. No puede haber diálogo con él. Porque él sabe lo que quiere, persigue su fin, y no va a ceder. Pero nosotros tampoco tenemos por qué ceder. Entre Dios y el diablo no puede haber diálogo. Sólo puede haber diálogo cuando hay alguna base común; ésta, para nosotros, los cristianos, es nuestra fe, nuestra relación de confianza con Dios. Ésta no es negociable. Y no nos olvidemos: el diablo es el padre de la mentira; puede decirnos mentiras, verdades o medias verdades; todo eso para mantenernos bien confundidos.
jueves, 11 de abril de 2013
Líbranos del Mal II
El maligno tiene otras armas más para molestarnos: cuando ve que no puede con nosotros con halagos (serpiente, diablo), va al ataque frontal. En la biblia se llama esta experiencia satanás, en hebreo “satán”, el adversario, el acusador. Es el que está en contra de nosotros, que quiere nuestra perdición y ruina. El significado original de la palabra es el del acusador en un juicio, el que solamente ve lo malo en nosotros. “Tú no sirves, no levantas cabeza, no tienes futuro, eres malo, has pecado, etc.”… Por eso, Jesús es tan tajante cuando pone el dedo en esta llaga: Ustedes han oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal. Pues yo les digo que todo el que se enoje contra su hermano responderá ante el tribunal. Quien llame a su hermano imbécil responderá ante el Consejo. Quien lo llame estúpido incurrirá en la pena del infierno de fuego. (Mateo 5,21-22).
Pero, en un juicio hay también un defensor; éste se llama en griego “paráclito”. Es una de las palabras que se usan para referirse al Espíritu Santo. Él es nuestro defensor, él nos recuerda que Dios nos ha hecho buenos; esta bondad es nuestra esencia que no perdemos nunca, y a la que podemos regresar, igual como el hijo pródigo de la parábola, en cualquier momento si nos hemos alejado de Dios. Hay una escena en la Vida de San Benito donde el maligno se le aparece y lo maldice, haciendo juego de palabras con su nombre: ¡no Benito (= bendito), sino maldito! Pero San Benito no le contestó ni palabra. Con el enemigo no se habla. Por eso es tan grave cuando se desprecia a otro; se intenta quitarle el “precio” que tiene. Fuimos comprados por la sangre de Cristo. El que des-precia, niega este hecho fundamental, y le dificulta al otro el acceso a Dios.
Es importante no dejarse envolver en conversación con el maligno porque es más fuerte que nosotros: la biblia usa, además, con frecuencia la palabra “demonio”. No es exactamente el diablo o satanás. En la antigüedad, los demonios no eran dioses, sino “dioses intermedios” que podían dominar a los hombres. Hoy en día, algunas escuelas de sicología los identifican con complejos, arquetipos, adicciones o compulsiones. Esto se acerca bastante a la realidad; es nuestra tendencia al mal, a consecuencia del pecado original. Pero la sicología, por sí sola, no siempre puede curar estos problemas. También entra la dimensión de la fe. Recuerdo que, hace mucho tiempo, me encontré con una persona que se había analizado por muchos años, se conocía muy bien, sabía cómo funcionaba, y por qué. Pero ¡no se aceptaba a sí misma! Esta aceptación sólo nos viene de una relación personal y de confianza en Dios.
En la biblia hay todavía otra palabra que se traduce normalmente con “diablo” o “satanás”. Pero el significado original tiene que ver con alguien que nos hace pasar trabajo, nos fastidia, estresa, que “nos tiene a monte”, nos aturde con su actitud entrometida (cfr. la imagen arriba). Es cuando una persona, una situación, no nos deja en paz, no nos deja respiro. Estamos como fuera de sí, estresados. Nos saca de nuestro centro. Hay una forma de “lavado de cerebro” que no permite que la gente piense; la mantiene sin sueño, bombardeándola continuamente con información o amenazas. Entre nosotros son las exigencias excesivas del trabajo, pero también la propaganda comercial y las ofertas continuas, por no hablar de la propaganda política. A veces, uno responde cayendo en inactividad o incluso depresión.
De nuevo: con esta fuerza no hay diálogo. Hay que saber decir NO. Hay que reservarse tiempos para el descanso, silencio, oración. ¿De qué sirve un trabajo para mantener la familia, si pierdes la familia porque nunca estás? El que quiere sacarnos de nuestro centro, donde está Dios, no tiene derecho sobre nosotros. Hay que darle la espalda. Hay que huir de la dispersión, que es una forma de lavado de cerebro. San Benito, después de haber estado empeñado en imponer su disciplina monástica, hasta que, contrariados, querían envenenarlo, regresó a su soledad, y “vivió consigo mismo”. A los que nos estresan, hay que dejarlos.
De todas estas facetas del mal nos libra Dios. Pero tenemos que poner de nuestra parte: dirigirnos a Dios, mantener una íntima relación con Él, silencio, oración. Y eso no va “en piloto automático”; eso necesita una intención consciente, un acto de voluntad. Damos el paso cuando vemos que nuestra vida de oración no es cuestión de tiempo disponible, sino de prioridades.
El maligno tiene otras armas más para molestarnos: cuando ve que no puede con nosotros con halagos (serpiente, diablo), va al ataque frontal. En la biblia se llama esta experiencia satanás, en hebreo “satán”, el adversario, el acusador. Es el que está en contra de nosotros, que quiere nuestra perdición y ruina. El significado original de la palabra es el del acusador en un juicio, el que solamente ve lo malo en nosotros. “Tú no sirves, no levantas cabeza, no tienes futuro, eres malo, has pecado, etc.”… Por eso, Jesús es tan tajante cuando pone el dedo en esta llaga: Ustedes han oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal. Pues yo les digo que todo el que se enoje contra su hermano responderá ante el tribunal. Quien llame a su hermano imbécil responderá ante el Consejo. Quien lo llame estúpido incurrirá en la pena del infierno de fuego. (Mateo 5,21-22).
Pero, en un juicio hay también un defensor; éste se llama en griego “paráclito”. Es una de las palabras que se usan para referirse al Espíritu Santo. Él es nuestro defensor, él nos recuerda que Dios nos ha hecho buenos; esta bondad es nuestra esencia que no perdemos nunca, y a la que podemos regresar, igual como el hijo pródigo de la parábola, en cualquier momento si nos hemos alejado de Dios. Hay una escena en la Vida de San Benito donde el maligno se le aparece y lo maldice, haciendo juego de palabras con su nombre: ¡no Benito (= bendito), sino maldito! Pero San Benito no le contestó ni palabra. Con el enemigo no se habla. Por eso es tan grave cuando se desprecia a otro; se intenta quitarle el “precio” que tiene. Fuimos comprados por la sangre de Cristo. El que des-precia, niega este hecho fundamental, y le dificulta al otro el acceso a Dios.
Es importante no dejarse envolver en conversación con el maligno porque es más fuerte que nosotros: la biblia usa, además, con frecuencia la palabra “demonio”. No es exactamente el diablo o satanás. En la antigüedad, los demonios no eran dioses, sino “dioses intermedios” que podían dominar a los hombres. Hoy en día, algunas escuelas de sicología los identifican con complejos, arquetipos, adicciones o compulsiones. Esto se acerca bastante a la realidad; es nuestra tendencia al mal, a consecuencia del pecado original. Pero la sicología, por sí sola, no siempre puede curar estos problemas. También entra la dimensión de la fe. Recuerdo que, hace mucho tiempo, me encontré con una persona que se había analizado por muchos años, se conocía muy bien, sabía cómo funcionaba, y por qué. Pero ¡no se aceptaba a sí misma! Esta aceptación sólo nos viene de una relación personal y de confianza en Dios.
En la biblia hay todavía otra palabra que se traduce normalmente con “diablo” o “satanás”. Pero el significado original tiene que ver con alguien que nos hace pasar trabajo, nos fastidia, estresa, que “nos tiene a monte”, nos aturde con su actitud entrometida (cfr. la imagen arriba). Es cuando una persona, una situación, no nos deja en paz, no nos deja respiro. Estamos como fuera de sí, estresados. Nos saca de nuestro centro. Hay una forma de “lavado de cerebro” que no permite que la gente piense; la mantiene sin sueño, bombardeándola continuamente con información o amenazas. Entre nosotros son las exigencias excesivas del trabajo, pero también la propaganda comercial y las ofertas continuas, por no hablar de la propaganda política. A veces, uno responde cayendo en inactividad o incluso depresión.
De nuevo: con esta fuerza no hay diálogo. Hay que saber decir NO. Hay que reservarse tiempos para el descanso, silencio, oración. ¿De qué sirve un trabajo para mantener la familia, si pierdes la familia porque nunca estás? El que quiere sacarnos de nuestro centro, donde está Dios, no tiene derecho sobre nosotros. Hay que darle la espalda. Hay que huir de la dispersión, que es una forma de lavado de cerebro. San Benito, después de haber estado empeñado en imponer su disciplina monástica, hasta que, contrariados, querían envenenarlo, regresó a su soledad, y “vivió consigo mismo”. A los que nos estresan, hay que dejarlos.
De todas estas facetas del mal nos libra Dios. Pero tenemos que poner de nuestra parte: dirigirnos a Dios, mantener una íntima relación con Él, silencio, oración. Y eso no va “en piloto automático”; eso necesita una intención consciente, un acto de voluntad. Damos el paso cuando vemos que nuestra vida de oración no es cuestión de tiempo disponible, sino de prioridades.
martes, 16 de abril de 2013
Resignación “Cristiana”
En la entrada del 10 de abril hablé del fenómeno del diablo, de esta experiencia cuando alguien intenta confundirnos. Estamos viviendo una etapa de estas confusiones, y debemos estar muy conscientes, despiertos, y con mucho discernimiento.
El hombre que fue proclamado presidente en estos días, en vista de tantos reclamos contra el resultado de las elecciones, ha dicho, entre otras cosas, que se “acepte (la situación) con resignación cristiana". No entro en discusión sobre la validez o no del resultado de las elecciones. No es mi incumbencia. Pero quiero dejar bien claro que aquí se nos quiere manipular con una gran confusión de tipo “espiritualoide”, una mezcla de conceptos religiosos que terminan siendo un sancocho que sólo causa indigestión. Me explico: La aceptación y la resignación son dos cosas muy distintas, por no decir: opuestas.
La resignación es este estado de frustración que nos impide actuar y luchar por lo que consideramos nuestros derechos y nuestras metas, nos paraliza. “Hasta aquí llegué; no puedo más”; “¿qué puedo hacer yo en esta situación abrumadora?” “Me quedo tranquilo, para salvar lo poco que me queda”. Éstos son unos argumentos que buscan justificar nuestra rendición. Y ésta es la fuerza de cualquier déspota que busca su ventaja a expensas de otros. Nos quedamos estancados, como personas humanamente minusválidas, esclavos. Y las consecuencias son desastrosas; porque abren la puerta a la envidia, a la sed de venganza, al odio. Hablar de “resignación cristiana” es, por lo tanto, una contradicción. Porque el cristiano no se resigna, sino que acepta.
Pero la aceptación es algo muy distinto. No es un punto de llegada, sino un punto de partida. Acepto la situación presente, para luchar por mis metas. El motor de la aceptación es la virtud de la esperanza. Nos encaminamos hacia algo que no vemos, que parece lejos; pero, en la fe, sabemos que es nuestro. No es una espera pasiva, sino una actividad que nos lleva a una meta, a lo que es nuestro. Dios había prometido al pueblo de Israel una tierra; pero ellos mismos tenían que ir allá a ocuparla. Dios nos ha dado libertad; pero nosotros mismos tenemos que ejercerla; no podemos pedirla a otros; eso sería esclavitud. Dios nos ha dado nuestra dignidad; pero nosotros mismos tenemos que vivir a la altura de esta dignidad. Sólo en nuestra fe en Dios encontramos la fuerza para aguantar y sobrellevar las dificultades en el camino.
Y hay algo más importante: no se trata sólo de luchar por mi bien personal; luchamos por el bien de todos. Nuestra fe no excluye a nadie. En última consecuencia, esta actitud nos permite incluso dar nuestra vida por los demás. Porque todo el bien que podamos conseguir en este mundo es sólo un “por ahora”. Los bienes definitivos son un don gratuito de Dios.
A lo mejor, ésta es la lección que tenemos que aprender en estos momentos difíciles. No se trata de sobrevivir yo; se trata de crear un ambiente donde TODOS pueden vivir.
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