Reflexiones para monseñor Celli
El enviado papal para el acompañamiento del “diálogo” en Venezuela se muestra preocupado, y con gravedad, por su desenlace: “Si fracasa el diálogo nacional, el camino podría ser el de la sangre”, declara monseñor Claudio Celli a la prensa de Buenos Aires. Y señala que la oposición no se hubiese sentado a la mesa con el gobierno de Nicolás Maduro sin la presencia vaticana.
Más allá de los contubernios utilitarios que hoy medran con y entre los ex presidentes del grupo Samper, por lo visto la oposición es consciente de su debilidad frente al régimen. ¡Y es que a las armas de la razón y a la razón de los votos, una vez más se le opone, por un sino de nuestra historia de pequeñeces palaciegas y traiciones políticas, la razón de las armas!
¿Hasta qué punto monseñor Celli puede requilibrar tal desbalance y asegurarse de que el gobierno dialogue de buena fe?, es una pregunta sin respuesta.
Si algo ha de tener claro ese pequeño y moralmente poderoso Estado sito en medio de la antigua Roma, es la estirpe del régimen que heredara y dirige Maduro.
Errores de apreciación, ausencia de cosmovisión, preeminencia de aspiraciones en el liderazgo, en suma, falta de sentido de la oportunidad y de experiencia real en el manejo de las cuestiones del poder y del Estado, pueden atribuirse a algunos de quienes hacen vida en la MUD. Pero, en contrapartida, no es un secreto que en Venezuela se instala, a partir de 1999 –con amagos que se inician en 1998 y denuncio sin eco para la época– una organización de gobierno coludida con la narco-guerrilla colombiana y monitoreada desde La Habana.
Desde entonces el crimen organizado y los grupos paraestatales –colectivos armados para la defensa de la revolución– no confrontan con la autoridad constituida, antes bien, son la misma autoridad. La muerte –la sangre a borbotones– salta en escalera. Las víctimas de homicidio se mineralizan en una cifra promedio de 20.000 durante cada año y desde 1999. El desafío por delante, así las cosas, no es ya el camino de la sangre sino hacer cesar la condición casi exangüe del cuerpo nacional.
El impúdico peculado público y los conmovedores videos que muestran el linchamiento de ladrones de comida quemados vivos, o encarcelados practicando el canibalismo, expresan el grado de perturbación moral extrema que aqueja al país, víctima del mal absoluto y de un régimen de la mentira; de un modelo político, social y económico de dominación que le ha arrebatado al pueblo su dignidad y le ha secuestrado para la práctica del chantaje. Le entrega a cuentagotas una bolsa de comida para ganarse su silencio o les da la libertad a tres detenidos a la manera de una graciosa dádiva, luego de haber sumado a los presos políticos otras decenas para integrar su botín de negociables.
Lo anterior, como perspectiva y para conocimiento apropiado del entorno, es, como lo creo, lo vertebral. Pero también, favorecer un diálogo o acaso –y en propiedad– una negociación que le ponga término a ese ominoso panorama reclama de una lógica similar a la de la autoridad policial que confronta a un secuestrador.
Si en el juego aumentan los temas o puntos de diálogo, a buen seguro que el interesado en salirse con la suya –el delincuente– ganará terreno. Y no hay duda, no debería haberla en el Vaticano, en cuanto a que, en el fondo de todo, lo que ocurre es el desconocimiento abierto de la voluntad popular y su derecho de decidir mediante el voto por el gobierno. Lo demás, siendo importante, es subsidiario.
La cuestión se hace más compleja si acaso monseñor Celli es consciente de la característica de los tiempos que corren. Papa Ratzinger, con elegancia, la resume en la idea del relativismo, pero es algo más y muy pernicioso en una mesa de diálogo, a saber, la habilidad de los seguidores del socialismo del siglo XXI como experiencia “posdemocrática” para trastocar y manipular el lenguaje político. Los hermanos Rodríguez son unos expertos.
Los pacíficos son acusados de guerreristas. Los divisores de la concordia hablan de paz y como demócratas de impostura usan las formas democráticas y el argumento de la paz para vaciarlas de contenido. Piden se les trate como pacíficos y demócratas. Y los demócratas, amigos de alcanzar la paz por el derecho, son presentados como enemigos de la libertad. Maduro les acusa de terroristas.
El diálogo y la negociación, ¡qué duda cabe!, son el camino para alcanzar la paz, según la Doctrina Social de la Iglesia. Pero la misma precisa, lo sabe el enviado papal, que la paz “se funda en una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad”. Es esto, justamente, lo que divide al gobierno de Venezuela de la oposición democrática, por lo indicado.
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