In memoriam Ana Teresa Gonzales de Fuenmayor, mi abuela, víctima de la dictadura militar gomecista
Mi inocencia sufrió su primer resquebrajamiento estando yo en mis siete años; un acontecimiento imprevisto despertó en mí serias dudas respecto a la ocupación del Niño Jesús de traerle regalos navideños a los niños.
Metamorfosis del héroe
26 de setiembre 2011
¿Cómo será la percepción de sí mismo de un hombre que en el transcurrir de medio siglo pasó de ser héroe revolucionario, a déspota fracasado en su proyecto político?
La generación que al mediar el siglo pasado estudió en universidades venezolanas, fue indoctrinada, literalmente, en la ideología comunista. La presión a favor de ese pensamiento provenía de diferentes vertientes; primero, del entorno; las universidades ―como debe ser― eran espacios contestatarios, pero las nuestras ―como no debe ser―, en lugar de propiciar el debate y la pluralidad, se volvieron cotos cerrados a todo pensamiento que no tuviera un aroma marxista. Siendo condescendientes, es comprensible, porque entonces el marxismo era lo políticamente correcto en cuanto a posición crítica al establecimiento; tanto, que hasta sus contrarios reconocían el anhelo de justicia social proclamado por esa ideología.
Fidel Castro y Wolfgang Larrazabal en 1958 en Caracas
Fidel Castro y Richard Nixon, Vicepresidente de USA.
Simpatizar con esas ideas era la única manera de pertenecer, de ser aceptado por el grupo; y hacía expedita la vía hacia metas; más de uno aprobó asignaturas a cuenta de camarada; más de un profesor logró ascensos gracias a solidaridades ideológicas; incluso, convenía estar en esa onda para hacer levantes: ninguna muchacha que se respetara se habría sentido cómoda empatándose con un reaccionario.
Con no menos fuerza influía el discurso explícito de maestros, artistas, periodistas, escritores y amigos “mejor informados”; la mayoría de ellos indoctrinados por la misma vía, quiero decir, sin tener la menor experiencia vivencial en la realidad sustantiva de un régimen de sesgo comunista. Cierta profesora no cesaba de hablar del pretendido Hombre Nuevo y con respetuosa ternura llamaba a Stalin el padrecito; otra, brillante mujer, presentaba la Historia de la humanidad en términos de una continuada explotación del hombre por el hombre, que sólo acabaría con el socialismo; décadas después tendríamos la vergüenza de ver a la Maestra asumir un papel relevante en la corte chavista. Un profesor impuso el Libro Rojo de Mao como texto básico de la asignatura Sociología Rural. Citar a Lenin ayudaba en un examen de Economía.
Insólitamente, el más comunista entre todos, Rodolfo Quintero, mantenía el indispensable equilibrio científico entre su ideología y la enseñanza de la Antropología.
Era natural que en ese ambiente Fidel Castro y Che Guevara despertaran una admiración llevada a cotas de lo reverencial; fueron los verídicos paradigmas conductuales de esa generación; identificarse con ellos confería un halo libertario, justiciero, romántico y triunfalista.
A la larga quedó en evidencia tanto la ineficiencia práctica de la doctrina comunista, como la descomunal distancia entre la imagen y la realidad de los exaltados como redentores de las masas expoliadas. Los héroes revolucionarios fácilmente se volvieron dictadores de inaudita crueldad, acompañados por las peores canallas políticas jamás configuradas en el curso de la Historia humana. Algunos de ellos lograron mejorar el nivel de vida del pueblo, aunque a costa de hacerlo vivir arrodillado, en la pobreza, sin esperanza y en nuevas condiciones de desigualdad social, ahora determinadas no por la capacidad de cada cual para labrar su destino, sino por la adherencia “al partido” y la sumisión al hermano mayor.
Hoy recordamos al padrecito Stalin como un sátrapa genocida con más muertos en su haber que Hitler; de los centenares de monumentos que se le erigieron en vida, sólo resta una estatua, conservada como curiosidad en Georgia. Por sus crímenes y fracasos, Mao ha sido discretamente relegado por el Hombre Nuevo chino y sólo a un necio ignorante se le ocurre llegar hoy a su país celebrando al Gran Timonel; su Libro Rojo quedó para el consumo de turistas. Castro sigue siendo un paradigma, aunque ahora de los dictadores latinoamericanos novelados por Asturias, Valle-Inclán, Roa Bastos, García Márquez y Vargas Llosa; claro, los protagonistas de sus obras son siniestros tiranos de derecha, ¿pero hay alguna diferencia? Che Guevara se transformó en un gadget, y al desmitificar su realidad psicológica descubrimos una personalidad psicopática perturbada por la obsesión dogmática y la disciplina implacable, dado el rigor inhumano impuesto a sí mismo y a los demás y el baño de sangre que le dio a la Revolución Cubana.
El ensalzamiento de algunos de esos autócratas ha sido prolongado, gracias al ocultamiento de sus tropelías; el de otros, históricamente efímero; tal es el caso del seudodemócrata doméstico: a diferencia de los demás, este sujeto jamás fue héroe de nada ―excepto del Museo Militar, como decía Manuel Caballero―, aunque sí es cierto que alguna vez encarnó una vaga ilusión de cambio forjada por la desesperación; pero a partir de ese destello de súbito devino en ente casi universalmente repudiado, llegado hoy al extremo patético de exhibir sus llagas para inspirar compasión y recibir limosnas de simpatía.
La muerte libró a unos del bochorno de presenciar su metamorfosis; otros han vivido lo suficiente para ver el desmoronamiento de su imagen, y uno de ellos es longevo ¡y de cuero durísimo! Y aquí viene a lugar la pregunta inicial: ¿cómo manejará Fidel Castro su propia transfiguración? ¿La aceptará, amargado, por la huella infame dejada en la Historia, cuando tuvo la oportunidad de ser una de sus figuras ilustres? ¿Racionalizará el evidente fenómeno? ¿Negará la realidad? ¿Le importará un carajo?
Sólo hurgando el corazón de las tinieblas podríamos responder esas interrogantes.
Todos los amigos y las mujeres que lo amaron o desparecieron como Camilo Cienfuegos,
fue asesinado por mandato suyo como el Che Guevara en Bolivia o murieron de cáncer como Celia Sánchez o por suicidio como Haydée Santamaría, heroínas de la Sierra Maestra...
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