Pedro Crespo y la consagración de la primavera
Julio Rafael Silva Sánchez
ugurios florecidos (Tiempo Justo)
Conversar con Pedro Crespo siempre fue un sugestivo desafío. De su inagotable fragua manaba impetuosamente el drama de la vida. En sus palabras y sus gestos, nunca complacientes con la mediocridad, pero sólidamente afables para los amigos y cofrades, podíamos percibir las señales que lo fueron delineando como un enormísimo cronopio (¡y estoy seguro de que Julio Cortázar, de conocerlo, lo hubiera admirado!) que iba registrando a cada paso, en cada encuentro cómo se sacudía y estremecía ante lo más hondo y entrañable de la cotidianidad, frente a su sinfonía existencial, haciéndose, creciendo entre alegrías, quebrantos y duelos, entre batallas, triunfos y conquistas, desde su misma heredad transmutada y secular de caroreño irreductible hasta la exacta dimensión de su generosidad de príncipe renacentista.
Rondas (Tranquilo, sostenido y vivo)
Nos correspondió atestiguar en alguna tardecita de bohemia visionaria su tierna sorpresa ante las savias sensibles del entorno, los recodos celestes del amor y la alegría, la sombra de los proyectos siempre vivos, la ruidosa confirmación de sus logros, sus innumerables cuitas y desengaños, siempre en una actitud de realización y plenitud, en un cálido encuentro con el ser de las cosas, en la maravillada expectación de aquello que se atisba tras la significación del pensamiento hecho pulcra armadura verbal.
Pedro exudaba, con profusión de vinícola magistral, una cabal comprensión del ente espacial, intentando la comprensión del mundo con su aprehensión más íntima hacia la curva infinita, para atesorar las cosas distinguiéndolas sensiblemente, recreándolas en múltiples experiencias de fascinación personal.
Evocación de los pares (Muy alegre y, al mismo tiempo, nostálgico)
El discurso siempre apasionado de Pedro viajaba con fluidez desde la música, transitando por el cine, desplazándose por la literatura y arribando exultante hasta la amistad, ámbito en el cual fue un magnífico orfebre, recordando agradecido los momentos disfrutados al lado de Guillermo Morón, José Manuel Briceño Guerrero, Alirio Díaz, Alí Lameda, Luis Alberto Crespo, Vinicio Adames, Kotepa Delgado, Juan Antonio Escalona-Escalona, Salvador Garmendia, Luis Beltrán Guerrero, José Agustín Catalá Delgado, José Joaquín Burgos... a quienes profesaba un especial afecto que fue siempre correspondido.
Pedro hablaba de sus pares con la delicadeza acostumbrada, sin excesos ni mengua, ni barullo ni pesado silencio, en un lenguaje siempre traslúcido, en la búsqueda incesante de esa armonía de las cosas pequeñas que se encuentran y construyen una sola cosa grande, perfectamente urdida y concentrada.
Algunas noches, cuando regresábamos de la recurrente tertulia semanal, Pedro se dejaba llevar por la nostalgia y me solicitaba con dulzura que le dejara escuchar las canciones de Los Hermanos Gómez. Y entonces, el incomparable tono de las voces y la limpia e inigualable ejecución de las guitarras surgían del reproductor del carro y marcaban el acceso definitivo a la metáfora: “...Yo te podré olvidar cuando en el cielo / no viertan las estrellas suave luz / cuando mi corazón esté de duelo / y el poeta no pulse su laúd.”
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